sábado, 20 de octubre de 2018

El regreso




+ Bosques entrevistos desde el coche. Los veo en invierno, en otoño, en verano, en primavera. Los veo, los observo, los estudio. No es mi trabajo, pero mi trabajo diario me lleva por sus orillas, desde la carretera los veo mientras me desplazo a mis diarios objetivos laborales. Así, he adquirido la capacidad de leer en sus líneas de fuerza: el liquen asciende por los troncos en el final del invierno: tan visible, esa simbiosis, veo los caminos perfilados por los intersticios que se forman entre los árboles, las rocas, el fin del bosque y el comienzo de la montaña desnuda, donde asoman piedras, lacerados páramos, casas salpicadas y en la cumbre un repetidor de televisión: antena y caseta cercada. Observo desde lejos la caseta: la arquitectura requiere otra lectura, la arquitectura es un texto y me pregunto por el texto que conforma la caseta y la antena. ¿El bosque es un texto? Hay una radiación que imposibilita lo absolutamente natural porque ya no es tampoco una realidad a imitar [me digo y dudo, como siempre dudo]. La música atesora preguntas por explorar, esa abstracción me transporta a indicios difusos, que no desean la concreción y en ellos me detengo. Me dejo llevar y me centro en la conducción porque esa es la tarea.

+ Soy incapaz de descifrar el rostro que asoma en el ordenador. Es un retrato de Goethe. Estudio su mirada. Lo dejo y pienso en el pequeño tomo que compré en Capodimonti. Goethe en italiano. Nápoles. No me he esforzado mucho en la tarea de llegar a la traducción del rostro del escritor alemán, ni siquiera tengo ganas de aventurarme, así son estos días de otoño, este otoño cálido, de agradables brisas y provechosas lecturas. Sólo escribir, sólo leer, y observar cómo la calle tiene vida propia. Pero el rostro sigue ahí: la severidad, la autoriadad, el respeto; tal vez. Sé que me falta algo, que nunca llegaré a tener la clave que ilumina la verdad del retrato, pero verlo me retrotrae a tiempos ya lejanos donde el retrato me interesaba muchísimo. ¿Todavía me interesa? Oigo murmullos que ascienden desde la calle y me parece que habito en una torre. Las 17:34. Hombres que trabajan, niños que corren, el día es amplio y su dimensión me abruma: ¿duran todos los días lo mismo? Conocemos la respuesta: no, pero la pregunta es pertinente. Goethe me deslumbra, por su figura, por la veneración profesada. Ay, en otro momento comenzaré con el retrato de Hegel. Otro día, otra semana.

+ Recupero el libro de fotografías de Charles Bukowski y el libro de letras de Jarvis Cocker. Los coloco juntos, en un primer momento. No sé si constituyen una unidad, pero interesa pensar en la posibilidad. Las extrañas alianzas llevan a descubrir una parte de nosotros, quizá no se trate tanto de descubrir y sí de construir. En cualquier caso, el libro de Bukowski es para descomprimir cierto nerviosismo previo al viaje, el libro de Jarvis es para el viaje mismo. En realidad el enlace está en el viaje, pero la verdad del enlace está en ese mi deliberado fetichismo. El estilo, la posibilidad de la paradoja, la escritura, la lectura, una inclinación hacia lo libresco y a la constitución de percepciones a partir de la actividad lectora. (Voces que llegan desde otros pisos me recuerdan que soy mortal, y cuánto bien me hacen). Veo el equipaje a medio terminar y yo me reflejo en su materialidad, aquí utilizo la herramienta marxista del reflejo: toda obra de arte refleja la sociedad donde se ha producido [Georg Lukács], así mi equipaje refleja mi mismidad [etc]. Los libros y los lectores concretan una alianza duradera, pero efímera, yo soy en ellos, pero ellos son porque yo soy. Bukowski y Jarvis, hoy.

+ Recupero el libro Historia poética de Nueva York en la España Contemporánea, de Julio Neira.

+ La lectura se detendrá por unos días. Es bueno dejar la rutina a un lado, para volver con más ganas. Mientras tanto, debo reflexionar en cómo Nueva York se ha constituido en un tema, del que no sé el recorrido que tendrá. ¿Leeré poemas, tendré noticias más o menos curiosas, fotos, vídeos? Todo está al alcance de mi mano, incluso visitar la ciudad. La lectura no descansará totalmente porque llevo una introducción a la teoría literaria y el libro de Jarvis del que antes hablé. «Nulla dies sine linea».

+ Devuelvo el libro sobre la poesía española en Nueva York al estante, no es el momento, pero llegará. Los libros establecen su momento, por encima de nuestros deseos. Creo que es ahí  donde el autor se diluye.

+ Se muere la diva operística y con muy mal gusto publican una antigua entrevista donde ella sale muy mal parada. Hay cosas que se deberían penar. La mañana comienza con ese recuerdo y no deseo que sea un desagradable acento, al contrario: para reflexionar sobre la fugacidad y la imposibilidad de enfrentarse a la certeza inapelable.  Más tarde escuché la voz de la diva, que inundó el coche, que tiñó la mañana. Sólo escucho música clásica, a no ser que los locutores hablen demasiado: entonces busco alguna emisora pop, donde sepa que no hablan, que como mucho presentan las canciones. Ay, la muerte y la maledicencia.

+ [Nota: durante el viaje y la estancia en Berlín nada leí del libro de Jarvis. Podría haber tenido la intuición, pero confié, una vez más, en mi capacidad para leer en los viajes, una capacidad nula]

+ Imagen: deliberadamente la foto ha sido maltratada, hasta perder el foco, los colores, el sentido. ¿Ha perdido su sentido o adquirido otro, un reflejo de la intención del momento? La lectura se abre como esas flores de té japonesas: inunda la transparente tetera. [Me parecen tan actuales las dos mujeres, operando con las pequeñas pantallas de sus teléfonos inteligentes, sus ropajes negros, el escenario que Arco2018 supone: y un etcétera de ítems]