

+ Regreso a casa y veo junto a los contenedores de basura una reproducción de La maja desnuda de Goya. Tiene pegados algunos plásticos y cinta de embalar, así mismo hay unos agujeros producidos por un punzón o un bolígrafo. El contraste tiene su interés. Subo a casa, tomo mi pequeña cámara, bajo y disparo. Son las diez, la noche es cálida y se oyen los gritos que el mundial de futbol provoca. Regreso a casa y dejo la cámara en su casilla [como un hueco propio en el archivo]. Me olvido de ella y de la fotografía. Así es como disparo últimamente. Nada busco, pero hay una intención en todo disparo, en ese momento preciso. El azar bendice las imágenes. El contraste entre esa belleza portentosa y la basura nos habla de nuestro tiempo de tanta velocidad y tanto desgaste. La basura como archivo, el archivo como testimonio, el rechazo a la biblioteca porque ésta ordena y determina la lectura, algo que no deseamos. Cuando disparo, yo también ordeno. El cuerpo de la mujer y los verdes contenedores de basura, el amarillo del reciclaje de plástico. Ladra un perro con desgana. El verano pronostica aventuras. El curso se ha terminado y la imagen de la maja desnuda parece ser el resto de un proyecto de algun estudiante de Bella Artes: abandonado en la playa de la basura. Ahora recapacito : la posibilidad de descontextualizar el grupo y llevarlo a una inmaculada sala blanca de museo y otorgarle el nuevo contexto: blanco, simétrico, ortogonal, aséptico. En el centro de la sala, con su propio discurso, con su propio público dispuesto a empaparse de la propuesta. Mi tiempo es tu tiempo, mientras leo, mientras escribo. La basura, el detritus.
+ Descargo las fotos en el ordenador y veo que las fotos que disparé no merecen la pena. La intención está por debajo de lo obtenido. Algo que sucede con una frecuencia no deseada. Finalmente, una de las característica del buen fotógrafo, si la expresión tiene sentido, es la conexión perfecta entre lo pensado y lo capturado. No es mi caso.En alguna ocasión lo consigo, muchas otras no. En este caso las esperanzas eran muchas y los resultados muy pobres.
+ Me llega el libro de Paco Gómez. Veo sus fotos y sé que me llevará tiempo verlas. El formato del libro no se corresponde con el formato de las propias fotos, de la ampliación, pero también intuyo que algo permanece y eso es lo que me interesa. La semilla germinará en la ilusión de ver sus fotos, algo que quizá nunca se dé, pero que se mantiene como un horizonte.
+ Muere una persona joven [cuarenta y ocho años]. No la conocía, ni siquiera sé su nombre. Sin embargo esa noticia invade el camino que va desde mi casa a la oficina de correos. No puedo dejar de tener presente la fragilidad de la vida mientras me cruzo con las personas que por la calle caminan: jóvenes, niños, ancianos, mujeres de mediana edad, hombres que parecen mayores de lo que en realidad son, viejos que parecen más jóvenes de lo que aparentan (…) Todos tendemos hacia lo mismo, hacia nuestra humanidad, nuestro centro: el humus, la tierra que habrá de nutrirse de los cuerpos de lo muertos, la tierra a la que debemos regresar. El ciclo de la vida. Presiento que el materialismo es una base, pero no agota los significados, a pesar de estar comprimidos en nuestra realidad, en lo que somos: tiempo, simplemente tiempo. Materia y energía, gobernadas por el tiempo.
+ Son las seis de la mañana y vuelvo a ver el libro de Paco Gómez. Ay, la fotografía: cómo atrapa el tiempo, lo fija y muestra la certeza, la única certeza. El blanco y negro perfecto es el emblema del día, su afán.
+ «Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal». Mateo 6, 34.
+ Un minuto, tomar aire y sumergirse. El extraño placer de sentirse extraño: así recuerdo la experiencia de bucear. Pertenece al sueño de esta noche, pero no cuajó ya que la resolución se centró en aspectos administrativos: quién decía que quien trata con vacas, sueña con vacas, cuando al opio se refería, ¿Thomas de Quincey, cuando al opio se refería? Puedo asegurarlo: la vida administrativa, el papeleo, la burocracia son una otra vida necesaria, sobre la que nuestra vida se sustenta. Bucear también resulta ser una documentación, el mundo que nos expulsa porque la respiración resulta imposible. Papeleo, vacas, buceo. Palabras en torbellino mientras el día se depierta.
+ Un bodegón: cestas, pan y cuchillo. Me parece un buen augurio. No creo que en los augurios, pero los observo con interés y descreimiento.
+ Cuando más seguro me siento en una situación, más dudo de su persistencia porque sé que todo se disgrega en un instante, porque todo está condenado a disgregarse. No hay salida. Mis dudas se ciernen sobre la fluidez de mi vida en los últimos años: todo discurre con la prevista armonía, como la marea baja sucede a la marea alta y la marea alta sucede a la marea baja. Sé que sólo es apariencia, porque subterráneamente el cambio va operando su labor. Me remito a la cita bíblica de Mateo: cada día tiene su afán y en él hay que centrarse, al tiempo que nada se debe esperar del día que ha de suceder al presente, cada día traerá «su propio mal».
+ Dos fotos: la maja contra los contenedores de basura, el rojo y la semilla, una naturaleza muerta. Cada momento traduce un estado, cada disparo una ambición. Pobres ambiciones, ligeras sorpresas.
+ No tengo muchas esperanzas de terminar Berlin Alexanderplatz. La afirmación no es una pose, no es una boutade. Hay un momento en que la ficción nos abruma. A mí me abruma el conocimiento que ofrece. Un mundo que se despliega, la lucha contra su áspera realidad.
+ Veo en una página en línea el proyecto sobre la recuperación de un barrio que denominan la Isla de Campanha, Oporto. Todo se traduce en elegantes dibujos, limpios blancos surcados por no menos elegantes grises, líneas puras, colores planos. Contrasta el dibujo con la realidad que muestran las fotografías: improvisación, materiales de desecho, pinturas absurdas, grafitis desmadejados y guiados por un profundo e irreflexivo horror vacui, huecos asimétricos, cubiertas sin orden ni sentido que tan pronto se resuelven con plásticos como están ausentes, hormigón sin pulir, grava, hierbas y malas hierbas que crecen en los cantiles. Pienso detenidamente en cómo durante los últimos años la ciudad se ha transformando y ha surgido un algo muy europeo, ordenado y homologable. ¿El futuro, el presente, Europa, tal vez Europa o este nuestro tiempo de hipervelocidad? Si esto puede resultar deseable [o no], se debe tener presente que un otro algo se pierde en el tránsito del desecho a la perfección internacional que todo lo equipara y todo lo diluye. Recuerdo otro Oporto y siento nostalgia, pero no sé si la nostalgia es por la ciudad misma o por lo que fue mi juventud; en cualquier caso no podemos de dejar de constatar la impermanencia de la realidad, de las obras humanas, su legado y su recuerdo, constatar el gasto, la destrucción, la ruina. El tiempo, esa trituradora, o mi querencia por el detritus.
+ El crítico de arte, al que suelo tener en cuenta, dice que Van Gogh no es un pintor aceptable y que está sobrevalorado. No entro en la cuestión, el juicio queda en suspendo. Van Gogh. Pienso en las sillas, en la habitación o en las botas del campesino que como metáfora o herramienta discursiva utilizó Heidegger. El gusto por el objeto y el uso del objeto me atrae, los objetos transidos por el paso del tiempo me atraen y creo que V. G. logra crear con su representación un esquema de dimensiones manejables. ¿Valdría una comparación con el diccionario? Un imposible diccionario como dispositivo para la reflexión: dónde se ordenan los elementos que se constituyen perfil de lo diario, el transcurso del tiempo: cómo las botas del campesino se degradan con el uso y el trabajo. Y también Los girasoles son tiempo, son encarnación del tiempo y su propia descomposición. Dice el crítico que es un pintor regresivo y no hace que la pintura avance, no me parece un apunte de importancia ya que yo no creo en el progreso del arte sino en una simultánea coexistencia que varía desde la mirada del espectador tanto pasivo como analítico, y así vive, y así muere. Nada caduca ni existen sustituciones absolutas, las obras emergen y se sumergen en ese piélago que es la historia. Pero el crítico resulta inflexible con el pintor holandés, y lo comprendo: yo entiendo que su rigidez, su severidad es parte del atuendo: las filias y, sobre todo, las fobias inciden de manera especial en el personaje que se muestra al mundo. Apago el ordenador.
+ Yo pienso en Los girasoles y encuentro una hermosa belleza fúnebre que se enzarza en esos amarillos de tan buen resultado, tan apetecible, que con tanta facilidad se transforman en kitsch, pero eso no me parece un demérito, sino al contrario: toda una capacidad.
+ Debo redactar un breve documento y estoy bloqueado. El bloqueo se extiende por la totalidad del día, lo condiciona. La escritura implica un particular sufrimiento, la lucha del escritor contra la persona que lo sustenta no resulta muy comprensible. Me enfrento a mi exigencia y a mis incapacidades varias. Bajo la textura del trabajo dejo que suene indefinidamente Bach, no sé si me ayuda, pero me calma que no es ya poca ayuda. Ahora, seis y veinticinco de la mañana, antes de ir al trabajo, un línea tenue y electrónica marca una melodía que me inquieta. Me digo: estás demasiado sensible. Seis y media, apago.
+ Hoy vuelvo al texto y lo veo de otra forma. ¿Me gusta? Eso nunca, me digo con incierta sátira, pero sí hay un punto de satisfacción, leve y agradable como la templada atmósfera de la habitación donde escribo. Voces que llegan de la calle, un claxon que se repite, pitidos, golpes en una obra. El murmullo de la tarde me agrada y complementa la redacción, como si existiese un ritmo subterráneo y fértil. Todo es cuestión de actitud, de creerse dentro del papel, disposición no para ocupar un lugar sino para crearlo. Estos ámbitos se relacionan en la intimidad de la escritura: ese debate contra la nada que nos habita.
+ Sin propósito, la lectura de Berlin Alexanderplatz continúa. Sigo sin ver que llegue a terminar la novela, pero semeja haberse convertido en una tarea.
+ Llevo dos días sin tocar Berlin Alexanderplatz.
+ Imagen: fragmento de Lisboa.

+ Llueve. En junio llueve copiosamente. La lluvia no me desagrada, tiene elegancia y otorga una idea limpia que se acerca a la poesía, si ello es posible. Cuando digo lo que digo, no pienso en la poesía como un núcleo formal y un ropaje elocutivo, al contrario: para mí, en este momento, es una unidad. La lluvia contiene ritmo y mensaje, un sentido válido para cualquiera porque cualquiera lo puede adaptar a lo que necesita. A los gatos la lluvia no les gusta, se suben a una altura y contemplan ese monocorde fluir: charcos, goteras, impactos en el agua que se expanden en círculos concéntricos. Yo me pongo en su lugar y la razón les doy: mejor es correr bajo el sol, tirarse a dormir en un tibio invernadero, revolcarse en la fresca tierra negra. Pero mi otro yo admite las incomodidades de la lluvia en función de ese estar en la vida con la mirada puesta en su final: la tristeza de la lluvia nos otorga perspectiva y en ella descanso, a pesar de ser ya junio, ya muy próximos a su ecuador: el inicio del verano.
+ La melancolía. La melancolía es negra como su nombre indica. La escritura se resuelve en un medicamento. Siempre se ha sabido: dejar en el papel lo que por la cabeza fluye es conjurar ese malestar, alejarse de lo dicho, de lo pensado y pasar de ser el que escribe a ser el que lee. Nada como la distancia. Oigo a un filósofo-sociólogo-crítico de arte hablar en francés sobre cómo las imágenes migran como las personas migran. Un apunte. El grabado de Durero que retrata a la melancolía me intriga, ahora, tras un domingo largo e infructuoso. «Potencia, no poder», dice a su interlocutor el filósofo, ahora, según el rótulo, historiador del arte: Georges Didi-Huberman. Vuelvo sobre el grabado y dejo que repose, lo veo en la pantalla y albergo una duda, pero no cuaja y apago el ordenador. Hoy leí una sentencia y la olvidé. Hoy, domingo, no ha sido un día productivo, en ningún aspecto y eso hace que regrese una decepción larvada y misteriosa, paralizante. El coche se desliza entre la lluvia y la música es un organismo vivo, que me envuelve y me muestra que hay otra vida tras la vida: ser humus que haga que las violetas y los champiñones fructifiquen. Eso es Marco Aurelio, me digo y avanzo entre la peligrosa granizada. Domingo negro, la bilis negra.
+ La melancolía representa el atardecer, el otoño, la edad madura. Será esa pétrea indiferencia que tanto se asemeja al malestar del mal carácter, al enfado, a la ira contenida, que late antes de la tormenta: acompasada, rítmica, aleatoria.
+ Ahora veo en línea el retrato de un político con el que coincidí en una frutería de Madrid. Recuerdo con que sumisión el frutero se dirigía a él mientras le entregaba una barra de pan. Me hubiera gustado tener el talento del arte de la pintura para atrapar aquellos instantes. Fuera hacía sol y la luz se colaba con violencia en el interior de la añeja frutería. Me fijé sobre todo en la calidad de las telas, en el violeta hermosa de los zapatos de ante: ante violeta, qué gran ejemplo de dandismo, en el brillo dorado de aquellas gafas que guarnecían los azules ojos: como canicas muy trabajadas en el juego, con una pátina de niebla de tanto entrechocar. El frutero hizo una reverencia y yo me desvanecí, como la aparición que soy. Madrid era luz y una sucesión de edificios color crema, donde volaban anaranjados toldos, en donde la calle todavía respiraba tabaco y cerveza helada. Como la desautimatización del hachís, había asistido a un humilde episodio costumbrista, a la intrahistoria de la historia de España. Me resultó muy irónico, con un punto de gracia, con un punto de tristeza, porque el insigne político era un anciano a las que aquellas galas no le correspondían, porque era el atuendo propio de un joven y él ya había dejado de ser joven décadas atrás. El frutero me atendió con desgana y me tendió una manzana cualquiera. Comí la manzana y entendí la poesía que toda manzana atesora en sí misma, poesía, filosofía e historia. Pasión por la manzanas.
+ C. Tangana, Avida Dollars: «El arte de los negocios es el paso que sigue al arte». Y así.
+ Por la mañana, en uno de los flash que emite R5-TodoNoticias, salta el nombre de Paco Gómez, el fotógrafo. Incide la locutora en el carácter amateur de su fotografía, no por su calidad sino por la ausencia de una dedicación profesional, porque Paco Gómez trabajaba como administrador de una sastrería y su ocio eran las fotos: ese documento sobre el levantamiento y elevación de la ciudad: Madrid, el brutalismo: Las Torres Blancas, lo poético que habita en lo urbano: el núcleo o principio rector de su obra. Me quedo, finalmente, con la oposición entre trabajo y ocio, cuando, en este caso y en el mío, lo segundo es mucho más importante que lo primero. Pero también reflexiono sobre el contraste que se establece entre la cita anterior de C. Tangana y la obra del fotógrafo navarro afincado en Madrid. La remuneración es necesaria para mantener una vida digna, pero la limusina de C. Tangana es punto menos que accesoria: innecesaria y perjudicial. Para mí el trabajo es todo un tema, uno de esos que regresan y desaparecen cada cierto tiempo. Hoy, mientras conducía, pensaba en ello y la tristeza me embargaba. La melancolía anuncia el verano y me siento más próximo al segundo que al primero, al fotógrafo que al cantante, pero tampoco me reconforta.
+ Un 9,00 sí que reconforta, aunque no me pertenezca. ¿Realmente no me pertenece? Un poco, un poquito sí.
+ He traído a la estantería Berlín Alexanderplatz de Döblin. Otra cosa es que lea la novela. Ahora la sumerjo en esta poza de títulos e intenciones, deseos todavía no alcanzados. Así es la lectura: lo leído, lo no leído y lo que se pretende. Por ahora me quedo con la portada: Escena de calle en Berlín, Kirchner.
+ Berlín resulta ser un objetivo que construir. La novela anterior puede ser una pieza en la composición [o no].
+ Imagen: no es la primera vez que disparo esta fotografía, no será la última. ¿Preguntas sobre ello? Ninguna.

+ El disfraz. Camiseta de rayas, cazadora negra, pantalones pitillo, fuertes botas en la frontera con que se considera correcto e incorrecto. La cabeza rapada y una poblada barba. Los ojos pequeños y azules y un hablar seguro sobre fotografía y la ciudad. Se ha programado con delicadeza cada inflexión. Observar el momento y captar lo que de retratística hay en ello. La fotografía es selección, la selección revela un interior que nos resulta totalmente indiferente: sólo pesa el resultado final, lo que el marco contiene. Se abandona al sujeto, al creador porque dios ha muerto. El marco es el contexto: si esta en el museo es arte, aunque la otra posibilidad no niega su substancia. Seguro de gustar, aquilatado en su esmerada dicción, las rendijas del curriculum: años en el paro y de precariedad que se disimulan muy bien para aquél que desconoce cómo funciona el negociado, la institución y las largas noches de hermético whisky y cocaína eléctrica. El disfraz resulta ser una herramienta necesaria, la composición del personaje pasa por todos esos detalles, incluso por los medidos descuidos. Realza la figura, afina la voz, estructura el gesto. La palabra se desvanece en la niebla electrónica, emerge una silueta con poca definición y es ahí donde la victoria se produce: el lado oscuro: una posición de postura y honorario. El nihilismo da sus frutos: la silla, el despacho y el retrato del director de museo.
+ El párrafo anterior es una suma de elementos que no responden a una persona, sino a un personaje, al que hemos entrevisto a lo largo de los años. Se centra en un tipo, pero podría ser extensible a una totalidad. Regresa la idea de que todo es juego, y la vida adulta es una prolongación de la infancia ya que todo continúa en juego, la faceta lúdica que impulsa la vida. Advierto la seriedad con juegan los niños y no deja de ser un reflejo de la entrega de ciertos adultos. En la otra cara, en la cara oscuro, vibra la abulia. Es un vibración casi imperceptible, como la respiración de un animal que duerme. Ahí esta la diferencia: el entusiasmo es pasión por el juego, por la tarea: principio, medio y desenlace. Es que, obvio resulta, eso es la vida: nacimiento, crecimiento y muerte; niño, adulto, anciano. Ahora me contemplaré en el espejo y deberé preguntarme: ¿a qué juegas? ¿es tolerable este juego de escribir aquí, un juego sin consecuencias ni premios? Yo soy este que escribe mientras escribe luego, luego me desvanezco.
+ [Sábado]. Después de desvanecerme (sic), un poco más tarde, recupero mi apariencia y mi carne mortal. Una sopa de calabacín y una empanada de bacalao es más que suficiente para comer, y mientras como escuchó música sin intención [un ruido que vibra sin aportar nada salvo la eliminación del silencio o el zumbido de los electrodomésticos], a continuación recojo la cocina y, finalmente, me entrego al inmenso placer de la siesta. Un sueño profundo, adornado por imágenes urbanas de ciudades compuestas por ciudades visitadas o imaginadas [mis recurrentes ciudades oníricas]. Una vez que he despertado, cojo el coche, pongo música y voy a recoger a C. Nos dirigimos a Oporto a escuchar la 6a. de Bruckner. Comentamos que todo concierto es un rito muy codificado: entradas y salidas, el atuendo, los aplausos, los silencios, (…), y que nos gusta participar de ese rito: el aplauso como reconocimiento, en su momento, en su punto, en su exacta duración. Aparcamos y nos entregamos a la lujuria o a la gula, quizá a la gula, de saborear el delicioso café portugués y unas no menos deliciosas natas [no empleo aquí el adjetivo exquisito/a porque el significado que en Portugal tiene y no se corresponde con el momento, pues viene a ser algo así como: extraño, extravagante, raro, incluso yermo, aunque, según leo en otra de las entradas, también se recubre la posibilidad de lo sublime, pero, dicho lo dicho, prefiero no emplear el adjetivo citado y permanecer en lo delicioso que no es un mal punto de partida]. Dejamos la cafetería y ascendemos por los pasillos de acero y neón blanco, biseles y filosos cantos, brillantes pasamos de inox. Nos instalamos en nuestras butacas. La sala de a Casa da Música es acogedora y un tanto futurista, como todo el edificio. Butacas cómodas y un escenario muy luminoso. Butacas de terciopelo plateado, reposabrazos transparentes, suelo de acero [también de acero el suelo y otros detalles]; sobre la madera de las paredes se reproduce muy aumentado y pixelado el veteado de la propia madera, se reproduce en un cálido pan de oro. Longino hablaba de lo sublime y la primera nota que aportaba era que lo sublime es un don natural y no un algo adquirido, pienso en ello y en como la música refleja muy bien esa afirmación. Es un don. Envidio ese don por la carencia que de él tengo. Siempre ha sido pesaroso carecer de talento musical y, por esto, con humildad, me rindo ante su magnificencia. Me desprendo de las divagaciones por innecesarias. Una mujer joven hace escalas y somos el único público que hay en la sala, pronto retumba un ajuste de percusión y la calidad de los instrumentos es evidente: esa madera antigua, el brillo del latón de los vientos, la contundencia de un contrabajo o un timbal, la campanas tubulares o el arpa dormida. Hace calor y bajan el cortinón negro, ligero, arácnido. Lo sé, aquí comulgamos C. y yo: disfrutar de algunos placeres un tanto snobs, pero siempre sencillos y alejados de fáciles y engañosas ebriedades. Comenzó a sonar la partitura de Friedrich Cerha, con la que no contábamos. El discurrir del concierto fue fluido y certero, pero la hora y media resultó ser un suspiro. El tiempo es un bien muy preciado, pero tan escurridizo, cada vez más escurridizo. Regresamos y sentíamos que habíamos acertado. Jazz que sonaba muy bajo, palabras, la geometría de la pista y el declinar del día. El día muere, avanzamos y nos sabemos afortunados. Tampoco es pedir tanto porque nada pedimos.
+ «Algunos poetas parecen ignorar a la décima musa: la que aconseja no escribir», Ángel Crespo.
+ La cita es un recurso fácil y necesario, a veces difícil porque no deja de ser otra cosa que un argumento de autoridad y esto puede llegar a mostrar aumentadas las carencias del citador.
+ Sin haberlo planificado, ha surgido una costumbre: el uso de los billetes de tren, metro, autobús, o las entradas a museos o espectáculos como marca páginas. Podría decir que me traen recuerdos, pero esto sería faltar a la verdad. Realmente, no hay intención, salvo que me gustan esas pequeñas esquirlas de la realidad, un algo que para mí es extraño pero para muchos es la vida cotidiana. Uno se da cuenta de la costumbre y se ve raro, se pregunta si será la edad o si siempre ha sido así: coleccionista de baratijas y papelitos, excéntrico o un poco maniático. La suma de los elementos es superior a la totalidad, termino por otorgarme mientras el compás monótono del reloj me inspira un aliento de sueño y descanso. El día se termina, el miércoles se termina y no ha de volver, sólo quedan esas esquirlas de la realidad, que no es poco, que no es mucho.
+ Imagen: balones de fútbol, balones de plástico. El impacto se da por contraste: lo gris contra lo naranja. La selección se constituye en motivo, el recorte, el fragmento, el día que se refleja en lo que la cámara captura: la calderilla diaria que nos hace humanos, mortales, divinos.

+ Regreso al centro médico a recoger los resultados de las radiografías y el calor, la humedad y el pesado aire todo lo impregnan. Un hombre le explica la corrupción política a una madre y a una hija. La madre habla, la hija calla. Detalla los gastos de un diputado y se ve que su información es buena. Vuelvo a ver el mismo paisaje urbano que la semana pasada vi. Lo estudio pero no alcanzo a encontrar nada nuevo. No estoy preocupado. El discurso del hombre avanza y llega al punto de que nada tiene arreglo, porque todo lo dicho es lo nuclear del hombre: la ambición. No intervengo. Hoy he traído un libro y es un grato refugio, un refugio útil y portátil. El hombre me mira y yo no respondo, ni asiento ni disiento con gesto alguno. He venido al médico y me ha roto la tarde. Hoy es ya un día perdido. Lo asumo. Pienso en el hombre que en su modesto automóvil carga los violonchelos. Tres o cuatro horas después, ya metidos en la noche lo vuelvo a ver en el museo provincial: mis sospechas se confirman: es profesor de música. El conservatario está pegado al centro de salud. Llegan hasta allí el sonido de algunos instrumentos de viento, es un ensayo. Observo la geometría del conservatorio y pienso que hoy he visto al arquitecto de ese edificio: parece tener una grave e irreversible enfermedad, tal vez cáncer: esa extrema delgadez. La pantalla indica que es mi turno. Entro y hablamos el médico y yo. No tengo nada, salvo las molestias de una mala postura. Me imprime las radiografías de mi columna y de mis caderas y añade que están es un estado envidiable, la osamenta de una persona de treinta años. Me dice que no corra, que es malo, yo asiento. Me despido y bajo la cuesta. Llueve, aprieto el libro y la impresión de las radiografías contra el pecho, el paraguas es molesto, pero no quiero que el libro se moje. El viernes se debate entre la tormenta y la abulia que producen las variaciones de presión atmosférica. La tarea está completa.
+ Tras unos días termina de cuajar la idea de un nuevo viaje. Durante unos meses nos aproximaremos en paralelo a esa geometría que nos lleva de un punto a otro. Leer, ver fotos y mapas, reservar entradas para conciertos [de música clásica, sin duda alguna], planificar, pensar y repensar, olvidar, reflexionar sobre nuestro papel en el mundo actual [esas casillas donde nos integramos, al igual que miles, que millones]. Es toda una tarea característica de nuestro tiempo: el desplazamiento por placer. Lo dicho. Todos queremos ser viajeros, pero no pasamos de ser otra cosa que turistas. Turistas en busca del parque temático, al que no deseamos llamarle así porque degrada nuestra intención, que debe revestirse de lo 'especial'. No dejamos de vivir en este parque temático que la televisión, las conversaciones o internet no deja de bendecir. Berlín, dos sílabas que flotan en la primera hora del lunes, antes de ir al trabajo. Berlín en octubre, repito antes de cerrar el ordenador y disponerme para ir al trabajo.
+ La posibilidad del viaje de placer o de formación era una actividad reservada hasta no hace demasiado tiempo a las clases altas. Los vuelos baratos y las viviendas en asequible alquiler mediante plataformas en línea han extendido esta práctica de ocio y felicidad a una gran parte de la población: en los países desarrollados. ¿Cómo definir su substancia, su centralidad, el genio viajero que gobierna la ilusión y no se apresta a ser definido? ¿Es esa suerte de coleccionismo, esas cacerías de fetiches, el atesorar fotos que nunca serán vistas, bibelots, otros armazones sentimentales? Cuando el viaje estaba reservado a unos pocos era nuclear la elegancia excluyente que el dinero siempre otorga, un dinero con tradición y brillo, el otro ingrediente resultaba ser la experiencia y el crecimiento interior. Pero yo veo una cierta debilidad en ello, porque en ningún momento dejaba de ser turismo y no viaje: es decir desplazamientos y estancias, en principio, sin riesgo. Los viajes son otra cosa, los viajes son lo que son lo que son porque el viajero se ve obligado a emprender el trayecto y no pretende otra cosa que regresar. Hay, sobre todo, una obligación. Cazar ballenas, recorrer un país para vender sartenes, enrolarse en una leva por hambre y descubrir la guerra y su envés: lo mejor del ser humano, pero también su brutalidad. Mientras pensamos en Berlin también pensamos en aquellos que por obligación allí tuvieron que ir. Muere el día.
+ Recupero una vieja libreta de notas. Releo lo escrito y reconozco el paso del tiempo, cómo los intereses decaen, cómo lo leído se olvida sin remedio. Notas para recordar, notas para fijar en la memoria balizas de un mar que nunca se volverá a surcar. Toda tempestad sufrida en la travesía se diluye en el inevitable retorno al olvido: el sueño, ese momento en que podemos percibir una imagen de la muerte. En primer lugar aparece una nota, en inglés, sobre la manera de comportarse para llevar el día a día: recetas para que triunfo. Y traduzco: cuidadoso, entusiasta, idealista, organizado, diplomático, responsable, con grandes dotes de comunicador que tiene una especial conexión con las personas. Lo releo y sé que la nota en sí es irónica, fue la ironía la que me llevó a copiar la cita, pero no recuerdo que me impulsó a guardar tal repertorio de cualidades. Ahora tiene otro sentido que enraíza con la melancolía. Porque quien me regaló la libreta desapareció de mi vida y le tenía aprecio: era la novia de mi hermano pequeño y un día se dejaron, entiendo que ha pasado a otra dimensión, que no es la muerte pero que con la muerte tiene ciertas semejanzas: también yo estoy en una muerte paralela a la suya y eso me entristece porque el tiempo se escapa sin remedio. Sin orden termino hoy = como tantas veces.
+ Imagen: ahora que recupero una foto tomada en Arco 2018 para la entrada me da la impresión que las características apuntadas en el último párrafo se ajustan muy bien a la persona que aparece en la foto; y repito: cuidadoso,
entusiasta, idealista, organizado, diplomático, responsable, con grandes
dotes de comunicador que tiene una especial conexión con las personas. No se refería a él, pero encaja en su persona. Sin ironía.