sábado, 28 de diciembre de 2019
Décalage
+ Un rasgo a destacar de este tiempo histórico es la velocidad, la hipervelocidad. La ausencia de pausas y la atolondrada sucesión de acontecimientos, declaraciones y evaluaciones, que pronto se ven sustituidas por otras no menos deletéreas y superficiales. Todo sucede muy rápido, demasiado rápido. Como un torbellino, las comunicaciones nos ofrecen una palpitante idea de cualquier problema pero sólo durará un instante, lo que dura un clic. Aparece un pequeño cuadro que a penas se desvanece otro ocupa su lugar. Soluciones sencillas para problemas muy complicados, problemas que ni siquiera alcanzamos a entender o a hacer un mapa de su totalidad. Son los tiempos del meme y del zasca, me digo, los tiempos de la acción rápida basada en aquello que deseamos escuchar. Se ganan elecciones, se ganan referendums. Acabo de ver la película Brexit, The Uncivil War, y creo que he comprendido algo, muy poco, muy poquito, pero algo solido: la velocidad y la disolución de lo íntimo rompen un orden para implantar otro orden, un orden que desconozco pero que terminará por solificarse. Herramientas políticas, la retransmisión en directo de cualquier acto y su propia modificación sin mayor objetivo que el poder. ¿Fake news, bulo o mentira? ¿Qué palabra se prefiere? Todo estaba ya en Maquiavelo, pero ahora através del turbo de la electrónica nos llega sin interrupciones. Seguiré en ello.
+ Hace tiempo compré uno de los tomos de las obras completas de Camilo José Cela. El tomo que corresponde a dos libros de viajes. Hoy lo abrí, después de haber leído algunas páginas sobre Historia de España en los años noventa del siglo XX. Los años noventa del siglo XX. Cela en aquellos momentos todavía vivía. Recuerdo que coincidí en una ocasión con él en un grupo de personas. Yo tendría poco más de veinte años. Permanecí en silencio y observé, atentamente observé. Poderosamente me llamó la atención su afabilidad, muy educado hasta que apareció una cámara de televisión. Fue una transformación asombrosa. Su semblante cambió y su voz se engoló hasta límites caricaturescos. Comprendí algo importante: yo en esa vía no tenía nada que hacer. No soy un publicista, ni un propagandista. Ahora lo recuerdo, tantos años atrás, pero abro el libro y se me cae de las manos. Una prosa bien medida, con ritmo, con la exactitud de la palabra que ha sido escogida con esmero, pero no deja de ser una palabra vacía, hueca, y de esta oquedad llega una de sus más importantes cualidades: la resonancia y la música, su música percutiva. Cierro el libro y me dispongo a salir. Es sábado, la Navidad está ahí y hoy me siento con una plenitud que se relaciona con mi regreso al gimnasio: el deporte tiene beneficiosos efectos, pero si pudiera darle a un botón o tomar una pastilla no iría a hacer ejercicio, pero ese, ese es otro tema. Cela duerme en un estante.
+ He recuperado Tinker, Tailor, Solider, Spy. Quizá esta noche tenga una cita con Sir Alec Guinness. Finalmente le dejo los discos a E., espero poder hablar con ella sobre el tema del espionaje, la ramificaciones que tiene en la política y en la narración.
+ Décalage se podría traducir del francés como desfase, desajuste, diferencia o desplazamiento. Prefiero la palabra francesa para titular la entrada por no traicionar un snobismo que me agrada, que se une, v. gr., a esa resistencia a abandonar mi viejo teléfono portátil, sin conexión a internet. Me retrato en estas acciones, pero con plena consciencia. ¿Siempre con consciencia plena?
+ En el gimnasio las nuevas máquinas se conectan a internet. He estado viendo la entrevista a Foucault en la Universidad de Lovaina. Me sorprendo pero pronto me centro en la entrevista. Foucault vuelve a hablar de los indicios difusos, que están más allá de los temas de moda.
+ He tratado de conectar la cinta de correr a internet una vez más y no ha sido posible, me centro en mi reproductor de Mp3 y veo que es suficiente. Hay algo de oración en el ejercicio físico y la música seleccionada contribuye a esta expansión, a la identificación del yo con un incierto vacío. Y así llego a la conclusión de que una de las razones del ejercicio inmoderado es anular la multiplicidad del yo. Algo que se puede denominar ansiedad se ve reducida, anulada. La unión del deporte con otros géneros adictivos no se puede soslayar. La ludopatía, el alcoholismo, la adicción al trabajo (…)
+ Un día me cansé y no volví a ningún concierto de rock. No estaba dispuesto a participar en las liturgias y rituales propios de tales acontecimientos. Me alejé y no he vuelto. Ahora, poco a poco, me alejo de la propia música, del roquerío. Hacia donde me conduce es a un replanteamiento de mis propias certezas, es decir, de mi mismidad. Desvestirse de la propia personalidad, un rechazo manifiesto de las posibilidades del yo. Se une esto a lo anterior, no por paralelo, sino por complementario.
+ He vuelto a ver el programa sobre reformas y construcciones que se emite en la BBC y que está disponible en línea. Trato de ver los edificios que aparecen en el programa como una lectura, más que como espacios donde habitar. Me gustaría llegar a lo biográfico, aquello que se refleja en las elecciones y no deja de ser un indicio difuso, que precisa concreción. No lo consigo. He de articular una autobiografía que me sirva para conjurar el mal del tiempo, su paso y esa certeza que tiende hacia la contabilidad y el balance. Me preparo para dormir y creo que una casa es más que un reflejo, pero tampoco tiene mucha importancia.
+ Imagen: Madrid en noviembre, gente que dispara fotos cuando el sol se va a poner. Recuerdo la agradable temperatura, un cielo de un rosa pastel imposible, una cierta alegría en las personas que paseaban por el parque del Oeste. No me queda otra cosa que esta foto, salvo el recuerdo de la templada atmósfera y la certeza de la pérdida
sábado, 21 de diciembre de 2019
Días de transición (y 6)
+ He regresado al gimnasio y vi lo que ya había visto tiempo atrás: gente que no abandona sus teléfonos móviles, las conversaciones contundentes y rápidas, tatuajes, el convencimiento de que la tarea bien hecha nos salvará, ansias de amor, la amistad, música, tecnología, el atuendo y la figura, un largo etcétera de rasgos que no se concretan, que despliegan verdades y mentiras. Ante la pantalla podría intentar describir a las personas y sus gestos, pero lo dejo a un lado. La melancolía del final del otoño que veo por la gran cristalera. Ese espacio que protege: el espesor de la sala, sus colores, la disposición de las máquinas para hacer ejercicio. Lo sé, me disperso, en el gimnasio también me disperso. Es mi condición.
+ Sin saber casi porqué llego a una serie de curricula de profesores universitarios. En alguno se detalla ampliamente aspectos de su vida: dirección, teléfono, estado civil, hijos (…) Son mimbres para un relato. Ahí veo la grandeza de la literatura, de los cuentos, de la novela: como eje para comprender este tiempo o como una aproximación a esa comprensión. Veo en el mapa en línea donde se encuentra la urbanización y alcanzo una idea de lo que podría ser una vida de clase media, una burguesía ilustrada, que comprende la precariedad y vota de una manera similar a la que voto yo. Que se amplíe esta clase es algo necesario. Profesionales liberales, altos funcionarios, profesores. Sueldos elevados e ideas de izquierda. Una comprensión sobre los problemas reales: pensiones, precariedad, vivienda. Vuelvo a ver la urbanización y se me aparece un relato, con sus aristas y láminas de felicidad e infelicidad. Pequeños jardines, garaje, un trastero donde el parter familias tiene su despacho: paredes tapizadas de libros interesante, donde me gustaría indagar, una cómoda butaca destinada a la lectura, una mesa, un ordenador, bolígrafos, olor a café y láminas y fotos que dan testimonio de los viajes, música barroca, algún recuerdo familiar, la foto de los padres, la foto de los hermanos, libretas y archivadores (…) He compuesto un escenario, me falta un conflicto, que debería relacionarse con una reflexión sobre este momento, sus problemas y la imposibilidad de soluciones fáciles. Divago, los segundo y los minutos se deslizan entre mis dedos, mientras escribo, pero qué hacer si es mi condición, la que me ha traído hasta aquí, para lo bueno y lo malo. Dejo de escribir, y ese personaje sin concreción dormirá en este no-espacio: el ordenador y la falta de correspondencia entre el contenido y el volumen, el espesor y sus adelgazamientos.
+ Esta entrada es la número 300. La primera entrada del blog es de marzo de 2014. Más de cinco años de cita semanal. ¿Es un mérito? Ninguno, porque su realidad se aproxima más a una medicación o a la oración. El blog es un medicamento necesario y, como tal, soy estricto con su dosificación y frecuencia. La necesidad de ser, la necesidad de la escritura como tarea y respiración. También hay un punto de disolución en las palabras, un dejar de ser para adquirir un otro yo, el que escribe y desaparece cuando la tarea está terminada. Pienso en las cosas que he contado, lo descrito y lo reflejado. Pienso también en las fotos y el certificado que emiten: momentos fosilizados, la pequeña muerte de lo ya vivido. Viajes, rutinas y lecturas. Etiquetas. Se avanza, cada semana se avanza, pero no hay un destino ya que la infinitud de la tarea hace que ésta se dirija hacia el fracaso. Ahí regreso porque de ahí he venido. ¿El fracaso o fragmentos de mis múltiples snobismos? La pantalla me acoge y me conecta con lo desconocido, ese yo que se oculta una vez que pongo el punto final. Nunca releo, pero observo la factura de la página: la distribución del texto y los títulos, las etiquetas, las fotos. Cada sábado, cada semana, una tarea que se ramifica y alcanza, tal vez, lo cotidiano. La vida ordinaria.
+ Primera hora, suena London Calling, el madero de la adolescencia que arroja la marea. Debería comparar la percepción que tenía con 18 y la que tengo hoy, una fusión de horizontes de expectativas. Pero no deseo otra cosa que una hoja blanca donde se contenga la posibilidad de la escritura.
+ Acabo un libro y comienzo otro. Los libros se acumulan. Montañas, montañas de libros. Libros que nunca leeré pero que ahí permanecen. Una enfermedad. Los observo. Más que montañas son maquetas de edificio, alturas que se elevan sobre el suelo, calles que los circundan, plazas y jardines. No quiero contar cuántos libros hay, quizá no sean tantos como puedo suponer. Las bibliotecas personales, hace no demasiado tiempo, eran escasas y poco nutridas, privilegio que ha terminado por extenderse. Y con su democratización, también se extendió la enfermedad de poseer libros. La posesión de libros tiene algo misterioso y cercano más próximo al vicio que a la virtud. Ese vicio nos lleva a comprar libros repetidos, libros que hemos tomado de la biblioteca, libros que, lo sabemos, nunca vamos a leer. Me detengo y observo estos muros que he construido a lo largo del tiempo, veo lasa torres, su estructura fruto de la casualidad, el imposible desorden, la traza que describen con su aleatoria posición. Cuántas maneras hay de dejar huella, el reflejo del paso por la vida. Lo dicho, acumulo, acumulo y no sé dónde terminaré.
+ Ha comenzado la recuperación. Hoy miércoles acudí a la cita de la rehabilitación, a la fisioterapia. Amablemente me atendieron. Cómo agradezco los espacios y las personas que transmiten una cierta paz. Eran cerca de las cuatro y media de la tarde, todavía no llovía, pero sí se presentía su presencia torrencial. Entré. Me recibió una mujer que era más joven que yo. Sus ojos transparente, azules, las manos afiladas manejaban con destreza un Bic. Me fijé en la gruesa alianza, me fijé en la manicura y en la pulsera. Firmé un papel que certifica mi presencia. Comenzó a trabajar sobre mi codo, fue agradable pero también doloroso. Me asombró como mi brazo volvía a recuperar su movilidad. Más ejercicios y para finalizar una sesión en una máquina de campos magnéticos: 30 minutos. Junto a la máquina había una pila de revistas y libros. Tomé un libro. Era un libro de los años sesenta, en concreto del año 1966, año de mi nacimiento. Estaba dedicado por el autor a las trabajadoras de la sala de espera de Telefónica. Trataba sobre la figura de Kennedy, el autor era profesor en la Universidad Complutense, profesor de sociología. Estudié su foto, leí la biografía y volví a ver la foto: en un recuadro rectangular aparecía un hombre con periódicos bajo el brazo, un grueso abrigo, corbata, la contundencia de su figura recortada contra una nada urbana y cotidiana. Leí algunos fragmentos, en uno de ellos se decía que Kennedy y su equipo eran hombres de su tiempo y que habían utilizado todos los medios de comunicación de masas a su alcance para lograr sus objetivos, algo licito mientras no se traspasen los límites legales y éticos. Dejé el libro en su sitio y quedó esa sensación temporal, la verdad de todas las obras humanas, que terminarán, sin duda, en el vacío. Terminó la sesión de magnetismo, me despedí y regresé a la calle. Llovía intensamente y el mundo continuaba con su desarrollo hacia esa misma nada.
+ Hoy, viernes, regreso al trabajo. En primer lugar deberé de ver todo lo que ha sucedido en mi ausencia, lo que supone revisar el correo electrónico, los informes emitidos, los informes pendientes, llamadas y mensajes. Continuaré con la travesía de lo diario. El coche, los paisaje que no visito desde hace un mes y medio, la música clásica. El fin de la jornada laboral y el comienzo del fin de semana. El día se hará solo, el regreso es un mensaje para la biografía, la caducidad de lo humano.
+ Sala de recuperación: música, zumbidos y conversaciones. Me centro en el murmullo delicuescente, la suma de ruidos e interferencias. Una agradable reverberación, la temperatura es cálida y resulta un clima agradable, personas agradables. Fuera llueve con intensidad. El tiempo se ha detenido.
+ Imagen: 3 imágenes. Las tres se relacionan con Berlín: un buzón en Berlín, una hamaca tirada en la calle, también en Berlín, casas próximas al parking low cost del aeporpuerto Sa Carneiro. Una suma de imágenes yuxtapuestas.
sábado, 14 de diciembre de 2019
Días de transición (5)
+ Fotos y cuadros de Charles Pollock, el hermano de Jackson. Es un suplemento de Le Monde, una agradable compañía en la tarde de un viernes sin etiquetar [he perdido una cierta noción del tiempo, pues los días se han equiparado entre sí]. Veo las fotos y estudio los dibujos, busco su nombre en la red y me devuelve un autorretrato que tiene un aire renacentista o que se asemeja a otros vistos de Otto Dix. Hay un hilo que no se interrumpe entre una percepción y el recuerdo de exposiciones visitadas hace ya algunos años. Me interesan los rostros, su variable expresión, lo que comunica y lo que ocultan, soy partidario de su lectura atenta. Todo es susceptible de ser leído, todo tiende a convertirse en texto: descripción, análisis, valoración, conclusiones. Sumo la idea que adquirí en Hockney, esa idea que valora lo cotidiano como un venero de inusitadas sensaciones y posibilidades. El mundo se abre como abrimos los libros. En su extensión me someto a la disciplina solitaria de la lectura. Dejo la revista y me entrego a los preámbulos de la siesta. Apagaré la luz, escucharé Europe1 y me adormeceré. Un camino ya recorrido, pero todavía agradable.
+ El sueño es la imagen de la muerte, en ello pienso mientras se acerca la hora de que C. llegue para recogerme e ir hasta Panxón. Acabo de despertarme. Recojo Estética de la crueldad, de Fernando Castro Flórez. Algunas cosas sobre Kosuth: «La única pretensión del arte es el arte mismo. El arte es la definición del arte». ¿Es necesario tener un guía en el museo? ¿He trasladado esa visión a la vida ordinaria, la cotidiana? ¿Por qué y cómo me afecta la elegida presencia del arte [contemporáneo]? Un incremento, una nota de estilo, la senda del snob. Confesarse ante el espejo, como día Jorge Martínez, Ilegales, «Hay un tipo dentro del espejo / que me mira con cara de conejo. / Oye tú, tú que me miras: / ¿es que quieres servirme de comida?» El tipo con cara de conejo es uno mismo ante la infinitud de la reproducción en el azogue. El sueño me ha dejado traspuesto, esa sensación se traslada a la lectura y, ahora a la escritura. La muerte y el sueño se igualan en el aislamiento que tiene tanto el cadáver como el durmiente. He resucitado y el libro me acompaña en el regreso a la vida.
+ Domenico Scarlatti - Sonatas, Ivo Pogorelić.
+ Capas de color que se superponen, el espesor de la tarde, un incendio en la memoria, la mirada ausente de un gato que se queda dormido. Por error / casualidad llego a un vídeo de la BBC sobre reformas y construcción de casas. La suma de los momentos, la tranquilidad después de la tarea completa, los libros por leer, los libro que no recuerdo haber leído. Sigo con el documental y descuido la tarea (?) de mi escritura. En realidad lo que menos me importa es la construcción de la casa en sí, lo que me resulta particularmente interesante es la voluntad de construir, compartida por los dos arquitectos, la propietaria y los albañiles. El particular aspecto del trabajo resulta digno de observación cuando se percibe esa seriedad en la tarea, la misma seriedad que emplean los niños en sus juegos. Creo ver ahí un núcleo vital, que proyecta la vida diaria hacia ese falsa eternidad que nos permite vivir, la sensación de eternidad. La eternidad como meta, la eternidad como tranquilizante.
+ En el resultado se mezcla la concreción de lo proyectado con, por ejemplo, el rastro de la vida (los juguetes desperdigados en montañas y aleatorias acumulaciones), elementos que rompen la simetría (muebles heredados y cuadros ¿sin gusto?), las herramientas del trabajo diario (pantallas de ordenador, escalímetros o diccionarios de sinónimos). La vida diaria otorga un extraño conocimiento que es difícil describir, pero que palpita. Sinuosa e inesperada, en ella descanso.
+ En tiempo y dentro del presupuesto, es ésta la condensación del programa sobre la reforma y construcción de viviendas.
+ Otros mundos, la escritura: proyecto, construcción y presupuesto.
+ Y uno llega a un hombre que compra mobiliario y objetos decorativos para los súper ricos del Reino Unido. Me gusta oír hablar en inglés, este inglés de la clase alta, tan particular. La pasión por comprar, dice sin disimulo y añade que no es de buena educación hablar dinero, de precios. En un comentario sobre el vídeo alguien dice que mejor sería explicar cómo se han conseguido esas descomunales cantidades de dinero. Pero la belleza está ahí: una lámpara de láminas de un material transparente, leve y amarillo, donde se esconden luminarias que simulan diente de león, pero, nos explica, el diente de león se trae de Rusia, se deshace y se pega uno a uno sobre la luminaria. Son 15.000 £. Aquí planteamos la diatriba: cuántas personas no llegan a esa cantidad en un año, y, a renglón seguido, ¿no es demagogia, pues de ese exquisito bibelot mucha gente vive, tiene un trabajo (etc)? Qué paradójico, qué responder. Un poco más adelante leo una entrevista con Piketty donde habla de una supresión de los impuestos indirectos por injustos y una herencia universal de 120000 euros cuando el ciudadano cumpla 25 años. Comparo lo uno con lo otro en un ejercicio de suspensión del juicio; al tiempo, certifico mi interés por el amplio campo de la vida cotidiana. Llueve, ese ritmo guía mi pensamiento.
+ He terminado el artículo y se lo envío a mi directora. La espera, el resultado de la evaluación. El necesario ejercicio de someterse al criterio de los que tienen un mayor conocimiento y experiencia que uno. Llueve, intensamente, llueve.
+ Cuadros que reflejan la vida dentro de una maqueta. Esa inquietante perfección de los maniquíes, el hiato que producen las estatuas de cera mediante sus dudosos parecidos, la transición entre la vida y la muerte, la descomposición del gesto y la pérdida de luz que afecta a la piel y a los ojos. Veo otra vez los cuadros, pasan en una serie descompuesta, observo la reiteración de las figuras, su repetición. Admito la razón artística, pero mi lectura es otra: alejada del interés por la decoración, centrada en las posibilidades descriptivas de los salones donde se colgarían estos lienzos. La construcción de un escenario es el primera paso para la divagación. Todavía no ha amanecido, cierro el navegador y dejo a su suerte estos cuadros que me han interesado por su perfecta técnica, por la desdibujada presencia de las personas, por la repetición de los motivos, lo decorativo de la mueblería; pero deben desaparecer en el errático ir y venir de las realidades que surgen por azar desde lo aleatorio de la red. ¿Soy yo el que busca o es el contenido el que me busca a mí?
+ Imagen: desde las alturas del Monte Saint-Michel. Como peregrinos: así recorren los esteros. Un descomponer la figura sintomático.
sábado, 7 de diciembre de 2019
Días de transición (4)
+ Comienza la cuarta semana de postración. Es un tiempo de escritura y reflexión. Sobre la lectura, el tiempo que no ha de volver y los matices que la edad otorga. El dolor ha remitido gracias a la medicación, pero hay un malestar que tiene relación con la pérdida de referencias, de como los días de la semana se han equiparado en una igualdad debida a la ausencia de límites. Los límites muchas ocasiones otorgan capacidad creativa. El tiempo comprimido, el tiempo en la cuadrícula del calendario y las obligaciones otorga tranquilidad. Así, en este momento, recuerdo aquello de Heidegger sobre la aprensión de la sustancia de la existencia, en manos de los ociosos, aburridos o angustiados. Esa triada ofrece un enfrentamiento con la verdad del tiempo, ese ser en el tiempo al que nos debemos. La postración me acerca a ese punto de vista, la lectura y la escritura me alejan de la misma angustia. Las obligaciones nos salvarán, por ejemplo esta misma escritura.
+ Sábado, comienzo a tomar notas en el ordenador. Para aislarme he puesto a Eric Satie en el reproductor de vídeo en línea. No puedo deja pensar Honfleur, los días de Normandía. Amenaza lluvia. Son las nueve y cuarto de la mañana. Las nubes, el final del otoño, recuerdos de personas que ya no están, personas que no volverán, personas que se han convertido en extraños. Nuevos amigos que se interesan por nuestra salud. La postración da para mucho, sobre todo para una dulce melancolía. Eric Satie describe un tiempo que no fue nuestro, pero hoy lo asumimos. Escribir, tal vez escribir.
+ Debo abandonar a Eric Satie. Sólo puedo trabajar con Bach. ¿Son manías o es mi ecosistema? La construcción de un ámbito aunque nos defina va más allá, llega a condicionar el futuro. El futuro no existe, pero la presencia de Bach es tan poderosa como llena de inspiración. Continua esa escalada que me ofrece Bach, como si pudiera volver a ver las montañas a las que ascendí, el enfrentamiento a una escala muy superior, incluso a la dimensión de la gran ciudad. Pero aquí se condensa y se plasma ese impulso que la música otorga.
+ Postrado, escribo en la cama. He construido un aparataje con cojines, libros y atriles para partituras que me permiten escribir sin dolor. Curioso este dolor físico que me ataca en la escritura, muy lejos de un dolor romántico donde el yo se enfrenta a sí mismo para llegar a lo más profundo de su esencia, a la verdad nuclear que ha de irradiarse en torno a la creación. El dolor concreto tiene un aspecto adecuado para la interpretación. Pero no quiero interpretar, sino lograr un avance en la tarea, quiero llegar a la meta y olvidar esta tarea para comenzar con otra, y así. Se desvanece la noche.
+ De un lugar a otro, llego a The Soft Parade. Paso a un mix de los propios Doors. La música de los Doors tiene un gran poder evocador, bajo su envolvente sonido, el ritmo exacto, marcado por el órgano en conjunción con la batería y el bajo, otorga un colchón que me traslada a paisajes a los que nunca he llegado. Lo sé, he soñado con tierras de California y tiene sentido porque ahora se recuperan. Me detengo y espero un poco más. Me fascina ese órgano, su profundidad, la autonomía, la organización sobre el conjunto; marca rutas y transforma ese mundo propuesto en una posibilidad. Soñé con California y nunca estuve allí, pero su presencia era tan fuerte que me constó regresar al mundo de los vivos. Ahora se muestra en su extraña realidad aquel sueño: ¿Break On Through (To The Other Side)? Quizá vi alguna de aquellas guitarras en una exposición en Londres, tal vez no.
+ Dice Aristóteles que la madurez física se alcanza a los treinta y cinco años y la madurez intelectual, cuando falta uno para los cincuenta. Aquí estoy.
+ Hoy he ido a la revisión semanal. Llego un cuarto de hora antes de la cita, con el libro que siempre llevo: Normas para el parque humano, he comenzado la segunda lectura de este breve tomo. La doctora me recibe y me dice que evoluciono bien pero que debo tener paciencia, todavía debemos esperar. Me ha dado cita para el fisio. Salgo a la calle. No he leído casi nada de Normas… Sin embargo, camino y guardo esa idea de que la lectura ha caducado como actividad para establecer la necesaria inhibición del animal humano. Veo a las personas caminar pendientes de sus teléfonos y sé que estoy fuera de ese mundo, no en la totalidad, pero sí en una buena parte. A veces dudo si es malo estar fuera, pero no me gusta, no me apetece tener un smart-phone. Ni siquiera es una postura snob, que también. ¿Es bueno o malo? No es momento de juicios morales, tengo cincuenta y tres años.
+ Imagen: 14, todo lo que cabe en este número; por ejemplo: piso 14.
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