sábado, 5 de mayo de 2018
… por do el dolor la guía
+ [El título de la entrada es un fragmento del soneto xxxii de Garcilaso]
+ Algún crítico afirmaba que escribía con la televisión encendida, con programas banales que le marcaban un ritmo adecuado a sus texto. No dudo de la eficacia del método, pero yo soy incapaz de escribir con la televisión [aunque sí con la radio]. La televisión me desagrada y creo que el problema es mío, particularmente mío. Es un problema que se extiende a no poco ámbitos, durante no pocos años. Mis selectivos rechazos son la resultante de años de ensimismamientos, de elegantes posturas sin elegancia, atravesados acordes de elitismo sin élite. Ahora se muestran su función y su resultado:un vacío ontológico. Y me comparo: el de hoy y el de ayer. El disgusto se extiende y no alcanzo a encajar el sistema de deserciones que he provocado. La tv chorrea sus músicas y diálogos, escribo esto bajo su influjo lejano, que atraviesa puertas y paredes. La declaración clarifica la voluntad: la enmienda y su retorno.
+ Convivir con fantasmas y resucitados. Tareas complementarias y herméticas, el trabajo, el estudio, la pasión, el olvido. Todo suma y nada resta, el sedimento se deja ver en el fondo del vaso: ahora el agua está clara. Los cuervos sobrevuelan en la primera hora la ría, graznan y se deslizan suaves en el aire, se posan, saltan y vuelven a graznar. Los cuervos son ligeros y astutos. Los veo, me ven. Su indiferencia transita la mañana, buscan comida y poco más, sin preocupación, sin planteamientos, sin valoraciones. No hay biografía, no hay historia. No los podrás capturar, con más listos que tú, alguien dijo no hace mucho a otro que quería atrapar uno para tenerlo. Sólo por tenerlo. Cierto: les puso trampas, pero de nada sirvieron. Conocí a un chófer que tenía un cuervo que hablaba, como un loro. No es algo extraño. No recuerdo el sabor de los licores, hoy me desagradan.
+ Entre los mandamiento del chófer de lujo el sexto dice: «hablarás idiomas y serás culto». La palabra cultura representa un haz de posibilidades que no se dejan atrapar. Como los rayos que surgen de los ojos de la amada en cierta poesía antigua. La cultura lo es todo, la cultura no es nada.
+ Demasiado inmerso en los Siglos de Oro. Cada plazo cumplido nos da cuenta de la realidad que a todos atañe. Se refleja aquí la caducidad de toda obra humana, de la persona. Ese sentimiento barroco.
+ Ver su reloj fue encontrar una clave de bóveda. Todo cobraba sentido. Un Omega Constellation. Lo siento, no puedo dejar de fijarme en los detalles porque ellos dan el tono, acercan sentidos, marca posiciones. Por una parte la presencia del dinero, por otra la ausencia de gusto.
+ Veo a los gatos agazapados, aburridos de la lluvia y el plomizo cielo. La lluvia cansa, pero dará paso al sol. Los ciclos se completan sin darnos cuenta, tal es el fluir del todo, que nunca se detiene, un otro algo donde nosotros estamos incluidos. La sensación de estabilidad resulta engañosa, esa estabilidad se ve traicionada por los años: los años nos hacen sabios porque comenzamos a entender el mecanismo que hace que todo funcione: el cambio. Los gatos son indiferentes al cambio porque para ellos sólo existe presente y una nebulosa de recuerdos más orientados a la supervivencia que a la melancolía. Los amigos que desaparecen, las tiendas y los bares que han cerrado, locales comerciales en abandono, edificios derrumbados que dan paso a otros edificios que nos sorprenden pero que terminarán por integrarse en la rutina. La lluvia parece más un estado o una condición que un fenómeno metereológico. He visto revistas mecanografiadas, con fotos malas, una pésima impresión en blanco y negro. Una revista del año 1995. Tan sólo veintitrés años. ¿Es mucho? Para mí nada, para el que tiene dieciocho: una eternidad, sobre todo porque a esa edad el tiempo carece del valor que para mí tiene. He aprendido a medir de otra manera, un aprendizaje de esfuerzo y dolor, que se traduce en mi edad y mis amistades perdidas. Como una depuración, todo cobra el valor de la transparencia y lo transitorio. Lo sé, lo repito, somos cambio, impermanencia, alejamiento y olvido. Poemas antiguos que ya nadie lee, pero que en su momento saltaban de lengua en legua como hoy lo hacen canciones y programas de televisión. Todo se verá sepultado.
+ En la primera hora del domingo leo con atención una crónica sobre cómo las rías gallegas se han ido hundiendo en los últimos milenios. Se nos muestra su geografía siete mil años atrás y cuatro mil años atrás. Bosques, valles, praderas, un paisaje muerto que permanece bajo las aguas. Podré ver la costa y pensar en todo lo que no volverá. Qué vidas se desarrollaban allí. ¿El amor, la maternidad, el fuego, la amistad o el odio, las comunicaciones o una poesía ignota (…)? La lluvia sólo trae melancolía, la noticia confirma la caducidad, leo y escucho música. La música parece detener el tiempo, pero sólo es un parecer, una ficción, en ella descanso como antes se descansaba en las drogas o en la ebriedad. Dejo el libro y me complazco en la cadencia que ofrece la partitura de la Sinfonía Nº 4 de Anton Bruckner. Sólo la música atenúa esa certeza que la crónica me arrojó en la primera hora de la mañana.
+ Bosques, valles, praderas. El derecho a divagar mientras se despereza la música, lenta y sublime. El romanticismo donde siempre he habitado, incluso cuando a él me oponía. He aprendido a dejarme mecer por la corriente y ahí reside mi fuerza: en no hacer oposición. El paisaje codificado como espejo.
+ Abro el periódico el día festivo y viene una entrevista con José Fariña Tojo, catedrático en la Escuela de Arquitectura de Madrid. Dice que el urbanita tiene una visión totalmente distinta del que vive en el campo. El primero ve belleza y el segundo oportunidades u obstáculos para la producción. Esto acota muy bien la bobalicona mirada que muchos tienen sobre la naturaleza, el complaciente discurso del que no admite responsabilidad sobre los hechos, mientras le resulta extremadamente sencillo opinar. Recuerdo en un bar a una empleada publica del servicio de atención hospitalaria a domicilio que atendía el susodicho servicio con un desvío a su teléfono móvil, que se llevaba de compras a lo largo de la mañana, que desconectaba o conectaba a su antojo. Una persona que, por razones que no vienen al caso, establecía los límites de su responsabilidad en función de sus caprichos. A lo que iba, decía ella que disfrutaba muchísimo del rural (remarcando con engolada voz la palabra), que relajaba y acrecentaba la empatía, que la desconexión del tráfago diario resultaba una medicina. Así, mientras fumaba y redondeaba su medio litro de cerveza. Una postal idílica en los días soleados, mientras el vino orla la conversación y todo brilla como nunca brilla para el que se ve en el trabajo diario, en las faenas del campo, bajo la dura sentencia de las estaciones. El cansancio honrado. La frivolidad tiene su momento, pero siempre debe estar teñida por el desengaño y la sospecha. Ninguno de estos dos acentos los contemplaban su cháchara deslavazada e insostenible. Seguirá con la falta de seriedad en su trabajo y con sus opiniones prescindibles, pero todavía será escuchada y reclamará atención y respeto por sus opiniones. Ahí veo yo la diana del catedrático, tan acertada.
+ Imagen: un memento mori que encontramos en un cruce de calles en La Rochelle. La acumulación enmarca la calavera: tubos, placas, cables, una fecha (1939). El resultado de la suma es superior al número de elementos que la componen. Puedo recomponer con exactitud el momento, poco después de haber entrado en una librería y haber adquirido un volumen de Foucault. Permanece el recuerdo, permanece una idea de la muerte que se une a lo metafórico del viaje.
