sábado, 28 de enero de 2017
Elección
+ Desde hace dos semanas no dejo de escuchar Los inadaptados de Juan Perro, Santiago Auserón. Me entristece, pero disfruto con esta tristeza. Ya se sabe, esos vicios que germinan en la adolescencia. Pero ahora soy otro. La risa, el día limpio, el brillo del amor. Mi lado mejor (ay, que ha salido una rima interna, pero no cuenta). La película, el concierto, la guitarra afilada y limpia. He aprendido tantas cosas y muchas otras que he olvidado. Así soy yo ahora. Y Radio Futura todavía emerge, de vez en vez, el perfil de los jóvenes que vieron a R.F. en Compostela, en el estrépito de la adolescencia.
+ No sé. Nunca sé. Pienso en calles de Madrid, en paseos por barrios a los que nunca nadie va, salvo para dormir [cosa que si se rasca un poco se ve que es falso y la vida es otra cosa, pero hay que indagar, sin remedio]. Recuerdo con mucha precisión piscinas cerradas, con el agua a media altura y plagadas de hojas secas, recuerdo el perfil de las torres, recuerdo autobuses muy veloces. Más allá de la M-30. Es poético el recuerdo porque el recuerdo es también el recuerdo de la amistad, su presencia en la lejanía del tiempo y de la distancia. Hablamos y caminamos, alguna cerveza. Palomas oscuras, niños, sus madres todavía muy jóvenes y joviales, el deseo latente, belleza y lujuria. El transparente humo de las hogueras a las que nunca se llega. La comunicación es la meta, la clave para penetrar en el mundo mágico de lo posible en la contemplación.
+ Escucho a los pájaros, durante un breve momento. Sólo es silencio.
+ No puedo resistirme a copiar los primeros versos de la Soledad segunda de Góngora. Los copio y pienso en que realmente estos versos dibujan el nacimiento de la Ría de Vigo. Cada vez que estoy cerca de las salinas del Ulló pienso:
Éntrase el mar por un arroyo breve
que a recibillo con sediento paso
de su roca natal se precipita,
y mucha sal no sólo en poco vaso,
mas en su rüina bebe,
y a su fin (cristalina mariposa
no alada, sino undosa)
en el farol de Tetis solicita.
+ Me llegan datos sobre A Day in The Life, de los Beatles. Finalmente, veo que la canción es sobre esto: lo cotidiano. Lo que aparece en las páginas de sucesos, el desayuno, los autobuses, un cigarrillo, un sueño, un acorde sostenido que se pierde en la tensión de la aguja contra el microsurco. Suena otra vez, es domingo y se rebela, una vez más, con una superioridad que rebasa a cualquier himno porque su designio es lo ordinario, aquello a lo que no se le presta atención. La música tiene esa magia de la que carece cualquier otro medio de expresión, consiste esta magia en el poder abstracto de la evocación que queda a disposición. Esa recepción crea arte, el arte no se circunscribe al reducto del museo o la sala de conciertos, la biblioteca o a la voz del conferencia en el aula casi vacía, hay un espacio superior que se llena de lo intangible. Suena otra vez el himno a lo cotidiano y asentimos, con la bandera que hace batalla por el día a día.
+ [Imagen]: disparo contra las gastadas puertas de un abandonado taller mecánico. No serían estas puertas extrañas a la blanca pared de un museo porque ellas atesoran algo muy de nuestro tiempo: lo que se desvanece, la arena que cae de la mano sobre la playa, el olvido y el sosiego de los materiales sin importancia. Arte es todo aquello que cuelga en las paredes de los museos, incluso lo que no cuelga también. Este es el caso, el aleatorio caso.