sábado, 28 de abril de 2018

El museo sonámbulo


+ Esta tarde he pensado en determinados cuadros que tuve la suerte de ver: exposiciones, revistas, libros, catálogos. Los recuerdo con cariño porque me han iluminado no pocas veces, aunque no sea yo un iluminado. En fin, hay algo que me agrada y de lo que me encuentro realmente próximo; se trata, en definitiva, de reflejar escenas absolutamente contemporáneas mediante técnicas, composiciones, formatos, disposiciones, gestos (…) de otras épocas. Recuerdo, en este sentido, a Otto Dix y su retrato de Hugo Erfurth con perro.  Lo vi hace ya muchos años y me sedujo la posibilidad de capturar el presente mediante recursos técnicos del pasado: la tabla y el temple de antiguos maestros alemanes. Ahora, que me doy un respiro, pienso en un (im)posible retrato de un skateboarder al que se le da forma desde los presupuestos renacentistas, de un renacimiento italiano. Tal vez, como aquellos pequeños formatos que se empleaban para enviar a la prometida de un matrimonio concertado, y así tener una idea del que sería su futuro marido. Medio cuerpo, con las ropas propias de su actividad, el peinado tal como lo veríamos hoy, un pendiente en la nariz, un mechón verde, un collar de gruesas cuentas de madera, tal vez un tatuaje tras la oreja: ¿una salamandra? Claro, debería tener símbolos ocultos, propicios para una interpretación. Sigo hilando mientras divago hasta llegar a la conclusión de que todo es juego, tanto el del pintor como el del retratado, el que observa y el que es observado. Yo sigo con eso y me levanto para buscar el grueso tomo que compré en la exposición de Otto Dix en la Fundación Juan March, en Madrid… 10 de febrero - 14 de mayo 2006. E la nave va.

+ Suite Bergamasque: Clair De Lune Debussy.

+ Afirmaba Gautier de Chântillon en el siglo xii: «soy el mejor poeta nuestro tiempo y cedo a los demás el desierto de la prosa» [En Curtius Literatura europea y Edad Media Latina, p. 681 «El orgullo del poeta»]. No hay mucho más que decir.

+ Ni el Conde de Villamediana ni Garcilaso salieron de mi equipaje, pero los llevé conmigo a Nápoles y así los dos regresaron a Nápoles. Supersticiones ancladas en el filo de la personalidad, que más que supersticiones son juegos estéticos, más irónicos que inocentes, menos cínicos que medicinales.

+ Me ha asaltado otro sueño arquitectónico. Me hubiera gustado que fuese Nápoles o Salamanca, quizás La Rochelle, pero no. Había algo siniestro. Algo que me ronda durante la última semana: la decepción conmigo mismo, y ahora se refleja en el escenario de una ciudad que podría ser Londres como podría ser Poitiers. Sé que es transitorio, como lo son ciertos dolores de cabeza, pero incide en mis rutinas, me debo oponer a su veneno y lo consigo, pero con esfuerzo, no con la celeridad deseada. Me veo en el espejo y sé quién soy. En el sueño era yo y mi desconocimiento de la ciudad me hizo aventurar que era un Londres gótico y oscuro, ese goticismo propio de la estética del comic y ciertas películas. En el sueño hablé con un poeta en las escaleras de entrada de una iglesia. El poeta me despreció al tiempo que me decía sin despedirse, sin mirarme a la cara: sé feliz, y ahí está el sentido de todo el sueño, el vacío y la falta de reconocimiento. Una bagatela. El análisis es una medicina. Recuerdo haber leído sobre el uso que la hermenéutica tiene sobre los sueños y así lo veo: no se trata de interpretar los sueños, sino de saber que los sueños son una excrecencia que ha surgido de la propia vida, que se deben extirpar y analizar: como el tumor que pueden llega a la sala de anatomía patalógica. Lo sé y aplico el escalpelo sobre los sedimentos petrificados, abandono y regreso al trabajo: con serenidad y tristeza. Una tristeza elegante y evaluativa. La tristeza se desvanece y el trabajo se impone: esta es mi victoria.

+ Observo que, en las fotos que acopio en el disco duro del ordenador, se repiten retratos de vigilantes de sala en los museos (¿la casa de las musas?). Semeja un trabajo muy aburrido y paradójico: convivir con Turner, Velazquez, la escultura griega, la escultura romana o los mosaicos de Pompeya (…), el arte contemporáneo o la joyería victoriana, y reiteradamente observar, leer en la pantalla del teléfono, observar sin estudiar a los visitantes, estudiar con distraída indiferencia a los que los cuadros ven, volver sobre el teléfono o sobre el libro. Circunspectos, ataviados con uniformes más o menos felices, con caras de cansancio, consultan el reloj y todavía falta mucho. Los he visto y su retrato es el retrato de un trabajo, de un estar, de recibir dinero por esperar, por hacer presencia, porque los que llegan se sepan vigilados. Los veo y no dejo de sentir una extraña solidaridad: los trabajadores del museo sin cualificación académica: vigilantes, limpiadores y limpiadoras, camareros de cafetería, taquilleros y taquilleras, dependientes de la tienda, guardias jurados (…), más allá de las nobles profesiones, el sustento en un ámbito tan solemne nos sorprende porque nunca nos planteamos qué piensan ellos sobre su trabajo, sobre el museo mismo y sobre las obras que ahí habitan. ¿No hay lugar para la transparencia? ¿Nadie ha escrito sobre ellos, con todo lo que tienen que mostrar para una analítica del museo, de su función, de su orgánica constitución?

+ La casa de las musas es el museo. Yo soy mi museo, pero las salas hoy permanecen vacías, por una profunda limpieza y ornato, por expulsar las plagas propias de estas estancias. Las musas no están y su ausencia produce tristeza y silencio. El sistema de metáforas nos configura, me interesan esos «indicios difusos» de los que Foucault hablaba, la suma de las dos razones guía una viaje que he emprendido y no sé hasta dónde me llevará, si regresaré. Los viajes siempre son interiores Así pensé en todo ello cuando nos plantificamos frente a la casa natal del filósofo en Poitiers. Vuelvo a pensar en aquel tour en coche alquilado por infinitos campos, por la autopista de los pájaros, dentro del túnel que los árboles forman poco antes de llegar a Cognac. E insisto: los viajes son siempre interiores. Ese contraste entre lo vivido y lo esperado, lo planificado y sus meandros. Nadie nos explica el fondo de la cuestión, pero siempre palpita y le ponemos nombres que no aciertan. Me siento y leo, pienso en el vacío de las salas y que la limpieza es una necesidad que nunca termina de alcanzar un final. Me veo en el espejo y me reconozco: sé quién soy. Esto es suficiente. Cierro el ordenador.

+ ¿Quiénes en mi interior son los vigilantes de sala, los que limpian, los que las entradas venden, quiénes son los que cobran en la tienda del museo, hacen café o multiplican combinados, quiénes fotocopían, mecanografían o cambian el foco fundido?, ¿qué museo soy yo, quiénes habitan en mí?, ¿dónde están las piezas que componen la exposición permanente, dónde la temporal?


+ Imagen: es la constatación fuera de foco de una noche bajo el patrocinio del piano [en el San Carlo - Nápoles]. Primero fue mecanográfico, luego aceptable y, finalmente, sublime. Sólo este retazo puede darnos una idea lejana del vapor romántico que inundó el teatro. Un sueño adelgazado de realidad. También el desenfoque es otro vacío, el museo duerme, pero aquél piano, sin duda, ocupa una sala en el sonámbulo museo. (En virtud del amor).