sábado, 27 de julio de 2019

Continuidad


Serralves


+ Estudio, trato de estudiar. Suena la de Mahler. No puedo continuar con la lectura, debo esperar a que termine la música, en concreto: el adagietto. Termina y escribo esto que lees [si es que estás ahí]. He llegado a la conclusión de que debería estar prohibido utilizar ciertas piezas para ilustrar campañas publicitarias, películas o noticias, cortinillas de promoción televisiva. Es un pecado, sin duda, un pecado mortal. He visto cómo se destrozaba Vivaldi, Bach o Beethoven, pero también a los Beatles, por poner cuatro ejemplos que se suman a Mahler. Aunque La muerte en Venecia sea una película memorable, el adagietto debería permanecer libre de toda interferencia. Me paro y creo que este subrayado se debe a una tendencia que se está acentuando: mi tendencia a recogerme sobre mí mismo, a construir manías y descartes. ¿Soledad o elección con una argumentación solida? ¿Tiene importancia? Me recuerdo conduciendo y selecciono aquellos pensamientos que me atacaron: como el río revuelto que trae con la corriente los restos de las tormentas, la marea que arroja a la playa los restos del naufragio. Lo sé, debo volver a la lectura y debo abandonar estos excursus que a ningún punto se dirigen, sin embargo las divagaciones son parte constituyente de mi sustancia, a mi pesar. ¿A mi pesar?

+ Me desdigo de lo anterior: Kubrick supo elegir músicas más que adecuadas a las secuencias de sus películas. Desdecirse: me constituye; también. En ello descanso, en asumir lo que soy: cuando me gusta, cuando me disgusta.

+ Las marea sube, la marea baja. Conozco bien sus movimientos. Me dejo llevar, lo siento y creo entender un mecanismo que se relaciona con el pasar de los días, con la llegada de las estaciones, con la caída de los años. Pero este mecanismo, cómo no, tiene que ver con el estado de ánimo, mi estado de ánimo. Unos días arriba y otros abajo, pero siempre con las tareas realizadas, con pulcritud, en la fecha prevista, en la exacta disposición. Cumplir con la obligación es un medicamento, el farmakón: remedio y véneno, tal vez. La prontitud inexcusable. Así, un día, la rutina se ve rota por razones ajenas las previstas, me molesta y me agrada al mismo tiempo. Necesito un paréntesis, me alejo de la tarea y la siento de otra manera. En otro sentido. En este sentido, un sábado, fuimos a un entierro de una mujer de noventa y cinco años. Mi tía, mi tía política, la cuñada de mi padre. La tristeza provenía más del certificado de la crueldad del tiempo que de la muerte en sí misma: había cumplido su ciclo años atrás, y ya no era desde que se sumión en la demencia, en el olvido cruel, la desmoria y el desvanecimiento de su vida, la consciencia de su vida. Me dije: ya no soy joven, lo sé, o quizás nunca lo fui. Volví a ver paisajes que formaban parte de mi infancia, con su regalo mitológico de lobos, culebras y ceniza [globos de ceniza, según el Conde de Villamediana], y el paisaje en sí no han cambiado mucho, salvo las casas que se desmoronan: es sencillo: una grieta en la cubierta, entre las lajas de pizarra, el agua comienza a hacer su trabajo; sin una reparación a tiempo, la cubierta se derrumba y el viento, el agua y el sol destruyen la madera, todo se reduce a polvo, quedan los muros, y los muros semejan la osamenta de grandes animales que fueron y nunca volverán a ser, extintos ya son una curiosidad de museo, una curiosidad fotográfica. Las piedras lavadas de los muros, la maleza, a lo lejos las esquilas de la vacas, algunos árboles por talar, carreteras que no se terminan nunca, ensanches de caminos carentes de función. El mundo se ha detenido y la naturaleza recupera sus dominios: los caminos se ciegan. Es otro mundo muy distinto el de hoy. Me siento otra vez, con desagrado, un observador, el que escruta el espectáculo de la vida sin participar en ella, pero tampoco ve otra posibilidad. La reflexión sobre los años y la desaparición no me inquieta, tampoco resuelve nada asumir esta condición con estoicismo doméstico, las malas horas vendrán sin que nadie las llame, sin que nadie lo pueda remediar, sólo restará saber situarse ante ellas, aceptarlas y, al tiempo, buscarle una utilidad que no es consuelo: son una vara de medir que disuelve los carísimos coches, las soberbias residencias de verano, la calidad del oro que brilla por efecto de hiriente luz del medio día. El oro resulta tan vacuo que ni siquiera se puede comer, me dijo alguien del que no recuerdo su nombre pero sí su rostro: surcado por las arrugas, los ojos acusos, los labios exhaustos. El entierro fue sencillo y rápido. Quedó en el aire vibrando el final de un mundo, lo sé, mi padre también lo percibió: es mundo que agoniza y él es el último testigo, el último superviviente. Todo será borrado, todo, y nosotros también seremos borrados.

+ Un hombre se despidió de mi padre: «…y si nos vemos por aquí, nos veremos en la otra vida, que será más feliz que ésta». Lo dijo con el mismo convencimiento que antes nos había explicado, cuanto estaba al frente de la comunidad de montes, cómo se arregló el campo de la fiesta, cómo se compraron altavoces para la iglesia, que es otro adorno para Dios, dijo, y afirmó que ya el monte comunal casi no daba nada, tampoco las tierras arrendadas a un ganadero de Madrid. Me resultaba tan extraña aquella fe, aquel confiar en volverse a ver en el más allá como el que habla de verse en Bilbao o en las fiestas del patrón. Esa fuerza ya no es habitual, es la rutina de la erosión: un mundo que perece, como perecerá el mundo de los teléfonos y sus arcanos y oráculos.

+ [Tres listas]: Tengo tres listas abiertas, que voy completando sin solución de continuidad: autores / haces, indicios difusos y condiciones de posibilidad / arquitecturas. Son tres contenedores en donde voy depositando aquello que encuentro referido a sus etiquetas. Los autores que, por una u otra razón, me interesan. Los asuntos que conciernen al presente y al futuro inmediato, desde una punto de vista político, social y económico. Las arquitecturas que responden a una idea de vivienda individual y autosuficiente, mínima y enfocada hacia la lectura; como si se tratase de la celda de un monje. Ahora reparo en ellas, pues sus títulos coronan las tres libretas electrónicas que tengo abiertas en este mismo programa, este programa donde ahora escribo esta entrada. La triada, junto al blog, conforma un proyecto de taller o laboratorio, que me sirve en mi indagación en la realidad cotidiana, en lo que me afecta y me preocupa. Es una útil herramienta, y es una herramienta muy sencilla.

+ La indagación en lo propio exige determinar, en primer lugar, qué es lo propio. Lo propio es variable, en mi caso. Propio son las arquitecturas individuales para estudiosos, celdas monacales insertas en el siglo XX con proyección en el siglo XXI. Propio es el intento por concretar un dominio de estudio y explorarlo sin tener muy claras las dimensiones y su topografía. Propio son las seis de la mañana y la radio-escucha de Europe 1 en línea. Propio. Me disuelvo en la posibilidades de los cotidiano, en su extensa e inasible realidad, una transición suave que resulta complejo segmentar, establecer una taxonomía, llegar a una conclusión. Es el cambio fluido de lo diario donde se insertan todas las propiedades que componen los intereses y los rechazos. Así, son las seis de la mañana y hoy termina la semana laboral, mañana estudio, pasado estudio, luego llegará el sábado y tendremos media jornada de estudio. A base de insistir, el objeto toma forma. Ese es el aprendizaje de lo propio: permanecer en lo elegido, sin desfallecer, sin desánimo o con la necesaria flexibilidad para vivir en con su presencia sin permitir que nos gane la partida.

+  Thomas Bernhard: escribir para ser como él, para alcanzar su status, pero en realidad él escribe así porque el es así, primero es la persona y luego la escritura, nunca en el sentido contrario. Este descuido trae consigo nefastas consecuencias. Acabo de ver un vídeo donde él regresa a su casa en su elegante Mercedes, le espera un periodistas y lo atiende con incierta displicencia. No sé alemán, pero comprendo muy bien qué pasa, cómo T. B. es la figura que es, la figura que permite la literatura que escribe. En esa línea, para hacer hay que ser, nunca en sentido contrario.

+ Imagen: abstracción geométrica capturada en el Serralves. ¿Por qué esta tendencia a la abstracción, fotos que quieren eleminar la posibilidad de un referente?

sábado, 20 de julio de 2019

Comparar


Lisboa


+ Paseo por la playa. Un furgón grande con la música alta, sinuosa, rimada: ¿Bad Gayl, Open The Door? Una pareja; beisbolera, tatuajes, anillos, un atardecer acrílico, todos los edificios del fondo, los árboles, la música se detiene y recomienza. Es el siglo XXI, la muerte de las guitarras eléctricas [tampoco hay porque exagerar]. Un poema al borde del mar. Un castillo de arena: reyes que en la mano tienen una llama. El ritmo fantástico del mar, indolente e indiferente: qué son los humanos, ni siquiera se pregunta. Lo sé, soy un observador y cada día que pasa más profundizo en mi condición, me agrada y me aporta un extraño placer. El paseo por la playa cumplimenta los meandros de la semana, pero no va hacia ningún lugar: hablar, un helado, el salitre y la brisa. Volvemos a pasar junto a la furgoneta, sigue el trap. Los observo: son tan fotográficos, es su momento, su tiempo, el tiempo de acción. Contemplar la puesta de sol, el día se ha terminado y hay que conducir para regresar a casa. Lo visto palpita como el sueño palpita tras el despertar.

+ [Un jueves libre, un jueves festivo]. Lejos de las obligaciones laborales, he estado casi todo el día en casa. Hace calor y el verano es un hecho. Acabo de ducharme y pronto saldré a pasear con C. y E. Está bien. Durante el día, a ratos, escribí en mi la libreta de notas electrónica de mi proyecto, tomé café [¿en exceso?] y leí, a ratos también, algunas páginas de Gemma Bovery. Dejo la reflexión sobre su lectura para otro momento y me planteo la idea de Normandía. Veo que la tendencia a Normandía es muy literaria, como lo fue nuestro viaje a Nápoles. La unión de viaje [o si se prefiere turismo, que el término no me desagrada y creo que compone una configuración de nuestro particular momento histórico] y literatura logra un equilibrio adecuado, al que se une el paisaje, la gastronomía y los idiomas.

+ Todo se desmorona mientras los gatos permanecen ajenos. Ésta es la única actitud aceptable. Eso dijo y yo la escuché, sin asentir ni disentir. Entendía que deseaba mostrar un aliento poético, una inspiración más grande lo posible o lo probable [no sé] y se calló. Pensé en cómo ciertas personas se constituyen en escritores y este proceso es el proceso que va de larva a otro insecto: la necesidad de agradar a quien puede dar el necesario dinero. Nada dije, por no violentar aquella vocación. La transparencia no es un virtud. Yo soy un observador, simplemente, terminé por decir. Ella volvió a hablar de gatos, de Juan Ramón Jiménez y de una vacaciones en el Sur de Portugal cuando era niña. Su voz de desvanecía y yo debía regresar al estudio, ya sólo escuchaba la música que me aísla del mundo, la música de un órgano un tanto mecánico y ventoso. La tarde es la tarde del sol y el calor: me desagrada. Nada puedo hacer. Nos desvanecemos ante la indiferencia gatuna.

+ [La utilidad de las novelas] ¿Puedo hacerte una pregunta? Sí, por supuesto. ¿Sirve para algo leer novelas? Sin duda alguna, a mí la lectura de Madame Bovary me sirvió para tener un horrible y paralizante miedo a contraer deudas, hasta ahora me ha resultado de gran utilidad tener presente el desagraciado final de Emma, que sobre todo se debe a la acción de las deudas, el peso del dinero contra la persona. No supe que decir, hablaba en serio o era ironía; con todo, el poso de verdad permanece: la muerte a la que Emma se precipita se debe a las deudas contraídas, de no haber deudas, Emma no se hubiese suicidado.

+ Debo hacer dos recados en el centro de la ciudad. Camino con una cierta prisa, quiero regresar pronto al estudio. Las calles están llenas de gentes y son las once y media de la mañana. Después de recorrer algunas tiendas de ropa me doy por vencido. Subo una calle, bajo otra y me estoy en una plaza: no conozco su nombre. Me paro. Ya son las doce menos cuarto, no me gusta perder el tiempo o, mejor, el tiempo si lo pierdo es con una cierta planificación [aunque parezca paradójico me gusta que lo cotidiano encaje en la cuadrícula que previamente he programado, en fin: manías sin consistencia]. Cuando guardé mi vetusto teléfono en el bolsillo los vi. Caminaban rápido. Ella tenía un aspecto extraño: el pelo rizo, ya totalmente blanco y alborotado, muy alborotado, gafas de sol grandes. Él estaba muy delgado y se había dejado barba, una barba espesa, el pelo muy corto. Observé, desde la distancia, su caminar acelerado y los vi desaparecer. Sentí que el tiempo había pasado, sentí que el tiempo es un tirano implacable. Eran personas de una cierta edad, como yo, los sentí como extraños cuando tiempo atrás eran mis amigos: cuánto tiempo hacía que no los veía. Un día le llamé por teléfono y no me devolvió la llamada. C. lo atribuyó a un cambio de terminal, a la pérdida de mi número y a la costumbre, muy extendida, de no devolver las llamadas a números desconocidos. No sé. C. tiene razón, pero aquel día se desvaneció algo, como si se culminase un proceso. Así, los vi por la calle y me parecieron extraños, una pareja de señores que caminan por las calles de una provincia sin mucha importancia. ¿Y yo? Yo me sentí mal porque el paso del tiempo sólo aporta dolor, un dolor sordo, un zumbido que nos habla de nuestra caducidad, de lo banal que resulta toda empresa humana, de la muerte y su triunfo. Lo dejé a un lado, terminé mis recados y regresé al estudio: el siglo XVII, un lugar del que nunca debí de salir, al menos este sábado.

+ La tarde de este mismo sábado fue tormentosa, en su literalidad: calor, lo eléctrico del aire, el ambiente y su espesor, lluvia pesada: gotas gruesas contra el asfalto y el hormigón. Salimos a las siete con rumbo a Vigo, como hacemos tantos sábados. Qué gustos, me digo, tan poco sofisticados: tiendas, librerías y algo de comer, también cerveza 0/0. La realidad de nuestros descansos: charlar, comentar prendas y leer fragmentos de libros que no vamos a comprar. En una de estas conversaciones le conté a C.  el no-encuentro que había tenido por la mañana. Ella es más sensata que yo y dijo que hay un proceso en que los amigos se convierten en conocidos y los conocidos en extraños. Sí, es la propia falta de permanencia que todo tiene. ¿Son las mismas personas que vimos que aquéllas con las que conversábamos en el pasado? No, de ninguna manera. Nadie lee dos veces el mismo libro, porque, fundamentalmente, uno no es el mismo: ese imposible. Seguimos con nuestro periplo y fuimos a pasear a la playa, cuando ya casi no hay nadie, cuando cae la noche. Por el damero de baldosas del paseo se deslizaban patinadores, corrían alegres perros y algunos adolescentes se besaban con verdadera pasión, entrecruzando sus cuerpos como sólo se puede hacer a esa edad. Se acercaba la hora de regresar y nos dijimos que sí, que el día había sido provechoso, a pesar de todo: el aburrimiento, la tarea y los desencuentros con aquél que fui  en el pasado.

+ He terminado de leer Gemma Bovery. Finalmente, el cómic me ha parecido un brillante ejercicio. ¿Es malo que una narración sea un ejercicio, que no vaya un poco más allá con una intención más nuclearmente artística? No lo creo, porque desconfío de las intenciones que buscan la esencia sin más. La evaluación es variable: lo que fue un chiste hoy es un ejemplo a seguir. En esta línea, nada permanece, todo es cambio. El cambio es la característica principal de la vida, de lo biológico y de lo social. Partir de Madame Bovary resulta todo un desafío y Posy Simmons lo salva con mucha habilidad, con una sugerencia que es más que una narración, que puede se entender como una lectura de la novela de Flaubert. La historia en apariencia hace que las coincidencias ocupen un papel destacado: los nombres del matrimonio, el aburrimiento de la esposa, los amantes, las deudas, la muerte de Gemma [que rompe la equiparación con la novela de Flaubert.  Pero el protagonismo, en mi opinión, es la posibilidad misma de utilizar el material, su recreación o reciclaje. COn todo, entre todos los elementos novedosos, me llama la atención la presencia del panadero, el que lee el diario de Gemma, el que lleva el hilo de la narración; ese desplazamiento de la voz que cuenta: ahí difiere de Madame Bovary, pues el relato de Emma viene a través del frío y exacto narrador constituido en el estilo indirecto libre; en Gemma Bovery estamos ante una primera persona que lee, con inigualable deslealtad, el diario de la protagonista. Un punto más a su favor, la lectura ha sido una práctica de la lengua inglesa, con las entreveradas frases en francés, y, al mismo tiempo, una reflexión sobre la narración, sobre Madame Bovary, sobre el hecho mismo de leer. Ahora descansa en una balda, junto a olvidados manuales de guitarra. ¿Lo recuperaré? Esa pregunta flota en el aire y se desvanece según las obligaciones imponen su rutina.

+ Gemma Bovery invita a continuar otros álbumes de P. Simmons. No sé. No hay mucho tiempo.

+ Imagen: el punto de vista abstrae lo real, lo que por real podemos entender: en un determinado momento.

sábado, 13 de julio de 2019

En el inicio del verano


Berlín-auto



+   Días nublados de verano, arropados por la música de Pulp. Conduzco por la una carretera que orla la ría, C. permanece en silencio y nada parece perturbar nuestra tarde del sábado: recogidos en el habitáculo que resulta ser el coche. Como un acento de ciencia-ficción, posibilidades que quedaron ahogadas en los años setenta, lo acrílico y lo pop. Un pop interesadamente elaborado: una construcción para el momento. Hay ciertos matices que me interesan especialmente: novelas de Fernández Mallo, pintura como la D. Hockney, paisajes urbanos en la última hora día, poco antes de entrar la noche: luces diseminadas, azules muy intensos que tienden al negro profundo, los semáforos y la pintura reflectante por acción de las microesferas. Maneras de afrontar los momentos, se moldean en función de nuestros intereses. Una lírica sostenida que nos ayuda a olvidar nuestra condición de mortales, la tendencia a novelizar todo. Personas y personajes, ambientes, contextos, inicio, medio y final: reverberaciones y sustratos de lo leído.

+ Acabo de copiar los títulos de unos poemas que comienzan con la partícula condicional “sí”, para tratar de revelar su carácter argumentativo, su naturaleza retórica. Una tarea mecánica que consigue que me fije en una cierta textura de las palabras. Una palabra según se repite termina por desvanecerse, eso lo sabe todo el mundo, pero lo muy evidente no tiene porque ser falso. En ese fluido llegar que todo lo difumina descanso. La tarde del domingo es más lectura y más música, otra larga evidencia.

+ Por cierto:  les valeurs des annonces son le pouvoir el l'argent. Reflexiones tengo sobre este particular. La ligazón de ambas palabras, de sus referentes y de los posibles equívocos que suscitan. Llegado a una edad, a veces, no puedo dejar de evaluar las dos circunstancias con prevención. Lo evidente no siempre es lo necesario, he visto el dinero como un obstáculo y el poder como una limitación, pero su atractivo nunca decae: hay que protegerse contra su influjo. Yo no tengo ni una cosa ni la otra. Lo sé, vivo en mi papel de observador del mundo. Así estaba yo tasando indumentarias, gestos y caminares, y recordaba, también, la entrada anterior y la frase de Fanny Ardant sobre la seducción, sobre lo que a ella la seducía: la voz y el encanto. Se trasluce el encanto en la voz y eso no se compra con dinero ni tiene una poderosa traducción de dominios y estrategias. El encanto, como el buen gusto precisa una sociología que desmonte la construcción, que establezca unos diques, que tienden siempre a lo mismo: el buen gusto es una imposición de la élites, o al menos así lo entendido yo. ¿El encanto? Oigo la hermosa voz de F. A. y pienso en la playas de Normandía, las calles de París, los viajes en coche, la música de Katy Perry [v. gr.: «Eat with your hands, fine / I'm on the menu» en Bon appétit] mientras rebasamos Nior [la ciudad más fea de Francia según el protagonista de una novela de Houellebecq], el queso y el foie, el champagne y el steak tartar, iglesias, plazas, centros comerciales, viñedos y rosales (…) Bueno, creo que eso me da una idea de charm que hoy me sirve.

+ Hoy vi dos gatitos. Paré el coche, bajé la ventanilla y los llamé. Miraron hacia mí y maullaron. Bajé del coche y se escaparon. Di la vuelta y volvieron a maullar.  Me reí y ellos me miraban. Lo poético estaba cifrado en el azul del cielo, las nubes sin densidad y un aire suave. Etérea, la última hora de la mañana. Los llamé una vez más y se alejaron a saltos por un camino, sin volver la vista, sin maullar. Tenían algo de haikú, otro poco de aristocracia gatuna, la aristocracia de los gatos de campo, que no conocen más ley que la del sueño y el hambre, porque quizá no exista otra ley. Arranqué, sonó un piano intenso en la emisora de música clásica, se detuvo y la locutora habló un poco sobre la tortuosa vida de Mozart, como si el sufrimiento fuese un precio a pagar por tan inabarcable don. Un lunes de julio que ya nunca volverá.

+ Vi un perro abandonado: asustado. Un perro con algo de Basset Hound, pero mestizo al final. Tenía mucho miedo, lo llamé, escapó y se perdió en el bosque. Sé que, finalmente, lo atropellará un coche. Se ve que era un perro acostumbrado a comodidades, el pobre. Quizá tenía hambre. Quizá no lo han abandonado y se ha perdido. Me dio pena, pero yo no puedo hacer nada. Vi como se alejaba por el sendero, como ascendía por el camino y despareció. La pena se distribuye por el paisaje y se ve acogida por la plasmación de la música. Ese plasmarse de la melancolía. Una baliza en el camino hacia la nada, la inefable nada.

+ Un pato se había colado en la autovía. Lo asusté con un escobón y regresó a su mundo, de donde no había haber salido. Hay acciones que compensan la imposibilidad de actuar. El pato por el perro. La vida se compone de extraños equilibrios que nunca alcanzaremos a explicar. Continúa la fluida música de Teleman. No tengo, en este momento, una opinión y es un estado perfecto. Teleman delimita los recortes que los árboles efectúan en el cielo: una sierra irregular y primitiva. No mucho más, la inefable nada: repito.

+ Alguien decía: todo lo que se ve acompañado por el adjetivo “familiar” se transforma en desagradable: comida familiar, viaje familiar, reunión familiar (…) Los peligros más graves nos acechan en lo cotidiano, siempre.

+ Esta semana comencé la lectura de Gemma Bovery [que no Emma Bovary]: un cómic comprado en una librería cibernética del Reino Unido. La historia de una londinense que se muda a Normandía con su marido, un divorciado algo mayor que ella y con ciertos parecidos con Charles Bovary [de hecho se llama: Charlie]. Todo sea dicho, si compré el cómic fue por el viaje a Normandía que se aproxima [hablamos de finales de septiembre principios de octubre]. Del cómic me gusta el planteamiento y los dibujos, la estructura de la narración y lo sugerido, ese mundo donde contrasta la vida en Londres y la vida en la campiña normanda. Bien, llevo unas pocas páginas, pero son suficientes para abrir reflexiones sobre ciudades entrevistas, viajes y modos de vida tan ajenos al nuestro. La infinitud de posibilidades en lo humano cuaja con celeridad en esta narración, una narración que dosifico para no terminar demasiado pronto [una señal del interés que despierta en mí la historia de G. B.].


+ Imagen: la foto tiene un algo que tiende a la maqueta, la representación modélica e inalterable. Me gusta la sensanción de irrealidad, la distancia que marca en el tiempo,  balizas vitales. No hay un regreso posible, son sólo objetos que nos definen: cuando los compramos, conducimos o fotografiamos. Disparé la foto en Berlín y sabía que su destino era estar en el blog, una forma sistemática de actuar, el orden y el método, que no es otra cosa que el cumplimiento del programa: se cierra el círculo virtuoso

sábado, 6 de julio de 2019

La voix et le charm


Berlin


+  Una tarde: Portugal: La Guardia, Bayona. La carretera, la conducción, la música. La suma no está completa: hablamos sobre muchos asuntos y nos encontramos bien, el uno con el otro. Nos entendemos, ya, sin palabras, y el silencio que la música adorna es una comunicación resultado de muchos años. ¿La felicidad? Me constaría encontrar una palabra lo suficientemente amplia, no es fácil: se trata, como ya he dicho, de una suma, pero también de restas. En ello descanso. Es un medicamento para encauzar la semana y sus meandros.

+ Escucho una entrevista con Fanny Ardant, ella dice que no la seducen les valeurs des annonces, sino la voix et le charm. Pienso en esos valores que se anuncian: el poder y el dinero o la conjunción de ambos. Al mismo tiempo, copio las palabras en francés porque creo que la traducción las cercena. La voz de Fanny Ardant llega a la tarde no como una medicina sino como una voz, en su punto inefable, en el que progresivamente cada día creo más porque hay reside lo literario, si se desea concretar, algo se rompe, como el forense que práctica la necesaria autopsia: explica la vida pero no es la vida. Fanny Ardant ilumina el lunes, la voz de Fanny Ardant.

+ Desde hace unos meses no dejo de pensar en ciertos momentos de mi infancia, momentos que se relacionan con la televisión que veíamos en aquellos días: la única que había. Por ejemplo, Rosa León y sus canciones, los vídeos que las ilustraban, el baile y los atuendos.  Orquestaciones, una voz limpia, el cristal de la propia televisión en blanco y negro. Había algo en lo castellano que me fascinaba y que todavía me fascina. Creo que se ha concretado con el paso de los años en una seducción del paisaje, la voz y el estilo; una suerte de un Madrid que intuía en aquel totum revolutum infantil. En este sentido, el sentido de un Madrid soñado, un Madrid construido con fragmentos de la memoria, el sábado pasado, en el programa Documentos de Radio Nacional de España, escuché un documental radiofónico sobre Sánchez Ferlosio y volví a intuir lo intuido, a ver lo visto, a construir lo construido. ¿Hay un puente entre los textos del escritor y las canciones de R. L.; por ejemplo: El reino del revés y Alfanhuí? Es mi historia, pero es la historia que yo construyo y certifico desde este mi presente, que se conecta con aquél pasado pero no es aquel pasado. Ferlosio ha muerto y queda una humareda en horizonte, sus libros, la prosa y la gramática, la sintaxis tal vez, la tendencia a la hipotaxis inmensa, inabarcable (esas subordinaciones de más de una  página: la dificultad de seguirlas aunque sí exista una posibilidad). Recuerdo El Jarama, recuerdo leerle durante un verano mientras trataba de explicarme la prosa, pero sumergido en su música, en el acierto léxico, en la fuerza de la prosa; queda la idea de un territorio. Son mis rarezas, me digo y sonrío en la tarde del sábado, poco antes de ir C. y yo a Portugal, a La Guardia, a Bayona. Mientras conducimos y la música nos arropa. Sé de mi infancia lo que hoy construyo con los recuerdos, pero, finalmente, no es mi patria, sino un paisaje, una música, unas palabras. La prosa del tiempo. El encantamiento de la voz: la voix et le charm.

+ Luego pienso en los avatares vitales de Sánchez Ferlosio. La muerte de su hija, sus rarezas, esa fatigada existencia. Recuerdo haberlo visto en una ocasión: yo iba en autobús desde Arturo Soria hacia Atocha y lo vi subir a un taxi. Vestido de negro, la corbata negra, el traje negro, la camisa blanca, el rostro entre el águila y el lobo, algo de cazador o de pastor, el pelo alborotado, grueso, pesado, asustado, tal vez. Fue una exhalación. El autobús arrancó y él no había conseguido subir al taxi. El autobús se alejó y yo continué mirando aquel taxi y lo que era una un punto, una esquirla en el fondo de la calle. Conmigo viajaba la niebla y el miedo, un tambor sin eco, la certeza de la muerte y ningún temor a su presencia. Recordé este flash unas cuantas veces y ahora lo hago, tras escuchar el documental radiofónico. ¿Fue un sueño? No, pero pudo haberlo sido, ya que tenía todas sus características y razones. Hoy, pasado el tiempo, no hay diferencia entre una cosa y la otra: entre el sueño y la vigilia.

+ Decía alguien que, al morir de Sida su hija, Sánchez Ferlosio dormía bajo la cama arropado por un saco de esparto. No sé, hay cosas que no deberían ser contadas por mucho que ilustren una biografía y sus rarezas. Qué bien, me digo, lejos de todo ese barullo de literatura, emblemas y curiosidades.

+ Voz y encanto, tal vez se puede encontrar en la compra mensual en el supermercado. Salimos del supermercado y asiento. Pienso: qué número es el yo del súper, qué número ocupa el yo que lee a Ferlosio, el yo que se preocupa por su salud. No me reconozco en el espejo después de leer a Villamediana, luego me entretengo con otros poemas y tampoco me encuentro. El súper me devuelve la humanidad necesaria: qué pernicioso es el encierro libresco.

+ La visita al médico resultó satisfactoria porque me tranquilizó. Se resolvieron mis dudas y, al parecer, no estoy tan mal como yo pensaba. Un ligero aire de hipocondría, un acento de romántica tendencia a la enfermedad, entre el teatro y la pulsión. Poco tuve que esperar para ser atendido, pero me proporcionó un espacio y un tiempo en suspenso: había una atmósfera cálida que contrastaba con el acero y el cristal, tan ultramodernos, tan ciencia ficción. Los espacios precisan su lectura, recordé mientras esperaba mi turno. Luz cortada contra el pavimento gris, grandes ventanales, techos de aluminio, puertas de acero, cristal verdoso, cristal glauco, cristal lechoso. La mujer que se sentaba a mi lado estaba nerviosa: muy delgada, seca, pelo muy rubio, no paraba de consultar su teléfono y de organizar unos papeles que traía en un sobre, lo hacía mecánicamente. Miré por el ventanal los tejados de la ciudad, las terrazas, antenas y cúpulas. El cielo azul se matizaba con algunas nubes algodonosas, es verano y no lo parece. La necesidad de buscar un punto de fuga, me dije y salió el médico: atendió a la mujer, que sólo le tenía que mostrar un papel para que su baja fuese efectiva. Su voz era quebradiza, voz de fumadora, nerviosa, como un hilo casi invisible. El médico la tranquilizó y al final una sonrisa hizo que ella se relajase. Entendí que la sonrisa elevaba su capacidad. Entré, hablamos y me dijo que debía repetir el análisis de sangre. No estoy enfermo, me dije, pero me di cuenta que la afirmación es tan inestable como la placidez de la tarde: unas débiles gotas comenzaron a caer sobre la acera, la grisácea acera, su damero y el olvido.

+ Imagen: fragmento arquitectónico de algún museso: el regreso a las 2D, desde las 3D.