sábado, 12 de mayo de 2018

Ramificaciones




+ No recuerdo cuando colgué de esta pared la primera imagen. No quiero recordarlo porque eso le otorga una indefinida prestancia que me agrada. Prefiero desconocer el número y descansar en la idea de su permanencia en la memoria: cuando la tristeza te asalte, piensa en Nápoles [ahora pienso en esa postal que pensaba enviar y no envié, que me guardé para mí].

+ ¿De dónde ha surgido la vaporosa sensación (del momento) que tiene el lector sobre su participación en un fenómeno colectivo: ese lector tan afín a la librería coqueta, a la charla sobre libros, al té matcha o al mate, al cigarrillo electrónico o a la radio en internet? ¿De la publicidad, del marketing, de los suplementos literarios, internet mismo, la televisión, la escuela, la academia…? ¿Recepción estética o estrategia de mercado? Así paso ante las coquetas librerías donde no entro y trato de comprender algo a lo que nombre no doy, me detengo y veo mi reflejo en un escaparate y sé que no soy yo el que cuenta, pero eso no me importa nada. Ya son muchas las personas que me han retirado el saludo. Camino hacia la biblioteca, como cada quince días, siempre en sábado.

+ Mientras me enfrento a algunos textos, textos que me rebasan y me exigen un esfuerzo que casi se torna en físico, una idea recurrente me asalta. Como esa melodía que nos atrapa y se repite en nuestra cabeza y nos resulta imposible expulsar. Ahí se instala, con desagrado y percusión, un timbre y un pulso marcado. Leo y llega esa insufrible intrusa: las personas que te retiran el saludo y no sabes bien porqué, pero que, al tiempo, suscitan sospechas y un desagradable malestar (esa canción reiterada: imposible que se detenga). El otro día le vi desde lejos con sus hijos y él me vio, pasamos muy cerca y me evitó, evitó saludarme con un rostro entre la contención y el mal disimulo. Es muy poca cosa y corre mucho: la rapidez es un emblema de vida moderna por donde se canaliza la frustración y las enfermedades de nuestro tiempo. La velocidad es una identidad, la competición es su zenit. La vida es correr, correr como un conejo y prepararse para la próxima prueba. Un conejo con un carísimo reloj que envía una ingente cantidad de datos a un ordenador, se analizan los datos y lo arrojado es vida, el preciado sentido de la vida. Marcas, peso, gesto angustiado. No sé si me concierne su desprecio, pero no deseo averiguarlo. Sólo quiero expulsar esa canción y centrarme en el libro: Anatomy ofr Cricism, N. Frye. Lo propio sería escribir un soneto, me digo, pero tiempo no hay, sólo debo centrarme en la lectura. [Este punto tiene carácter medicinal: apartar la idea que me impide continuar].

+ [Un poco más sobre lo anterior]. Las llamadas sin contestar que no son devueltas. Nada más, el resto es silencio [decía…].

+ Sobre mi identidad: la pared donde cuelgo los escogidos momentos enmarcados, que son imágenes, que son muchos más. Algunas son recuerdos, otras elecciones y hay imágenes que llegaron por casualidad y no sabría clasificarlas, pero tampoco lo deseo. Sé que hay una taxonomía, pero evitar todo inventario lleva a centrarse en lo que mi persona deja ahí: el tiempo del viaje, el tiempo de la metáfora: el viaje como imagen del transito vital: partir, vivir, regresar: morir.

+ Tuve el privilegio de poder estudiar cómo funcionaba todo aquel equipo que asfalta carreteras. Desde el ingeniero hasta el que con la pala arreglaba los flecos de la tongada recién extendida. Mi observación se centró no tanto en la técnica como en el entusiasmo, porque el entusiasmo me interesa mucho, porque creo el entusiasmo es lo que es lo que mueve el mundo. El entusiasmo con sus mil vestidos, con el millón de vestidos. Veo una relación entre la ilusión y el juego. No son cosas disímiles, al contrario: se unen en un punto: el entretenimiento y el ahuyentar la muerte. Conjuros, rituales, organización. La ropa, los gestos, las maneras. Una experiencia construida durante décadas. Los hijos que esperan en casa, la mujer, la comida, la cama, la humedad del día que amanece, el frío y el viento. El pavimentado se produjo durante la noche y todo se cubrió de irrealidad.  Luego llegaron los pintores y aquello volvió a ser una carretera. Luces densas, focos, pilotos rojos y pitidos de aviso. La maquinaria tiene su propia respiración. Hice fotos, escuché conversaciones, saboree el chocolate barato que compré por la tarde en el supermercado. La idea final, el poso se centró en el juego, en la seriedad con que los niños practican el juego, no tan diferente al trabajo de los adultos. Sin juego, sin sus reglas, espacios y tiempos, la vida no podría darse.

+ Aquella cita de La Rochefoucauld: «La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud.» En una nota se dice que la cita probablemente no pertenezca a LR. Finalmente, esto no tiene importancia. Cuando salta una cita en la radio o en la tv, no puedo menos que poner en cuarentena tal atribución. La palabra tiene unos de sus pilares en la posibilidad de ocultar, retorcer, enmascarar (…), la mentira: todo aquello que no se corresponde con lo sabido y con lo visto, y deliberadamente se perturba. Pero, por volver al inicio, la cita tiene su verdad con independencia de la atribución.

+ La taxonomía de las imágenes que cuelgan en las paredes de este cuarto. Una tarea por emprender. ¿Se funda ahí una explicación de la identidad? A un lado lo dejo, mientras: las noticias desgranan lo que el día será en las redacciones, a mí me espera otra realidad. Las imágenes tienen mucho de emblema y representación. Las imágenes dormirán y yo desarrollaré en lo diario la combustión de la biografía. Debo coger el coche e irme al trabajo.

+ Tratar de entenderse uno a sí mismo es tarea inagotable, que nunca llega a puerto, que nunca abandona el cambiante escenario del tiempo. El tiempo y el mar tienen en común la imprevisión y su inestable materia. Comprimidos en una realidad mensurable, lo cuantitativo poco vale, porque la elevación o el descenso se ven condicionados por resortes internos, vaivenes, elementos móviles y ocultos. Las mareas, los trabajos y los días, el reloj de arena, las playas y los acantilados, la fina espuma de los temporales, la espuma fina de los días. Todo un arco que contempla el discurrir de lo vivido y lo por vivir. Me inclino hacia los libros de Renacimiento y rescato el tan querido tomo de Julio Martínez Mesanza: Soy en mayo. Por en mayo estamos, por yo fui por primera vez en mayo. Sic. No busco ya entenderme y eso me ha otorgado una renovada libertad y alegría. Ahí estamos.


+ Imagen: ¿cuál es la palabra para este pequeño objeto, el que aguanta la contraventana, que la fija, que impide que el viento la bata? No lo sé. El caballito de mar es poético en su minúscula realidad, con su función y su verdad humilde.