sábado, 30 de marzo de 2019

Listas


Madrid - fantasmas


+ Tengo dos listas que no sé si llegaré a compartir en algún momento. Son listas que no están terminadas, que quizá no tengan conclusión, son listas que responden a la necesidad de crear  presupuestos para algunas conversaciones. La primera la he nombrado como: «Autores (canon y canonización)»; la segunda: «Haces: indicios difusos y condiciones de posibilidad». Se trata de trenzar, entre ambas listas, una suerte de nebulosa de conversaciones posibles. La conversación tiene pautas anteriores a su concreción, pautas implícitas que, quizá, es preciso caracterizar y explicitar. El diálogo como punto de encuentro e inicio de una construcción, verbi gratia. La primera lista quiere dar forma a los autores que me interesan: agrupo autores por una cierta afinidad que no he determinado pero sí intuyo y creo que es verdadera en un ámbito de lecturas próximas [puntos de vista, matices, atención al detalle (…)]; la segunda lista aborda problemas que me preocupan y se decanta más hacia lo social y lo político, también a las costumbre, modos y gustos [y esto último sirve de enlace con la lista anterior].

+ Continúo con la lectura de los tomos de Pierre Bourdieu. Lectura que se produce cada sábado y cada domingo; sistemáticamente. Se trata del gusto, de los porqués de esto y de aquello, o los rechazos. Según la lectura avanza las explicaciones alcanzan mi formación cultural y sentimental: cómo se ha fosilizado, cuándo se quebró y de qué manera la he reconstruido. La observación del proceso tiene un apoyo en el discurso de los dos tomos [La distinción y Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario]. Pienso en mi acercamiento a la lectura, los libros, el arte, el viaje como expresión de distinguido elegir, el viaje contrapuesto al turismo [y ahora el turismo contrapuesto al imposible viajar], la ropa, lo límites de las conversaciones, el no reconocimiento de una laguna, el silencio ante un dato ignorado, la elección de una bebida por sus implicaciones artísticas [del ajenjo al té verde o la cerveza sin alcohol, el whisky o la ginebra mala], los venenos y su adorable y maldito reflejo. Lo maldito como expresión general de una inconformista veleidad, derivada de una situación burguesa donde ya lo necesario es obvio e incluso vulgar. Esa construcción tiene su contraste en los dos tomos citados, en la certeza de que el gusto es un emblema, con mayor importancia de que en un principio se pudiera sospechar. La explicación pone en orden viejas y desordenadas ideas: hoy agrupan la constelación de las observaciones espontáneas.

+ La refracción de los estímulos [ocurrencia en el inicio de la semana, que considero poco afortunada, pero que copio como muestra de una serie de procesos de escritura, como la copia del prospecto de un medicamento: sin importancia].

+ Hay fantasmas que no asaltan inesperadamente: noticias en la televisión, fotos del pasado, una canción que trae una época no memorable de nuestro pasado. Todo ello se puede conjurar, el antídoto se encuentra en nuestro interior: hay que desterrar las figuraciones. Evidentemente extraigo el medicamento de las Meditaciones de Marco Aurelio. Evidentemente, Marco Aurelio está en una de las listas, por derecho propio, por su gran rendimiento, por ese estilo que tanta calma me ha aportado, me aporta.

+ Días soleados del inicio de la primavera. La floración, el aire limpio y el incontestable frescor de la mañana. La vida regresa. Los ciclos de la naturaleza son tan metafóricos. Ahora es primera hora de la mañana y me preparo para ir al trabajo, antes leo un artículo sobre la muerte: me decepciona y regreso a la rememoración de la primavera. Me sorprendió la variedad de verde en los árboles, nubes o verde pulverizado, en el paisaje. La muerte y la primavera, que resultan complementarias. Lo opuesto y lo complementario no están separados uno de otro, como la pieza de un puzzle que encaja en otra pieza. Días soleados, la lectura, cierto deseo a la baja, que me beneficia y me calma.

+ Muerte una mujer de 41 años en un accidente de tráfico; de primera mano recibo la noticia, que no difiere de lo que se publica en los periódicos. La opinión sobra. La muerte impone su verdad: todo cesa. Me llamó la atención lo que me dijeron: no había una sola gota de sangre, algo que no figura en la prensa: son estos los detalles que muestra la visión privilegiada por la cercanía y la experiencia. La muerte violenta es un extraño drama que nos alcanza para interpelarnos. Vuelvo a Marco Aurelio, ahora: en la primera hora de la mañana del miércoles, antes de coger el coche. Nunca se detiene, la vida, esa actividad absurda.

+ Imagen: esos fantasmas que sólo la cámara fotográfica puede atrapar.

sábado, 23 de marzo de 2019

Land Marks


Vaso Uned Madrid 2019


+ Los lugares reseñables envuelven al viajero en un estado de sorpresa: comprobar y reconocer el monumento nos aporta un grado, paradójicamente, de irrealidad. ¿Tienen una función estas señeras balizas? No lo creo porque no se trata de funciones sino de venenos. Land Marks.

+ [Vídeos en internet]. Busco unos datos sobre algo que se acerca al arte contemporáneo pero ni lo intenta ni lo alcanza; más tarde decido que resultaría conveniente escuchar una conferencia sobre coleccionismo y arte contemporáneo, pero la conferencia no la encuentro y, sin embargo, aparece un pseudo documental sobre una extensa colección de zapatillas deportivas: una vez visto, en un enlace, me dirijo a una colección de cochecitos. La cantidad de elementos es pasmosamente grande. Casas enteramente dedicadas a estos «archivos». Dejo que la corriente fluya, sin hacer valoraciones, dedicado a escuchar motivos, sistemáticas y relatos sobre las ordenaciones de la colección. En un momento, el coleccionista de autos [un hombre muy meticuloso, cómo no] dice que no ve diferencia entre coleccionar arte y coleccionar autos. Detengo el vídeo y escribo [escribo esto que ahora se puede leer], oigo la lluvia contra los cristales y miro hacia el reloj: son la ocho y cinco, es domingo, ¿tiene razón el coleccionista de autos? Podría establecer un discurso elitista sobre la tarea cultural que supone la creación de una colección [de arte contemporáneo] y la imprecisión que suponen los bibelots, pero no me parece que se ajuste a la idea que me perturba. Anoto, finalmente, un condicionante común: el desasosiego que la vida produce cuando se encuentra con la realidad innegable y que el aburrimiento atestigua. «El coleccionista es el que conoce su límite», sentencia el coleccionista de autos: y ahí está la razón en los límites [precio, escala, color (…)]. Toda una lección, una gran lección.

+ [Termina el vídeo]. Afirma el coleccionista que toda colección tiene un anclaje en la infancia: por eso él colecciona pequeños coches. Tal vez. La tarde es lectura y en el libro de Pierre Bourdieu aparece una larga referencia al Aduanero; según avanzo y las páginas se deslizan, deseo ver los cuadros del Aduanero, otra vez. Así, voy al ordenador y en el buscador de imágenes se despliegan ante mí varios cientos de posibilidades: entre ellas escojo La gitana dormida [la noche, el león, la mujer, la cítara, el jarrón (…)]. ¿Por qué escojo este cuadro y me detengo en su estudio durante largos minutos? Porque este cuadro tuvo un significado en mi infancia, un significado que se ha perdido y del que sólo quedan algunos jirones que se traducen en una idea de extrañamiento, de lejanía, de no comprensión: el color, las figuras, la propia tela que compone el atuendo de la mujer, los pies y las manos de la mujer. El choque se produjo entre una idea de pintura y una realidad de pintura. Con mucha precisión puedo recordar el fascículo que mi padre trajo, aquéllas hermosas reproducciones en tamaño de un A3 (más o menos). Con la recuperación del pintor ha regresado todo un mundo que yo intuía y que nunca llegó a cuajar. El coleccionista tiene mucha razón: la infancia es determinante en ciertas obsesiones; aquí los cochecitos, aquí los cuadros y el arte. Yo tampoco he conseguido desprenderme de ello, pero mi colección no es tan evidente, no tiene ese grado de concreción, pero es igualmente obsesiva.

+ Samanta Schweblin dice que mejor que los premios sería tener un sueldo que le permitiese escribir sin preocupaciones. Las sugerencias de los vídeos son un retrato; el inquietante retrato que ofrece la lectura de nuestras preferencias en línea. Relaciones familiares, parecidos de familia, filias y fobias. Qué sé yo. Recupero el libro de S.S. que compré hace unos meses, quizá esta noche lea algo, quizá no.

+ Llegó la noche y comencé a releer el libro de S.S.; un cuento. Respecto a la primera lectura, la prosa había ganado una suerte de vértigo, el subrayado de inciertos detalles que iluminan la oscuridad del relato, la composición de un espacio y un tiempo que condicionan el giro de los personajes. Todo está abierto y esa apertura ofrece un extraño placer. Me recordó a Salinger, pero llegó la hora de dormir ya apagué la luz.

+ Copio una parte de un diálogo de uno de los cuentos de Samanta Schweblin, Cuarenta centímetros cuadrados: «Cuando le pido algo a Dios pido así: Dios, vos hacé lo mejor que puedes- y dio un gran suspiro-. De verdad, no pido nada puntual. De tanto escuchar a la gente aprendí que no siempre piden lo que es mejor para ellos». Ciertamente es una vieja idea que se remonta más allá de las culturas clásicas, eso creo, pero me ha gustado la actualización, en este momento, con estos filtros que se constituyen en esta hora: el café, la tenue y amarillenta luz, el silencio de la madrugada.

+ Después de terminar la lectura de otro cuento de S.S., E. y yo hablamos por vídeo conferencia. Entre otras muchas cosas, me dijo que la sorprendía que yo la citase. Es cierto, quizá se trate de súper poder, como los súper héroes de Marvel, que a ella le gustan e interesan. ¿Son los súper héroes de hoy una mitología de ayer?

+ He retomado a Lucrecio y no he podido de dejar de pensar en Nápoles, en Pompeya. He pensado en la calles por las que C. y yo caminamos, la retícula de la ciudad, los frescos, el aliento que se sostenía desde el pasado, el remoto pasado. De rerum natura, con una introducción de Agustín García Calvo, un libro que recupero porque alguien dice que es un libro que le acompaña. Por otros motivos, motivos muy diferentes, lo aprecio: reconozco la melancolía que imprime y me digo que la melancolía es el humor negro, una enfermedad que germina sin piedad en los corazones sensibles al dolor de vivir. Me acerco a una historia de la literatura latina y busco el nombre de Lucrecio, leo las noticias sobre su vida, indago en la dedicatoria del libro y encuentro la relación entre el autor y la bahía de Nápoles: los abrasados papiros de Hercúlano. El tiempo no se apiada de nadie, su crueldad es manifiesta; leo y sé que la lectura es humo, pero es en este instante donde debo detenerme y trazar el giro que se me ofrece: la lectura como impreciso veneno, vano y peligroso oficio.

+ Imagen: vaso de agua: hacia la abstracción, sin formas, sin color, las sombras se apartan, queda la luz sobre el vaso: intensa, dura, cruel. Luz de fluorescente, que puede estar en el comedor universitario o en la sala visitas del hospital, y nada le importa, salvo la exactitud de su tarea.

sábado, 16 de marzo de 2019

La imposibilidad del viaje




+ He comenzado a preparar un viaje a Normandía. Lo primero que hice fue comprar una Guía Verde Michelin, en inglés porque en inglés estaba a muy buen precio. Paso las últimas horas del día sumergido en la lectura de las entradas sobre los pueblos y los paisajes, en el estudio de mapas y fotografías; playas, museos o castillos. Es un trabajo laborioso que me agrada. La constitución del territorio como material de indagación, donde se van colocando balizas imaginarias de diversa naturaleza: referencias literarias, noticas gastronómicas, asuntos políticos. La conjunción de las ideas anteriores con los fragmentos de realidad que aporta la guía elevan un imaginario sutil, inasible, pero que se hará materia en el futuro. Otra forma de estudiar el paso del tiempo. Esta es la lectura que guía las últimas horas del día, después de haber terminado la novela de espías y quedar un tanto decepcionado.

+ Espero la llegada de un mapa de carreteras; todavía faltan diez días, como mínimo, según veo en el localizador que tengo en mi correo-e. Para terminar mis gestiones necesito ese mapa, necesito el papel, necesito posar el escalímetro y anotar las distancias, hacer humildes cálculos y tomar decisiones.

+ Hoy viernes ha llegado el mapa de carreteras, lo extiendo sobre una cama y la disposición del territorio me intriga. Me intriga, en sí, Normandía: es un tema que crece y toma cuerpo. Las novelas tienen algo que ver en su constitución, dos novelas. No es la primera vez que, en mi caso, un territorio se une a una serie de paisajes que llegan a través de la narración. Lo sé, es un fetichismo. Pero la posibilidad del viaje se posa en esa, llamémoslas, iluminaciones. Francia es tema, un capítulo: Normandía. He de buscar el escalímetro.

+ [¿La imposibilidad del viaje?] Hoy es domingo y leo un artículo en un semanario que llega junto al periódico. Un escritor habla de que hoy no es posible viajar porque el viaje se ve imposibilitado por los vuelos baratos, la sustancia intercambiable de la oferta hotelera y una suerte de desplazamiento instantáneo que ha suplantado al viaje auténtico. En la prensa digital encuentro una entrevista con S. Pinker, el psicólogo, que dice que no es cierto que los jóvenes escriban mal, que esta es una sentencia repetida a lo largo de la historia y sin base alguna. Comparo las dos aseveraciones y veo que en realidad son caras de la misma moneda: ¿vivimos en el mejor de los mundos posibles? ¿apocalípticos o integrados? ¿es imposible el viaje? En cualquier caso, le resto importancia. No entra dentro de mis planteamientos; no desprecio el turismo.

+ Recuerdo que U. Eco en la introducción de su libro Apocalípticos e integrados decía que era muy injusto encasillar las actitudes humanas con las etiquetas anteriores.

+ Hoy he vuelto a ver a la limpiadora. La he visto feliz y esto me ha alegrado. ¿Ha regresado el hombre que la buscaba anteriormente? Pasa un instánte y los veo juntos y me digo que sí. Caminan sin prisa, juntos, sonrientes, pausados; en la calma de estas primeras y limpias horas de la mañana. El amor reconoce a sus participantes, y en ocasiones es leal con ellos, les regala la sonrisa y las palpitaciones de sus corazones, la agradable cursilería del enamoramiento. Sólo es un suspiro, pero en la decadencia del instante hay una lírica sin explicación: la magia de la finitud. Suficiente.

+ [Una vez más, creo haber repetido una imagen: se trata de la entrada anterior. ¿He insertado dos veces el teléfono del cuadro de D. Hockney? Podría ser, pero no lo comprobaré porque no quiero corregir esa duplicidad, ya que creo que tiene algún tipo de significado, en el sentido de mi reverencial admiración por el pintor. Con todo, me gustaría volver a ver el cuadro, como el que visita una ciudad donde ha sido feliz, pues ante al cuadro de D.H. fuimos felices C. y yo. Para eso deberíamos regresar a Londres, una ciudad en la distancia, un lugar a donde regresar porque allí fuimos felices].

+ Imagen: una hoja de ginkgo sobre la piedra, un recorte contra la mañana fría.

sábado, 9 de marzo de 2019

Arqueología




+ [David Hockney y los retratos, y también un bodegón]. A lo largo de los años hemos visitado algunos museos en varios países [tampoco tantos, pero sí los suficientes]. Museos de arte contemporáneo, museos históricos, museos de artes decorativas (…) Hay lugares especiales, momentos singulares. Finalmente, recuerdo con mucho cariño una mañana en la British Tate donde C. y yo estuvimos largo rato ante el cuadro de David Hockney Mr and Mrs Clark and Percy. Nos situamos frente el cuadro en silencio. Nadie pasó, nadie llegó a la sala y los minutos caían; ni visitantes ni guardias. Había algo mágico en el momento, esos momentos que no se olvidan, que con facilidad instituyen un poso perdurable y fructífero. Para mí, y creo que para C. también, en ese momento se constituyó una idea de Londres y de los londinenses, subjetiva y arbitraria, pero personal y relacionado con nosotros, únicamente con nosotros. Así, la calidad de los tejidos, la voluntad de clasicismo de la puesta en escena y la disposición; la luz, esa luz que otorga el sol en Londres en algunas ocasiones. La teatralidad conduce a una reflexión sobre la vida de la pareja, sobre las costumbres y la decoración, el hogar como reflejo de la unión.  La decoración, ese tema. Todo esto y otras cosas recordé con un cierto desorden cuando rescaté un libro de una exposición de D. Hockney que mi hermano me regaló unas navidades atrás: 82 retratos y 1 bodegón. Leo el texto que introduce el catálogo y regreso a aquella mañana levemente lluviosa, donde una chica nos sonrió en la cola de entrada, donde estudiamos sin demasiado convencimiento unas estilizadas esculturas mitológicas: hierro negro y brillante como charol o asfalto mojado que contrastaban intensamente con los lienzos blancos de la fachada de la British Tate. Poco más. De regreso al libro, los retratos contienen en sí mismos una idea que manejo con frecuencia: la vida cotidiana como posibilidad ilimitada de historias y revelaciones, un tiempo y un espacio donde investigar y donde reconocerse, pero también donde descubrirse: esos actores que somos, sin saberlo. Así, durante la tarde de fiesta me dejé llevar por las reproducciones, por el estudio del gesto, el atuendo y los cuerpos, la silla y el fondo. Lo repito: poco más, que es mucho.

+ Sin saber porqué, hoy cogí un tomo de poemas de Luis Alberto de Cuenca y volví a certificar que su poesía me gusta, me divierte y la siento cercana. Quizá se trate de una frivolidad, lejana a otros peligros, a necesidades más perentorias, más comprometidas, más verdaderas, pero yo encuentro en esta poesía un índice de lo que soy, de lo que me gustaría ser. Playas en invierno, las manos de la amada, el viento sutil en los trayectos en coche por la costa francesa, jugar a espías en Berlín, recorrer París en un día, desayunar en el área de servicio de una autopista cerca de Oporto. Tantas cosas que se reflejan en la fragilidad de los placeres y los días, en fluir de lo cotidiano.

+ Lo anterior se diluye en la lectura de las Meditaciones de Marco Aurelio, aunque permanece un aliento de alegría, una sosegada alegría a punto de quebrar.

+ Pensé en los álbumes de Tintin, pensé en cuando por primera vez vi a Tintin, lo recuerdo ahora: mi padre regresaba de Madrid y cada uno de los hermanos nos trajo un álbum. Recuerdo la casa de mis padres, a mis hermanos, la sorpresa de los dibujos, el descubrimiento de la línea clara, recuerdo el viaje a la Luna, recuerdo a Tornasol, recuerdo a la Castafiore, recuerdo a Haddock, recuerdo que le prestamos El asunto Tornasol y nos lo devolvió pintarrajeado: sé que en ese momento aprendí algo que no olvidaré, recuerdo los coches, las estaciones de tren, recuerdos los árboles, los paisajes, recuerdo las mañanas del sábado, en la infancia, en la adolescencia. ¿Qué queda de todo aquello, a dónde ha ido? Pero, con todo, Tintin permanece, lo sé y me da una seguridad que atraviesa el tiempo.

+ Recordar implica el reconocimiento de una expulsión: desde Hockney hasta Tintin todo se ha desvanecido en el implacable discurrir del tiempo. Nada puedo hacer, salvo olvidar, pues el olvido impacta contra el recuerdo y lo reduce a polvo, un polvo brillante e inasible.

+ No puedo dejar a un lado que la enfermedad de mi tiempo, es decir este mismo, cuando escribo, cuando leo, es la ansiedad. La velocidad y la presión. La ansiedad no es otra cosa que la traducción del miedo. El miedo que se refleja en lo diario. Merece un poema, pero no seré yo quién lo escriba. La capacidad de escuchar, tal vez, tal vez sea otro tema, pero el día se termina y la coherencia desemboca en el sueño, el sueño reparador, que me alivia de esa otra enfermedad: vivir. Tintin vela mi sueño, pero en esa tarea colabora D. Hockney, hoy D. Hockney, mañana quién sabe. Pensaré en los temas: la ansiedad y la persona que escucha; pensaré en ellos y trataré de establecer una conexión con mi vida diaria; tal vez sí, tal vez no.


+ Percy era un gato.

+ Imagen: Fragemento del cuadro de D. H.
Mr and Mrs Clark and Percy.

sábado, 2 de marzo de 2019

Anotaciones en una libreta de tapas negras







+ [5:55 a.m.: miércoles, aeropuerto]. En una pantalla pasan el parte metereológico del NE. de EE.UU. A continuación, en silencio, se desgranan noticias que no alcanzo a entender: es demasiado temprano. Es raro, soy raro. Sólo resultan perceptibles los zumbidos sincopados del eating point. En el no-lugar, el idioma del no-lugar es el inglés. Leo en la pantalla: Noticias de China: «… el ticket de entrada al mercado ha costado más de 600 euros…», apenas se puede comprender el enunciado, el subtítulo dura una pequeñísima fracción de ¿segundo? Me aburro, abro el libro y me aburro, cierro el libro, comienzo a acusar el cansancio.

+ En el aeropuerto comencé la lectura de El espía que surgió del frío de John le Carré. El aeropuerto y la narración de la historia de espías encajan bien; la sensación de falta de identidad y la falta de permanencia de todo lo visible forman un sólido matrimonio. Veo, estudio a las personas que me rodean: cuánto sobre ellas ignoro; todos somos iguales, todos somos diferentes. La novela recorre escenarios que C. y yo hemos recorrido juntos, ahora toman otro sentido. Londres o Berlín, sólo recuerdos con diferentes grados de persistencia.

+ Caminé mucho y caí sobre la cama como un saco, el sueño fue profundo y soñé con asunto laborales. Equívocos, confusiones, un accidente, un pequeño accidente sin consecuencias. Madrid ofrecía un cielo limpio, el perfil exacto de los edificios, las sombras sobre el asfalto, el recuerdo de una luna inmensa, el brillo del sol en los escaparates, árboles adormecidos, pájaros insomnes. Pensaba yo en lo oído durante todo el día y se diluía en el caminar. El caminar es un catalizador, vuelvo a caer en el sueño; y así.

+ [Martes, primera hora de la mañana]. No puedo dejar de observar a las personas, me repito mientras cierro la puerta de casa, mientras le doy dos vueltas a la llave, mientras me digo otra vez lo mismo: nada hay más sorprendente, oculto, misterioso: la gente. Así, hoy he visto a la mujer que limpia los portales que están en las inmediaciones del garaje donde guardo mi coche. Es una mujer que ronda los cincuenta años, quizás los haya sobrepasado, no es muy alta y siempre está muy maquillada, lleva tacones y camina con contundencia. Unas semanas atrás quedaba con un hombre y parecía feliz, se alejaban charlando y riendo en estas primeras horas del día, cuando todavía no ha amanecido; no he vuelto a ver al hombre y ella está triste o nerviosa, quizá ambas cosas. ¿Ha desaparecido de su vida o sólo es una ausencia pasajera? La veo y no puedo dejar de pensar en las múltiples historias que nos rodean y de las que no sabemos nada: las personas que nos saludan o no nos saludan en la entrada de un edificio, las que nos cruzamos en los ascensores, los vecinos, la tendera, el funcionario que levanta los ojos y vemos algo comprometido en su teléfono, en la pantalla de su ordenador (...) Cuántas historias que nadie contará. Pero yo pienso en esta mujer, que a veces me saluda y otras veces no, pienso en ella mientras me dirijo al trabajo con la única compañía de unas viejas canciones napolitanas en las que de alguna manera me veo reflejado. La recuerdo, parecía ilusionada cuando abandonaba su trabajo durante unos momentos y acompañaba al hombre, pero hoy la vi hoy cabizbaja, taciturna, pensativa. ¿Un desengaño, el abandono, el final de un amor que ni siquiera llegó a germinar? Todas las posibilidades que barajo apuntan a la equivocación, pero esa es la condena: trazar líneas sobre el agua fría de la mañana y saber que el error nos configura. Aunque, todo sea dicho, la tristeza palpita en su gesto, la tristeza crece; mi coche se aleja y, ya, otras historias se me ofrecen como la flor que abre sus pétalos.

+ «El trabajo de espionaje tiene una sola ley moral: se justifica por los resultados» [El espía que surgió del frío, John le Carré]. ¿A cuántas actividades se puede extender esta ley moral? ¿La política, los negocios, las relaciones personales, el amor (…)? Siempre podemos elegir, rechazar y aceptar; la elección es cómoda o desagradable, pero la ley moral equilibra las razones y separa lo adecuado de lo inadecuado. Lo importante, me digo, es no engañarse. Mientras, la novela avanza y veo que la calidad del relato no es menor, que hay una enseñanza flotando en todo el desarrollo del hilo narrativo, la duplicidad: creo que hay reside una característica que alcanza a la totalidad. La totalidad.

+ Recuerdo haber leído en un panel de la exposición sobre Auschwitz [Madrid - Salas del Canal] que no debemos rechazar a las personas por su aspecto, porque no nos guste su cara, por razones espontáneas sin fundamento, es más: incluso cuando las razones estén fundadas debemos evitar el odio. La recomendación siempre la tengo muy presente, como un comprimido contra mi propia estupidez [esa estupidez humana que todos tenemos en mayor o menor proporción].  En este panel pensé poco después de ver su foto; la foto de su perfil del programa de mensajería instantánea, pero, al tiempo, no podía dejar de valorar su gesto, su sonrisa, la disposición de los elementos que se distribuían en aquella foto tan sumamente estudiada. Sobre todos los elementos, la sonrisa dominaba el retrato: en mi opinión indicaba una falta, una carencia, el peligro que amenaza tras lo que nos parece una sonrisa falsa. Estudié su rostro otra vez y debí volver al consejo del superviviente de Auschwitz: evita sentir desprecio, porque el mal te absorberá. Dejé que la relación fluyese: hablamos por teléfono con educación. La primera vez que lo vi cara a cara me pareció de una amabilidad fría y condicionada por una jerarquía subterránea donde él dominaba la estratificación, con una gran diferencia sobre mí, algo no podía hacerlo explícito porque ya que necesitaba de mí. Lo estudié. Nervioso, fumador, muy delgado, ojos inexpresivos, una dicción monocorde y firme, una voz profunda que contrastaba con su rostro afilado, esa delgadez que su ropa ligeramente actual remarcaba: los pantalones pitillo, el polo gris, las botas de media caña muy gastadas, falsamente gastadas, el anillo de casado tan brillante en sus dedos largos y esbeltos. Pensé demasiado en el encuentro y no me pareció bien, no nos debemos permitir perder el tiempo en asuntos estériles y el asunto de valorar a X. era estéril. Pasó el tiempo y semanas más tarde me enteré que tenía una tendencia importante al engaño, a las trampas y a romper puentes, con la intención de salirse con la suya, pero con saña y sin educación. ¿Me había equivocado? No, no me había equivocado en mi primera intuición; pero la sentencia del superviviente del campo de concentración me acompaña y sé que se deben evitar el odio, por ligero que sea, incluso, como ya dije, cuando se tiene razón.

+ Dejé de escribir, cerré la libreta y traté de no pensar en nada. El aeropuerto era una inmensidad dominada por ruidos difíciles de identificar. Bebí al carísima agua recién adquirida y la idea, la imagen surgió repentinamente. Aquel rostro que vi en el perfil de la mensajería instantánea era el rostro de la soberbia y todo lo que después vino de X. estaba guiado por la peligrosa sombra de la soberbia. Había acertado. Otra vez, una vez más, recordé las palabras del superviviente de Auschwitz. Nada puedo añadir, nada debo añadir, escribí al final de la nota, en la libreta de tapas de hule negro. Caligrafía nerviosa y definitiva. Punto final.

+ [Todos los puntos de esta entrada los escribí en una libreta de notas de tapas negras; los escribí bien en los aeropuertos, bien en los aviones, en el viaje de ida, en el viaje de vuelta de mi última estancia en Madrid, febrero 2019; ahora las paso a limpio como un ejercicio de estilo, pues cuando escribía en la pequeña y envejecida libreta calculaba este pasar notas a limpio].

+ [Mis observaciones han estado marcadas por la figura literaria del espía y cuando escribía en la libreta negra pensaba en Museo del Espía, en Berlín. Así, los días luchan contra el consustancial aburrimiento].

+ Imagen: arquitecturas sin importancia: patios interiores, pasadizos, blancos lienzos de pared sin atractivo que tanto me intrigan. [En Madrid].