sábado, 23 de noviembre de 2019

Días de transición (2)


Honfleur - nostalgie


+ Hablamos sobre Madrid, de las vistas que ofrece la terraza del Edificio España [donde recientemente he estado], también de lo hermosos que resultan los días despejados de otoño en los parques madrileños, el perfil de los árboles y la tonalidad de las hojas esparcidas por los senderos. L. estaba inquieta, su examen se aproxima y, aunque no sea una condena, se percibe un salto en el tiempo, una distancia que la aisla. Fronteras que se equiparan con muros. Lo entiendo. C., L. y yo tomamos un café y en pocos minutos intercambiamos noticias y anécdotas. Viajes, coches y posibilidades. Un reflejo, la transición hacia el futuro, la edad que se posa en nuestros cuerpos, en nuestros rostros. Escribo  y sé que es un hablar silencioso, una conversación con amigos que nunca conoceré. Mientras C. regresaba a la habitación donde su madre se recupera, L. se desdibuja en la masa.

+ Me gusta el negro. Un coche, la noche, unos zapatos. No llevo reloj, mi teléfono es un desastre y está anticuado, es muy viejo. Mi teléfono es negro. Todo ello representa un estudiado snobismo, es mi partido: la individualidad. Pero voy a votar y creo en lo común, me resisto a aceptar las grandes razones de los que sólo buscan su propio interés, se trata de confiar en un deber no escrito y en un contrato con el imperativo categórico. Me gusta el negro y escucho la radio francesa un jueves cualquiera, mi postración y la dificultad para escribir. La tinta azul de la pluma, la pluma que duerme en su estuche negro. La pluma es negra. Un conjunto de razones que restringen el comportamiento. Sin ambigüedad.

+ Le han otorgado el premio Premio Cervantes a Joan Margarit. Recupero de una columna de libros el volumen de Cátedra que se titula Arquitecturas de la memoria. Es una antología y entre todos los poemas busco uno que se titula «Paisarge a prop de l’aeropor - Paisaje cerca del aeropuerto», pertenece el poema al libro Estació de França - Estación de Francia. Vuelo a leerlo y confirmo mi intuición, aquélla mi primera intuición. Compré este libro en la librería Pasaje, en la calle Génova, en Madrid. Fue hace dos o tres años. Recuerdo el momento, recuerdo la sonrisa de la dependienta. La librera era joven y poseía un entusiasmo limpio, una alegría vital que se extendía desde sus afiladas manos hasta su liso pelo negro y sus ojos profundos. Pagué y sonrió mientras me deseaba una buena tarde. Salimos a la calle y ya era noche y caminamos sin rumbo hacia una cafetería que ya no existe, vestigios de los años setenta que se van difuminando, desvaneciendo. Dejé el libro junto a la taza de café negro. Lo observe, observé el rostro de J.M. en la portada, con casco, entre las torres de la Sagrada Familia, entre andamios. Me gustaba la noche desde la atalaya de la cafetería, suave y blanda, con destellos de falsa épica, opacidad en los rostros, equiparados en su inquietante reiteración, el libro era emblema y la conversación era la síntesis de la amistada . Abrí el libro mientras K. iba al baño. Leí un poema y supe que, una vez, más había acertado. Entendí algo sobre el paisaje, la memoria y el amor, sedimentos que trascienden el hecho físico del libro, que se entrelazan con lo biográfico y lo histórico, para ofrecer esas señales que no podemos encontrar en otros ámbitos. Una faceta de la poesía, esa sabiduría de lo inefable [que se debe preservar de los análisis académicos]. Meses más tarde, Joan Margarit dijo en una entrevista en El Mundo que votaría a favor de la independencia el 1 de octubre, aquél simulacro de referéndum. Me molestó y ya no me molesta, porque hoy lo valoro en un sentido muy diferente al que lo valoré en su momento: la ironía es una  herramienta de corte fino y exacto. Tantas cosas han sucedido: nacimientos, muertes, retornos y partidas. Los poemas están aquí, por encima de posiciones políticas, pero, al mismo tiempo, por encima de mis posiciones políticas: el lector tiene esa capacidad para despojarse de casi todo. Abro el libro y regresa aquella tarde en Madrid y los esbozos, el dibujo de las calles, los árboles y los adolescentes que se dirigían a sus ocupaciones, regresa el libro, la librería, aquella sensación de plenitud. Los poemas viven a pesar de los autores, los poemas viven en ese ecosistema que son los anónimos lectores, que debido a su propia finitud dan sentido a lo escrito. La irrelevancia es un regalo. Así es la literatura, un océano de ambigüedad, porque es la ambigüedad moral permite separar con precisión al autor y a la obra. No juzgo, me dejo en esa razón que nunca se alcanza a nombrar.

+ Sigo con interés los discursos políticos. Con interés y distancia. Puedo ver a través de las palabras, pero no creo que sea un don sino es que los velos se han caído. La edad.

+ La nostalgia [= el nostos, el regreso, particularmente en la Odisea, pero también por extensión en la Ilíada] me lleva a consultar el tiempo que hace en Caen. Llueve, hace frío. Recuerdo sus calles, recuerdo un bar, un parque. Todo lo que habita en la memoria ha de morir, pero puede resucitar. He soñado con Normandía. Desde que C. y yo viajamos a Normandía, es un territorio unido a la infancia, siempre estuvo ahí: Le Mont Saint-Michel, las playas del Desembarco, el paisaje (carreras secundarias, los chateaux, el ganado en los prados infinitos). Ahora descanso en su recuerdo, mientras postrado escribo.

+ He perdido el tiempo con los vídeos que me ofrece el reproductor en línea. De un un punto a otro, he llegado a un viejo programa de la TVG donde se presentan diversas casas, que si tienen un punto en común: el precio que yo les supongo elevado, muy elevado. El catálogo es variado, pero, al final, me afirmo que el único sentido del programa es la constatación de una biografía, el certificado de un triunfo que se plasma en la magnificencia del hogar.  Casas de gusto pésimo, donde se han invertido grandes cantidades de dinero, casas agradables, casas neutras. Arquitectos solemnes que no terminan de articular un discurso coherente, salvo por las alabanzas a los materiales y al funcionalismo, para rematar en la unión entre arte y función. Arquitectos discretos, reflexivos y tristes. Propietarios orgullosos de su espacio y de la acumulación de objetos: una casa muy vivida. No comparto ese espíritu de nuestro tiempo, la razón y la exhibición del triunfo y el dinero, pero, lo que es más importante, la suma de emblemas, de temas vitales: la biblioteca, las esculturas, la colección de figuritas, el burgués piano, cuadros, muebles heredados o construidos a medida, vestidores y acumulación de zapatos y bolsos muy caros (“siempre voy a los clásicos, porque son una inversión” y la propietaria nos enseña tres o cuatro bolsos que ninguno baja de 2.000 €, y repite la palabra “inversión”). Apago el ordenador y regreso, por un momento, a Houellebecq y creo que uno de sus grandes hallazgos es capturar esa clase media alta de nuestros tiempos, un nihilismo rampante.

+ [ITV]: Mi hermano E. conduce porque yo no puedo: mi lesión, mi postración. Mi modesto automóvil debe pasar su revisión anual. Para limpiar el tubo de escape de carbonilla, antes de acudir a la estación de la ITV, ascendemos por una carretera de montaña. Marchas cortas y acelerador a fondo. El coche expulsa una espesa nube negra. El trabajo está hecho. Continuamos la ascensión y vemos las montañas arropadas por la niebla, por esa fina niebla que trae lluvia, humedad y frío. Me duele el brazo y siento un mareo conocido, un malestar que he sufrido en otras ocasiones. Paramos y me quito el plumas. El frío hace que me encuentre mejor. Llegamos a la estación de la ITV, seguimos los trámites necesarios y esperamos. Pasamos al corredor donde examinan el coche. Mi hermano baja y sube un operario, le digo que el coche es mío pero que no puedo conducir porque me he roto la cabeza del radio. Lo comentamos y me desea suerte. Resulta un momento agradable. Veo confirmada mi sospecha: ahora la gente es más educada, lo que yo entiendo por un comportamiento europeo. Me satisface ese punto de comprensión mutua. Sigue el proceso y el coche pasa la prueba. Llueve intensamente.

+ Imagen: Honfleur - nostalgie.