sábado, 3 de febrero de 2018
Itinerario
+ Ha caído en mis manos una antología poética La ciudad, de Karmelo Iribarren. Leo los poemas y los poemas se asemejan más a una instantánea que cualquier otra cosa. Pero los poemas sólo deben tener semejanza consigo mismo, con otro poema, con una suerte de tradición que asumen o rechazan, me digo como si lo que yo digo tuviese alguna importancia. La tarde del domingo se inserta en la lectura, su espesor, la ópera antigua que llega a mis oídos, que mi padre escucha en el reproductor de Dvd’s. A veces todo resulta tan sumamente antiguo, pero tan bello. Hay trazas de mi vida en los poemas de Karmelo, una conexión que como un flash surge en los aviones o en una gran superfice cuando se hace la compra para el mes, en el desplazamiento al trabajo o en un concurrido bar el sábado por la tarde. La provincia da cita a mendigos y notarios en la misma taberna, yo los veo y hay algo que comienzo a comprender. SIgo con la antología. La antología tiene unidad, un sentido común entre los poemas se impone y esto me produce un placer que hacía tiempo que no disfrutaba. La ciudad es el territorio poético de K.I., pero también es el mío. Hablaba yo de eso ayer, en una cena y L. decía que ella también lo veía así, y C. dudaba. Calles, autopistas, bares, farolas o paradas de autobús, edificios de cristal y sombra, letreros luminiscente como luciérnagas en las noches de invierno: un verde muerto. Y pienso, ahora, en una tarde que ya casi era noche en que salíamos de Oporto: el perfil de los edificios, el rumor del puerto y del mar, la metáfora de la carretera. La noche y la autopistas junto a la música que brotaba del Mp3 conectado al equipo musical del coche lograban establecer un mundo nuevo. Era Bach. La música sacra fuera de contexto acompaña mucho y le da dignidad a movimientos muy repetidos, rutinarios. La conducción no tiene parangón, pero la música la acerca a una actividad intelectual. Dudo y regreso al libro. Todo diario tiene mucho de deseo y es lucha contra el implacable olvido.
+ Así se termina el día: «por no hacer mudanza en su costumbre.» Garcilaso, último verso del conocidísimo soneto que comienza así: «En tanto que… »
+ Lluvia, la calefacción, el aroma del café recién hecho. Conversamos en la cocina del centro de trabajo sobre la alimentación y las posibilidades de los próximos viajes. Una conversación breve. No se trata del contexto y se refiere en mayor medida a un repertorio de conceptos que pueden ser comunes. Una líneas de fuerza. La música clásica, la alimentación saludable, el deporte, el cómo afrontar ciertas dolencias, la relación con la personas, el arte como disturbio, el arte como compañía, la lectura o el calor de los amigos y de la familia. El contexto se limita al café: color, olor y sabor. Yo no le añado azúcar, ella dice que lo intentará. Rechazamos el azúcar, las malas maneras y el trasnochar sin sentido. Ella fumó y yo fumé mucho, de eso hace ya tiempo y ninguno de los dos persistimos en el vicio. Estamos de acuerdo en que el fumar tiene muchos atractivos: el humo y el gesto, principalmente, pero hay algo que gobierna sobre todo ello: nuestra capacidad de decir no, de oponer la salud a ese placer tan gestual y contrario a la naturaleza. El humo. Se acaba el tiempo y regresamos a nuestras ocupaciones laborales. Queda en el aire un balbuceo de las conversaciones no desarrolladas. Estas palabras no dichas también tienen su incidencia. Lo que no se dice puede llegar a ser tan fundamental como lo dicho, me digo mientras me alejo a tomar el coche para salir a la carretera: esa narración.
+ Encontrado el sábado por la mañana, después de correr sin mucho esfuerzo y sin demasiadas ganas: «La rire est l’expression de l’idée de supériorité, no plus de l’homme, mais de l’homme sur la nature.» Baudelaire.
+ Se derrumban las columnas de libros y se llevan por delante el teléfono móvil, al caer éste se desarma y desaparece su batería. No aparece. La busco y no aparece. Desarmo la habitación y la batería no aparece. Un extraño enfado me invade, después de unos minutos el enfado se diluye pero me queda una desagradable sensación: no es bueno enfadarse así, no es bueno enfadarse con las cosas. Al día siguiente, los libros vuelven a caer y con ello aparece la batería. ¿Hay un enseñanza en todo ello, una moraleja, pues algo de resolución de un koan semeja? Comienza la semana.
+ ¿La carretera es una narración? La carretera tiene un componente narrativo que no se puede dejar a un lado. Casas a su vera, negocios, colegios, accidentes, averías, los guardias, las señales que indican el ritmo de la conducción y sus pausa. Todo ello es un texto, me digo y me encamino a lo diario, tras la conversación y el café. Me gusta ver como se sustenta la rutina, como el hecho repetido aporta una belleza recóndita y perfeccionable. Así discurre.
+ Imagen: el reflejo constituye el motivo, se repiten los rectángulos y hay una distorsión que aspira a explicar en síntesis todo lo visto en el museo, como una desviación de la ruta, como el detino errado, sin intención. [¿Un marco, una ventana con su cortinón, una pantalla?].
