sábado, 21 de julio de 2018

Ilusivos zafiros en el viento




+ Me fijo en la foto de una entrada anterior: una botas, tomadas en picado desde la altura: y se comprueba que los lunares de las botas se reproducen con exactitud en las mallas. Una continuación de la propuesta. Las botas tienen el tacón muy fino, hubo un día que conocía el nombre de ese tacón, pero, como tantas veces ya, su nombre se me ha olvidado: eso me inquieta, necesito conocer el nombre de las cosas [como ya he dicho en alguna ocasión]. Cuando voy, temprano, al trabajo veo a una chica que usa esos mismos tacones, fuma con ansia y el humo que tras de sí queda es una promesa de virtuales enamoramientos. Me detengo y observo el instante. Observar y tomar notas es dejar de vivir. Ese momento de suspensión da paso a la música y a la reiteración en lo diario. Me fijo en la foto, otra vez. Sobre el pavimento de hormigón pulido, muy machacado, se produce un hiato: la fina estampa de la las botas y las mallas se enfrenta a la brutalidad de ese hormigón con cicatrices de golpes y martillazos (quiero pensar porque me conviene en la versión compositiva de la foto, en su versión adaptada para este diario). Otras veces no me paro tanto, pero, me digo, en ese detalle se alojan todas las alturas de aquel día de arte contemporáneo y alejamiento, desengaño y desvelada certeza, también se aloja en sus simas: la decepción, el encuentro ante el espejo, el olvido de los espejismos, el regreso de intuiciones erróneas: yo ya soy otro, no hay ninguna forma de evitar el cambio. Me abandono sobre la cama poco antes de comenzar la siesta y me digo: hay que fracasar para fracasar con más estilo: el snobismo se trata de crear un estilo y una imagen cínica y pomposa, pero ni siquiera en eso creo ya, hasta aquí debe llegar la paradoja y la ironía.

+ Una definición: método es el tratado sobre el camino. Una etimología aplicada, evanescente, dominical. Odómetro: instrumento para medir distancias: el camino; meta: consecución de un objetivo.

+ Abro el libro de Paco Gómez y sus fotos retratan muros. Yo disparo sobre los muros, también, pero con mayor chapuza y menor calidad. Disparo con la cámara para atrapar irregulares informalismos, estelas de cuadros que no han llegado a ser, pero que podrían estar ahí: el museo. ¿Se trata de demostrar que hay una pintura cotidiana que se podría colgar en ese museo imaginario, impoluto, irónico? El contexto es mi meta, el tema es contextualizar y descontextualizar. Carne de laboratorio, espíritu nebuloso.

+ Una amplificada tendencia a reiterar manías, indagaciones y estrategias.

+ Otro sueño urbano: ciudad castellana sin concreción, torres medievales y colas de mendigos a la puerta de un cotolengo, fotos y modernos que fuman y beben cerveza entre risas, hombres altos con voz profunda, el tren que espera, el día que nace. No tiene un sentido oculto: sólo es un sueño, la expulsión del detritus. No insistiré.

+ Veo un vídeo didáctido sobre los Triumphi de Francesco Petrarca. Tomo el ejemplar que L. me trajo de Bolonia. Leo el Triunfo de la Muerte y pienso, mientras me dejo llevar por el viento de viento de la tarde, ¿podría cada persona tener asociada una muerte particular y personificada con apariencia humana, una personificacíon que va con nosotros allí a donde vamos, una ángel de la guarda en negativo? Qué tontería me digo y dejo en suspenso esta pregunta, pero comienzo a notar una presencia en mi entorno. Quizá un diálogo abierto con esta supuesta personificación nos ayudaría a sobrellevar los contratiempos de lo diario, restarle valor a lo que carece de importancia, evitar los pronombres y enfrentarse a los sustantivos desnudos y certeros. La reconstrucción de lo cotidiano pasa por establecer estrategias: los miedos, la inseguridad, la planificación del futuro; las aves que vuelan sin preocupaciones nos rebasan, la muerte nos podría devolver esa indiferencia creadora.

+ Horas después llego a esa ascensión que supone el orden de los triunfos: el amor, la castidad, la muerte, la fama, el tiempo, la divinidad. En su ámbito, en su contexto tiene sentido. Nosotros estamos obligados a hacer nuestra lectura desde nosotros, pero no debemos dejar a un lado esos sentidos perdidos. Recuperar el sentido es parte inexcusable de la lectura. Ésta es la tarea del lector, me digo en la infiltración de otras lecturas: veneno y medicamento a un tiempo. En silencio, en aislamiento. Tarea ardua y estéril. El el principio el amor, en el final la divinidad. ¿Hoy dónde estamos? Por dilucidar.

+ «ilusivos zafiros en el viento» Conde de Villamedina v. 80 de la Fábula de Apolo y Dafne.

+ Después de una prolongada siesta, me despierto sumido en una boba confusión, que no termina de desvanecerse. Se mezclan los asuntos del día con propósitos no alcanzados, pero una niebla espesa hace que no sea capaz de incorporarme, y así permanezco sobre la cama durante unos minutos. Minutos donde se desarrolla una reflexión sobre la casa donde habito, el calor en esta época del año, los itinerarios que reproduzco diariamente y una posibilidad entre mil millones de acertar con un boleto de lotería. La suma de elementos es absurda, se mezclan los perros asustados que cruzan la carretera y los bolígrafos estropeados, se mezcla con la oscuridad de la primera hora del día, desleída, a la que se unen cables inservibles, flores de neón y papel y libros acumulados que nunca se leerán. En este estado de postración necesito un impulso, una voz autoritaria que me levante de mi indolencia. Me levanto, me sirvo un largo café y toda la bobería anterior se aleja. Comienzo a leer y ahora escribo, este es el rumbo y olvidar las quejumbrosas. El café es un divino brebaje: templado, oscuro, amargo.

+ Alguien me dice que en los bares se sabe que si a un jugar se le aconsejaa que no meta más dinero en la tragaperras, nunca volverá. Has perdido un cliente.

+ Cada día que llega nos trae una contradicción, una al menos, cuando no otra más. En ella descanso. En la contradicción y en la paradoja. Las horas transparentes de la tarde, calidad vegetal. La brisa, la textura de una piel joven, el surco del tatuajes sobre esa misma piel. Un rotulador rojo, el dibujo del neumático, la líneas rectas que componen los edificios. Ese poso, el sedimento, la estratificación de lo vivido, todo lo que quiere explicar nuestras contradicciones que se resumen en: hoy estoy vivo y mañana habré muerto. Qué cosa extraña es vivir, me digo y retorno a los libros, ese sucedáneo de la vida.


+ Imagen: Arco 2018. El negocio del arte y su teatralidad, evaporada y efectiva. Ahora, con la distancia, la foto se constituye como emblema de unas jornadas, el colofón de un desengaño. Soy otro y la foto lo muestra: yo tengo el sentido, pero ese sentido no se ha fosilizado, cambiará como yo cambiaré. Los colores intensos resultan engañosos, la tendida muchacha es mi vieja ilusión: snob y deliscuescente. ¿Quién es ella? ¿Quién soy yo? Otra mujer la observa y yo disparo. Yo soy una aparición, en aquella hora, en el instante del disparo. Los colores engañan.