sábado, 17 de noviembre de 2018
+ Límite (-s)
+ Mañana del domingo lluviosa. El gris tras la ventana, la música de Camille Saëns Saint [Sinfonía nº 3 en Do menor, Op. 78 (órgano)], el café humeante. Hay libros y periódicos sobre la mesa, pero prefiero la música: el Do menor adapta la circunstancia meteorológica al estado de ánimo. No hay cansancio, no hay aburrimiento, tampoco entusiasmo. Desde hace días se ha instalado una agradable calma que se ve reflejada en las conversaciones y en las esperas; un paréntesis, una cancelación de las prisas y las obligaciones. Dejo la música y regreso a un libro sobre la historia de Alemania: me sumerjo en las relaciones de poder en los siglos xiv y xv para luego descargar en el ordenador una imagen de mediana resolución del castillo de Wartburg en Turingia. Cierro los ojos y pienso en el castillo. Allí tradujo Lutero la Biblia al alemán. Veo, en otra fotografía, el cuarto de trabajo y creo entender aquel trabajo: la traducción o el estudio son sólo posibles en espacios con orden y un equilibrio que mantenga el hilo tenso del texto, la traducción, la lectura. Yo también preparo mi lugar de trabajo. Vuelvo a pensar. La traducción en el silencio del castillo: su disposición, la altura sobre el valle (¿más de 400 m.?), los perfiles sobre la cumbre. La música se desliza por el ensueño de los castillos y los bosques; sé que es escapismo, pero hoy es domingo y la traza de la mañana me adormece, me dejo en la virtualidad de los signos oníricos.
+ Tras su viaje oigo su voz cansada pero satisfecha. No puedo dejar de preguntarme por cierta sustancia de los viajes. ¿Aprendemos, rompemos automatismos, tan sólo es un paréntesis? No sé si hoy es posible el viaje o es esta la verdadera época del viaje, donde hay ya una representación absoluta del territorio: los mapas electrónicos y las innumerables referencias a los lugares. En cualquier caso, prefiero el recogimiento y la lectura, pero, al mismo tiempo, no estoy seguro de que sea una buena elección. Al otro lado del teléfono me habla de su cansancio tras días de largos paseos, de la experiencia y la conversación con otras personas, del ir y del regreso a las obligaciones del estudio. Todo ello conforma una metáfora, la metáfora tiene fuerza suficiente para iniciar una explicación. En este punto lo dejamos porque está realmente cansada y, aunque a mí me gustaría continuar, no es conveniente forzar la conversación, que tendrá su momento, tal vez dentro de un semana. Ella cuelga y yo me quedo pensando en qué manera la ilusión por el viaje se va transformando con la edad, pero se puede extender el cambio a casi cualquier ámbito vital. Pensé en aviones y en trenes, pensé en otros países y en bosques entrevistos desde el tren, pensé en lo que me contaron y en lo que yo no vi. Recordé a chicas que recorrían Europa en el Interrail, veían ciudades y conocían a otras personas; yo no participaba de aquellos viajes y me hacían notar una carencia: muchos años después vi las ciudades y fui consciente que nunca podría ver aquello que ellas habían visto porque yo ya no tenía veinte años, mi mirada se había contaminado de cinismo. El cinismo ha sido una nota paralizante, pero inevitable; ahora me desprendo de su nociva influencia, la verdad no es una elección.
+ Comienza la semana: coche, música en el coche o silencio. He optado en alguna ocasión por el silencio para observar el tráfico, así: todavía de noche, un tráfico denso, el palpable espesor de lo diario. Las obligaciones. Este continuo ir y venir nos configura, el contexto es otra tarea. ¿Sólo por dinero? No estoy tan seguro. He llegado a la conclusión que en una considerable cantidad de trabajo se articula en relación al juego. Una seriedad y concentración que no se abandonan nunca. Trataré de pensar en las consecuencias, pero, más tarde, mientras el coche se desliza fluidamente por la carretera hacia el límite de la provincia, creo que no es cuestión de consecuencias, ni de premios ni castigos, sino una lucha contra el aburrimiento: este temido espectro que muestra la verdad de la condición humana, su materia: el tiempo. Llueve, llueve, llueve y se abren claros. El bosque me fascina y no puedo detenerme. Vuelvo a la idea que tengo del trabajo, el trabajo como el incremento de la ganancia, pero no sólo material, sino ese espíritu de transcendencia, de falsa impresión de que el tiempo se detiene. Un cuervo vuela y el tablero del juego es inabarcable; continua el trayecto, se detiene el tiempo.
+ W. Bennett: «La enseñanza de la literatura es la enseñanza de valores».
+ Frases que nos ayudan a comprender la realidad, pero quizá la compresión no resulte completa, ni siquiera bien orientada. Leemos y copiamos las frases que nos dan la razón, esta es la guía de la cita. V. gr.: la cita anterior se podría invertir con facilidad: «La enseñanza de la literatura no es la enseñanza de valores». Percibo el cambio, la inversión y podría extenderla a la totalidad. Voy un paso más allá y entiendo que esa es mi configuración: la certeza en lo incierto y en la paradoja. Al mismo tiempo, necesito de frases para ordenar el mundo, como oraciones que no se dirigen a ninguna divinidad. Oraciones para ateos. Refranes, paremias, consejas. ¿Límites de la experiencia, el retrato o el retratista? Vuelvo a leer las dos citas, lo uno y lo contrario y me quedo con lo segundo, en este momento, pero sé de mi inconstancia y mi variabilidad, por lo tanto debería haber una síntesis. La síntesis es el abandono a las Variaciones Goldberg, que suenan en el fondo de la sala. Sin entrometerse, sin molestar, la línea de la melodía traza el reflejo la circunstancia móvil, esa dinámica que Bach establece y me alimenta, en la primera y en la última hora del día.
+ Imagen: un recorte de un campo, poca cosa, una búsqueda de un incierto pictorialismo, quizá desgana, quizá nuestro spleen.
