sábado, 14 de julio de 2018

La distancia




+ La catarsis como eje principal de la tragedia. Compasión y temor, estos son los elementos que componen la tragedia: nos identificamos con el héroe trágico (generosidad), pero, al mismo tiempo, tenemos miedo a tener que soportar la terrible carga que él sufre (egoísmo). Como un medicamento, la tragedia nos ayuda a ver la vida desde otro punto de vista, más sereno, menos sumido en las posibilidades y sus engañosas bifurcaciones, en el punto justo de cocción. Huir del destino no es posible y, como decía Heráclito de Éfeso, El Oscuro, y yo repito tantas veces, demasiadas veces, con una cierta tendencia a una insistente pesadez, «el carácter es el destino». Las certezas que se desmoronan son escombros válidos como material para unos nuevos cimientos, que, quizá, haya que demoler de la misma manera. Leo a Marco Aurelio en la primera hora de la mañana, regalo sus Meditaciones a quién las necesita y merece, tengo presente una máxima, una sola hoy: «Entiende aunque te desespere que los hombres cometerán los mismos errores». Y tenía Marco Aurelio un esclavo que le susurraba: «recuerda que sólo eres un hombre». 6:29, el día comienza, otro afán con sus bendiciones y sus males, pasto del viento, polvo que será esparcido por el olvido.

+ Con la misma seriedad que los niños juegan, los hombres trabajan. Observo la dedicación al trabajo y la entrega a la tarea, hay algo misterioso en ello. Ese misterio es lo que mueve el mundo, pero no deja de ser un sin sentido, pienso mientras veo como un encargado de obra se afana en comprobar si ha quedado bien la tongada. Tareas sin un objetivo digno de ese nombre, salvo evitar el aburrimiento. Como el gato que bebe una gran cantidad de agua porque nota que no orina y en la ingesta puede estar el remedio [le dice su instinto], así veo trabajar a los hombres: evitar hacerse cargo de lo absurdo de la existencia, como si en este gozne estuviese el sortilegio que pueda vencer a la muerte. La jornada ordena la vida y no hay nada más angustioso que las certezas del ocioso o del aburrido. Trato de sumergirme en esos afanes pero no soy capaz, únicamente alcanzo a fingir el mismo entusiasmo con verosímil pericia. Mi farmakón, remedio y veneno, a partes iguales, es la lectura, que no consigue evitar que yo me sumerja en lo cotidiano, en la conciencia de la fragilidad. Muere el día.

+ Fue Lucrecio quien escribió sobre el origen de las cosas, en su extenso poema De rerum natura. En el inicio del domingo leo en un periódico digital las apreciaciones de un antiguo político sobre el poema, sobre la realidad de la historia como determinación o como posibilidad abierta. El poema afirma de la materialidad única y final de todo lo que existe, y se trata de consolar a los hombres de esa certeza, del sinsentido de la vida. El hombre está solo: sin dioses, sin alma, sin trascendencia. El cuerpo tras la muerte se disuelve en la nada y la conciencia anterior ni siquiera humo es. El cambio caracteriza la existencia, en él nos reflejamos y al cambio estamos sometidos: para lo bueno y para lo malo. Las ideas anteriores, mal casadas por mi impericia, me rondan desde hace días. Como un zumbido mientras trabajo, mientras leo, mientras conduzco. Parece un gato que reclama su comida, la golosina que lo hace tan feliz. La muerte como medida, la muerte como explicación de toda la lírica. Pero es domingo, hace sol y oigo a mi padre trabajar en la cocina, con la seriedad del niño que juega. Invoco al dios del instante y me dejo mecer por lo que no permanece.

+ ¿Qué importancia tiene conocer el nombre de una grúa, esos pórticos que todas las semanas veo en el puerto de Marín? Esa pasión por dar con el nombre exacto de las cosas, al modo juanramoniano, desliza en mí una manía  por la coloración de la realidad. Como si lo real fuese monocromo y la etiqueta le otorgase el color que le corresponde: si somos capaces de establecer una taxonomía, comprenderemos mejor la totalidad, parece desprenderse de esta manía léxica. La grúa es una grúa Post-Panamax, es decir: que puede descargar buques más anchos que el ancho del canal de Panamá. ¿Qué saldo arroja la palabra, cuándo la utilizaremos, qué desvela tras el arcano de su nombre? La poesía es palabra (tautología donde la haya), y yo pienso en su cambio, en su constancia, en el intento de iluminar las sombras que el sentido ofrece, que el significado oculta. El nombre Post-Panamax se posa en una parte de la rutina diaria como la chincheta roja en mapa. La cartografía perfecta sería en el 1:1, quizá la única fiable, aquí reposa mi esperanza: por eso llego hasta el preciso nombre de la grúa. La tarea no se detiene, todo está abierto.

+ Continuo con la lectura de Berlin-Alexanderplatz. Me gusta pensar en todo aquello que me resulta próximo, en cómo mi gusto se ha construido en torno a elementos que esta novela contiene. Como en Ulises, el punto de vista me resulta tan cercano como sorprendente: me reconozco en un cierto mirar, observar la realidad, trazar recorridos que para mí son válidos. Una combinación de vulgaridad, jerga, ingenio, chistes, corporeidad, sexo, tristeza, explosiones de risa, el trabajo y el embrutecimiento laboral, la tarea física, las conversaciones que no aportan índices de comprensión, la comprensión de la muerte en el diálogo con un anciano entre las montañas, en su vieja casa que se derrumbará cuando el muera, para lo que no falta mucho (…) Podría seguir, pero eso ya sería entrar en la ficción y no es ese mi deseo, sino solamente dejar constancia del recorrido que Berlín me propuso, que trato de alcanzar.

+ Releo lo anterior y no puedo dejar de pensar en una suerte de bric-à-brac. Mejor en una suerte de bricolaje, porque el bricolaje es parte de nuestra totalidad, ya que somos una suma de piezas que no terminan de encajar bien, pero sí hacen conjunto por estar unidas, nada más, por coincidir en el momento y en el espacio y colaborar en la función última del objeto, sea ésta la que sea. Me veo yo en esta realidad yuxtapuesta donde se dan cita anuncios televisivos, poemas ultraístas, novelas baratas, epopeyas clásicas, conversaciones de parada de autobús, neones, museos de arte contemporáneo o vídeos de cantantes sincopados, acordes, tambores, el siglo de oro o la guitarras eléctricas, cajas de ritmo, oleaje en formato Mp3 para atenuar el ruido y permitir la lectura o el sueño, el limón con agua templada y el salvado de avena del desayuno, la radio italiana, el resplandor de los primeros rayos de sol en verano mientras tomo el camino de la labora diaria, la radio clásica, las noticas, el relato del fin de semana que algún compañero hace en los inicios del día (…) Y así continuaría en el relato del mi everyday life, pero seguir sería entrar en la narración, y no es el deseo que guía estos apuntes. Regreso al Berlín que Döblin me ofrece. Punto.


+ Imagen: la abstracción del disparo fortuito.