sábado, 28 de abril de 2018

El museo sonámbulo


+ Esta tarde he pensado en determinados cuadros que tuve la suerte de ver: exposiciones, revistas, libros, catálogos. Los recuerdo con cariño porque me han iluminado no pocas veces, aunque no sea yo un iluminado. En fin, hay algo que me agrada y de lo que me encuentro realmente próximo; se trata, en definitiva, de reflejar escenas absolutamente contemporáneas mediante técnicas, composiciones, formatos, disposiciones, gestos (…) de otras épocas. Recuerdo, en este sentido, a Otto Dix y su retrato de Hugo Erfurth con perro.  Lo vi hace ya muchos años y me sedujo la posibilidad de capturar el presente mediante recursos técnicos del pasado: la tabla y el temple de antiguos maestros alemanes. Ahora, que me doy un respiro, pienso en un (im)posible retrato de un skateboarder al que se le da forma desde los presupuestos renacentistas, de un renacimiento italiano. Tal vez, como aquellos pequeños formatos que se empleaban para enviar a la prometida de un matrimonio concertado, y así tener una idea del que sería su futuro marido. Medio cuerpo, con las ropas propias de su actividad, el peinado tal como lo veríamos hoy, un pendiente en la nariz, un mechón verde, un collar de gruesas cuentas de madera, tal vez un tatuaje tras la oreja: ¿una salamandra? Claro, debería tener símbolos ocultos, propicios para una interpretación. Sigo hilando mientras divago hasta llegar a la conclusión de que todo es juego, tanto el del pintor como el del retratado, el que observa y el que es observado. Yo sigo con eso y me levanto para buscar el grueso tomo que compré en la exposición de Otto Dix en la Fundación Juan March, en Madrid… 10 de febrero - 14 de mayo 2006. E la nave va.

+ Suite Bergamasque: Clair De Lune Debussy.

+ Afirmaba Gautier de Chântillon en el siglo xii: «soy el mejor poeta nuestro tiempo y cedo a los demás el desierto de la prosa» [En Curtius Literatura europea y Edad Media Latina, p. 681 «El orgullo del poeta»]. No hay mucho más que decir.

+ Ni el Conde de Villamediana ni Garcilaso salieron de mi equipaje, pero los llevé conmigo a Nápoles y así los dos regresaron a Nápoles. Supersticiones ancladas en el filo de la personalidad, que más que supersticiones son juegos estéticos, más irónicos que inocentes, menos cínicos que medicinales.

+ Me ha asaltado otro sueño arquitectónico. Me hubiera gustado que fuese Nápoles o Salamanca, quizás La Rochelle, pero no. Había algo siniestro. Algo que me ronda durante la última semana: la decepción conmigo mismo, y ahora se refleja en el escenario de una ciudad que podría ser Londres como podría ser Poitiers. Sé que es transitorio, como lo son ciertos dolores de cabeza, pero incide en mis rutinas, me debo oponer a su veneno y lo consigo, pero con esfuerzo, no con la celeridad deseada. Me veo en el espejo y sé quién soy. En el sueño era yo y mi desconocimiento de la ciudad me hizo aventurar que era un Londres gótico y oscuro, ese goticismo propio de la estética del comic y ciertas películas. En el sueño hablé con un poeta en las escaleras de entrada de una iglesia. El poeta me despreció al tiempo que me decía sin despedirse, sin mirarme a la cara: sé feliz, y ahí está el sentido de todo el sueño, el vacío y la falta de reconocimiento. Una bagatela. El análisis es una medicina. Recuerdo haber leído sobre el uso que la hermenéutica tiene sobre los sueños y así lo veo: no se trata de interpretar los sueños, sino de saber que los sueños son una excrecencia que ha surgido de la propia vida, que se deben extirpar y analizar: como el tumor que pueden llega a la sala de anatomía patalógica. Lo sé y aplico el escalpelo sobre los sedimentos petrificados, abandono y regreso al trabajo: con serenidad y tristeza. Una tristeza elegante y evaluativa. La tristeza se desvanece y el trabajo se impone: esta es mi victoria.

+ Observo que, en las fotos que acopio en el disco duro del ordenador, se repiten retratos de vigilantes de sala en los museos (¿la casa de las musas?). Semeja un trabajo muy aburrido y paradójico: convivir con Turner, Velazquez, la escultura griega, la escultura romana o los mosaicos de Pompeya (…), el arte contemporáneo o la joyería victoriana, y reiteradamente observar, leer en la pantalla del teléfono, observar sin estudiar a los visitantes, estudiar con distraída indiferencia a los que los cuadros ven, volver sobre el teléfono o sobre el libro. Circunspectos, ataviados con uniformes más o menos felices, con caras de cansancio, consultan el reloj y todavía falta mucho. Los he visto y su retrato es el retrato de un trabajo, de un estar, de recibir dinero por esperar, por hacer presencia, porque los que llegan se sepan vigilados. Los veo y no dejo de sentir una extraña solidaridad: los trabajadores del museo sin cualificación académica: vigilantes, limpiadores y limpiadoras, camareros de cafetería, taquilleros y taquilleras, dependientes de la tienda, guardias jurados (…), más allá de las nobles profesiones, el sustento en un ámbito tan solemne nos sorprende porque nunca nos planteamos qué piensan ellos sobre su trabajo, sobre el museo mismo y sobre las obras que ahí habitan. ¿No hay lugar para la transparencia? ¿Nadie ha escrito sobre ellos, con todo lo que tienen que mostrar para una analítica del museo, de su función, de su orgánica constitución?

+ La casa de las musas es el museo. Yo soy mi museo, pero las salas hoy permanecen vacías, por una profunda limpieza y ornato, por expulsar las plagas propias de estas estancias. Las musas no están y su ausencia produce tristeza y silencio. El sistema de metáforas nos configura, me interesan esos «indicios difusos» de los que Foucault hablaba, la suma de las dos razones guía una viaje que he emprendido y no sé hasta dónde me llevará, si regresaré. Los viajes siempre son interiores Así pensé en todo ello cuando nos plantificamos frente a la casa natal del filósofo en Poitiers. Vuelvo a pensar en aquel tour en coche alquilado por infinitos campos, por la autopista de los pájaros, dentro del túnel que los árboles forman poco antes de llegar a Cognac. E insisto: los viajes son siempre interiores. Ese contraste entre lo vivido y lo esperado, lo planificado y sus meandros. Nadie nos explica el fondo de la cuestión, pero siempre palpita y le ponemos nombres que no aciertan. Me siento y leo, pienso en el vacío de las salas y que la limpieza es una necesidad que nunca termina de alcanzar un final. Me veo en el espejo y me reconozco: sé quién soy. Esto es suficiente. Cierro el ordenador.

+ ¿Quiénes en mi interior son los vigilantes de sala, los que limpian, los que las entradas venden, quiénes son los que cobran en la tienda del museo, hacen café o multiplican combinados, quiénes fotocopían, mecanografían o cambian el foco fundido?, ¿qué museo soy yo, quiénes habitan en mí?, ¿dónde están las piezas que componen la exposición permanente, dónde la temporal?


+ Imagen: es la constatación fuera de foco de una noche bajo el patrocinio del piano [en el San Carlo - Nápoles]. Primero fue mecanográfico, luego aceptable y, finalmente, sublime. Sólo este retazo puede darnos una idea lejana del vapor romántico que inundó el teatro. Un sueño adelgazado de realidad. También el desenfoque es otro vacío, el museo duerme, pero aquél piano, sin duda, ocupa una sala en el sonámbulo museo. (En virtud del amor).

sábado, 21 de abril de 2018

Incertidumbre (-s)


Archeologico-Napoli


+ La lluvia, el frío, la grisalla que las primeras horas del día levantan contra aquél que emprende su diario camino al trabajo. La poesía se compone de múltiples elementos: el primero es un necesaria estructura, que aunque invisible está ahí para contener los elementos que integran y muestran el edificio final. Habitamos un tiempo y un espacio, su relato nos da la sensación de inmortalidad. Ahí se ahorma la elevación: somos desde el romanticismo lírica. En el amor, en las relaciones personales, en los gustos. Cómo se moldean los gustos, en función de esas elevaciones, como para darse un toque de rouge, una elegante distinción frente a los que desconocen. El día a día atrapa para sí la única verdad, en ella descansamos y tratamos de recomponer una idea medieval de la belleza y, al tiempo que rescatamos las lecturas, desistimos de nuevos consejos [ni siquiera a nosotros mismos]. Esa es la manera de vaciarse en la indagación hacia la belleza [qué palabra].

+ «La transmisión de los conocimientos se hacía de manera trivial, árida, mecánica y, por eso, justamente, efectiva». Curtius en Literatura europea y Edad Media Latina, p. 623; donde se refiere a cierta enseñanza de la gramática (con lo que contextualmente supone) en la  tardía romanidad y en la primera Edad Media. El estudio no es divertido, el estudio resulta tedioso, nadie asegura a nadie que tras el esfuerzo estará la victoria y si alguien promete gloria: o es un necio o es un malvado, también podría ser ambas cosas: simultáneamente. El estudio no es democrático: no todos somos iguales. El virtuoso del violín o del piano ha transitado el dolor; el dolor no garantiza la grandeza: muchos son los llamados y pocos los elegidos. ¿Qué es la grandeza? La fuerza necesita a la fuerza, su suma atraviesa y traspasa el tiempo pero no lo detiene. Vuelvo sobre mis libros: sin miedo y sin esperanza.

+ Me interesan mucho mis sueños paisajísticos, urbanos y arquitectónicos, pero no por una posible interpretación, sino por la rememoración y la contemplación erótica de espacios propicios para el amor. He visto rías hermosas donde los árboles sumergían sus ramas como hermosos brazos sus ramas en las aguas ni saladas ni dulces; ciudades que nunca visitaré y en donde encontré el propicio espacio para una reflexión sobre el sentido de la lectura, sin llegar a conclusión alguna; estancias abiertas sobre regiones de verde intenso y cielos infinitos y azules que traspasan los ojos para posarse en el alma. No sé si esto se ha dado o yo lo he construido en el recuerdo, sin embargo hay momentos en que me acompañan y restituyen la paz y la confianza en la imaginación con escape sano. Oh, espacios que se han desposeído del tiempo, algo que no resulta posible en la vigilia, pero sí en el sueño o en su reconstrucción. Pero hoy es sábado y he madrugado para poder leer tres o cuatro cosas que ofrecen una innegable dificultad. Romper el sueño y abrir el día a las seis de la mañana donde se ilumina el entendimiento, bien lo sé. He leído, he escrito y ahora escribo (en el ordenador y no a mano). Resulta satisfactorio, pero despertar ha resultado ser abandonar un laberinto de calles donde la luz baja acuchillada entre los rectángulos que forma la trama urbana; qué melancolía de aquello que no se ha poseído, la nostalgia de una patria sin lugar en el mundo (de los despiertos): pensé que era Nápoles y tal vez fuese Nápoles. En Nápoles habito cuando sueño y soy aquél que no fui en el Siglo de Oro.

+ [Marco y elogio del kitsch] He encontrado una pequeña libreta que perteneció a mi madre. Era una libreta en donde ella pegaba las etiqueta que se adhieren a las piezas de fruta: manzanas, naranjas, melones (…) Es una colección interesante, porque al estar descontextualizadas, las etiquetas arrojan un arte imperceptible, que raramente el comprador repare en él. Una suerte de kitsch, algo que resulta próximo y efectivo. Podrían articularse unas hipótesis sobre las razones de su diseño, su función y su pervivencia, pero no es esto lo que me interesa. Me interesa ese rasgo de mi carácter que se refleja en esa pequeña colección: mi interés por el detalle de la vida cotidiana, la celebración de lo diario y la acumulación de objetos que se cargan de significado [tal vez por descubrir, tal vez no, porque carecen de él]. Las estanterías, las paredes, el corcho donde reposa el calendario y las tareas pendientes, son los lugares donde se van posando esos fragmentos de realidad, de realidades en el contexto del kitsch. Postales, muñequitos de plástico, dados, narices de payaso, dorados gatos japoneses, figuras de tigres, vaqueros verdes, piedras rosadas muy pulidas, muy brillantes (…) Todo eso habla de nosotros y no sabemos muy bien qué dice porque es un balbuceo, salvo ese gusto por el detalle cotidiano: nada hay. Como las piedras que voy depositando en un compartimento del coche: otro espacio: montañas coronadas, Cambridge, Pompeya (…) Todo gira sobre el mismo eje, dotar a la vida de la magia necesaria: la sorpresa y el regalo que los ofrece lo cotidiano. Hoy el regalo es haber encontrado la libreta en uno de los cajones de la cocina, mi madre ha regresado por un momento con esa acumulación tan nuestra. Horror vacui, sin duda.

+ Sólo desde lo cotidiano podremos pensarnos, oigo decir a alguien. ¿Merece la pena pensarse? Como las desnortadas conversaciones sobre economía, sobre la teología económica: términos sin referentes, círculos concéntricos sin concreción, la voz se alza y el vino fluye alegre y peligroso. Son esos venenos. La tarde languidece y suena una canción napolitana: me obsesiono. La guerra del norte contra el sur se condensa en lo económico y en su teología, dice otro en algún otro lugar y yo sigo a lo mío: la canción napolitana.

+ «Dijo Platón que el cuerpo es la prisión del alma o tal vez fue Pitágoras o fueron ambos quienes hicieron tal afirmación; pero el caso es que yo reivindico la plástica como un derecho, sin duda alguna, y tú estás gordo, muy gordo y deberías adelgazar inmediatamente, pero inmediatamente digo yo», sentenció blandiendo el dedo índice contra el cielo de potentes focos televisivos y los desvanecidos forillos. Una niebla desordenó mi entendimiento cuando escuché estas cuestiones en un debate sobre la cirugía plástica y las dietas de adelgazamiento: el argumento de autoridad es demoledor, siempre que se confíe en el nombre que sustenta el aserto.

+ [… y dice Umberto Eco]: «Y precisamente aquel año leo L’Esprit du temps de Edgar Morin, el cual dice que para poder analizar la cultura de masas hace falta disfrutar secretamente con ella, que no se puede hablar del juke box si te repugna tener que introducir en la máquina la monedita… ¿Por qué entonces no usar mi tebeos y mis novelas policíacas como objeto de trabajo?» [U.E. nota anterior a la «Introducción» en Apocalípticos e integrados].

+ Parcial, apasionada y política.

+ Imagen: otra foto de Nápoles. El hombre que observa como se le fotografía es un vigilante del Museo Arqueológico Nacional. En ningún caso tiene el aspecto que se puede esperar del vigilante de tan magnificente colección. Pero el contraste no es con el lujo, con el preciosismo, ni siquiera con la grandeza. Se trata de la perfección que hace pardoja con lo cotidiano del hombre y sus imperfecciones (las de todos nosotros), que su trabajo parece ser más que esperar a que llegue la hora de la salida, sin imposturas, sin uniformes diseñados en el abstracto universo del triunfante modisto/-a. Es un hombre corriente, y ahí reside la grandeza tanto del museo como de su figura; ahí es donde nos reflejamos cuando la tarde declina en Nápoles.

sábado, 14 de abril de 2018

Relaciones

Pontepei

Combarro

Londres



+ Veo el retrato de Rimbaud de Forain y envidio esa síntesis que su técnica de acuarela ofrece. El negro, los ojos son un rasgo suficiente, la gama de grises. Leo y no recuerdo nada, alguien decía y en eso estoy. Pero debo recordar, reconstruir lo leído, recomponerlo y volver a olvidarlo. Mis ejercicios me abocan a una investigación sobre mi biografía, y no me agrada. Algo veo en ese retrato de R., algo próximo y no agradable. ¿La ebriedad? ¿La ebriedad de los venenos, la ebriedad de la poesía? Ay, ahí veo mi romanticismo, lo detecto y regreso al deseo de capturar trazos y sugerencias.

+ [Nápoles] Según pasa el tiempo y las impresiones se sedimentan emerge una idea de transición. Me interesa mucho cómo germina esta idea, como se expande y fertiliza los trabajos y los días. Cómo hemos pasado de ser unos a ser otros y continuar siendo los mismos [ay, qué amor por la paradoja]. De un punto a otro sin interrupciones, sin bruscos saltos, se eleva su mayestática presencia: Nápoles y una cierta idea de vida. Es decir, hemos estado en Nápoles y algo de la ciudad ha quedado en nosotros debido a que ya estaba en nosotros. Presencias mineralizadas e inconscientes. Pasamos de ser unos a ser otros, me pregunto a qué responde la afirmación, pero paulatinamente, sin rupturas, dejo la cuestión en suspenso. Veo una compleja comunión que está anclada en la construcción sentimental que he realizado a lo largo de los años, y la visión estética se unió a intuiciones que se remontan a la infancia. Respiraba bajo el manto de lo ordinario, las obligaciones y la rutina, y, a veces, pensaba en la Bahía de Nápoles y un enamoramiento súbito me embargaba. Total, que hemos asistido al despliegue de la rara belleza que la ciudad atesora, que se reservaba para nosotros, y entiendo que lo apreciamos porque, como dije antes, ya había algo nuestro en ese despliegue caótico y sensual. El cielo, la trama urbana, las edificaciones y su envejecimiento, una nota elitista, una nota popular, la comida, las tiendas como escenarios, los trenes, hombres y mujeres, motos y automóviles, cuestas, avenidas y el mar, la línea del mar y el Vesubio, los perros y sus dueños, el pesebre como arte, la calle como religión.

+ [Pompeya] Reviso las fotos del viaje a Nápoles y veo que aquello que fotografié lo había fotografiado anteriormente: temas y motivos. De entre ellas rescato una foto donde se refleja la base de una escultura vista en Pompeya: un centauro de Igor Mitoraj. En la base hay rostros vendados. Intenté descifrar su significado, pensé en anclarlo en una imposible antigüedad grecolatina, lo dije y me callé. Algo había que invitaba al silencio: la certeza de que Pompeya habla de la finitud de toda empresa humana, independientemente de consideraciones morales. La ruina es un emblema y los rostros vendados nos hablan de ceguera, una ceguera que permite al vendado distinguir siluetas, pero no detalles. Caminamos por las calles de la excavación y sentimos nuestros cuerpos como vaporosas plumas en la corriente violenta de la historia. Como Fabrizio del Dongo, ni quiera sabíamos dónde estábamos, ni a quién acabamos de ver. Se sedimentan las impresiones y somos transición, repito. Volvimos en tren y el perfil de la bahía invitaba a las melancólicas reflexiones sobre lo fugaz y la necesidad de aprovechar la vida y sus regalos, evitando el dolor, sin olvidar que siempre está al acecho. Nápoles fue un escenario más que propicio para el amor, el fruto de más de veinte años en compañía y comunión, la enseñanza de Pompeya fue otra. Caras del misma moneda: Nápoles y Pompeya, la vida y la muerte.

+ Los dos apuntes anteriores me trasladan a una cita de Goethe donde afirmaba que todo aquél que haya estado en Nápoles tiene la posibilidad de recordar la ciudad y curarse de la afección de la tristeza. No sé. Pienso en Nápoles y reconstruyo historias que nunca han sucedido. Ahora regreso a Dante, a los laberintos de su interpretación. Algo se me escapa y sé que en esa fuga está lo nuclear. Indagar es el pan nuestro de cada día, lo que no implica necesariamente aciertos y certezas. Quizá, incluso, todo lo contrario.

+ Mientras leo: las voces se deslizan hasta mi espacio de lectura. El espacio es mi límite, pero evito pensar en el volumen, en la cristalización del cuerpo. No. Hay otras posibilidades, pero están contenidas en este espacio y en este tiempo, lo que constituye el presente, la presencia. Volvemos a la idea de que no somos otra cosa que tiempo. Las voces que vienen de otras viviendas están vivas: risas, llamadas, advertencias, gritos solapados con amenazas [los niños en esta hora se ponen imposibles]. Esa vitalidad contrasta con la acumulación, de libros, libretas y papeles, bolígrafos, lápices y gomas de borrar. Mi mundo altera lo diario en el punto de cocción de lo ficticio, aunque verosímil. Mi reclusión voluntariamente me aparta de lo diario y regresar es un ejercicio, nunca penoso, nunca fácil.

+ La primera hora de la mañana. Todo se repite y la reiteración resulta agradable. Lo previsible, contra la propuesta que ofrece aventuras sin fin, tiñe lo diario de la necesaria tranquilidad que ayuda a enfrentarse a la lectura. La lectura gobierna el núcleo. El núcleo varía, pero mantiene ciertos rasgos: la permanencia de la lectura, una incierta alucinación, el ritmo y la disciplina. El día comienza y ayer me llegó un disco de canción napolitana. ¿Relaciones?


+ Imagen: una vez más, el sentido llega desde la yuxtaposión. Pompeya, un paseo por Combarro, una exposición en Londres. Tras las tres fotos, estamos nosotros dos: es ese el nexo. ¿Cómo desverlarlo, por qué desvelarlo?

sábado, 7 de abril de 2018

Sapientia et fortitudo




+ [El tópico que sirve de emblema a la entrada se podría corresponder con el posterior ‘las armas y las letras’, con ese conocido ejemplo que aparece en El Quijote. Pero cabe una otra lectura: la distinción entre la acción y el pensamiento; hoy, es ésta última horquilla la que me interesa]

+ Decía algún poeta que abril es el mes más cruel. Leí que con ello se refería a los caídos en los campos de amapolas de la I Guerra Mundial. Los ingleses llevan amapolas en la solapaba para recordar este hecho. Campos devastados. El poeta es T.S. Eliot y el poema The Wasted Land  . Del estante recoge el libro y lo abre, se deja llevar por el ritmo y encuentra en su lectura el aliento de otro tiempo, ¿es el tema, es el sentimiento? Rechaza la última posibilidad y se queda con la constatación de lo inevitable. Morirás y la muerte habrá de otorgar en su putrefacción nueva vida. Tierra negra, lombrices, la raíz seca, la raíz carnosa. ¿Se trata de los caídos en la I GM o se trata de los muertos en su absoluta amplitud? Toma los Dublineses y busca «Los muertos». Ahí esta la clave, su clave vital, el hilo que mantiene unido el presente y el pasado. Su destacada tendencia a la tristeza, asumida ya como una parte inseparable de su principio rector. No puede ver otra cosa que caer la nieve en los yermos que rodean Dublin. El espejo retrata el paso del tiempo, las bolsas bajo los ojos, la arrugas, una niebla en los ojos. Dónde está la adolescente que se preguntaba por el sentido del poema, por el cuento de Joyce. ¿Sigues ahí, tras el velo de la vejez? Quiere pensar que sí y recuerda aquella sentencia medieval en la que se afirmaba que el adolescente debe tener algo de viejo y el viejo algo de adolescente. No juzgará, no tratará de comerciar con la sensata elocuencia, ni tampoco esparcirá consejos que nadie le ha pedido. Comienza abril, un mes cruel, muy cruel, como crueles todos los meses son.

+ En Nápoles compré un ejemplar, en italiano, of course, de I Canti. Volví a leer «El infinito» y volví a pensar en la vida de Leopardi. Volví a pensar en el último verso del poema: «e il naufragar m’è dolce in questo mare». Y no dejé de pensar en lo que había leído en Terry Eagleton sobre una posición burguesa ante las letras. Una triste paz me invadió mientras los músicos rumanos tocaban con pulso, pero sin un fraseo adecuado ese conocido Tu vuò fà l'americano de Renato Carosone. ¿Yo, también, soy un fingidor?

+ [La acción]: No puedo evitarlo: me siento culpable por llevar una vida contemplativa [¿debo poner aquí una marca que indique el tono irónico de la declaración?]. Mi vida contemplativa es una parte de mi vida; la mitad, exactamente. La otra parte ha sido paro, trabajo manual, trabajo de archivos y es, en este momento, un trabajo de inspección, totalmente ajeno a mi objeto de estudio. ¿Es esto acción? No lo sé, pero siempre he procurado mantener un esquema axiológico coherente, tanto en un ámbito, como en el otro ámbito. Y creo que esta disciplina de normas dadas cuenta más que una declaración de principios. Estas guías son los que me interesan y en las que persevero, que nunca alcanzaré en su perfección, pero se trata, como siempre, de un camino y no de una meta, aunque la meta siempre está presente. Regreso al principio: leo en el avión a Terry Eagleton y hace que me sienta mal, culpable, algo que no dura demasiado, pero que sí consigue que sienta una leve desazón larvada en lo profundo de la biografía. Los fantasmas siempre están dispuestos a emerger, a acudir a la más ligera de la llamadas. Regreso a casa y leo en el ordenador que acusan a T.E. de arribista y de tener tres o cuatro casas, vaya de ser un burgués al uso, que contrasta, al parecer, con su marxismo rampante. Más que verosímil porque sé de algunos  marxistas-leninistas que en sus adosados, ante la pantalla de la tablet, planean substanciosas vacaciones por Europa o encargan frivolidades roqueras con un ánimo erudito entre la cultura popular y un incierto Mondo brutto. Pero, bien lo sé, no importa nada que T.E. sea consecuente o inconsecuente entre lo dicho y su vida, porque la verdad de sus palabras no depende de que la coherencia vital. Ni en su caso, ni en ninguno. El avión avanzaba y la lectura me hacía recordar que sin ocio no es posible la especulación, el estudio (ya que la palabra proviene de otra palabra griega que, muta mutandis, quiere decir ocio, también).  En ese terreno estamos T.E., el que compra vinilos y yo, cada uno con sus contradicciones: esa es la pétrea realidad del hombre en su día a día: la paradoja. Está bien saberlo.

+ [Farsantes]: Leí sus escritos y escuché sus palabras, traté de comprenderlos y perdí el tiempo. Hoy lo recuerdo todo y sé que no había nada. Qué ingenuo era yo, qué ingenuos eran ellos. Han pasado los años y todo se recuerda como una borrachera continuada, como un sueño que se desarrolla a través de pasadizos laberínticos, en el subsuelo, en la noche que habita bajo las calles. Emblemas de la juventud que no ha de volver. Yo era una farsante más en el reparto de papeles de una odiosa y absurda compañía teatral, pero ahí estuvimos.

+ Imagen: una vieja foto del 2015. ¿Realmente resulta tan antigua, vieja, desgastada? Emerge y permanece una intención. Los carteles que en las ciudades encontramos transmiten mensajes indescifrables, nos conformamos con aquello que parecen insinuar, pero no insinúan nada: ponemos en lo que vemos nuestra conformación lejana, la configuración de nuestra persona. Portugal, finalmente.