sábado, 7 de abril de 2018

Sapientia et fortitudo




+ [El tópico que sirve de emblema a la entrada se podría corresponder con el posterior ‘las armas y las letras’, con ese conocido ejemplo que aparece en El Quijote. Pero cabe una otra lectura: la distinción entre la acción y el pensamiento; hoy, es ésta última horquilla la que me interesa]

+ Decía algún poeta que abril es el mes más cruel. Leí que con ello se refería a los caídos en los campos de amapolas de la I Guerra Mundial. Los ingleses llevan amapolas en la solapaba para recordar este hecho. Campos devastados. El poeta es T.S. Eliot y el poema The Wasted Land  . Del estante recoge el libro y lo abre, se deja llevar por el ritmo y encuentra en su lectura el aliento de otro tiempo, ¿es el tema, es el sentimiento? Rechaza la última posibilidad y se queda con la constatación de lo inevitable. Morirás y la muerte habrá de otorgar en su putrefacción nueva vida. Tierra negra, lombrices, la raíz seca, la raíz carnosa. ¿Se trata de los caídos en la I GM o se trata de los muertos en su absoluta amplitud? Toma los Dublineses y busca «Los muertos». Ahí esta la clave, su clave vital, el hilo que mantiene unido el presente y el pasado. Su destacada tendencia a la tristeza, asumida ya como una parte inseparable de su principio rector. No puede ver otra cosa que caer la nieve en los yermos que rodean Dublin. El espejo retrata el paso del tiempo, las bolsas bajo los ojos, la arrugas, una niebla en los ojos. Dónde está la adolescente que se preguntaba por el sentido del poema, por el cuento de Joyce. ¿Sigues ahí, tras el velo de la vejez? Quiere pensar que sí y recuerda aquella sentencia medieval en la que se afirmaba que el adolescente debe tener algo de viejo y el viejo algo de adolescente. No juzgará, no tratará de comerciar con la sensata elocuencia, ni tampoco esparcirá consejos que nadie le ha pedido. Comienza abril, un mes cruel, muy cruel, como crueles todos los meses son.

+ En Nápoles compré un ejemplar, en italiano, of course, de I Canti. Volví a leer «El infinito» y volví a pensar en la vida de Leopardi. Volví a pensar en el último verso del poema: «e il naufragar m’è dolce in questo mare». Y no dejé de pensar en lo que había leído en Terry Eagleton sobre una posición burguesa ante las letras. Una triste paz me invadió mientras los músicos rumanos tocaban con pulso, pero sin un fraseo adecuado ese conocido Tu vuò fà l'americano de Renato Carosone. ¿Yo, también, soy un fingidor?

+ [La acción]: No puedo evitarlo: me siento culpable por llevar una vida contemplativa [¿debo poner aquí una marca que indique el tono irónico de la declaración?]. Mi vida contemplativa es una parte de mi vida; la mitad, exactamente. La otra parte ha sido paro, trabajo manual, trabajo de archivos y es, en este momento, un trabajo de inspección, totalmente ajeno a mi objeto de estudio. ¿Es esto acción? No lo sé, pero siempre he procurado mantener un esquema axiológico coherente, tanto en un ámbito, como en el otro ámbito. Y creo que esta disciplina de normas dadas cuenta más que una declaración de principios. Estas guías son los que me interesan y en las que persevero, que nunca alcanzaré en su perfección, pero se trata, como siempre, de un camino y no de una meta, aunque la meta siempre está presente. Regreso al principio: leo en el avión a Terry Eagleton y hace que me sienta mal, culpable, algo que no dura demasiado, pero que sí consigue que sienta una leve desazón larvada en lo profundo de la biografía. Los fantasmas siempre están dispuestos a emerger, a acudir a la más ligera de la llamadas. Regreso a casa y leo en el ordenador que acusan a T.E. de arribista y de tener tres o cuatro casas, vaya de ser un burgués al uso, que contrasta, al parecer, con su marxismo rampante. Más que verosímil porque sé de algunos  marxistas-leninistas que en sus adosados, ante la pantalla de la tablet, planean substanciosas vacaciones por Europa o encargan frivolidades roqueras con un ánimo erudito entre la cultura popular y un incierto Mondo brutto. Pero, bien lo sé, no importa nada que T.E. sea consecuente o inconsecuente entre lo dicho y su vida, porque la verdad de sus palabras no depende de que la coherencia vital. Ni en su caso, ni en ninguno. El avión avanzaba y la lectura me hacía recordar que sin ocio no es posible la especulación, el estudio (ya que la palabra proviene de otra palabra griega que, muta mutandis, quiere decir ocio, también).  En ese terreno estamos T.E., el que compra vinilos y yo, cada uno con sus contradicciones: esa es la pétrea realidad del hombre en su día a día: la paradoja. Está bien saberlo.

+ [Farsantes]: Leí sus escritos y escuché sus palabras, traté de comprenderlos y perdí el tiempo. Hoy lo recuerdo todo y sé que no había nada. Qué ingenuo era yo, qué ingenuos eran ellos. Han pasado los años y todo se recuerda como una borrachera continuada, como un sueño que se desarrolla a través de pasadizos laberínticos, en el subsuelo, en la noche que habita bajo las calles. Emblemas de la juventud que no ha de volver. Yo era una farsante más en el reparto de papeles de una odiosa y absurda compañía teatral, pero ahí estuvimos.

+ Imagen: una vieja foto del 2015. ¿Realmente resulta tan antigua, vieja, desgastada? Emerge y permanece una intención. Los carteles que en las ciudades encontramos transmiten mensajes indescifrables, nos conformamos con aquello que parecen insinuar, pero no insinúan nada: ponemos en lo que vemos nuestra conformación lejana, la configuración de nuestra persona. Portugal, finalmente.