sábado, 26 de mayo de 2018

Irrelevante


LISBOB


+ Paseamos por una playa de aires californianos y todo resulta perfecto. Hay un equilibro que podría llegar a ser inquietante, fantasmal, muy cinematográfico. Comienza la puesta de sol y los paseantes se paran para disparar sus teléfonos. Pareciese que se han coordinado. Pienso que no se trata de fotografía, sino de la constatación de una presencia, de la calidad de espectador del espectáculo: el sol se hunde misteriosamente en el mar y un ensangrentado festival rojo tiñe el mar. No disparamos ninguna foto. Lo tenue de la noche comienza a invadir el paseo y se perfilan sombras e insinuantes siluetas. La perfección del momento perdura. Hay una semejanza con lo que el escenario cinematográfico deseado nos ofrece: sonrisas, paso calmo, la carrera sosegada, un perro, otra foto, unos se besan con una primera pasión dentro de un viejo coche, en el ordenado aparcamiento hay amor y paz. Trato de extraer una conclusión y no soy capaz, un vapor que inunda la tarde resulta ser ebriedad contenida y sin substancia. La primavera ofrece uno de sus engañosos regalos. La vida y el dolor se debaten bajo la capa de amable serenidad. El balance deberá esperar, el día se ha coagulado.

+ Centro médico a las cinco y media de la tarde: calor, geometría y cansancio. Grises paredes, cristal, cemento y un calor pegajoso. La edad regala calma. No tengo prisa. No he traído nada para leer, no tengo un teléfono que escrutar, ni radio, ni ningún otro artilugio. Me centro en contemplar los edificios que se ven desde las ventanas, observo a los otros pacientes, veo como en la pantalla se dan buenos consejos: hacer ejercicio, una dieta saludable, buenos modales en cualquier circunstancia. Voy de un espacio a otro: del taller mecánico a la consulta del médico. El punto de unión es la necesidad de reparar lo gastado, lo estropeado. Mi coche y yo unidos en una dimensión, en una necesidad de cuidados. La chica del percing en el labio me pregunta si hace falta número y le digo que sí, le indico dónde: muy educadamente me da las gracias. Me llaman y expongo mi caso. Sé que es cosa de la edad y el médico asiente. El cuerpo se gasta como se gastan los rodamientos del coche. Todo tiende a su fin, pero como cada día tiene su afán, éste resulta ser la solución de tareas pendientes: rebaja del seguro del coche, cambio de aceite del coche y visita al médico. Todo ha sido resuelto satisfactoriamente: una pequeña alegría el ver cómo las aguas corren por su natural cauce, sin detenerse, sin desbordarse.

+ Imágenes que se solapan. Ha comenzado a hacer calor, algo que crece y cuaja. La coagulación, el rojo desvaído, la herida que ya no es tal. Brillos, cristales, acero afilado. Palabras. He leído algunos fragmentos de un libro que tomé en la biblioteca del estante de las novedades. Me gustó su materialidad. Lo abro y me encuentro con el relato de cómo la madre del autor muere. Conexiones en el punto más alto de la primavera. Recuerdo aquella habitación tan blanca donde cada sonido se multiplicaba hasta extinguirse, los muebles, el rostro de mi madre (la última vez que la vi). El resultado de todo el proceso era el esperado y allí estaba la muerte, que no era nada, un segundo o ni eso, ni siquiera una fracción de segundo. ¿Hay alguna señal en el hecho de coger el libro, tomarlo en préstamo y abrirlo, esta tarde, a esta hora, en esa página? Algo late más allá del sonido armónico del reloj que guía mis horas, que las cuartea. Las guitarras duermen en sus hermosos estuches, negros como ataúdes de vampiro. La tarde es hermosa, limpia, exacta, transparente. Yo no soy el mismo, nadie es el mismo diez años después. Me asomo a la ventana y veo la calle vacía, pienso en todas esas personas que ahora están en la playa, ajenos al paso del tiempo, pienso en los vecinos que ayer se iban a su casa de veraneo ‘Pili, ¿qué buscas en el bolso? / Nada, me he dejado el teléfono en casa’, él salió del ascensor y ella subió (a buscar su teléfono), ahora que es sábado estarán en una terraza: la dorada cerveza, el cigarrillo rubio, la solida marcha de los estudios de sus hijos, el tiempo de la hipervelocidad, el coche, la jubilación. Yo me siento en la cama y escribo esto que escribo, que se parece mucho a la vida, pero no es la vida. Sólo imágenes que se solapan.

+ Media tarde del sábado: vídeos de Paul Weller. Un poco de ordenado ruido para culminar el día. Pensé que hoy rendiría mejor y no ha sido así. Noto que una falta de estructura ha gobernado la jornada, me desagrada y debo solucionarlo. Paul empuña su SG y ahí veo yo un punto de apoyo: la energía, la distorsión, la voz de la clase obrera. Yo estoy ahí, desde hace mucho tiempo, antes de saber de su existencia.

+ Después de la lectura de un breve fragmento, no puedo dejar de pensar en la estrategias del sueño, de cómo alcanzar el sueño. El narrador cuenta como siento un niño, a pesar de su claustrofobia, descendió a una cueva, un lugar prohibido. Mientras reposa en la cama a la espera de que la vigilia se desvanezca se imagina que ha quedado allí atrapado, bajo la tierra, y su existencia no es otra cosa que la construcción de una vida. Su vida. Yo también tengo instrumentos similares. En mi caso imagino paisajes nevados, extensos, escarpados o infinitos. La niebla me reconforta, mientras estoy en el templado lecho que mi cama es. Supongo que todos empleamos algún tipo de narración para dormir, como si en la narración misma se contuviese un hipnótico remedio. Al mismo tiempo, me doy cuenta que nunca he hablado de esto con nadie. Me pregunto si es mejor no hablar de estas cosas, si es algo tan íntimo como lo meramente fisiológico o sexual. Atraviesan las preguntas la tarde del domingo y sé que es indolencia y falta de método. Me dispongo para el paseo, el paseo dominical en la provincia.

+ El fragmento al que en el bloque anterior me refería pertenece al libro de David Monteagudo Hoy he dejado la fábrica. Un libro que tomé de la balda de novedades en la biblioteca pública. Ha resultado ser un feliz descubrimiento. También es de D.M el fragmento de la madre muerta.


+ Canciones sin cuerpo, son trises pero esto no las hace mejores. La voz quebradiza no termina de alcanzar lo que pretende. No me gusta, pero me explica cosas que antes no comprendía. Sobre la noche, sobre la cocaína, otras drogas, sobre cierta aristocracia cutre y ramplona, pero con su lírica, su charm antiguo y falso. La enseñanza es que el tiempo no perdona a nadie, y aquéllos que se anclaron en la infancia o en una adolescencia prolongada sucumben dolorosamente.


+ El ordenador dormirá, pero su latencia me acompañará mientras duermo.

+ Imagen: alguna cafetería y su evanescente irrelevancia.