sábado, 21 de diciembre de 2019

Días de transición (y 6)






+ He regresado al gimnasio y vi lo que ya había visto tiempo atrás: gente que no abandona sus teléfonos móviles, las conversaciones contundentes y rápidas, tatuajes, el convencimiento de que la tarea bien hecha nos salvará, ansias de amor, la amistad, música, tecnología, el atuendo y la figura, un largo etcétera de rasgos que no se concretan, que despliegan verdades y mentiras. Ante la pantalla podría intentar describir a las personas y sus gestos, pero lo dejo a un lado. La melancolía del final del otoño que veo por la gran cristalera. Ese espacio que protege: el espesor de la sala, sus colores, la disposición de las máquinas para hacer ejercicio. Lo sé, me disperso, en el gimnasio también me disperso. Es mi condición.

+ Sin saber casi porqué llego a una serie de curricula de profesores universitarios. En alguno se detalla ampliamente aspectos de su vida: dirección, teléfono, estado civil, hijos (…) Son mimbres para un relato. Ahí veo la grandeza de la literatura, de los cuentos, de la novela: como eje para comprender este tiempo o como una aproximación a esa comprensión. Veo en el mapa en línea donde se encuentra la urbanización y alcanzo una idea de lo que podría ser una vida de clase media, una burguesía ilustrada, que comprende la precariedad y vota de una manera similar a la que voto yo. Que se amplíe esta clase es algo necesario. Profesionales liberales, altos funcionarios, profesores. Sueldos elevados e ideas de izquierda. Una comprensión sobre los problemas reales: pensiones, precariedad, vivienda. Vuelvo a ver la urbanización y se me aparece un relato, con sus aristas y láminas de felicidad e infelicidad. Pequeños jardines, garaje, un trastero donde el parter familias tiene su despacho: paredes tapizadas de libros interesante, donde me gustaría indagar, una cómoda butaca destinada a la lectura, una mesa, un ordenador, bolígrafos, olor a café y láminas y fotos que dan testimonio de los viajes, música barroca, algún recuerdo familiar, la foto de los padres, la foto de los hermanos, libretas y archivadores (…) He compuesto un escenario, me falta un conflicto, que debería relacionarse con una reflexión sobre este momento, sus problemas y la imposibilidad de soluciones fáciles. Divago, los segundo y los minutos se deslizan entre mis dedos, mientras escribo, pero qué hacer si es mi condición, la que me ha traído hasta aquí, para lo bueno y lo malo. Dejo de escribir, y ese personaje sin concreción dormirá en este no-espacio: el ordenador y la falta de correspondencia entre el contenido y el volumen, el espesor y sus adelgazamientos.

+ Esta entrada es la número 300. La primera entrada del blog es de marzo de 2014. Más de cinco años de cita semanal. ¿Es un mérito? Ninguno, porque su realidad se aproxima más a una medicación o a la oración. El blog es un medicamento necesario y, como tal, soy estricto con su dosificación y frecuencia. La necesidad de ser, la necesidad de la escritura como tarea y respiración. También hay un punto de disolución en las palabras, un dejar de ser para adquirir un otro yo, el que escribe y desaparece cuando la tarea está terminada. Pienso en las cosas que he contado, lo descrito y lo reflejado. Pienso también en las fotos y el certificado que emiten: momentos fosilizados, la pequeña muerte de lo ya vivido. Viajes, rutinas y lecturas. Etiquetas. Se avanza, cada semana se avanza, pero no hay un destino ya que la infinitud de la tarea hace que ésta se dirija hacia el fracaso. Ahí regreso porque de ahí he venido. ¿El fracaso o fragmentos de mis múltiples snobismos? La pantalla me acoge y me conecta con lo desconocido, ese yo que se oculta una vez que pongo el punto final. Nunca releo, pero observo la factura de la página: la distribución del texto y los títulos, las etiquetas, las fotos. Cada sábado, cada semana, una tarea que se ramifica y alcanza, tal vez, lo cotidiano. La vida ordinaria.


+ Primera hora, suena London Calling, el madero de la adolescencia que arroja la marea. Debería comparar la percepción que tenía con 18 y la que tengo hoy, una fusión de horizontes de expectativas. Pero no deseo otra cosa que una hoja blanca donde se contenga la posibilidad de la escritura.
 
+ Acabo un libro y comienzo otro. Los libros se acumulan. Montañas, montañas de libros. Libros que nunca leeré pero que ahí permanecen. Una enfermedad. Los observo. Más que montañas son maquetas de edificio, alturas que se elevan sobre el suelo, calles que los circundan, plazas y jardines. No quiero contar cuántos libros hay, quizá no sean tantos como puedo suponer.  Las bibliotecas personales, hace no demasiado tiempo, eran escasas y poco nutridas, privilegio que ha terminado por extenderse. Y con su democratización, también se extendió la enfermedad de poseer libros. La posesión de libros tiene algo misterioso y cercano más próximo al vicio que a la virtud. Ese vicio nos lleva a comprar libros repetidos, libros que hemos tomado de la biblioteca, libros que, lo sabemos, nunca vamos a leer. Me detengo y observo estos muros que he construido a lo largo del tiempo, veo lasa torres, su estructura fruto de la casualidad, el imposible desorden, la traza que describen con su aleatoria posición. Cuántas maneras hay de dejar huella, el reflejo del paso por la vida. Lo dicho, acumulo, acumulo y no sé dónde terminaré.

+ Ha comenzado la recuperación. Hoy miércoles acudí a la cita de la rehabilitación, a la fisioterapia. Amablemente me atendieron. Cómo agradezco los espacios y las personas que transmiten una cierta paz. Eran cerca de las cuatro y media de la tarde, todavía no llovía, pero sí se presentía su presencia torrencial. Entré. Me recibió una mujer que era más joven que yo. Sus ojos transparente, azules, las manos afiladas manejaban con destreza un Bic. Me fijé en la gruesa alianza, me fijé en la manicura y en la pulsera. Firmé un papel que certifica mi presencia. Comenzó a trabajar sobre mi codo, fue agradable pero también doloroso. Me asombró como mi brazo volvía a recuperar su movilidad. Más ejercicios y para finalizar una sesión en una máquina de campos magnéticos: 30 minutos. Junto a la máquina había una pila de revistas y libros. Tomé un libro. Era un libro de los años sesenta, en concreto del año 1966, año de mi nacimiento. Estaba dedicado por el autor a las trabajadoras de la sala de espera de Telefónica. Trataba sobre la figura de Kennedy, el autor era profesor en la Universidad Complutense, profesor de sociología. Estudié su foto, leí la biografía y volví a ver la foto: en un recuadro rectangular aparecía un hombre con periódicos bajo el brazo, un grueso abrigo, corbata, la contundencia de su figura recortada contra una nada urbana y cotidiana. Leí algunos fragmentos, en uno de ellos se decía que Kennedy y su equipo eran hombres de su tiempo y que habían utilizado todos los medios de comunicación de masas a su alcance para lograr sus objetivos, algo licito mientras no se traspasen los límites legales y éticos. Dejé el libro en su sitio y quedó esa sensación temporal, la verdad de todas las obras humanas, que terminarán, sin duda, en el vacío. Terminó la sesión de magnetismo, me despedí y regresé a la calle. Llovía intensamente y el mundo continuaba con su desarrollo hacia esa misma nada.

+ Hoy, viernes, regreso al trabajo. En primer lugar deberé de ver todo lo que ha sucedido en mi ausencia, lo que supone revisar el correo electrónico, los informes emitidos, los informes pendientes, llamadas y mensajes. Continuaré con la travesía de lo diario. El coche, los paisaje que no visito desde hace un mes y medio, la música clásica. El fin de la jornada laboral y el comienzo del fin de semana. El día se hará solo, el regreso es un mensaje para la biografía, la caducidad de lo humano.

+ Sala de recuperación: música, zumbidos y conversaciones. Me centro en el murmullo delicuescente, la suma de ruidos e interferencias. Una agradable reverberación, la temperatura es cálida y resulta un clima agradable, personas agradables. Fuera llueve con intensidad. El tiempo se ha detenido.

+ Imagen: 3 imágenes. Las tres se relacionan con Berlín: un buzón en Berlín, una hamaca tirada en la calle, también en Berlín,
casas próximas al parking low cost del aeporpuerto Sa Carneiro. Una suma de imágenes yuxtapuestas.