sábado, 4 de enero de 2020
Portugal, una jornada en Braga y algo más
+ El día 28 de diciembre de 2019 C. y yo decidimos pasar el día en Braga, Portugal. Cuántas veces hemos ido, cuántas veces volveremos. Fue un viaje agradable, arropados por una casi inaudible sucesión de canciones de los Rolling, con la luz potente de un día soleado de invierno. Valles y montañas, aldeas diseminadas en el paisaje, columnas de humo que ascendían y forman extraños velos sobre los árboles y las montañas: la quema de la broza. Ascendíamos la pendiente y bajábamos la rampa, casi no había tráfico y la velocidad era adecuada. La conversación y la expectativa de un día tranquilo, con algún café excelente y alguna pasta que lo acompañase.
+ Disfrutamos, tanto a la ida como a la vuelta, de las galletas que nos regaló E. por Navidad. Pensamos en ella, nos mantuvimos en silencio, como un sortilegio. Todo le irá bien, colegimos. Las galletas se terminaron y la Navidad pareció clausurada.
+ [Importante nota al margen del propósito de la entrada / Vanessa Springora, Consentement]. Último día del año. Disfruto en la primera hora de la mañana del placer de navegar por la red: las noticias, comentarios, imágenes, vídeos, poemas o intranscendentes anécdotas que nada me aportan. Es entonces cuando llego a un punto de no retorno. Me centro en la historia y en la novela de Vanessa Springora, Consentement, Consentimiento en español. Consentimiento es un título que viene a significar todo lo contrario de lo que expresa: en realidad, se trata de la falta de consentimiento en la relación entre una chica de 14 años y un consagrado escritor de 50. Esto tiene un nombre. Pero he de comenzar por el principio. La chica es la autora de la novela, que se encuadra dentro que desde hace años se denomina autoficción y el autor es el aclamado Gabriel Matzneff. Me dedico a investigar sobre Gabriel Matzneff. Toda su obra se basa en la pedofilia, algo que le dice, en un Apostrophes en el año 1990, directamente Denise Bombardier, escritora canadiense. No salgo de mi asombro. No hay recato, Gabriel Matzneff no sólo es un pedófilo confeso sino que ha relizado proselitismo de su abyecta condición. Veo vídeos, leo y releo noticas y no salgo de mi asombro. Mi asombro pasa por encontrar una razón que sé que parte del ineludible componente de inmoralidad que acompañaba a la literatura, a la novela o a la poesía. Separar autor y obra es otorga una patente de corso, aunque sea una condición necesaria para cualquier análisis de una obra literaria. Lo más grave es la connivencia generalizada con el escritor en función de la calidad de sus textos, que no se puede negar, pero que la razón de ellos está ahí. Deberé seguir investigando, pues el hecho literario va más allá del mero disfrute de la obra porque tiene implicaciones morales que traspasan la realidad diaria, al menos en mi caso. La cuestión es la separación de autor, voz y obra, la anteriormente nombrada amoralidad, laxitud moral a la hora de la lectura. Me preocupa y creo que terminaré por acercarme a las obras tanto del monstruo como de la víctima. Un proyecto más en la travesía.
+ Lo anterior me lleva, v. gr., al Marqués de Sade. El hilo se extiende dolorosamente.
+ La relación con Portugal viene de lejos. Tanto es así que el primer viaje que hice como adulto a Portugal tiene algo fundacional, como una novela de aprendizaje, un viaje donde recibí lo que se puede denominar, en un sentido muy francés, una iluminación. Literatura y ciudades. Recuerdo aquel Oporto y sé que ha desaparecido, ante todo ha desaparecido una atmósfera que me ha guiado durante años, como un faro. Grandes y decadentes cafés con ancianos que fumaban hipnotizados, prostitutas lejanas y aburridas, camareros taciturnos, hombres apresurados. Una niebla espesa, la niebla del tiempo ha borrado aquellas estampas, que admitían el adjetivo fotográfico con una gran presteza. Ahora Oporto es una ciudad que se dirige con paso firme hacia lo europeo, con esa equiparación de restaurantes, tiendas y paisanaje. Eso es bueno, porque Europa contiene un proyecto interesante en sí mismo, pero se ha perdido la foto, la estampa, la estampa que ha condicionado durante años, hasta llegar sin variaciones al presente. Cierto es que más allá de los viajes permanece una suerte de cartografía literaria que se impone: Pessoa en su totalidad, Miguel Torga en sus diarios, aquella novela de Saramago: O ano da morte de Ricardo Reis. Me detengo en cómo la biografía se va construyendo con elementos diversos que bordean tanto la improvisación como el desarrollo de un plan previo, que no termina por ser más que algo que desvanece cuando, llegado el momento, es ajeno a nuestra conveniencia. Como la música de Bach, Portugal me acompaña como un emblema que me permite sonreír cuando no hay ganas y tener una esperanza de regreso cuando llevo tiempo si ir hasta el otro lado de ¿la frontera?
+ Me gustó mucho el hotel-restaurante donde comimos. Agradecí especialmente el silencio y la luz suave. Desde la ventana podíamos ver como las personas caminaban, pero estábamos protegidos del ruido y el tumulto, que tampoco era tanto. La luz definida iluminaba con exactitud las sillas, las mesas y las sombrillas de la terraza del propio hotel-restaurante. C. me informó que no era un mobiliario barato, que había buen gusto en la elección y una coordinada disposición entre el exterior y el interior. Me dejé en el silencio propio del que trata de apreciar los contornos de lo cotidiano. Como si tratase de atrapar endecasílabos en nuestra conversación, pero sobre ello se alzaba el placer de la mano amada, las palabras sosegadas y el alejamiento de las diatribas del trabajo de C., que tantos trastornos nos causa a los dos. Pero había un tiempo en suspenso, que se cristalizó en el estatismo europeo del la sala donde disfrutábamos de la pescada y del bacalhau. Fuimos felices, como otras veces, sin grandes despliegues, gastos absurdos o excesos que solo traen consigo melancolía y tristeza. Braga nos iluminó en su cotidiana verdad.
+ Visitamos el Museu da Imagem. Una colección de retratos, donde pude reconocer a escritores y periodistas portugueses. Entre ellos, Borges, que aunque no es portugués, sino argentino, su apellido es indudablemente luso. Subimos las escaleras porque el ascensor no estaba en funcionamiento. Vimos con calma la exposición, sin hablar casi, con alguna observación sobre los retratados: C. me hizo ver que había tres fotos, colocadas una tras otra, en las que los retratados se tocaban las gafas, ¿tenía un significado? Deberíamos pensar en que solo hay intención comunicativa cuando está es patente por parte del emisor, pero el hecho ahí estaba. Buena excusa para hablar sobre las fotos, las personas y sus rostros, lo agradable que resultan los pequeños museos sin apenas visitantes. Reparamos en la intensa humedad y lo intrincado de la arquitectura interior, que sin embargo contribuían a trasmitir una idea muy adecuada a la muestra de fotos. Salimos y la realidad exterior contrastaba con lo visto hacía solo un momento. Los contrastes afirman lo plural de la vida, de lo cotidiano.
+ Compré A Filologia e o Presente, una colección de corros electrónicos entre H. U. Gumbrecht e Isabel Capeloa Gil. Poco más de cincuenta páginas, es decir, en el límite de lo que la Unesco considera un libro (49 páginas como mínimo, porque de lo contario es un folleto).
+ El regreso me produjo una agradable somnolencia. C. conducía y yo me dejaba llevar por la música y por el paisaje, por el ruido adormecedor del motor. Nada que decir, salvo sentir la marcha, el regreso. Pero una vez llegados a Valença, decidimos rehacer el camino por la costa y acercarnos a Caminha. Paseamos vimos tienda y compré prensa portuguesa, que leeré a lo largo de unas semanas, también compré una botella de Tawny, con las letras pintadas sobre el negro cristal en blanco. Qué hermosa son las botellas, transparencias como venenos. Caminamos y el día llegaba a su fin, disparé una foto y decimos regresar a casa. El día había terminado como empezó: con alegría, esa transmisión de la razón de vivir.
+ Al editar la entrada me doy cuenta de que la palabra comprar aparece en muchas ocasiones, pero son adquisiciones de bienes espirituales. ¿Se pueden adquirir los bienes espirituales?
+ Imagen: fotos que tomé en este día, un reflejo que quiere ser del tiempo que no regresa. Librería, museo y puesta de sol en Caminha, en las última horas del día.


