sábado, 26 de agosto de 2017
Balizas
+ En los favoritos de mi navegador agrego blogs con una cierta asiduidad. Los visito sin orden, sin previsión, con una carencia de sistema que propicio. Sin llegar a estimar la razón, me resultan estos documentos presencias amistosas que me acompañan en la sucesión de los días. Yo tengo la esperanza de que esto suceda con el mío, pero no estoy seguro. Con todo, hay una ausencia que hoy ha cristalizado en una página en un absoluto blanco, como un paisaje nevado que se observa de cerca. Rafael Narbona no está, desde hace un largo tiempo, desde una lejana entrada sobre Unamuno. Me gustaba mucho leer su entradas, encontraba en ellas una fluidez de prosa que aprecio especialmente. La textura es importante. Después de esta temporada en el infierno [materialista] he regresado con una fuerza diferente, recóndita y sopesada. Rafael N. no está y no encuentro la manera de trazar una explicación. Pienso en sus desordenes y los comparo con los míos. Veo que mantener un blog es una tarea compleja que obliga a enfrentamientos interiores no siempre deseados ni agradables, pero existe algo que lo hace que se asemeje a nuestro ejercicio físico, a la ingesta de un medicamento, la observancia de una dieta saludable. ¿Para qué? No hay una respuesta providencial, al contrario: la cuestión se resume en una construcción diaria que se aproxima a la oración. La oración como remedio para los males del alma. Rafael N. ya no está, no sé si volverá o es un adiós definitivo. He participado de esos retazos de su vida, donde relataba sus problemas con su enfermedad, el recuerdo de su padre, me gustaba cuando hablaba del Parque del Oeste, cuando se acercaba a ciertos escritores, me gustaban sus entradas muy largas y bien estructuradas. Una pulcritud que condensa todo lo que puedo esperar de una noticia de un ‘ningún lugar’. Ay, tampoco aparecen entradas en el blog de Julio Martínez Mesanza, sin embargo creo que es una desaparición diferente. Qué vida, me digo, esta reclusión entre libros y pantallas, entre el Conde de Villamediana y los látigos de la crítica literaria y de la teoría de la literatura. Esta vida la he creado yo, sin duda, y a veces me agrada y otras veces no. Cuán variable soy en mis concatenaciones.
+«El trastorno bipolar es un pasillo con dos puertas. Si abres una, te encontrarás a los hermanos Marx, encabalgando disparates o jugando con un trombón. Si abres la otra, te toparás con Christopher Walken apuntando a su cabeza con un revólver». En una entrevista, Rafael Narbona.
+ La bipolaridad y el sufrimiento. El sufrimiento.
+ [Llego a un punto en que me encuentro con que R.N. sigue publicando regularmente sus artículos en el suplemento habitual. ¿Pierde sentido el primer párrafo? En ningún caso, incluso: al contrario, se establece una correlación entre lo que sucede y lo que podría suceder, que son planos de una misma realidad, pero con perspectivas diferentes: los errores pueden llegara a iluminar zonas de sombra y mostrarnos detalles insospechados].
+ Abriré el pequeño volumen donde se antóloga la poesía de J.M.M: Soy en mayo.
+ No puedo dejar de escuchar a Nina Simone. Durante casi una hora, el viernes, antes de salir a pasear, a tomar la cerveza helada, hablar y sentir el viento en la cara. Aquí, en el estudio, entre la somnolencia y un aroma poético de café y pan recién hecho, las cosas son distintas. No es vida, me digo, este sumergirse en la lectura y esperar que comience a llover, oír la lluvia y regresar a un poema, cualquier poema. Garcilaso, Góngora, Villamediana. Endecasílabos que se derraman entre las manos, a la busca de un sentido y la captura del ritmo, la estructura, el delicado esbozo de una rima. Antonio Colinas, Claudio Rodríguez, José Hierro. Otras listas, otros poemas. Todo lo que sé no vale nada, pero a mí me sirve. «Las cosas que yo sé las sabe un tonto cualquiera / mi corazón va solito por la carretera», decía Kiko Veneno en Salta la Rana. Un saber muy recóndito, que carece de reflejo en la vida ordinaria, pero la carretera es una realidad inapelable, geométrica. Con acierto, una vez dije: la carretera muerde. No estoy seguro. La voz de Nina Simone se asemeja a las carencias que observo en mi persona, que me hacen tan auténtico como débil. No sé si la voz de N. S. se corresponde con su personalidad. Yo y mis carencias somos uno y lo uno sin lo otro no se entiende. Aparco las canciones de N. S. y me dejo llevar por K. V. Es otra hora. El café es un milagro, la estela de la mañana es lejana, aquellas conversaciones telefónicas, papeles, croquis y mediciones, todo es humo. Guitarras en la noche que son la compañía del nostálgico que no encuentra el camino de regreso. Cierro el ordenador.
+ Imagen: tres mujeres y dos momentos, que se suceden en síncopa. La ruptura del ritmo, si se perpetúa, es un nuevo ritmo. Por otro lado, la fotografía atrapa el tiempo como ningún otro dispositivo lo puede atrapar [ni el cine, ni el vídeo, tampoco la música]. Es la razón nuclear de su evanescente prontitud, la baliza en la realidad para el que quiere ver. Yo veo y valoro las fotos que saqué desde lo alto en la plaza que hay frente al MNCARS. Las mujeres hablan entre ellas, sacan sus teléfonos, los guardan y desaparecen. Capto estas dos fotos y son testimonio de un momento, dos instantes sin relevancia, perdidos en el fondo de la historia (otra vez con minúscula). Luego, recuerdo, fui a la Estación de Atocha a esperar a un amigo que llegaba en el Ave. Todo se disolvió hasta que he abierto la capeta donde se contienen las fotos que cuelgo. Qué sentido ofrecen las estas fotos: son una invocación del pasado, como se ha dicho: balizas que marcan la trayectoria temporal de mis viajes, desplazamientos y amortizaciones vitales. Así queda.
sábado, 19 de agosto de 2017
Matriz
+ Miro hacia atrás: me dedico durante un buen rato a ver las fotos que he disparado de un tiempo a esta parte. Y veo que hay un hilo que aparece y desaparece, es una foto recurrente: disparo a los pies de algunas personas, nunca más arriba de sus rodillas, quizá hacia los muslos, pero nada más. Con estos mimbres el cesto psicoanalítico se erige en el centro de una comedia. Un cesto ocupa el escenario, un gran cesto (…) Me detengo y pienso: pies, zapatos, medias, calcetines, la fragilidad del pie que se contiene en un disparo sin proyecto. Qué frágil, qué delicado es el pie. Qué significado tiene o sólo es un significante que reclama ser completado.
+ Un error: fijarse en el resultado y no en el procedimiento para llegar a ese resultado.
+¿Mi tiempo? Se resume esta cuestión en la diatriba que me lleva asaltando durante días, semanas quizás. [Ahora pongo música electrónica que se descarga de una página de una radio en línea: expansión, incendios, el viejo julio de 2017 ya ha muerto y agosto en la mitad del camino correrá su misma suerte]. ¿Expresión? Otra cuestión donde se baten las ideas y su vestido. El ropaje es un fin en sí mismo o esto ni siquiera resulta una marca de calidad. La literatura es un haz de ideas o una expresión de unas ideas con independencia de su pertinencia o impertinencia. Creo haber navegado durante mucho tiempo en el mar del psicologismo y de la impresión, pero nunca fui un vasallo de estos criterios, muy al contrario. Si una característica positiva tiene mi posición es la duda. ¿La razón, el racionalismo? Está bien un método firme, pero una excesiva rigidez o una ausencia de la oportuna flexibilidad incapacita el criterio, para llegar a una conclusión aceptable las posiciones deben ser variables. ¿El arte supone una realidad segunda? En verdad los referentes se pueden rastrear hasta llegar a una conexión con lo visible, lo perceptible, pero no estoy seguro si merece la pena. Sabido es que todo discurso supone una posición de partida y que establecer una relación de igualdad entre ciencia, ciencia social y humanidades es peligroso, porque conduce a una confusión extrema. La ciencia tiene capacidad de predicción, esta es una de sus razones: cuando se utiliza la física para calcular las cargas que un puente puede soportar es con el objetivo de que el puente no se caiga cuando un determinado peso transite [futuro] sobre su tablero; y qué decir de la predicción del tiempo atmosférico, que se apoya igualmente en la física, los modelos matemáticos y se auxilian con la potencia informática. ¿Se pueden igualar en la razón la física y el estudio teórico de la literatura o son razones distintas la una y la otra? ¿Todo pasa por una formalizar los fenómenos? ¿es posible reducir la literatura a matemática? Tengo serias dudas, siendo amable. La cuestión palpita todavía porque tampoco se puede resumir una posición materialista acerca de la literatura con cuatro trazos, con comparaciones, aunque bien traídas, incompletas. ¿Continuará esta investigación?
+ [Tras lo anterior]. Entro en la tienda de segunda mano, revuelvo y encuentro un libro de Luis Magrinyà: Los dos Luises, en edición del Círculo de Lectores. 3 €. No lo dudo y pago los tres euros que cuesta. La novela tiene una capacidad de evasión muy necesaria, pero también es una vía de conocimiento. ¿Un saber sólido, muy sólido? Ay, la teoría y sus venenosos meandros, en cada curva acecha el líquido que nos fulmina, nos debilita, que postrados nos deja. En un primer momento no me gusta la portada (?), pero acabo por apreciar una idea de un otro tiempo, un algo de los años ochenta o noventa. Lo compruebo y sí: años noventa, en su grandeza y colorido. Aquí se debate mi nostalgia, ¿pero dónde está esa patria a la que volver, a la que no volveremos? ¿los años noventa del pasado siglo? No sé qué me deparará el libro, no sé si lo terminaré, pero está aquí, frente a mí. Es una promesa o una advertencia. [Horas más tarde]. Avanza la lectura y un espesor indeterminado me atrapa. Con suavidad reconstruyo una época que fue mía y hoy no es ni siquiera historia [con minúscula, obviamente]. Se mezcla esta percepción, este perfume antiguo, con la imágenes de un conocido: a bordo de un velero, rubio, seguro, un mascarón, un doble de sí mismo, el juego se sirve en los laberintos de la red; pero la novela tiene una mayor presencia que aquél que no recuerda mi rostro, ni mi nombre. Avanzo y percibo una calidad de prosa que me devuelve mi biografía como un intento fallido; esto explica muchas cosas. Asuntos que se enlazan con el párrafo anterior. La teoría y la intención de penetrar en secretos y motivos que se organizan en función de una vocación no culminada, pero que no se ha abandonado. Sí, no creo que la teoría de la literatura sea una ciencia, es más: dudo que pueda alcanzar ese estatuto y pretender tal estatuto es desvirtuarla. Pero la novela está aquí y en ella me resuelvo. Avanzo y el sabor del café es una baliza en todo el cúmulo de sensaciones que la tarde de agosto me aporta: elementos para el olvido, elementos para la nostalgia [la construcción del nostos].
+ [Arte]. Se contraponen dos exposiciones vistas en los últimos días. Abstracciones de otro mundo ya. El tiempo pasa sobre ellas y las transforma. Lo que ayer fue actual hoy es arqueología. Las salas determinan la visión y no se puede pervertir ese recorrido, aunque se intente. Los formatos, el color, su ausencia, el silencio roto con timidez por el deslizarse de una ninfa recién tatuada. Hay una lírica invisible en el Museo de Arte Contemporáneo y ya no nos preguntamos por el futuro de todo ‘esto’. Ella lo sabe y su vaporosa presencia atestigua la cadencia de los cuadros, que se ordenan cronológicamente y muestran un envejecer que a todos nos atañe, también a ella, también a su flamante tatuaje, que será testigo del paso del tiempo en la propia degradación de la piel. Así, los lienzos, algunos, no todos, han perdido tersura y las depresiones que se forman en el entorno de los bastidores son evidentes signos del paso del tiempo, el color negro parece polvoriento y se ve que son cuadros con su cotización y su salón burgués o su sala de consejo de dirección [se me ocurre que podrían estar en la recepción de una boyante naviera con expansión internacional]. El pintor tiene sus años, es un anciano ya. Las fotos de su juventud nos muestran la promesa de una vocación que se alcanza, que culmina en esta muestra donde se acumula su obra. La obra. Pero hay algo que desafina y no logramos acertar. Lo sé: se percibe con evidencia el paso del tiempo sobre los cuadros, han quedado embalsamados en los años ochenta del pasado siglo, pero no consiguen que aquel momento renazca. Ay, qué gran diferencia con los de Luis Gordillo de un otro día, que respiraban el mismo aire que nosotros respirábamos ante ellos, que eran tan siglo XXI como lo podría ser el mismo Velázquez. Pero nada es eterno, salvo el mismo tiempo. Yo soy esa historia con minúscula que no puede regresar a su tiempo, los cuadros vistos constatan esa incapacidad.
+ Imagen: el trazo soberano que la cámara describe sobre el Museo de Arte Contemporáneo: es arte todo lo que puebla sus salas, ¿y lo que atrapa esta razón, es también arte?
sábado, 12 de agosto de 2017
Una historia del silencio
+ Mientras ,leo, otra vez, Sepulcro en Tarquinia, un perro ladra unos pisos más abajo. Tiene ese ladrido la calidad mortecina y lluviosa que la tarde tiene. El paralelismo semeja alegórico, pero prefiero detenerme en la lectura y medir versos y escanciar el segundo que se acaba de marchar para nunca volver. Ay, estos volúmenes negros, con la imagen que el verso ilumina con precisión. Este acompañar la tarde, el acompasado sonido de los cacharros en la cocina, el zumbido de un electrodoméstico, la lejana televisión que sólo es rumor o viento. La tarde del jueves acoge en su pequeña realidad todo el avispero de lo vivido. La semana se aproxima a su fin y un recuento innecesario se agolpa entre mis dedos: los destierro para volver al libro: «se abrieron las cancelas de la noche».
+ He conducido con reconcentrada atención. La música era electrónica un tanto anticuada, y no es un contrasentido: los años pasan tan rápido. Siento esa punzada elegante de lo vivido con intensidad, con la precisión de un relojero judío en el centro de Praga, me digo sin saber lo que digo. Son imágenes que me arropan en el conducir y luego pienso en alegorías y metáforas, como si hubiese desde aquí una posibilidad de lectura. Leer los espacios, leer a las personas. Me dejo llevar hasta llegar al silencio de los bosques que se orillan en la carretera. Tengo la estela de algunos versos, pero no quiero pensar en nada más que el itinerario. Lo consigo y sé que es un triunfo. Con qué poco me conformo en este final de la semana, en su agotamiento: lo laboral, lo festivo, lo literario.
+ Sobre las opiniones acerca de la literatura como terapéutica. «Lo bueno de no tener personalidad es que uno puede suplantar a cualquiera, y ese es el talento de Ripley, el de ser capaz de hacerse pasar por cualquier otro», José Luis Pardo en Estética de lo peor (De las ventajas e inconvenientes del arte para la vida). Si copio esta cita es para establecer un puente entre literatura y terapéutica. Pero es un puente que se construye para ser dinamitado inmediatamente, una voladura controlada y con la intención de preservar la literatura de usos no deseados. La literatura no tiene objeto y por eso es posible su uso para tantos propósitos, tan diversos como espurios. En el tomar un relato como percha para escalar a la cumbre y establecer un discurso hay un algo perverso que es preciso determinar, pues esta utilización interesada rebaja la narración ya que la desposee de su anclaje en la realidad. Ay, la realidad, qué palabra. Cierro este periódico donde leo el comienzo de la crónica cultural, el apartado libresco: «Si X no existiese, habría que inventarlo, porque es necesario que todo…»
+ Exposición de Luis Gordillo en el CGAC.
+ Repaso fotografías e intento apreciar la huella del tiempo en ellas, en mí. Yo soy tiempo y la fotografía es tiempo. Destacar esta característica de la fotografía es destacar lo obvio, pero lo obvio contiene una verdad que se hace auténtica en la propia constatación, en su reflejo. Como en tantas expresiones artísticas, el paso del tiempo es el tema, quizá el único tema. Se plantea y se necesita una definición de tiempo, de aburrimiento, de entretenido (pasa-)tiempo. Aburrirse es lo insoluble, carente de capacidad para la dilución, permanece sin alterarse, sólido y opaco es el aburrimiento. Hay fotos que captan con precisión la naturaleza de los momentos banales y aburridos. Así, veo las fotos de Nan Goldin y me dejo llevar por innecesarias suposiciones. Pesar la intuición y rechazar sus atisbos, por qué se debe reflexionar y establecer un medio acuso donde flotar sin consecuencias. No, no es posible. Pero ahí está el aburrimiento para elevar la angustia. El mal de nuestro tiempo, ¿debe ser rechazado el aburrimiento o debemos centrarnos en él? Alguien me decía que para que se esfume el aburrimiento lo mejor es pensar en él, hacerlo girar, describirlo, definirlo, asumir su función de carencia y espanto, pero, claro, eso ya es un trabajo: el antagonista del aburrimiento. Estudio detenidamente las agujas del reloj y veo mi propio rostro. La baja calidad de la foto resuelve la certeza que atesora en lo que pronto será arte, casi como una religión, casi como una fe. I’ll be your mirror, dice N.G y yo lo suscribo.
+ N.G dice preferir para las fotos el libro, como mejor formato para mostrar las fotos. Pienso en ello y creo que está acertada. La habitación como recinto para ver las fotos, para pesarlas, para reconstruir o destruir. Pero ¿y esos grandes formatos que, precisamente, son por el formato? Y así recuerdo unas gigantescas fotos de unas zapatillas. Cada día tiene su afán.
+ [¿Sabias que a finales del siglo xix un libro amarillo se entendía como un libro ‘licencioso’? ¿?licencioso’ se equipara a lo atrevido en materia sexual, lo abiertamente inmoral? Sin duda, ese es el significado y en ese sentido apunto lo que apunto, este sentido y no en ningún otro].
+ Imagen: lo fragmentario de nuestra existencia.
sábado, 5 de agosto de 2017
Un cierto aire de familia
+ Franco Battiato trae consigo el aire de un tiempo que no ha de volver. Aquel tiempo en que yo no entendía nada, y no quiere esto decir que ahora entienda algo, pero ahora lo sé: no entiendo nada. Paisajes, geometría, coches y cigarrillos. El licor helado y los campos sobre los que vuela un águila mientras unos chicos beben y fuman y hablan sobre filosofía, pintura y poesía. La juventud dura poco, pero se convierte en un espejo de la vida, un programa que se ha desarrollar durante década. No entiendo nada, puedo decir ahora con seguridad y arrogancia. Y robo una frase a una canción de Kiko Veneno: lo que sé lo sabe un tonto cualquiera. Hay un aire de inocencia en todo lo que me rodea y no creo que sea necesariamente malo. Como recuperar aquella inocencia que se sumergió en edades superadas, ¿he desandado el camino que asegura la verdad sobre las dimensiones de los viajes, o la técnica para alcanzar una posición en la vida, o lo que la lectura representa, por ejemplo? El espacio me sorprende como a un niño lo sorprende el funcionamiento de una linterna. De todo dudo y todo afirmo. Las lecturas que van dando estructura a este verano son determinantes en el proceso de ruptura y demolición de antiguas certezas y en la construcción de otras nuevas. Primero se contempla y estudia la montaña, se comienza la ascensión, se corona la cumbre y se termina por descender al valle. Ese movimiento oculta una metáfora o una alegoría sobre el aprendizaje: llenar y vaciar y en el vacío dejarse en suspenso. Flotar, nadar, dormir. Un campo léxico que se abre y una rosa que se muere.
+ Recuerdo un restaurante en Oporto para una cierta clase alta. Un portero, una escalera angosta, un luminoso recibidor, salas recoletas e inmaculadamente blancas, sin distorsiones, comida asiática, ese acento japonés, una amplia terraza con una luz tenue y lechosa. No recuerdo bien cómo llegamos allí ni por qué nos franquearon la entrada, pero allí estábamos. Recorrí los grupos de personas y me fijé en uno en el que había tres niños de corta edad. Recordar aquellas personas equivale a constatar la lejanía que el ser humano tiene respecto a sí mismo. El pescado hervido guarnecido con fresas heladas, champán, pantallas líquidas, niños con ropa carísima, mujeres hermosas, hombres apuestos, camareros tatuados y distantes. Se veía el río, su impasible presencia valía más que todo el oro del mundo. Poder estudiar las escenas de conversaciones banales y suspiros ausentes, establecidos con cierto cansancio estudiado, era un privilegio. Sus ropajes, los zapatos, los gestos, la tranquilidad de la situación. Fuera, aunque era verano, una brisa fría llegaba del océano. El tono poético se adentraba en la lírica de los primeros años del siglo XXI, lo que no aporta mucho, pero establece un sistema de coordenadas: música independiente, tres o cuatro tarjetas de crédito, viajes frecuentes a Londres y los buenos hoteles de la capital británica, el reloj carísimo, el BMW, la tradición familiar de los días en el campo, cierto aire mundano y la arrogancia de la aristocracia local. Me pregunté qué leerían, me pregunté si habrían leído Os Maias y me di cuenta que estas preguntas no tenían sentido: el chispazo del oro todo lo suple. A la luz de la luna sus risas traslucían la seguridad y un poso de olvido y desengaño que el juego de los niños atenuaba, los gritos y los berrinches trasladaban a los padres al centro de la verdad: la sucesión y crianza de las generaciones podría ser el único sentido de la vida, un otro algo que carece de interés. Una mucama apareció y la saludaron con una apreciable dulzura, se llevó a los tres niños y la calma regresó a la terraza, desde donde se podía ver con especial definición el puente de Arrabida: su arco reflejaba la flexibilidad de la escena como ningún otro retrato de grupo podría haber hecho. Tenían un aire de familia: el cansancio.
+ ¿Cuáles son las cosas que podemos cambiar y cuáles son las que no podemos cambiar? Esta pregunta se plantea en torno a lo que el día ofrece y las trazas de angustia que contiene [en tantas ocasiones], y la angustia no es otra cosa que miedo. Miedo, esa incertidumbre. Hay un rédito en cada aceptación, pero aceptar siempre no es lo correcto. No hay un manual de instrucciones o estas se van escribiendo según el día avanza y cuando se fijan, muchas de ellas, ya no son válidas. Dedicarse a una actividad y centrarse en ella sin pedir nada a cambio salvo la certeza de las rutinas que otorga, un horario, ejercicio, comida saludable, hablar poco, el amor, la amistad, el rechazo de la esperanza y el rechazo del miedo. Quizá no sea muy original, pero resulta útil. La lucha diaria contra la acedía transforma lo gris y plano en un paisaje conmovedor: niebla, destellos en el fondo [es una casa habitada por gatitos, quizá, gatitos felices], troncos, umbrías, la música de Bach, una pila de libros comenzados que comienzan a dejar de ser nebulosa para establecerse como galaxia tan ramificada como fuerte [hasta que se abandone la lectura]. ¿Es necesario tratar de cambiar lo que no se puede cambiar? De esfuerzos inútiles se nutre la melancolía. El regreso a una patria que nunca existió, me digo y veo como la noche se eleva sobre el día, los noctámbulos comienzan su periplo, se oye un ladrido y el sueño me acoge en su regazo. Dormir es un privilegio.
+ Despierto. Un lejano soniquete de de despertador me sobresalta, como campanillas agitadas por una sierra. No son todavía las seis menos cuarto. Todo comienza. Enciendo la radio y alguien hace una entrevista. Creo reconocer la voz, pero no estoy seguro, la voz es familiar, pero no acierto. Le resto importancia, sin embargo me carcome la curiosidad. Tengo una habilidad especial para reconocer voces, rostros o gestos. Me da impresión que es un atavismo del hombre cazador que todos llevamos dentro. Me intriga. Escucho sus opiniones sobre música, que es de lo se trata en la entrevista. Y, repentinamente, el entrevistado dice que aunque Camarón no entendía a García Lorca hizo unas grades interpretaciones de sus poemas. Eso me sobresaltó como me sobresaltaron las molestas campanillas-sierra de un otro despertador unos minutos antes. ¿Camarón no comprendió a García Lorca? Una cosa lleva a la otra y encontré, sin error, el nombre del entrevistado. Volqué el café en su taza, vertí el salvado de avena y la lecitina de soja, corté el pan, y me dispuse a comenzar mi desayuno, mientras olvidaba el nombre de aquel triunfador, un hombre de éxito, el hombre del momento, tan seductor, tan flojo.
+ Historias de banqueros o bancarios que se suicidan, una hilera de libros, el café sin azúcar, kilómetros por recorrer, pequeños hoteles lejos de la costa, pan recién horneado, el tema del autor y su muerte, ¿qué es un autor?, un poema, el sendero por el que correr todas las tardes, la actualidad, el amor, la amistad. Afloran las imágenes con perfección según la carrera toma su ritmo. Hay un rimo indiscutible, ese que permite llegar en el punto justo de cansancio. Hoy lo he logrado.
+ [Imagen]. Ver-observar-contemplar ciertas obras de arte del momento se revela como una transición perpleja hacia lo plano, lo acostumbrado, y quizá lo aburrido. La sorpresa está fuera del proyecto estético, o se ha sumergido hasta construir una suave y leve mentira. Pero con 17 años todo resulta diferentes: burbujas, chispas y renovación constante. Ahí está el centro de la diana.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)