sábado, 9 de junio de 2018

La indumentaria y su reverso


Napoli calcio


+ El disfraz. Camiseta de rayas, cazadora negra, pantalones pitillo, fuertes botas en la frontera con que se considera correcto e incorrecto. La cabeza rapada y una poblada barba. Los ojos pequeños y azules y un hablar seguro sobre fotografía y la ciudad. Se ha programado con delicadeza cada inflexión. Observar el momento y captar lo que de retratística hay en ello. La fotografía es selección, la selección revela un interior que nos resulta totalmente indiferente: sólo pesa el resultado final, lo que el marco contiene. Se abandona al sujeto, al creador porque dios ha muerto. El marco es el contexto: si esta en el museo es arte, aunque la otra posibilidad no niega su substancia. Seguro de gustar, aquilatado en su esmerada dicción, las rendijas del curriculum: años en el paro y de precariedad que se disimulan muy bien para aquél que desconoce cómo funciona el negociado, la institución y las largas noches de hermético whisky y cocaína eléctrica. El disfraz resulta ser una herramienta necesaria, la composición del personaje pasa por todos esos detalles, incluso por los medidos descuidos. Realza la figura, afina la voz, estructura el gesto. La palabra se desvanece en la niebla electrónica, emerge una silueta con poca definición y es ahí donde la victoria se produce: el lado oscuro: una posición de postura y honorario. El nihilismo da sus frutos: la silla, el despacho y el retrato del director de museo.

+ El párrafo anterior es una suma de elementos que no responden a una persona, sino a un personaje, al que hemos entrevisto a lo largo de los años. Se centra en un tipo, pero podría ser extensible a una totalidad. Regresa la idea de que todo es juego, y la vida adulta es una prolongación de la infancia ya que todo continúa en juego, la faceta lúdica que impulsa la vida. Advierto la seriedad con juegan los niños y no deja de ser un reflejo de la entrega de ciertos adultos. En la otra cara, en la cara oscuro, vibra la abulia. Es un vibración casi imperceptible, como la respiración de un animal que duerme. Ahí esta la diferencia: el entusiasmo es pasión por el juego, por la tarea: principio, medio y desenlace. Es que, obvio resulta, eso es la vida: nacimiento, crecimiento y muerte; niño, adulto, anciano. Ahora me contemplaré en el espejo y deberé preguntarme: ¿a qué juegas? ¿es tolerable este juego de escribir aquí, un juego sin consecuencias ni premios? Yo soy este que escribe mientras escribe luego, luego me desvanezco.

+ [Sábado]. Después de desvanecerme (sic), un poco más tarde, recupero mi apariencia y mi carne mortal. Una sopa de calabacín y una empanada de bacalao es más que suficiente para comer, y mientras como escuchó música sin intención [un ruido que vibra sin aportar nada salvo la eliminación del silencio o el zumbido de los electrodomésticos], a continuación recojo la cocina y, finalmente, me entrego al inmenso placer de la siesta. Un sueño profundo, adornado por imágenes urbanas de ciudades compuestas por ciudades visitadas o imaginadas [mis recurrentes ciudades oníricas]. Una vez que he despertado, cojo el coche, pongo música y voy a recoger a C. Nos dirigimos a Oporto a escuchar la 6a. de Bruckner. Comentamos que todo concierto es un rito muy codificado: entradas y salidas, el atuendo, los aplausos, los silencios, (…), y que nos gusta participar de ese rito: el aplauso como reconocimiento, en su momento, en su punto, en su exacta duración. Aparcamos y nos entregamos a la lujuria o a la gula, quizá a la gula, de saborear el delicioso café portugués y unas no menos deliciosas natas [no empleo aquí el adjetivo exquisito/a porque el significado que en Portugal tiene y no se corresponde con el momento, pues viene a ser algo así como: extraño, extravagante, raro, incluso yermo, aunque, según leo en otra de las entradas, también se recubre la posibilidad de lo sublime, pero, dicho lo dicho, prefiero no emplear el adjetivo citado y permanecer en lo delicioso que no es un mal punto de partida]. Dejamos la cafetería y ascendemos por los pasillos de acero y neón blanco, biseles y filosos cantos, brillantes pasamos de inox. Nos instalamos en nuestras butacas. La sala de a Casa da Música es acogedora y un tanto futurista, como todo el edificio. Butacas cómodas y un escenario muy luminoso. Butacas de terciopelo plateado, reposabrazos transparentes, suelo de acero [también de acero el suelo y otros detalles]; sobre la madera de las paredes se reproduce muy aumentado y pixelado el veteado de la propia madera, se reproduce en un cálido pan de oro. Longino hablaba de lo sublime y la primera nota que aportaba era que lo sublime es un don natural y no un algo adquirido, pienso en ello y en como la música refleja muy bien esa afirmación. Es un don. Envidio ese don por la carencia que de él tengo. Siempre ha sido pesaroso carecer de talento musical y, por esto, con humildad, me rindo ante su magnificencia. Me desprendo de las divagaciones por innecesarias. Una mujer joven hace escalas y somos el único público que hay en la sala, pronto retumba un ajuste de percusión y la calidad de los instrumentos es evidente: esa madera antigua, el brillo del latón de los vientos, la contundencia de un contrabajo o un timbal, la campanas tubulares o el arpa dormida. Hace calor y bajan el cortinón negro, ligero, arácnido. Lo sé, aquí comulgamos C. y yo: disfrutar de algunos placeres un tanto snobs, pero siempre sencillos y alejados de fáciles y engañosas ebriedades. Comenzó a sonar la partitura de Friedrich Cerha, con la que no contábamos. El discurrir del concierto fue fluido y certero, pero la hora y media resultó ser un suspiro. El tiempo es un bien muy preciado, pero tan escurridizo, cada vez más escurridizo. Regresamos y sentíamos que habíamos acertado. Jazz que sonaba muy bajo, palabras, la geometría de la pista y el declinar del día. El día muere, avanzamos y nos sabemos afortunados. Tampoco es pedir tanto porque nada pedimos.

+ «Algunos poetas parecen ignorar a la décima musa: la que aconseja no escribir», Ángel Crespo.

+ La cita es un recurso fácil y necesario, a veces difícil porque no deja de ser otra cosa que un argumento de autoridad y esto puede llegar a mostrar aumentadas las carencias del citador.

+ Sin haberlo planificado, ha surgido una costumbre: el uso de los billetes de tren, metro, autobús, o las entradas a museos o espectáculos como marca páginas. Podría decir que me traen recuerdos, pero esto sería faltar a la verdad. Realmente, no hay intención, salvo que me gustan esas pequeñas esquirlas de la realidad, un algo que para mí es extraño pero para muchos es la vida cotidiana. Uno se da cuenta de la costumbre y se ve raro, se pregunta si será la edad o si siempre ha sido así: coleccionista de baratijas y papelitos, excéntrico o un poco maniático. La suma de los elementos es superior a la totalidad, termino por otorgarme mientras el compás monótono del reloj me inspira un aliento de sueño y descanso. El día se termina, el miércoles se termina y no ha de volver, sólo quedan esas esquirlas de la realidad, que no es poco, que no es mucho.


+ Imagen: balones de fútbol, balones de plástico. El impacto se da por contraste: lo gris contra lo naranja. La selección se constituye en motivo, el recorte, el fragmento, el día que se refleja en lo que la cámara captura: la calderilla diaria que nos hace humanos, mortales, divinos.