sábado, 23 de junio de 2018

El fragmento y la totalidad


Lisboa_mao


+ No tengo muchas esperanzas de terminar Berlin Alexanderplatz. La afirmación no es una pose, no es una boutade. Hay un momento en que la ficción nos abruma. A mí me abruma el conocimiento que ofrece. Un mundo que se despliega, la lucha contra su áspera realidad.

+ Veo en una página en línea el proyecto sobre la recuperación de un barrio
que denominan la Isla de Campanha, Oporto. Todo se traduce en elegantes dibujos, limpios blancos surcados por no menos elegantes grises, líneas puras, colores planos. Contrasta el dibujo con la realidad que muestran las fotografías: improvisación, materiales de desecho, pinturas absurdas, grafitis desmadejados y guiados por un profundo e irreflexivo horror vacui, huecos asimétricos, cubiertas sin orden ni sentido que tan pronto se resuelven con plásticos como están ausentes, hormigón sin pulir, grava, hierbas y malas hierbas que crecen en los cantiles. Pienso detenidamente en cómo durante los últimos años la ciudad se ha transformando y ha surgido un algo muy europeo, ordenado y homologable. ¿El futuro, el presente, Europa, tal vez Europa o este nuestro tiempo de hipervelocidad? Si esto puede resultar deseable [o no], se debe tener presente que un  otro algo se pierde en el tránsito del desecho a la perfección internacional que todo lo equipara y todo lo diluye. Recuerdo otro Oporto y siento nostalgia, pero no sé si la nostalgia es por la ciudad misma o por lo que fue mi juventud; en cualquier caso no podemos de dejar de constatar la impermanencia de la realidad, de las obras humanas, su legado y su recuerdo, constatar el gasto, la destrucción, la ruina. El tiempo, esa trituradora, o mi querencia por el detritus.

+ El crítico de arte, al que suelo tener en cuenta, dice que Van Gogh no es un pintor aceptable y que está sobrevalorado. No entro en la cuestión, el juicio queda en suspendo. Van Gogh. Pienso en las sillas, en la habitación o en las botas del campesino que como metáfora o herramienta discursiva utilizó Heidegger. El gusto por el objeto y el uso del objeto me atrae, los objetos transidos por el paso del tiempo me atraen y creo que V. G. logra crear con su representación un esquema de dimensiones manejables. ¿Valdría una comparación con el diccionario? Un imposible diccionario como dispositivo para la reflexión: dónde se ordenan los elementos que se constituyen perfil de lo diario, el transcurso del tiempo: cómo las botas del campesino se degradan con el uso y el trabajo. Y también Los girasoles son tiempo, son encarnación del tiempo y su propia descomposición. Dice el crítico que es un pintor regresivo y no hace que la pintura avance, no me parece un apunte de importancia ya que yo no creo en el progreso del arte sino en una simultánea coexistencia que varía desde la mirada del espectador tanto pasivo como analítico, y así vive, y así muere. Nada caduca ni existen sustituciones absolutas, las obras emergen y se sumergen en ese piélago que es la historia. Pero el crítico resulta inflexible con el pintor holandés, y lo comprendo: yo entiendo que su rigidez, su severidad es parte del atuendo: las filias y, sobre todo, las fobias inciden de manera especial en el personaje que se muestra al mundo. Apago el ordenador.

+ Yo pienso en Los girasoles y encuentro una hermosa belleza fúnebre que se enzarza en esos amarillos de tan buen resultado, tan apetecible, que con tanta facilidad se transforman en kitsch, pero eso no me parece un demérito, sino al contrario: toda una capacidad.

+ Debo redactar un breve documento y estoy bloqueado. El bloqueo se extiende por la totalidad del día, lo condiciona. La escritura implica un particular sufrimiento, la lucha del escritor contra la persona que lo sustenta no resulta muy comprensible. Me enfrento a mi exigencia y a mis incapacidades varias. Bajo la textura del trabajo dejo que suene indefinidamente Bach, no sé si me ayuda, pero me calma que no es ya poca ayuda. Ahora, seis y veinticinco de la mañana, antes de ir al trabajo, un línea tenue y electrónica marca una melodía que me inquieta. Me digo: estás demasiado sensible. Seis y media, apago.

+ Hoy vuelvo al texto y lo veo de otra forma. ¿Me gusta? Eso nunca, me digo con incierta sátira, pero sí hay un punto de satisfacción, leve y agradable como la templada atmósfera de la habitación donde escribo. Voces que llegan de la calle, un claxon que se repite, pitidos, golpes en una obra. El murmullo de la tarde me agrada y complementa la redacción, como si existiese un ritmo subterráneo y fértil. Todo es cuestión de actitud, de creerse dentro del papel, disposición no para ocupar un lugar sino para crearlo. Estos ámbitos se relacionan en la intimidad de la escritura: ese debate contra la nada que nos habita.

+ Sin propósito, la lectura de Berlin Alexanderplatz continúa. Sigo sin ver que llegue a terminar la novela, pero semeja haberse convertido en una tarea.


+ Llevo dos días sin tocar Berlin Alexanderplatz.

+ Imagen: fragmento de Lisboa.