+ Leo a Proust a saltos. Entre su prosa hay sugerencias que me llevan tiempos remotos, anclados en el siglo pasado. El hecho de nombrar un otro tiempo como ‘el siglo pasado’ establece alternativas y fronteras. No soy el que fui, aunque algo hay que se mantiene. ¿Qué permanece, qué muta? Un traspaso, una intención, el humano desleírse en lo diario: los afanes, las decepciones, bolsas de dolor, bolsas de alegría. Se decanta uno mismo en su propio vaso. Cierro a Proust y creo en esa vocación literaria que a mí me faltó. La pasión lo es todo, pero sobre ello está la vida misma, la alegría que viene a iluminar esa cotidiana realidad.
+ Busco el sentido que mi madre quería darle a la expresión «está en la tierra de su padre». Ella pronunció la sentencia cuando mi padre y yo nos fuimos juntos a donde él había nacido. Un viaje en tren. Años más tarde, una vez ella muerta, creí alcanzar el sentido de sus palabras. En mi humilde coche recorrimos una carretera paralela a un cauce, en el que cada cierta distancia se establecía una presa o una represa. Una vez que el coche quedaba aparcado, dábamos un paseo y estudiábamos la geometría y los perfiles de aquellas viejas construcciones donde mi padre había trabajado en su juventud. ¿Era aquello a lo que ella se refería? En eso confié, mientras me explicaba cómo los camiones bajaban de una cantera, ya abandonada. La bóveda de la presa era un desafío. El agua espejeaba y en ella el extraño reflejo de la montaña parecía expresar deseos sin confesión. Terminamos en la provincia de Zamora. Los nombres ocultan y muestran realidades, son variables y caprichosos. Zamora retumbó en mi fantasía: aquel cartel con oxido y verdín. La tierra de mi padre se componía de la sensación narcótica del calor de agosto y el tacto de la cerveza helada (sin alcohol). Sólo fue un instante, pero comprendí a mi madre, en la lejanía. Sólo una expresión, sólo una posición.
+ Deslizarse en un despacho y ver los emblemas que lo presiden, tomar una posición y decir no. No hay por juzgar, únicamente se necesita una enumeración sin aderezos, guardarla y al cabo del tiempo rescatarla. Ahí reside una definición, pienso. La definición queda en un margen de los textos sobre la persona, para aclarar motivaciones y rechazos. Las fotos de los hijos, recuerdos de algún viaje, cubiletes para bolígrafos, los bolígrafos mismos, plumas estilográficas o portaminas. Un cuadro, una vista, la foto escogida en su marco dorado. Quieren hablar de la persona y no lo consiguen, ya que falta la otra mitad: la voz que los sustenta. Habría una solida obligación de consolidar esa declaración en un texto. ¿Qué desear pues? El texto se escribe sólo, sin ayudas ni manifiestos.
+ «El aire se serena / y viste de hermosura y luz no usada, / Salinas, cuando suena / la música extremada, / por vuestra sabia mano gobernada». «A Francisco Salinas», de Fr. Luis de León.
+ Conversaciones sobre otras personas que terminan por perturbar lo diáfano del día. Cuanto todo está mal, alguna responsabilidad tendrá el que se queja. Pero hacer oídos sordos es el mejor ejercicio. El calor, la transparencia del día o el café amargo. Líneas quebradas, la pantalla del ordenador, las chispas de un motor averiado. Nadie acierta, todos se equivocan, le oigo decir entre suspiros y cansancio. La injusticia se cierne sobre su biografía, escanciados versos sin voz. La injusticia no es tal, pero manifiesta su descontento y la mezquina inquina de los otros. Salvo él, salvo dos o tres personas que hablan de inversiones y coches carísimos, vacaciones, cruceros cinco estrellas, pero el sentido y la voz del labrador que no desiste. Habría que iluminar esas parcelas de la realidad para su vergüenza.
+[5:50, la radio]. Habla un cura de la transparencia. Todo viene, sin que él lo diga, del filosofo coreano Byung-Chul Han. Resulta evidente para aquél que lo conoce. Sin embargo, lo que pretende es sacar un beneficio castrador. Una afirmación más para el inventario de la debilidad. Pero no. Todo eso me inoportuna levemente. Luego las noticas. El día comienza con calor, hay música y todo parece abierto. Esa sensación de apertura se acentuada por las cuestiones propias a las que nos obligamos. Un desgaste en el lustre de los días, en la percepción de la novedad. La transparencia no es mala, ni buena; como casi todo, como todo. Es una herramienta que suplica adecuación a las posibles funciones, nada que tenga que ver con la incomunicación ni con esa esclavitud contemporánea que pretende el cura. La esclavitud para ser tal no tiene escapatoria, la que el menciona es precisamente un escape en sí mismo. Declaraciones en los juzgados, amistades, concejales. Etc.
+ Imagen(es): cabaña de pastores [ahora: refugio de montaña para montañeros, en las proximidades del Lago de Sanabria]. [En la tierra de mi padre: la soledad y el abandono que se percibe en las dos imagenes da cuenta de una realidad, del abandono de formas de vida tradicionales en beneficio de lo urbano; cuántos se han ido, que nunca volverán, mucho menos sus hijos, un índice de melancolía se atesora en las fotos que he subido, no por su calidad (presencia o ausencia), sino por el testimonio que para mí son recuerdo de la tierra de mi padre].