sábado, 11 de abril de 2020
Encierro (4)
+ El número cuatro tiene une especial protagonismo en este encierro y no se trata de que yo le atribuya propiedades especiales o una razón que explique los avatares, alegría y tristezas de este momento. He organizado mis ejercicios en series superpuestas de cuatro movimientos, leo en grupos de cuatro y cuatro son las comidas que realizo a lo largo del día. Esta es la cuarta semana y en ella celebro algunos logros, pequeños logros que me han dado una satisfacción bien fundada. Resulta agradable ver que el camino que se trazo está bien trazado, que responden los objetivo a lo que diariamente se cumple. Reflexiono, me detengo y en papel, con cuidado, dibujo el número cuatro y me digo: qué gran suerte tener el privilegio de mi modesta investigación. Más importa el camino que la meta, que no deja de ser la cuarta versión de una cita del Quijote.
+ La lectura de Foucault es más que una manera de llenar el tiempo, es el tiempo en sí. Soy un impenitente lector de Foucault y nunca llegaré a la totalidad de su obra, pero esta característica me viste de una aristocracia callada y particular. Pienso en la afirmación: la obra de Foucault es una caja de herramienta, como todo libro [quizá fue el propio F. el que la pronunció, refiriéndose a cualquier libro, a cualquier lectura, ¿cualquiera?]. Dejo esta redacción y regreso a su Lectura de Kant. Una introducción.
+ Libros de fotos: para ver sin prisa. Estudio las fotos y dejo que el tiempo pase. Una taza de té. El vapor asciende, la voluta, el fresco tacto de la hoja, la hoja verde, un sabor que aglutina el recuerdo. ¿La magdalena? Fotos que hacen que piense en viajes. Las fotos me intrigan, esa capacidad para doblegar la realidad. Prefiero el color al blanco y negro, lo espontáneo a lo calculado, lo cotidiano a lo excepcional. Libros de fotos que me acompañan de la misma manera que uno encuentra a un viejo conocido y toma un café rápido y cordial. Lo súbito frente a la larga pausa en la que nos han sumergido.
+ Christian Louboutin: documentales en línea. Sobre el trabajo, el éxito y el buen gusto que se basa en la imaginación, el humor y la calidad. Creo que este acercamiento al mundo de la moda se puede considerar un género documental. En otro tiempo vi documentales sobre Alexander Mcqueen, La Maison de Coco Chanel, Karl Lagerfeld. Me maravilla la destreza de los diseñadores, su capacidad de expresión mediante el dibujo, el paso del boceto a la realización plena del objeto final. La genialidad y la visión se unen para ofrecer atuendo carísimos pero perceptiblemente misteriosos y netamente estéticos. El misterio del atuendo, su prolongación, la constitución de la personalidad mediante el aspecto físico. En este sentido recojo una idea de Ch. L. donde expresa su convicción de que el zapato sostiene ese andamiaje que resulta ser la elegancia, que estiliza la figura y la dota de coherencia en el movimiento. Lo sé, es frívolo, pero la frivolidad en estos momentos no es una compañera impertinente, consciente de su naturaleza sabe retirarse en el momento oportuno, pero yo acepto y agradezco su salvífica presencia. Cierro el documental, apago el ordenador y caigo el sueño profundo y reparador.
+ Hay una suerte de elementos que se adhieren al personaje televisivo: el tertuliano. Ropa, peinado y gestos. En la trasera, pero siempre a punto de emerger, estudios, trayectoria y ambiciones. La alianza de estas dos caracterizaciones nos permite una primera clasificación. Veo un fragmento de un programa y trato de suspender mis ideas sobre la prensa. Los veo en la distancia, los observo, dejo de escuchar lo que dicen y me centro en sus gestos y en su atuendo. Toda la expresión pasa por insertarse en el contexto que se da en el estudio: luces, colores, formas. La seriedad frente a lo ligero. ¿Es conveniente crear un personaje o todos somos más personaje que persona? La elección no es libre y se somete a lo dictado por el nicho que ocupas, parece decirme un voz tras de mí. Lo sé, yo soy de darle vuelas a la cosas: «Aquí, dándole vueltas a unas redondillas», respondía a la pregunta de mi directora: «¿Qué tal estás, F.?». También abandono la reflexión, que se ve sustituida por el sueño que la siesta ofrece.
+ Llega el miércoles. Los días son todos iguales, y eso me gusta. Mi relación con el tiempo está determinada por depuradas rutinas, rutinas que establezco con mucha facilidad. La rutina de este diario se mantiene durante seis años. Me levanto temprano, muy temprano. Desayuno, estudio y hago ejercicio. Otro poco de estudio, como, duermo la siesta. Más estudio y el día termina. Entre todo este mas de tareas surgen islas de esparcimiento. Acudo a la red en busca de expansión. Recuerdo una idea e indago en ella. Digamos: un autor teatral judío del siglo XVII que se refugió en Amberes y terminó condenado por la inquisición en Sevilla. A raíz de la anterior, me entero que Spinoza tenía en su biblioteca algunos volúmenes de poesía española aurisecular. Góngora, por ejemplo. La rutina sin adornos no merece la pena. La amplitud de la lectura parece tender al infinito y, así lo creo, no me equivoco.
+ Jueves Santo y Viernes Santo. Qué diferente esta Semana Santa, que similar a otros momentos. Todo tiende a desvanecerse en el olvido.
+ Imagen: del último viaje a Madrid. Una vieja escalera, un viejo ascensor.
