sábado, 26 de octubre de 2019
Idées reçues
+ Hace muchos años creí ver en el espejo el reflejo del rostro de Baudelaire, esta semana vi en otro espejo al poeta Antonio Colinas. Me he preguntado si esto tiene un significado. Tomé una antología de Antonio Colinas y me dispuse a leer. Caí en el sueño y soñé con librerías y bibliotecas. No tenía solución.
+ [Sobre la precariedad]. Desde hace unos días no dejo de pensar en el gran abismo que se abre ante el que pierde el trabajo y sabe que no va a encontrar otro. En la última entrada del blog hablaba de un conocido que tuvo cargos importantes en la administración del estado, relevancia en el campo artístico como crítico, influencia a través de revistas de artes, no he dejado de pensar en él. En su situación. Tiene más de cincuenta años y se ha convertido en una persona extraña: tan delgado, con ropa vieja y revestido de una tristeza fosilizada. Huidizo, encorvado y, en su estatura, lejano. Lo veo caminar, lo veo en su bicicleta, lo veo en alguna terraza, siempre imbuido en sí mismo. Ha roto con su pareja, vive con sus padres (dos ancianos que superan con creces los ochenta años), y, según me contó quien me lo contó, se dedica a tratar de vender un piso de su propiedad. El dinero es algo serio, me digo. En otros tiempos tenía un punto de soberbia y un acento de seducción, el encanto acanallado y fugitivo. Un hombre atractivo con cierto savoir faire, un estar que nadaba entre el tabaco, el café y la cocaína, tras lo que se entregaba a sesiones interminables de lectura y escritura. Acumulación de libros y el reflejo del amanecer en su estudio. No es culpable de nada, sino que le ha atrapado la rueda de la fortuna. Hoy arriba, mañana abajo. Nunca se detiene en sus caprichos.
+ Los alquileres son imposibles, los salarios escasos y el trabajo poco y malo. La precariedad se extiende. Todo tiende a saturarse, porque hay un punto de no retorno. Los derechos laborales funcionan así, como la marea que sube y baja. No es tolerable que con el salario mínimo interprofesional no se pueda vivir. Mientras, otros, nos entretenemos con libros y escritos, pero los libros tienen su importancia. La lectura es la semilla del pensamiento crítico, alejarse de la lectura es alejarse de la comprensión. Pero los salarios no dejan de perder poder adquisitivo. En eso estamos, en ello pienso, pienso mucho. Vale.
+ En una foto de John le Carré soy capaz de identificar un libro entre muchos: White Teeth de Zadie Smith. Recuerdo cómo me deslumbró la novela. Creí encontrar una explicación a ciertas preguntas sobre el Reino Unido. Sin embargo, yo entiendo que, ahora, más que respuestas se trata de elementos que se van sumando y disuelven las preguntas o las replantean, pero otras nuevas surgen. También recordé las novelas de John le Carré, la lectura que hice a principios de año en un viaje a Madrid. Con las dos novelas en el recuerdo no puedo dejar de reafirmar que la novela es la centralidad del canon, que se impone sobre otras narraciones más fácilmente digeribles. Regreso a la tarea.
+ Me dijo que ya solo escucha música clásica. Asiento sin llegar a responder por qué se van quedando a un lado otras músicas, salvo por envejecimiento. ¿La serenidad, la apatía, la edad? Acabamos el café y hablamos de conocidos, desdibujados en el paisaje de la ciudad, pensé en Sibelius en la Filarmónica de Berlín. Hablamos de Berlín y le dije que no es una ciudad que me guste, pero tampoco me disgusta. Sólo indiferencia. A destacar el transporte público. Se rió, soy paradójico y lo sé manejar. Me envuelvo en mi bandera: la nada. El vacío. Pensé en lo que me había contado y bebí un sobro del café. Su cerveza era dorada y la tarde tenía un tono plomizo que me recordó los días en Normandía. ¿Está lejos Normandía? Lo suficiente. Los viajes, y no abjuro del turismo. El turismo nos define, ya no es posible ser un viajero, sólo nos queda el turismo, pero, esa es mi esencia, somos observadores, observo: gente, edificios, el discurrir de las nubes, los bares, los coches, las playas, las mareas, las granjas, vacas y ovejas. Normandía. Sí, compré algunos libros y compré queso, fue complicado traerlo hasta casa, pero lo conseguí. Hoy es martes, lo sé. Hablamos y terminamos el café y la cerveza. Su perra estaba inquieta y me ladraba, quería que la acariciase. Así lo hice, su pelo encrespado, el calor animal, el olor acre que desprendía todo su volumen. Se alejaron y la perra me volvió a ladrar. Envejecemos, envejecemos bien, es algo que los tres tenemos en común: él, la perra y yo. Música clásica.
+ Me quedé dormido a las once de la noche y caí en un profundo sueño que merecería un análisis de sus imágenes, pero me parecen importantes las imágenes en sí mismas, más que su posible significado. Italia, Bolonia, un viaje en coche. El deseo es ingrato, injusto, venenoso, me dice alguien en un tienda de ropa. Dependientes amables, magníficas americanas, hermosos cuadros donde se pueden ver grandes fotografías de chicas incrustadas en el Renacimiento italiano a pesar de su atuendo actual. Me despierto a las seis de la mañana, desayuno mientras escucho las noticias. Ayer la vi después de mucho tiempo, me pregunto si el sueño tiene que ver con ella, me pregunto que puntos de conexión puede haber entre mi turismo onírico y su persona. Nerviosa, contenta, con extrañas ideas de niña, de mujer que no ha perdido una cierta inocencia y que contrasta con la potencia de su inteligencia. No ha vuelto a tocar el piano, me comentó algo sobre cómo se deben estudiar las partituras, clases de inglés y ejercicio físico, actividad y el horizonte de los hijos, su marido, el adosado en la zona cara de la ciudad, ágil y transparente. Ha engordado y esto es bueno, en su caso es un síntoma de salud. Nos despedimos. Llegué a casa, dejé los libros que había cogido en la biblioteca y me tiré en cama [estaba cansado]. Música clásica aleatoria. Un clave que no puedo identificar. Barroco, profundo, lejano. Pensé en su vida y me dije que pensar no es muy conveniente. Cené frugalmente, hablé con mi padre de novelas y de tiempos lejanos, atesoré sus palabras en previsión de su ausencia y consciente del gran valor que tienen. Le dije que estuve con ella y sólo me preguntó si la había visto bien, si estaba bien de salud. Le dije que sí y me di cuenta que poco más se podía decir. Volví a mi habitación y leí un poco antes de acudir el sueño: las breves entradas de Diccionario de las ideas recibidas de Flaubert. Caí en el sueño e Italia regresó con una presencia tan real que sentí colores y olores, creí sentir colores y olores.
+ El Dictionnaire des idées reçues se debe traducir como Diccionario de tópicos o Diccionario de lugares comunes, pero 'ideas recibidas' está teñida de evocaciones que no admiten sustitución. Así lo dejo, mientras recuerdo el pueblo de Ry y la no visita al estudio de Flaubert (pendiente, en la esperanza de regresar a Normandía).
+ ¿Por qué me gustan tanto los bocetos, los dibujos, las anotaciones en los márgenes? Veo un Pdf que acabo de descargar. Son los dibujos de Oteiza en los márgenes del libro de Zevi Saber ver la arquitectura. Me entretengo en los dibujos y las letras sin buscar nada, entiendo su valor pero los veo como lo que son: apuntes de trabajo, no obras de arte. ¿Obras de arte? Qué complicado se ha hecho manejar esta etiqueta, el tiempo me ha dado ciertas prevenciones, pero lo que busco en la espontánea delineación, en el apunte es una conexión con lo impermanente, con el trazo apresurado del nervio del que estudia. El estudio y el trazo. No busco iluminaciones, sino disfrutar de la reconstrucción de momentos de concentración en lo cotidiano del artista [pero también me sirven operaciones similares, sin ambición, sin traducción artística, sin análisis].
+ Miércoles: fui a la biblioteca, tomé un café, paseé. No trabajé en el artículo. Creo que resulta necesario abandonar la tareas en algún momento, para poder regresar a su disciplina con otra disposición. Contra la reiteración. Poltronísima.
+ Imagen: Mont Saint-Michel, en el interior. La pérdida de foco indica una idea de tránsito, la figura es índice del estado de ánimo de estos días, la fotografía es un otro lenguaje que toma sentido en la selección.
sábado, 19 de octubre de 2019
Vapor
+ [O que arde]. Llevaba mucho tiempo sin ir al cine y tenía muchas ganas de ver la película. O que arde. Fui solo y no había mucha gente en la sala. Me pareció absurdo ver a dos parejas con grandes paquetes de palomitas, que olían a grasa o a mantequilla: me había olvidado de esas cosas. Se hizo la oscuridad en la sala y nos ofrecieron unos adelantos, que no me interesaron mucho, de los que sólo puedo rescatar unas imágenes de Londres, del metro de Londres, de South Bank. Lo sé. Un momento idóneo para ver una película que deseaba ver, con ilusión y en la soledad en el cine. Comenzó y desde el primer momento la película me cautivó: el paisaje, los actores, el delicado fluir de la narración. Poderosamente me llamó la atención la filmación del incendio. Recuerdo, cuando hice el servicio militar, haber asistido a un incendio, tener que meterme con otros cinco soldados por un camino y vernos sorprendidos por el fuego. Recuerdo esa respiración del fuego, palabras que pronunciaba y yo a penas comprendía, pero, sí, hablaba: era el miedo el que hablaba. Me sorprendió cómo se había capturado la esencia del fuego, del incendio. Resulta agradable no equivocarse. Sin embargo, el final me decepcionó, me dejó perplejo el corte abrupto de la narración, sin una solución más allá de un final abierto. Hubo algo que me hizo encontrar mal después de leer las críticas sobre la película. Nadie incidía sobre el final fallido. ¿Quién se equivocaba, yo o los críticos, yo o todos los que habían visto la película, yo o los otros espectadores de la sala, que religiosamente asistieron al pase de los créditos? Nadie se equivoca, pero sí hay algo que se pone en claro: he envejecido y mi forma de entender la narración se aleja de una idea postmoderna, la idea de lo inconsistente, un algo que caracteriza el momento en que vivimos. Yo no entendí porque para mí resulta ajena esa naturaleza abierta.
+ La película vista, en tanto que división del conjunto en una clara bimembridad opuesta. En un primer momento, la contemplación, en un segundo, el incendio y la resolución. Calma / incendio. No carece de importancia la clasificación.
+ «Le cerveau parfaitement vide» Michel Houellebecq, La carte et le territoire, p. 25, ed. J’ai lu. El libro de bolsillo lo compré en Bayeux. Casi sin querer he comenzado a leer el libro otra vez, si lo llego a terminar será la tercera lectura, en esta ocasión: en francés. Michel gana mucho en francés, muchísimo.
+ Comienza la semana y se aproxima el viaje a Madrid. Veré, un año más, a K. Son muchos años ya. El tiempo no es una acumulación, el tiempo no existe, salvo en las agendas y en los relojes, sin ellos no tendría sentido. Pero ahí está el tiempo, condicionante de nuestro discurrir, ordenancista de nuestra vida. Madrid me espera. Serán días para pasear y charlar. Sin embargo, el viaje en sí mismo, me produce pereza: los aeropuertos, el metro, la acumulación de soledad no deseada: esperas, largas esperas.
+ Hoy comienza el otoño. Ha bajado la temperatura y llueve con intensidad, más tarde el cielo abre, el cielo se muestra limpio y las nubes están dibujadas con precisión. El dibujo de las nubes me inspira, se trata de esa luz tan lavada, que otorga exactitud y firmeza al paisaje. Me detengo en la contemplación de las masas arbóreas, en la cresta de una montaña, en los perfiles de las casas esparcidas por el paisaje. Suena Erik Satie en la emisora de música clásica. Recuerdo el reciente viaje a Normandía, su filiación literaria, que parece germinar. Fueron cinco días en Normandía y el otoño todavía no había comenzado. Ahora, aquí y ahora, veo los erizos de las castañas sobre el suelo: me sorprenden. Un verde intenso, esféricos, perfectos, limpios, tan cercanos y tan carentes de preguntas y explicaciones. Me gusta dejarme en esa soledad, en lo inefable que tiene la naturaleza, pero debo volver a las tareas. Retomo la conducción y Erik Satie se ha desvanecido. Yo soy otro, a cada momento cambio, aunque se mantenga el principio rector. La ceniza de los días, ese rescoldo. Otoño.
+ Un poco de Chet Baker. Su sonido me lleve a los años de post-adolescencia, cuando leía con tanto interés Rayuela. Aquel imaginado París, que todavía vibra en mis ilusiones, en ese censo de luces. Francia es algo más que un destino turístico. No sé, la trompeta desgrana paisajes urbanos a media tarde, entre la niebla y el sabor del anís y el tabaco, todo se transforma en una lírica tan próxima a la adolescencia. Ahora lo sé: no me equivocaba. ¿París? Hay algo que encuentro en Francia que se une a una suerte de fascinación por la lírica que más tarde encontré en los escritores franceses. Algo que apareció en Michel Houellebecq, como una revelación. Ese es uno de los haces temáticos del viaje recién terminado. ¿Viaje o turismo? ¿Turismo cultural? Chet Baker desgrana la melodía y vuelvo a las carreteras rurales, con la conducción lenta y la compañía de C., su voz y su presencia. Todavía late la sensación.
+ Comencé a leer La carte et le territoire y no puedo dejar de leer la novela de Houellebecq. Si termino la novela, será la tercera vez que la leo. No es poca cosa.
+ En la radio escucho historias de niños perdidos en el bosque. Asusta. Los peligros del bosque, sus dimensiones, la irrelevancia de lo humano ante la naturaleza. Especialmente débil ante la naturaleza el niño. Como una película, como un fragmento de una narración, desde ahí entiendo lo que cuenta un hombre: vio desaparecer a un compañero de clase en el bosque, un niño que no volvió; el hombre dice que el recuerdo le ha acompañado toda la vida, le ha hecho pensar mucho, ha soñado con el episodio, la incertidumbre y el miedo; el niño nunca apareció. No hay explicaciones. Como la imposibilidad del sonido en el vacío absoluto, una enseñanza nos recubre y no sabemos qué decir, salvo ese mismo silencio.
+ La tristeza que llega el jueves por la tarde, mientras regreso de mis obligaciones en la biblioteca (buscar libros, devolver libros, recoger libros). Me encuentro con un viejo amigo. Hablamos de personas del pasado y eso es una contabilidad, no hay otra. Llegamos a un punto que me relata como es la vida de alguien que hace tiempo que no sé nada. Se ha ido a vivir con sus padres, lo ha dejado con su novia, no tiene trabajo. Yo lo he visto por la ciudad en bicicleta, con un aire fantasmal. El tiempo es un implacable tirano. Entiendo como la vida trabaja nuestro aspecto y nos arroja un rostro indeseado: cincuenta años y ayer eras casi un adolescente. Hay un momento en que resulta necesario no analizar ni valorar las circunstancia, la distancia y la ataraxia es la única posibilidad. Regreso a casa después tomar el café y escuchar las razones del tiempo y la suerte. La Fortuna, la diosa varia, que hoy hace que estés en lo alto de la rueda, mañana en lo más bajo. Me siento afortunado y esto me impide escribir. La escritura, ay.
+ La constante necesidad de calma termina por definirme: mi madriguera, mi reflejo en la rutina diaria, el pasado como la marea: arroja los restos del naufragio, pero evito entrar en su trampa, con éxito. Es viernes y queda en suspenso la evaluación, el trabajo por la mañana, la investigación por la tarde, el sueño reparador y ganado a pulso con el esfuerzo del día en la noche. Sin sueños, en mi madriguera.
+ Imagen: el sábado, C. y yo paseamos. La cabina del socorrista se convierte en motivo fotográfico por un ejercicio que trata de romper un cierto automatismo. Es de noche, otoño, la cabina permanece cerrada y ajena a su función, a la espera de otro verano, la iluminan con demasiada intensidad las farolas del paseo. Lo recojo, pero renuncio a establecer una interpretación porque sólo me interesa la imagen en sí.
sábado, 12 de octubre de 2019
Normandía
+ Después de planear el viaje durante más de cinco meses, llegamos a Beauvais-Tillé, eecogimos el coche alquilado y nos encaminamos hacia Caen. Una fina lluvia perlaba el parabrisas, nos recogíamos en la conversación y en la música que se derramaba desde la emisora, Radio Nostalgie. Canciones de un mundo que ya no existe, las canciones de nuestra juventud. Ascendían recuerdos que no perdura porque el aire flota esa emoción que trasciende el débil impacto de lo previsto. El paisaje normando respondía a lo esperado, pero con una delicada amplificación, ese hiato que se establece entre la foto y la realidad. Allí descansaba la acumulación de recuerdos a lo largo de los años, un poso, una resurrección: el Monte Saint-Michel, la batalla de Normandía, Madame Bovary (…) Al mismo tiempo, se hacían presentes lecturas más recientes, en ellas reconocía mi fascinación por el paisaje y el clima: llovía y en el cielo se abrían claros, esas nubes bajas con algo propio de las aves, con su vida más allá de mi fascinación por la pintura y la fotografía.
+ Es de noche y llueve en Normandía. Pensé en Gaz Coombes, en Supergrass, en su disco Road to Rouen. Hay alineaciones que resultan propicias para el dibujo y el arabesco, alineaciones que nos hablan de nuestros gustos, donde se explica esa tendencia a la melancolía y a una elegante tristeza. ¿Somos nosotros? Como si escuchase otra vez el disco de Road to Rouen, como si fuese la primera vez que lo escuchase. En tantas ocasiones las canciones nos sirven para elaborar una narración, la narración necesaria: adornan nuestros pensamientos y nuestra idea del paisaje con insinuaciones e indicios. Los indicios establecen balizas, nos abandonamos en ellas como el dipsómano se abandona en la ebriedad. Llueve en Normandía.
+ [El Monte Saint-Michel]. Ya lo dije anteriormente, el Monte Saint-Michel era un lugar mágico en mi infancia, en mi adolescencia. Pleno de misterio y grandioso, incomprensible. Recuerdo haber visto la foto en una revista, recuerdo quedar impresionado y no saber nada del lugar, recuerdo cómo durante años indagué sin ningún tipo de sistema, pero llegué al núcleo de mi investigación, por casualidad: El Monte Saint-Michel estaba en Francia, en Normandía, aunque en un principio yo pensé que su localización era Bretaña (tan próxima está, pues el Monte está casi en la frontera entre las dos regiones). Ahí comenzó un hilo que llegó hasta la visita al propio Monte. Me parecía imposible llegar, era como traspasar un espejo, la puerta que nos separa de los sueños, pero llegué. Llegué y no me vi decepcionado. Me emocionó contemplar a diez kilómetros su perfil sobre los prados, su aguja, su contundente figura en el paisaje, contra el cielo gris: como una bandera: gris en lo alto, verde en la parte baja, el escudo en el centro (el propio Monte). Una bandera a la que sumarse porque es la bandera que nos engancha a las fascinaciones de la infancia, de la adolescencia. Una bandera sin más ambición que dormir y reencontrarnos con lo que constituye como sujetos atrapados por la lírica y la narración.
+ [Caen]: Noche, luz pálida, jóvenes que beben y ríen; mujeres en sus cincuenta: hermosas, ligeras, sin maquillaje; la transparencia del agua con gas y el hermoso vaso que la contiene: un cono truncado, la burbujas ascienden y, también, son hermosas; hay música; la nostalgia: ¿nostalgia, nostalgia de qué?; la mano de C. es hermosa, sus ordenados dedos, el color de sus uñas, el cristal de su piel, levemente azulada, un azul imperceptible, salvo para mí; sí, es Caen, la noche, el brillo de las farolas, en el centro de la plaza un hombre trata de dormir: los mendigos nos recuerdan que también estamos desposeídos, no puedo juzgar, me resulta imposible; disparo una foto y la misma foto constata su incapacidad para atrapar el momento: la intención es otra: obtener un algo abstracto: no lo consigo: borro la foto. Caen, la Baja Normandía, dormimos plácidamente. Hacia Bayeux, en Bayeux y su Tapiz pensamos. La noche nos arropa.
+ [Bayeux] El Tapiz de Bayeux, en primer lugar, no es un tapiz sino un bordado. Asomarse a más de mil años de historia es toda una lección sobre el ser humano [todo hay que decirlo: está reconstruido y hay partes que no se corresponden con el original, pero ese es otro tema, porque, realmente, cuando vemos el tapiz nos asomamos a mil años de historia y creemos ver lo que otros vieron y nos equivocamos, esa es la lección: ningún hombre puede ver lo que otro ha visto, aunque se trate del mismo objeto]. Una lección, repito, sobre el ser humano, sobre su necesidad de narraciones, tanto recreativas como propagandísticas. Según explica la audioguía, y que yo ya había supuesto, la función era trasladar a los que no sabían leer la gesta de Guillermo el Conquistador. Ante su eficaz maquinaria narrativa no debe uno dejarse llevar por una cierta idea, errónea, de ingenuidad. Es un instrumento bien afinado y con los detalles donde deben de estar los detalles, funcionales y efectivos. Lo vimos y nos sorprendió. Su presencia nos acompañó el resto del día, cuando nos acercamos a la melancólicas playas del desembarco, cuando visitamos los cementerios. Todas las guerras se hermanan en estas muertes absurdas: todos los muertos en la guerras son adolescentes que ni desean el combate ni comparten sus razones, pero está ahí.
+ [El desembarco, los cementerios]. Caminamos entre las tumbas, leemos las lápidas, nos emocionamos; repito: recuerdo haber oído en alguna ocasión que en la guerra, mayormente, sólo mueren adolescentes y jóvenes. Sí, es cierto. Lo hemos comprobado. Yo ya no soy joven y contemplo los testimonios de todas esas vidas perdidas, yacentes, no menos yacentes que tantas otras en tantos otros lugares, pero ahora estamos aquí y el paisaje condiciona, el silencio, algunos escolares que, a lo lejos caminan, sonrientes por los senderos que orlan las tumbas, las cruces tan blancas de mármol en el cementerio americano, los ancianos alemanes en el sobrio cementerio germano [en un panel se puede leer: no era su combate, tampoco sus razones, antes lo anoté, ahora repito la anotación porque me parece definitiva, incontestable, una afirmación que se puede o se debe trasladar a cualquier guerra, a cualquier confrontación].
+ Siempre son jóvenes los que mueren en la batalla porque si tuviesen más edad se opondrían a las órdenes, se negarían a morir porque ya sabrían que morir sólo conduce a la nada más absoluta. Sólo los adolescentes son eternos, en ello confían y por ello mueren sin casi dase cuenta.
+ [Honfleur] Yo nací cien años y dos días después que Erik Satie. Erik Satie nació en Honfleur, yo no. Escucho las Gymnopédies y recuerdo el horizonte del Canal de la Mancha. No llueve, pero presiento la lluvia Nací cien años dos días después que Erik Satie.
+ [Rouen]: la catedral y su perfil contra el cielo, el recuerdo de Emma, su acelerada vitalidad, ese nerviosismo, el sexo, la pasión, el adulterio, las novelas terminan por ser un veneno. Las calle de Rouen. Las mujeres con las compras del día, la tienda de quesos, la terraza vacía, donde tomamos agua y unos bocadillos de jamón y lechuga, casi sin aliño, casi sin sal. En Rouen no llovió pero la lluvia palpitaba en cada paso dado. Vivimos a Fígaro y él nos reconoció, tan viejos somos ya los tres. La música de Rossini es magia y medicina, nos alegró [ahora pongo la obertura del Barbero de Sevilla]. Me fijé con detalle en los rostros de los otros asistentes a la representación, Fígaro volaba entre ellos y había una cínica comprensión de la ciudad y sus afanes, tengo por cierto que cada rostro se debe a una biografía, con detalle se muestra el tránsito: grandezas y miserias. Camisa blanca, gafas de pasta, el pelo levemente ondulado, pero totalmente blanco. Una mujer me preguntó si era italiano, le dije que no, que español, pareció decepcionada, aunque, finalmente, se rio porque yo le dije que aunque era algo parecido también era distinto: me gusta improvisar y si me dan la oportunidad improviso. Salimos a la calle y había gente en los bares, se reían y alzaban las copas, como si fuesen a brindar, pero no brindaban. Un potente Tesla cruzó la avenida. Ascendimos y allí estaba la estatua de Napoleón [me pareció que no respetaba las proporciones, esto le daba el aspecto de un muñeco subido a un caballo de juguete, tal vez era de eso de lo que se buscaba, quién sabe]. Llegamos a casa y el sueño nos atrapó súbitamente, casi había que regresar: debería conducir al día siguiente hasta Beauvais, para volver a dormir, para coger el avión. Antes queríamos visitar el que pudo ser el pueblo de Emma, Ry. ¿Qué hay de cierto en ello?
+ [Sobre Flaubert y la no visita a su estudio]. «Littérature: Occupation des oisifs», Gustave Flaubert, Le Dictionnaire des idées reçues. No llegamos a estar ni siquiera cerca del estudio de Flaubert. Emprendimos el camino a Ry y no visitamos la Croisset. Queda pendiente, como un talismán que nos obligará a regresar a Normandía, a Rouen, al Pais de Caux.
+Mme. Bovary: Rouen: Catedral, Ry: la distancia a Rouen y el pueblo en sí; comida en una brasserie de Ry, la tumba de Delphine. ¿Qué perseguimos cuando perseguimos a un fantasma? En esto no consistía el desvío hacia Ry: ver si el pueblo se correspondía con el pueblo de la ficción; visitar la tumba de Delphine Delamare, la mujer que, supuestamente, inspiró Madame Bovary. Allí estaba la tumba, la iglesia, tan siniestra, la calle, un pueblo que no me pareció desagradable. La comida fue correcta y la cuenta aceptable, había algo de Emma en aquel comedor tan convencional, en los manteles y los cubiertos, en los cuchillos y en el postre: crême brûlée. Emma cruzó inesperadamente el comedor. Un fantasma, la bruma, el recorte de las copas de las coníferas contra el cielo gris.
+ [Flaubert y nuestra vocación: el trabajo]. En el avión, de regreso, continúo con la lectura de los ensayos de Roland Barthes, me entretengo sobre el que trata sobre Flaubert, sobre la razón de su escritura, que descansa más en una viciosa entrega al trabajo que en la publicación en sí misma. En este ámbito, me reconozco, me veo reflejado en las largas y solitarias jornadas que toda escritura implica, en su osada vaporización de lo tangible, en esa traducción de la estructura previa a la densidad de la prosa, que asesina toda posibilidad de distinguir el fondo (?) de la forma (?).
+ [Moving, just keep moving]: Me dediqué durante casi una hora y media a escuchar canciones de Supergrass, una totalidad de invocaciones y evocaciones. Moverse, simplemente mantener el movimiento. Esa es la idea: continuar hacia el destino y, luego, concretar una nueva meta; y así.
+ Volví a buscar el cómic de Posy Simmonds Gemma Bovery. (ese intencionadísimo paralelismo con la novela de Flaubert). Abrí el cómic y seguí los dibujos y el texto, recordé algunas casas al borde de la carretera, mientras cruzábamos el Pais de Caux. Volví a buscar el tomo de Fenández-Mallo La trilogía de la guerra y leí sobre Honfleur, cuando ya Honfleur es mucho más que un nombre en una página de una novela. Así, ahora que escucho, otra vez, a Erik Satie, todo desparece y hay un instante en que un reflejo de eternidad que nos hace confiar en el poder de la lectura, de la música, de la pintura. Volví a los cuadros de Monet y a un extraño retrato que hizo Marcel Duchamp de un doctor (Duchamp tenía 21 años). Cinco días en Normandía, que han cristalizado: son narración, que no es algo inferior.
+ Tengo ganas de comentar todo esto con E., contrastar pareceres sobre los viajes y la lectura, la novela como vehículo de conocimiento, pero todavía es pronto; E. está muy ocupada y no vendrá hasta pasado, quizá, un mes. La conversación madura en silencio mientras suenan las Gymnopédies.
+ Imagen: cuatro fotos: 1. El Monte Saint-Michel a una distancia de casi diez kilométricos; 2. El cementerio alemán de La Cambe; 3. Honfleur; 4. La placa de un timbre destartaldo, en una pared de lo que fue una vivienda, en Ry. La suma de las cuatro fotos representa lo que del viaje retengo ahora que eligo las imágenes que ilustran la entrada: nostalgia. La nostalgia es el deseo de regresar a la patria. ¿Patria? La lectura, el tranquilo descanso de un domir merecido, el paisaje con el que soñar.
sábado, 5 de octubre de 2019
La lengua de los caballos, la lengua de los pájaros
+ [Sobre amigos y conocidos]. La galería de retratos que se dispone en esa galería que resulta ser la calle me interesa, me interesa mucho. Las posibilidades de indagación que ofrecen todos estos rostros que se nos presentan a diario me inspiran, me dirigen hacia una suerte taxonomía y, como consecuencia, la constitución de un jerárquico orden, que otorga ciertas explicaciones e incide sobre las consecuencias del paso del tiempo, físicas y sociales. Amigos, conocidos y reconocibles, aquellos otros que forman una niebla indistinguible. Ese palpitar de la ciudad arroja una novela no escrita. Los vemos crecer, reproducirse, asistimos a sus entierros y creemos ser sólo observadores de la circunstancia. ¿Estamos equivocados? A veces dudo y me repliego, pero al momento la posibilidad pictórica me vence y recuerdo otros tiempo, ni más felices ni más triste, sino diferentes. Los amigos se desvanecen con el paso del tiempo y pasan a ser unos desconocidos, el tiempo ha trabajado sobre ellos, ha erosionado su rostro y sus ilusiones, ilusiones compartidas. En un apunte de la crónica loca, un periodista, acertadamente, decía que llega un momento en que la vida te muestra su camino a base de perder saludos, algo que, al menos a él, a mí también, le parecía muy provinciano. Sigo en esa reflexión sobre la provincia y, al tiempo, continúo estudiando los rostros de los que ya no me saludan y me pregunto: ¿que les habré hecho?; y me respondo: nada, es su naturaleza, debes aceptarla y continuar con tu camino.
+ El domingo, contra lo esperado, es luminoso. Me alegro por los gatos, ellos que tanto odian la lluvia. M. podrá jugar, desplazarse por el suculento césped, quizá cazar algún ratoncito con el que jugar durante un rato, hasta que el roedor termine por escaparse. El domingo no está mal, sobre todo para los gatos.
+ La política dice en una entrevista que está escribiendo un libro infantil sobre la democracia. Cuántos ornamentos fútiles, sin estilo, estrechos y baratos. Ha envejecido, la pérdida de un cierto brillo y sólo queda eso tan propio de los políticos: la estrategia, pero tampoco hay que extrañarse. Bueno, sin exagerar, algo más queda, pero está por descubrir, e intención no hay. Se acerca a los cincuenta, quizá los haya sobrepasado, ha tenido hijos, se ha divorciado, la veo pasear con su novio reciente y son muy del momento. Conocidos que se recortan contra el paisaje urbano, una elevación sobre la planicie de los días. Yo la he votado y volveré a hacerlo: mi posición política es el desencanto y la responsabilidad con lo que se piensa. Me analizo y veo que soy muy dado a observa las reglas, desde el color rojo de los semáforos al respetar los compromisos adquiridos la palabra dada. Siempre me ha parecido buena persona y lo mantengo, la política escribe un libro infantil o no. Son esos adornos que precisa la entrevista dominical en el periódico.
+ Veo los libros en la estantería, observo con detenimiento la estantería. Los marca páginas, los rotuladores, los post-it, el archivador de fichas (que nunca he usado), libretas y artículos encuadernados en espiral. En la parte baja, atesoro bolsas de papel, cables y cuerdas. ¿Cuerdas? Padezco un síndrome, me digo y leo los lomos de los libros, pienso en otro orden que el dado. Ese orden es un reflejo de mi persona. Mientras, en Europe1, se desgranan las noticias, el parte metereológico, la publicidad. Se acercan las siete de la mañana y escribir es otra observación de la norma, del compromiso adquirido voluntariamente. Cada semana una entrada en este blog, la estantería es una constatación. Mis faltas y mis aciertos son mi fortuna, pero en el secreto aislamiento de mi estudio, donde leo e investigo, investigo con la determinación que me ha sido dada.
+ La lengua de los caballos y la lengua de los pájaros. Esta es una distinción medieval donde se diferencia un sentido que se adquiere por el significado y un sentido que se adquiere por el sonido de las palabras. Pensaré en ello, a lo largo del día. Puede parecer que no son útiles estas taxonomías, que han sido ampliamente superadas, pero hay un poso que se mantiene, un aluvión de sedimentos que puede contribuir a ver el mundo de una manera determinada, esa manera nos ayuda a ver el nuestro desde prisma distintos, sorprendentes. ¿Caballos o pájaros?
+ Días sin visitar la ficción, paréntesis que coincide con la obligada escritura en la que estoy inmerso. ¿Incompatibles? Es la exigencia y la sensación de responsabilidad sobre el texto, sobre su res, sobre su verba, sobre el equilibro necesario.
+ Conferencias en línea sobre el estructuralismo y post-estructuralismo. La teoría francesa. Me asomo a mis libros y allí están. ¿Por una razón explicativa o por una necesidad de identidad, aunque ésta sea tan íntima como poco comunicable? Me sirve, cualquiera de las dos posibilidades. Vuelvo a Foucault, vuelo y me siempre cercano a una manera de ver y entender la historia. He indagado en ello durante años. No veo otra posibilidad, seguir leyendo es ahí donde se articula la posibilidad de mapear el presente, el cambiante presente, su inestable naturaleza. Los amigos y los conocidos sólo son índices, índices de mi estado de ánimo. Me encierro en el estudio y leo, tomo notas y escribo. No acaba de cuajar, pero en ese abandono está la receta para avanzar. Trato de centrarme, lo pienso y creo que lo consigo. La teoría francesa y yo, titulé la tarde y no le di importancia. Reflejos: la historia se repite dos veces, primero como tragedia, después como comedia, ¿fue Napoleón quién pronunció la frase? No importa, sólo es una frase. Me sumerjo otra vez en la lectura. Es sábado y la hora es propicia.
+ «Hemos disfrutado más de nuestros síntomas que peleado con ellos», una cita que no alcanzo a situar, una cita que capturo en una de la charlas en línea de Fernando Castro Flórez. Me interesa, la copio, la difundo. Escrutar la función de los síntomas, lo que los dolores nos quieren comunicar y nos resistimos a oír, es ese núcleo rector que actúa como principio, ahí donde el sufrimiento tiene una causa. Pelear con los síntomas es una equivocación, se debe ir un poco más allá y alcanzar la causa que los establece. Ahí es donde está el principio y la posibilidad, su final, tal vez.
+ A [Es domingo, mañana partimos para Normandía. Aún debo revisar un correo, terminar esta entrada (que quedará programada para el sábado 5 de octubre) y darle unos toques a la redacción del artículo en el que trabajo desde hace meses. Hay, también otra tarea pendiente, repasar las rutas en coche que deberemos acometer C. y yo en los próximos días. En ello estoy, en ello descanso; que quede constancia]. B [Una vez en Normandía, lo sé, recordaré a E. y su gusto por la lectura, su buen gusto que se refleja en sus maneras, en su forma de hablar, en su bondad, de esta manera E. viaja con nosotros]. C [Las fotos que dispararé en los próximos días: un fragmento, una idea, un esbozo].
+ Imagen: tres imágenes que se solapan: un día que emprendí sin demasiado convencimiento un paseo por la ciudad: llovía, la tormenta palpitaba sobre mi cabeza, mi dolor de cabeza, las fotos como comunicación con un otro que fui, ahora soy yo el que dispara y el que constata que llueve, que el gris domina, que el gris no es un color que se deba obviar. Disparo, constato, lo traspaso a este espacio. Domingo.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)







