sábado, 16 de junio de 2018

¿Comunicación o conocimiento?


Arco2018Madrid


+ Llueve. En junio llueve copiosamente. La lluvia no me desagrada, tiene elegancia y otorga una idea limpia que se acerca a la poesía, si ello es posible. Cuando digo lo que digo, no pienso en la poesía como un núcleo formal y un ropaje elocutivo, al contrario: para mí, en este momento, es una unidad. La lluvia contiene ritmo y mensaje, un sentido válido para cualquiera porque cualquiera lo puede adaptar a lo que necesita. A los gatos la lluvia no les gusta, se suben a una altura y contemplan ese monocorde fluir: charcos, goteras, impactos en el agua que se expanden en círculos concéntricos. Yo me pongo en su lugar y la razón les doy: mejor es correr bajo el sol, tirarse a dormir en un tibio invernadero, revolcarse en la fresca tierra negra. Pero mi otro yo admite las incomodidades de la lluvia en función de ese estar en la vida con la mirada puesta en su final: la tristeza de la lluvia nos otorga perspectiva y en ella descanso, a pesar de ser ya junio, ya muy próximos a su ecuador: el inicio del verano.

+ La melancolía. La melancolía es negra como su nombre indica. La escritura se resuelve en un medicamento. Siempre se ha sabido: dejar en el papel lo que por la cabeza fluye es conjurar ese malestar, alejarse de lo dicho, de lo pensado y pasar de ser el que escribe a ser el que lee. Nada como la distancia. Oigo a un filósofo-sociólogo-crítico de arte hablar en francés sobre cómo las imágenes migran como las personas migran. Un apunte. El grabado de Durero que retrata a la melancolía me intriga, ahora, tras un domingo largo e infructuoso. «Potencia, no poder», dice a su interlocutor el filósofo, ahora, según el rótulo, historiador del arte: Georges Didi-Huberman. Vuelvo sobre el grabado y dejo que repose, lo veo en la pantalla y albergo una duda, pero no cuaja y apago el ordenador. Hoy leí una sentencia y la olvidé. Hoy, domingo, no ha sido un día productivo, en ningún aspecto y eso hace que regrese una decepción larvada y misteriosa, paralizante. El coche se desliza entre la lluvia y la música es un organismo vivo, que me envuelve y me muestra que hay otra vida tras la vida: ser humus que haga que las violetas y los champiñones fructifiquen. Eso es Marco Aurelio, me digo y avanzo entre la peligrosa granizada. Domingo negro, la bilis negra.

+ La melancolía representa el atardecer, el otoño, la edad madura. Será esa pétrea indiferencia que tanto se asemeja al malestar del mal carácter, al enfado, a la ira contenida, que late antes de la tormenta: acompasada, rítmica, aleatoria.

+ Ahora veo en línea el retrato de un político con el que coincidí en una frutería de Madrid. Recuerdo con que sumisión el frutero se dirigía a él mientras le entregaba una barra de pan. Me hubiera gustado tener el talento del arte de la pintura para atrapar aquellos instantes. Fuera hacía sol y la luz se colaba con violencia en el interior de la añeja frutería. Me fijé sobre todo en la calidad de las telas, en el violeta hermosa de los zapatos de ante: ante violeta, qué gran ejemplo de dandismo, en el brillo dorado de aquellas gafas que guarnecían los azules ojos: como canicas muy trabajadas en el juego, con una pátina de niebla de tanto entrechocar. El frutero hizo una reverencia y yo me desvanecí, como la aparición que soy. Madrid era luz y una sucesión de edificios color crema, donde volaban anaranjados toldos, en donde la calle todavía respiraba tabaco y cerveza helada. Como la desautimatización del hachís, había asistido a un humilde episodio costumbrista, a la intrahistoria de la historia de España. Me resultó muy irónico, con un punto de gracia, con un punto de tristeza, porque el insigne político era un anciano a las que aquellas galas no le correspondían, porque era el atuendo propio de un joven y él ya había dejado de ser joven décadas atrás. El frutero me atendió con desgana y me tendió una manzana cualquiera. Comí la manzana y entendí la poesía que toda manzana atesora en sí misma, poesía, filosofía e historia. Pasión por la manzanas.

+ C. Tangana, Avida Dollars: «El arte de los negocios es el paso que sigue al arte». Y así.

+ Por la mañana, en uno de los flash que emite R5-TodoNoticias, salta el nombre de Paco Gómez, el fotógrafo. Incide la locutora en el carácter amateur de su fotografía, no por su calidad sino por la ausencia de una dedicación profesional, porque Paco Gómez trabajaba como administrador de una sastrería y su ocio eran las fotos: ese documento sobre el levantamiento y elevación de la ciudad: Madrid, el brutalismo: Las Torres Blancas, lo poético que habita en lo urbano: el núcleo o principio rector de su obra. Me quedo, finalmente, con la oposición entre trabajo y ocio, cuando, en este caso y en el mío, lo segundo es mucho más importante que lo primero. Pero también reflexiono sobre el contraste que se establece entre la cita anterior de C. Tangana y la obra del fotógrafo navarro afincado en Madrid. La remuneración es necesaria para mantener una vida digna, pero la limusina de C. Tangana es punto menos que accesoria: innecesaria y perjudicial. Para mí el trabajo es todo un tema, uno de esos que regresan y desaparecen cada cierto tiempo. Hoy, mientras conducía, pensaba en ello y la tristeza me embargaba. La melancolía anuncia el verano y me siento más próximo al segundo que al primero, al fotógrafo que al cantante, pero tampoco me reconforta.

+ Un 9,00 sí que reconforta, aunque no me pertenezca. ¿Realmente no me pertenece? Un poco, un poquito sí.

+ He traído a la estantería Berlín Alexanderplatz de Döblin. Otra cosa es que lea la novela. Ahora la sumerjo en esta poza de títulos e intenciones, deseos todavía no alcanzados. Así es la lectura: lo leído, lo no leído y lo que se pretende. Por ahora me quedo con la portada: Escena de calle en Berlín, Kirchner.

+ Berlín resulta ser un objetivo que construir. La novela anterior puede ser una pieza en la composición [o no].


+ Imagen: no es la primera vez que disparo esta fotografía, no será la última. ¿Preguntas sobre ello? Ninguna.