sábado, 21 de abril de 2018
Incertidumbre (-s)
+ La lluvia, el frío, la grisalla que las primeras horas del día levantan contra aquél que emprende su diario camino al trabajo. La poesía se compone de múltiples elementos: el primero es un necesaria estructura, que aunque invisible está ahí para contener los elementos que integran y muestran el edificio final. Habitamos un tiempo y un espacio, su relato nos da la sensación de inmortalidad. Ahí se ahorma la elevación: somos desde el romanticismo lírica. En el amor, en las relaciones personales, en los gustos. Cómo se moldean los gustos, en función de esas elevaciones, como para darse un toque de rouge, una elegante distinción frente a los que desconocen. El día a día atrapa para sí la única verdad, en ella descansamos y tratamos de recomponer una idea medieval de la belleza y, al tiempo que rescatamos las lecturas, desistimos de nuevos consejos [ni siquiera a nosotros mismos]. Esa es la manera de vaciarse en la indagación hacia la belleza [qué palabra].
+ «La transmisión de los conocimientos se hacía de manera trivial, árida, mecánica y, por eso, justamente, efectiva». Curtius en Literatura europea y Edad Media Latina, p. 623; donde se refiere a cierta enseñanza de la gramática (con lo que contextualmente supone) en la tardía romanidad y en la primera Edad Media. El estudio no es divertido, el estudio resulta tedioso, nadie asegura a nadie que tras el esfuerzo estará la victoria y si alguien promete gloria: o es un necio o es un malvado, también podría ser ambas cosas: simultáneamente. El estudio no es democrático: no todos somos iguales. El virtuoso del violín o del piano ha transitado el dolor; el dolor no garantiza la grandeza: muchos son los llamados y pocos los elegidos. ¿Qué es la grandeza? La fuerza necesita a la fuerza, su suma atraviesa y traspasa el tiempo pero no lo detiene. Vuelvo sobre mis libros: sin miedo y sin esperanza.
+ Me interesan mucho mis sueños paisajísticos, urbanos y arquitectónicos, pero no por una posible interpretación, sino por la rememoración y la contemplación erótica de espacios propicios para el amor. He visto rías hermosas donde los árboles sumergían sus ramas como hermosos brazos sus ramas en las aguas ni saladas ni dulces; ciudades que nunca visitaré y en donde encontré el propicio espacio para una reflexión sobre el sentido de la lectura, sin llegar a conclusión alguna; estancias abiertas sobre regiones de verde intenso y cielos infinitos y azules que traspasan los ojos para posarse en el alma. No sé si esto se ha dado o yo lo he construido en el recuerdo, sin embargo hay momentos en que me acompañan y restituyen la paz y la confianza en la imaginación con escape sano. Oh, espacios que se han desposeído del tiempo, algo que no resulta posible en la vigilia, pero sí en el sueño o en su reconstrucción. Pero hoy es sábado y he madrugado para poder leer tres o cuatro cosas que ofrecen una innegable dificultad. Romper el sueño y abrir el día a las seis de la mañana donde se ilumina el entendimiento, bien lo sé. He leído, he escrito y ahora escribo (en el ordenador y no a mano). Resulta satisfactorio, pero despertar ha resultado ser abandonar un laberinto de calles donde la luz baja acuchillada entre los rectángulos que forma la trama urbana; qué melancolía de aquello que no se ha poseído, la nostalgia de una patria sin lugar en el mundo (de los despiertos): pensé que era Nápoles y tal vez fuese Nápoles. En Nápoles habito cuando sueño y soy aquél que no fui en el Siglo de Oro.
+ [Marco y elogio del kitsch] He encontrado una pequeña libreta que perteneció a mi madre. Era una libreta en donde ella pegaba las etiqueta que se adhieren a las piezas de fruta: manzanas, naranjas, melones (…) Es una colección interesante, porque al estar descontextualizadas, las etiquetas arrojan un arte imperceptible, que raramente el comprador repare en él. Una suerte de kitsch, algo que resulta próximo y efectivo. Podrían articularse unas hipótesis sobre las razones de su diseño, su función y su pervivencia, pero no es esto lo que me interesa. Me interesa ese rasgo de mi carácter que se refleja en esa pequeña colección: mi interés por el detalle de la vida cotidiana, la celebración de lo diario y la acumulación de objetos que se cargan de significado [tal vez por descubrir, tal vez no, porque carecen de él]. Las estanterías, las paredes, el corcho donde reposa el calendario y las tareas pendientes, son los lugares donde se van posando esos fragmentos de realidad, de realidades en el contexto del kitsch. Postales, muñequitos de plástico, dados, narices de payaso, dorados gatos japoneses, figuras de tigres, vaqueros verdes, piedras rosadas muy pulidas, muy brillantes (…) Todo eso habla de nosotros y no sabemos muy bien qué dice porque es un balbuceo, salvo ese gusto por el detalle cotidiano: nada hay. Como las piedras que voy depositando en un compartimento del coche: otro espacio: montañas coronadas, Cambridge, Pompeya (…) Todo gira sobre el mismo eje, dotar a la vida de la magia necesaria: la sorpresa y el regalo que los ofrece lo cotidiano. Hoy el regalo es haber encontrado la libreta en uno de los cajones de la cocina, mi madre ha regresado por un momento con esa acumulación tan nuestra. Horror vacui, sin duda.
+ Sólo desde lo cotidiano podremos pensarnos, oigo decir a alguien. ¿Merece la pena pensarse? Como las desnortadas conversaciones sobre economía, sobre la teología económica: términos sin referentes, círculos concéntricos sin concreción, la voz se alza y el vino fluye alegre y peligroso. Son esos venenos. La tarde languidece y suena una canción napolitana: me obsesiono. La guerra del norte contra el sur se condensa en lo económico y en su teología, dice otro en algún otro lugar y yo sigo a lo mío: la canción napolitana.
+ «Dijo Platón que el cuerpo es la prisión del alma o tal vez fue Pitágoras o fueron ambos quienes hicieron tal afirmación; pero el caso es que yo reivindico la plástica como un derecho, sin duda alguna, y tú estás gordo, muy gordo y deberías adelgazar inmediatamente, pero inmediatamente digo yo», sentenció blandiendo el dedo índice contra el cielo de potentes focos televisivos y los desvanecidos forillos. Una niebla desordenó mi entendimiento cuando escuché estas cuestiones en un debate sobre la cirugía plástica y las dietas de adelgazamiento: el argumento de autoridad es demoledor, siempre que se confíe en el nombre que sustenta el aserto.
+ [… y dice Umberto Eco]: «Y precisamente aquel año leo L’Esprit du temps de Edgar Morin, el cual dice que para poder analizar la cultura de masas hace falta disfrutar secretamente con ella, que no se puede hablar del juke box si te repugna tener que introducir en la máquina la monedita… ¿Por qué entonces no usar mi tebeos y mis novelas policíacas como objeto de trabajo?» [U.E. nota anterior a la «Introducción» en Apocalípticos e integrados].
+ Parcial, apasionada y política.
+ Imagen: otra foto de Nápoles. El hombre que observa como se le fotografía es un vigilante del Museo Arqueológico Nacional. En ningún caso tiene el aspecto que se puede esperar del vigilante de tan magnificente colección. Pero el contraste no es con el lujo, con el preciosismo, ni siquiera con la grandeza. Se trata de la perfección que hace pardoja con lo cotidiano del hombre y sus imperfecciones (las de todos nosotros), que su trabajo parece ser más que esperar a que llegue la hora de la salida, sin imposturas, sin uniformes diseñados en el abstracto universo del triunfante modisto/-a. Es un hombre corriente, y ahí reside la grandeza tanto del museo como de su figura; ahí es donde nos reflejamos cuando la tarde declina en Nápoles.
