sábado, 20 de mayo de 2017

Relato

 

+ Mientras una persona cercana se muere, yo camino bajo los puentes, junto a los ríos y veo, en un instante, volar mariposas azules. Cantan los pájaros y la desolación se instala. El sol acentúa un dolor sordo, la certeza de la muerte. Un sol que transforma el color de la hojas: desde un verde oscuro hasta una transparencia de gasa o tejido dérmico, la piel de una rana o la piel de un elefante que se ha retirado, curtido y ahora tiene el esperor del papel. Tonos grises en la tierra, el agua jadeante que se arroja a las cunetas desde las laderas. Barro o ceniza. Sin etiquetas avanzo junto a las paredes de los estribos que sostienen el tablero de un puente. Como criaturas que en algún momento estuvieron vivas. La muerte es un relato. Hoy todo es relato, pero no sé decir si este relato es una palabra que se emplea metafórica o literalmente. El que habla pierde algo en la dicción. Yo guardo silencio y estudio la estructura o el muro y apunto en mi libreta: no hay deficiencias, no hay daños. Constato un momento, pero me doy la vuelta y el aire boscoso alienta una certeza: mi escritura es mi desaparición.

+ En un título de un poemario leo «… dar un grito» y me pregunto ¿por qué no utilizar gritar? Dar está vacío de contenido, pues ese dar no es el mismo dar que el que aparece en «… dar la vida». Si se tiende a la condensación, hay una posibilidad de triunfo. Pero, ya lo sabemos, el triunfo nunca es posible porque el resultado es siempre el mismo.

+ Versos: «Vestido ya de tendero / de tienda de ultramarinos». Así comienzan el poema de Alberti «Mi entierro».

+ Los gatos son silencio, la negativa a expresarse, salvo sus mordiscos y sus arañazos. Sólo quiero la comida a mi hora, tampoco es pedir tanto, parece decir mientras maúlla lastimeramente. Y tiene razón. Unas caricias, algo de respeto, la comida apropiada en el momento apropiado. Como el órgano sutil de la naturaleza: la caza a primera hora de la mañana, el ratón o el topo que cae en sus garras. Esas patitas delicadas cargadas de crueldad insólita, de la que sólo nos protege su manejable tamaño. Más que independencia, es deseo sin dirección, insensible y certero.

+ «No se lee para reconocerse uno mismo, sino para conocer algo que no es uno mismo» Miguel Morey cuando describe un pensamiento fuerza de (F.) en Escritos sobre Foucault.


+ Mudanzas. Cajas, amplios pasillos, sillas giratorias. Los rostros se reflejan en el ritmo de la respiración. Hace calor, se anuncia una tormenta y las conversaciones giran en torno a los cuidados paliativos y la sedación. Ahí queda todo. ¿Cuántos tipos de inteligencia hay? ¿Sólo hay una la posibilidad? Ahí queda. Miope, agudamente ágil para las matemáticas y la física, incapaz para la empatía. Es un corcho, alguien me dijo. No puedo dejar de estudiar su sorpresa ante el cambio vital al que se ve abocado. Tampoco es para tanto. ¿Volveré a verlo? Urbanizaciones, el edificio como proyecto vital, la torre, los chalets, puentes y viaductos. Ya su rostro se ha desvanecido, ya sólo flota su nombre. Sombras.

+ Imagen: la selección de la imagen viene determinada por la lectura de unos poemas de M. Houllebecq, en concreto: uno que habla sobre un viaje en TGV, la semejanza que hay con un posible tránsito hacia la muerte. Luces, nocturnidad, una ciudad que no se identifica. La abstracción del tráfico, la noche y sus equívocas invitaciones.