sábado, 3 de noviembre de 2018

Post festum




+ [La cámara de Nefertiti].  No había mucha gente en el museo. Caminábamos por las salas sin demasiado interés, más concentrados en las contradictorias sensaciones que Berlín nos ofrecía que en las piezas de arte asirio, por ejemplo. Muros azules, momias, jeroglíficos. Quizá fijarse en detalles sin importancia nos otorgaba una alegría evaporada, sin mucha consistencia, pero no era el momento. Las salas se sucedían y, como en otras ocasiones, yo observaba lo que los ventanales ofrecen. El cielo, un tejado, el perfil de una estatua: allí vuela un pájaro negro. Al fin, llegamos a la cámara de Nefertiti y fui consciente de cómo la banalidad nos traspasa: ante los milenios no somos nada, ante un segundo tampoco. Sé que el aspecto de Nefertiti es producto de restauraciones, restauraciones logradas, pero restauraciones; ya no se contempla el tiempo que en ella se posa sino la lectura experta del restaurador: aunque su propósito sea que su trabajo no se note, el trabajo está ahí. Pero había una posibilidad de enamoramiento que se conecta con la ciudad. Con todo, podría ser una mujer de hoy día y eso me turbaba: se sostiene la permanencia de los rostros y los gestos: ese realismo que la figura tiene y nos traspasa: la misma materia que sostiene nuestra forma. Desde la sala contigua la gente hacía fotos tratando de atrapar esa magia inasible. Allí con diferentes artilugios fotográficos los visitantes disparaban; yo también disparé, pero no sobre la pieza, sino sobre los cazadores. Mi tendencia hacia lo paradójico. En la tienda del museo compré una reproducción que terminé por enmarcar con un marco barato: ahora está en ese muro que construyo. Nefertiti arropa mi sueño, me gusta pensar en la última hora del día.

+ Escucho la RAI y leo una reseña del último libro de Samanta Schweblin. Uso el ordenador, uso la tableta. Ha comenzado el frío, el día es claro, me espera la tarea diaria. Todas las acumulaciones son caóticas, acumular se enfrenta al orden. El aparente orden espontáneo de las acumulaciones debe ser estudiado con atención: lo hago, pero la ubicación de los libros se plasma en los agrupamientos temáticos. Creo entender esto, pero me equivoco. La RAI detalla problemas sobre educación y Samanta S. nos habla de unos peluches con cámara incluida ante los que exhibirse, un extraño al otro lado controla la cámara y el movimiento del peluche, la cámara está tras uno de los ojos de cristal. Samanta S. vive en Berlín, Samanta es argentina. Pienso que Berlín es un buen lugar para alguien que escribe. El frío matiza la geometría de los edificios, son precisos sus perfiles a esta hora. Escribo desde el desorden, han cambiado la hora, es domingo, fiestas en el olvido, el tedio.

+ Compro un libro de Samanta Schweblin. La narración, la novela ocupa la centralidad del canon, obviarlo se traduce en apartarse del momento que nos toca vivir. Para estar en el mundo no se puede dejar de leer novelas, cuentos, crónica frívolas: incluso. Ahí una verdad que se resiste a ser conquistada.

+ Escucho a la escritora en el mar del insomnio, las cinco y media: habla de su visión. Visión, qué palabra. ¿Visión es prima hermana de iluminación?

+ Post festum, pestum et post coitum, tedium.

 
+ «Finalmente, una perspectiva consoladora: con ayuda de la edad, la obligación de la fiesta diminuye, la inclinación a la soledad aumenta; se impone la vida real.» M. Houellebecq.

+ Una tarde agradable en una agradable casa en una agradable compañía. Todo resulta fluido y armonioso. La vista desde el jardín o desde la terraza superior nos sorprende, el panorama de la ría se extiende ante nuestro asombro: de un golpe comprendo cierta idea de geografía política o económica, pero percibo que no tiene importancia: importa la belleza de la ría, el tacto pictórico que tiene la vista, la disposición de las edificaciones. La tarde transcurre amable y cálida. Cenamos y charlamos entre risas y anécdotas graciosas, una conversación entretenida. Su nombre es alegría, un regalo. Pero, como me sucede desde que visité Sachsenhausen, el campo de concentración, no puedo evitar percatarme la fragilidad de la vida. No me entristecí, pero sí guardé silencio, no dejaba de preguntarme por cómo sucedió el Holocausto, sin olvidar otros holocaustos [al tiempo estoy leyendo El holocausto español, de Paul Preston]. Se pude indagar en las causas, pero la respuesta definitiva no la encontraremos, porque no es la historia donde se encuentran las razones del mal, mejor sería indagar en la biología, en la psicología, en la psiquiatría. Bueno, regresamos y la noche era cerrada. Hablamos sobre la conveniencia de las visitas, de saber dar por terminado el encuentro, la buena educación, respetar las distancias y los tiempos. Llovía débilmente y no dejaba de pensar en esa certeza: el mal está ahí, entre nosotros, camuflado en lo cotidiano, en aquél que nos atiende en la gasolinera, el profesor de matemáticas  o en el que toca la flauta en la banda local; hombres no muy distintos a nosotros apoyaron explícitamente o con su silencio la extensión de la crueldad. Era sábado y estábamos en paz: ahí descanso.

+ La vida cotidiana previa a la Segunda Guerra Mundial (SGM). Fotos de Roman Vishniacs el lunes a primera hora, antes de irme al trabajo. Las veo y me llevan a otras que vi sobre los días previos al estallido de la Guerra Civil Española (GCE). La SGM y la GCE en sus días previos se equiparan: la gente sigue con su vida, ajena al estallido de la guerra. En ello pienso. Lo cotidiano se rompe sin explicación y aparece la dispersión, el desorden, el dolor. El frío y el miedo. Las fotos en blanco y negro son muy expresiva y esa expresividad transforma la escena, la dota de un aliento artístico: cuántas son las caras de la realidad y qué poca cuenta las fotos dan de la riqueza que se atesora en un segundo de vida, la fracción de segundo que atrapa. Veo, otra vez, las fotos en la pantalla y me parecen muy plásticas, pero sé que la vida es otra cosas y no un trasunto artístico. Queda la memoria, pero el frío y el miedo se han fosilizado. Prefiero el testimonio escrito, hoy prefiero el testimonio escrito a cualquier otro registro del pasado.

+ Imagen: la cocina el domingo por la mañana.No he tocado nada, no hay composición, salvo el encuadre que realizo con la cámara [que no es poca composición]. Me gusta la disposición espontánea de los elementos, la luz, una coloración desvaída. Julio, domingo, primera hora; como si flotasen los restos del sueño en la atmósfera: tal vez.