sábado, 25 de noviembre de 2017
Suma(-s)
+ No puedo dejar de pensar en aquéllos que vi de regreso a sus casas. En el metro, a las seis de mañana, ángeles sin luz, sombras sin perfil. Sus rostros dulces atravesados por la ebriedad temblorosa, huérfanos por un instante, henchidos de olvido. Son las poéticas del amanecer, confusas y torpes. Palabras esbozadas, bostezos, humo gelatinoso, alcohol, el alcohol dulce y penetrante, perfume espeso y sin aliento. Ya nada más que la palabra exacta puede derrotar esta ficción. La luz, todos lo sabemos, destroza a los vampiros, jugamos a estar en consonancia con el desafiante relámpago de la verdad automática: la que el espejo arroja a las siete y cinco, antes de embozarse en el oleaje de la cama. Los padres ya no duermen, los libros de la facultad esperan sin esperanza, el bolígrafo es un estilete o no es nada. La indefinición se constituye en emblema y el sueño alcohólico comienza su travesía de sudor, pesadilla y, sin memoria, viaje neutro o transparente. Yo ya estoy en el avión y las nubes son tan reales como mis pensamientos para aquéllas que a mi lado viajaron en el metro.
+ Conversación en un café sobre las rutinas, la disciplina y el paso del tiempo. Son temas que nos arropan sin dejar entrever lo profundo de su dimensión. Simas que transitamos sin tener conciencia de su alcance, cómo nos condicionan. Hablamos y el café lo es todo.
+ Como un barco ebrio, el tranvía surca Lisboa. Lo veo pasar y siento una alegría incontestable. Luce el sol, los niños ríen y la cerveza es brillante y transparente, espumar los vientos parece susurrar y una brisa se levanta con acierto. No leo los poemarios que se premian, prefiero tomar un libro de una estantería y dejarme sorprender por los caminos que se abren. Vuelvo a lo mismo: sólo leo autores muertos (o eso intento). El tranvía está congelado en la fotografía que el turista ha disparado hace meses, el turista la recupera en la intimidad de su hogar y se hace cargo que ya no es turista, sino que está al otro lado del espejo. El turista es un otro (siempre somos un otro, secuencialmente). Es él el que ahora observa a los turistas que visitan su ciudad. Nada permanece y todo es cambio, es la lección que llega desde el pasado, la que se instala en el presente.
+ Ay, esos pueblos que se muere ¿a dónde se van las historias que allí tuvieron lugar? ¿no es su olvido, a caso, una otra muerte?
+ A veces leo a Joan Magarit, a veces la introducción de la antología, otras veces leo los poemas, una veces en catalán, otras en la traducción al español. Nunca son los mismos versos. Y, como muestra, rescato una cita: «Despintat i tancat, un vell club nàutic / mira el sol rovellat sorgint del mar.» [Despintado y cerrado, hay un viejo club náutico / mirando el herrumbroso sol que surge / despacio del mar].
+ Los lobos seguían y vigilaban a los vecinos por caminos paralelos, tras los campos de cebada. Estos vecinos entraban en el pueblo y los lobos se diluían en el paisaje. Recuerdo una tarde hace dos años, una cierva saltó para perderse luego en el espesor de la maleza. La maleza se ha comido las praderías, los caminos están cerrados, ya no hunden sus patas la vacas en los pantanosos barrizales de las fuentes. Una vez vi sus huellas en el barro y me gustó esa forma, la materia y la forma: barro y pezuña. Cada años dos casas se derrumban. Una vez hubo aquí trescientos vecinos, hoy son siete, y ninguno tiene menos de ochenta años. Qué fiero viento ha barrido estos pueblos.
+ Tras la cena, mientras regresábamos a nuestra casa, no podía de dejar de pensar en los que en el metro vi, pero también pensaba en los pueblos que se abandonan, que se hunden sus tejados, que sólo restan los muros espesos y grises de las casas. Fraguas, escuelas, cuadras y serrerías. Hoy se han igualado en su ruina. Mientras, las fiestas en la ciudad nunca terminan y a las seis de mañana pueblan el metropolitano de falsa alegría, sueño hipnótico y sonrisas de erotismo sin amor. ¿De dónde han huido estos que ahora se esconden en el embozo de sus anoraks?
+ Imagen: la elección es aleatoria, sin premeditación. [Madrid, Nov. 2017, En El Matadero]
sábado, 18 de noviembre de 2017
Significados, sentidos y olvido
+ En un momento, por asalto, comienzo una conversación sobre cómo influye el carácter en el discurrir de la biografía, en sus calas, en sus crestas. Cómo la soberbia conduce al desastre. Pero, ¿no habría que cuantificar antes el desastre, definirlo con precisión? El fracaso adquiere especial preponderancia en función de los objetivos, cuánto mayor es la ambición mayor es el pozo donde se hunde el desdichado. El desdichado, me digo, la dicha y su contrario. El triángulo funciona: hamartia, hybris y némesis. Faetón se eleva con el carro del sol y su osadía le destruye, Ícaro sigue su camino, los vemos fundirse en el agua, diluirse en el olvido, la muerte.
+ No lo sabía, el corazón de Chopin está conservado en coñac. En qué sentido debemos entender la noticia. ¿Debemos buscar un sentido? Todo tiene un sentido, nosotros se lo damos.
+ Automáticamente, el ordenador guarda las fotos y hace que emerjan para subrayar con la palabra ‘recuerdos’ momentos del pasado, fotos que tienen una fecha incrustada. Confusión que se mece en la arbitrariedad de la fecha. El 7 de noviembre del 2014 yo estaba en Santiago y al día siguiente partiría hacia Madrid, hoy, tres años después, me encuentro en una situación similar: mañana viajo a Madrid, conduciré de madrugada hasta el aeropuerto de Santiago y volveré a Madrid. Si el ordenador no me hubiese recordado la circunstancia del pasado, la del presente estaría aislada. Realmente hay un significado o éste surge espontáneamente cuando regresan a la superficie las fotos olvidadas. No lo sé, pero ahora tengo la sensación de lo vivido, esa muerte oculta que palpita entre nuestras diarias acciones y omisiones. Veo el equipaje y sé que siempre es el mismo equipaje, que no es una metáfora, que no hay elementos elididos, que es una realidad que le da forma mis sentidos y mi memoria. Podría dudar de todo menos de mi propio pensamiento, incluso de la configuración del triángulo, decía aquel filósofo. Yo no dudo de la certeza de mi equipaje, porque ese mi pensar: tal vez.
+ [IR] Extraño es escuchar la radio a las 4:30 de la madrugada. Historias que se mezclan con el humo del sueño recién extinto. Un guardia jurado, un cocinero, hablan de Mohamed Alí. Pronto cogeré el coche y me encaminaré hacia el aeropuerto. Acciones y protocolos. La perplejidad de la noche con la longitud en la lejanía de la ebriedad. Las noches hoy son transparentes y luminosas. [Atención, sobre el oxímoron que se refleja en la hora prima].
+ [INTERIOR] En Madrid: se desarrollará (?) en otra entrada. [Ramificaciones, tangentes, conversación y un posterior silencio (agradable)].
+ [VOLVER] Es el primer metropolitano. Su geometría del futuro que es este presente me seduce. Me siento y ellas suben. Se sientan a mi lado. Huelen a humo, alcohol y a sudor adolescente. Se preguntan cuál es la ruta más corta para regresar a sus casas. Pero la duda es si conviene más la corta o las más rápida. Mientras, yo sigo leyendo la introducción a la poesía de Joan Margarit. La vida pasa y yo, yo me desvanezco. De qué hablan que yo no entiendo su castellano o español. Son las seis y diez, voy a coger una avión que me devuelve a casa. ¿Y ellas? Su juventud, su ropa, su olor de niñas y alcohol: dulce, penetrante, venenoso. Ahora, viernes ya, los vampiros regresan a sus ataúdes.
+ Cuatro provechosos días en Madrid. Una certeza de otoño, comida japonesa y comida regional, cerveza, conversaciones, paseos, libros. No deja de ser una baliza en el transcurso del año. Ahora, en la tarde de domingo, sólo es recuerdo, pero una solida certeza atesora su sentido. La amistad en el tránsito de los años. Noviembre.
+ Imagen: un portal, en Madrid. Ese vacío, la melancolía y la respuesta a la pregunta no formulada. Paradojas que se diluyen en la fotografía que me remite a exposiciones visitadas, conversaciones y silencios.
sábado, 11 de noviembre de 2017
Scroll en inglés, voluta en español; nuestro tiempo
+ Veo los teléfonos del día de hoy y los comparo con la cámaras fotográficas que ya están fuera de circulación. Cuando estos teléfonos se hayan quedado obsoletos serán poco más de una lámina, más o menos gruesa, más o menos brillante. Pero, por otro lado, las cámaras que duermen en oscuros cajones esconden una lírica que hablan de una artesanía necesaria en el olvido. Lo creo con firmeza: los teléfonos contienen esa imprecisa verdad de nuestro tiempo, su líquido fluir, el reflejo en lugar del original. Cada objeto traza un dibujo de su tiempo, ese dibujo habla y se escucha. No son palabras, no es música, sino el rumor de lo que extingue.
+ Trenes y estaciones de tren. Como una posibilidad de escrutar lo no creíble, lo no evidente. Trenes en los que no viajamos y mientras escribimos continúan su desplazamiento. Estaciones plenas de personas camino de sus trabajo, de su ocio, el olvido y la esperanza.
+ No me reconoce, pero yo a ella sí. Creo que no me reconoce, pero no estoy seguro; quizá sí, quizá no. Paso junto a ella y miro hacia el frente, mientras, ella se fija en los perfiles de la pasarela y tira de la correa que ata a su pequeño perro: como una bolita de pelusa. Ella es la madre de alguien que fue mi amigo en la infancia. A los catorce años desapareció y nunca más lo volvía ver, ni a él ni a sus hermanos. Hace unos ocho o nueve años, mi madre me dijo que la había visto. Hablaron, pero mi madre por prudencia no le preguntó por sus hijos. Me pareció bien. Yo tampoco lo haría, yo no quiero saber nada del presente de aquel pasado. Cómo las personas se sumergen en mar de indefinición, como el tiempo va limando todas las aristas. Sigo mi camino y no tengo una idea clara. No sé cómo era su rostro, ¿lo reconocería si lo volviese a ver? Quién sabe, qué importa. La materia poética palpita en todos los actos y acciones del día, pero lo que la hace es poesía es una forma, que busca y no encuentra. Así, dormirá otro soneto que nunca escribiré, pero el materia que vestiría el armazón aquí queda.
+ El arabesco del tiempo.
+ «… para la conciencia romántica (…) el lenguaje nunca alcanza el misterio último e indescifrable de la persona individual», Gadamer. La cita queda en suspenso y me detengo en los márgenes de mi entendimiento, en la posibilidad de completar el proceso de dotar de sentido a las acciones, a las palabras y a los gestos con los que a diario me enfrento. No puedo satisfacer al ansia taxonómica que me embarga, desisto y me enfrento a la verdad: no existe posibilidad de una comprensión absoluta. Fuera luce el sol.
+ La tarde declina. En el cenit del otoño la lectura es un refugio, un escapismo. La actualidad política me aburre y me preocupa porque hay intuiciones que se van transformando en certezas, y esto no es agradable. El mensaje corto y contundente suplanta a la posibilidad de la lectura y la reflexión. El poder siempre ejerce su fuerza con determinada exactitud, en cualquier sentido. Pensar sobre como las palabras pierden su peso es una tarea necesaria. Filosofía, cultura, democracia, paz, diálogo (…), las palabras se desdibujan y ese el mensaje: una niebla de supuestas garantías y legitimidades. No soy capaz de establecer los referentes a los que se deberían de dirigir estos significantes. Una ciénaga se ha elevado desde la realidad informativa, las palabras se sumergen y su sumisión tiene un elevado coste. Me aburre, me inoportuna y regreso a los periódicos digitales, pierdo el tiempo, me enfado y pierdo la concentración. Vuelvo a la lectura y hay claridad en el fondo del camino. Como agua limpia, bebo y me remito a lo complejo, a las dificultades que me ofrecen mis tareas diarias. ¿Escapismo, repito en el silencio de mi estudio, el silencio roto por el reloj: los segundos?
+ Accidentes. Recuerdos coches retorcidos, expulsados de la vía, empotrados en una cuneta. Los coches son frágiles porque la velocidad los debilita. El impacto resuelve su geometría y arroja una masa sin forma, ya. El automóvil encierra metáforas no desarrolladas. Es la alegoría de nuestro tiempo. Hay una obsesión por desentrañar el sentido de lo ‘nuestro’ y ese sentido está ahí: un despiste y la muerte aparece, transparente y certera. Hoy es lunes y pronto cogeré el coche, nadie piensa en ello y ahí está. Como la circulación sanguínea, el tráfico alimenta la economía. Sale el sol.
+ Imagen: un disparo sin intencio que se llena de intención al rescatar la foto del archivo. Dónde está el sentido, antes o ahora.
sábado, 4 de noviembre de 2017
En el inicio de noviembre
+ Guardo los boletos de la lotería que no han sido premiados. Con un rotulador rojo trazo una equis sobre su dorso y sobre su envés. Luego tendrán otra función: servir de marca-páginas. El uso posterior otorga una sensación intemporal. Hay en ello un rito, que practico también con otros papeles. Así, se ven transformados en señaladores las hojas volanderas que caen en el buzón, la publicidad que me entregan en la calle o restos de facturas. La marca que se hace en el libro es importante, tanto como el subrayado. Mi convencimiento establece la posibilidad de reconstruir una persona mediante sus notas, señalamientos y subrayados. ¿Hay alguien que desde la academia realice este tipo de estudios sobre las bibliotecas de escritores? Sí, los hay.
+ Salgo temprano y en el portal se condensa el olor de la plancha del bar de al lado. Olor a pan y mantequilla. Cierro los ojos y me retrotrae a Londres. El olor de las ciudades puede ser muy gastronómico o anti-gastronómico, pero en muchas ocasiones la relación con la comida define todo un territorio. La mañana es limpia y entro la panadería. Un bollo integral, solicito. El olor del pan es el olor de la honestidad. El pan, su textura, su peso, su densidad, sus insinuaciones. Camino y llego al lugar convenido, donde mi compañero de trabajo me espera. Hablamos y la mañana comienza, ahí, en ese punto cuando se inicia la primera conversación del día. Lo anterior es un preparativo, el prólogo necesario. Creo que con esto hablo de sonambulismo.
+ Comienza la semana y en la radio suena Led Zeppelin. Es lunes y esta semana toca todos los santos. El sistema de sucesión de los días y las noches resulta perfecto, adaptamos a él nuestra rutina y hay una rítmica sintonía. La música certifica esa comunión: los horarios, las tareas propuestas, las tareas completadas, libros, libretas y agendas. La mañana, el trabajo; la tarde, el estudio. El balance recompone las desoladas certezas que nos arroja el paso del tiempo. Es un todo que ayuda a comprender o sobrellevar, pero la comprensión no es posible. Cierro al ordenador y me dirijo al trabajo: la mañana es clara.
+ Escucho un podcast sobre Julio Camba. Había muchas cosas que desconocía sobre el articulista gallego. Su pereza, la desgana, las estrecheces del final de su vida. Yo pensaba que vivía a cuerpo de rey en el Palace, pero no era así; vivía en el último piso, en una pequeña habitación, en la que lo único que hacía era leer y dormitar. Me llaman la atención sus pasatiempos, que se pueden reducir a observar a la gente: desde una silla, desde un sillón, con la mirada perdida. No sé si leeré alguno de sus artículos, pero me parece que el personaje contiene una realidad histórica que rebasa el contexto meramente literario. En J.C. se encarna una personalidad española: ese no gustar el oficio, pero realizarlo con maestría, el reflejo de vida a contrapelo, sin ganas pero con acierto; lo muy español de J.C. persiste en muchos comportamientos y maneras. Un estilo muy español. La desgana, la pereza y la genialidad sin desarrollo. ¿Veo ahí mi reflejo? En cierta medida, sí. Pensaré detenidamente en ello, pero sin prisa, con pereza, sin la idea de encontrar un resultado. La satisfacción del camaleón.
+ Día de cementerios y un otoño no usual. Los cementerios crean una arquitectura que no admite discusión. He visitado cementerios más allá de donde vivo y todo me resulta dado. Hay un reiteración en el olvido, en la semilla que germinará de la putrefacción y mientras esa circunspecta certeza de la muerte, sus grises, sus aristas, los árboles dormidos. Veo la lápida de mi madre y me acuerdo de ella y sonrío como ella sonreiría porque, a veces, cuando estoy ante el espejo mis labios son sus labios. La materia de la poesía que palpita más allá de la muerte. Luego, una tradición de comidas y banales conversaciones, el mismo espesor de la casa de comidas rural, con un punto francés, con otro punto muy de la desgana y falta de oficio de la tierra. Buena comida, pésimos postres, servicio escaso y una factura razonable. Se acaba el día y transitamos a lo largo de cien kilómetros, una breve parada en Santiago, unos cuadros que nos interesan y una conversación escasa e interesante, con esos agradables silencios de cuando te encuentras bien con alguien. Noto que crece un resfriado, pero el paracetamol parece detenerlos. Regresamos a casa y sé que dormiré bien.
+ Imagen: un árbol. Elegante y preciso en su realidad más allá de lo biológico.
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