sábado, 26 de noviembre de 2016

Venecianismo(-s) vario(-s)



+ Coubert : [auto]retrato del hombre desesperado. Me reconozco en los rasgos de este retrato, por un momento, sólo por un momento. Pero ni yo soy Coubert, ni yo estoy desesperado, sin embargo el motivo del disfraz me subyuga y me proyecta hacia otra realidad, oculta y a punto de brillar por sí misma. Es ese el comienzo.

+ [Modelos de belleza]: ¿quién configura la belleza que apreciamos? ¿en otro tiempo los pintores y escultores, también los poetas; hoy: la televisión y la publicidad? No hay nada más subjetivo que la belleza, y si se puede objetivar sólo es mediante la simetría y la salud, me dijo alguien en una ocasión. Qué coordenadas son éstas. Hoy vemos a una mujer con una enorme nariz, pero no encuentro en ello una monstruosidad, sino la contrario: una belleza que diferencia la norma de lo excepcional y ese es su triunfo. La oportunidad se viste de lo irregular, lo irregular alcanza un estrato superior, es un distinguirse de lo dado, un estado que humaniza la realidad rutinaria de la mañana. No hay nada que reprochar al incapaz. La belleza reside en el movimiento de la mano, en el aleteo de las sombras, en el vuelo del cabello. Siempre reside en el que ve y en la conexión con el que es visto, sin saberlo: tantas y tantas veces.

+ «Un hombre ha de comportarse en presencia de cualquier tipo de oposición como si todo fuese nominal y efímero, excepto él.» Ralph Waldo Emerson.

+ Aplico, en los últimos días y con una incierta constancia, la etiqueta ‘nominal y efímero’. Tiene un amplio rendimiento, en él me recreo sin cortapisas.

+ Compro un libro que si titula: How to Live in Style: Young Colour Guide to Modern Decoration (Young color), de Hather Standring. Lo sé: es una veleidad. Se trata de algo que vi en un vídeo de Pulp y me gustó el título, la portada y cierta y elegante frivolidad. Soy un decadente, me digo sin despeinarme (pues nunca me peino). Me gustan estos contrastes que se establecen entre mis lecturas y mis temas. A un lado un análisis del barroco español o un tomo de Ralph Waldo Emerson, al otro pequeñas monografías sobre la decoración en diferentes décadas del siglo XX en el Reino Unido, un catalogo de Ikea o una colección de mapas de metro. ¿Busco, como otros hacen, lo paradójico? Creo que lo paradójico habita en mí, incluso, antes de mi nacimiento. Repaso momentos de mi vida y me ha gustado, siempre, desequilibrar lo esperado. Así, me disfracé de Quevedo en mi último viaje a Madrid; me he complacido en mostrar esta imagen, que me subvierte, que me convierte en un cómico. Y así. Pero, mientras espero el libro citado un poco más arriba, escucho a Bach y escribo, escribo esto que lees [si es que tienes tiempo para leer].

+ [Verónica Franco = V.F.]. ¿Quién es V.F.? Veo el retrato de una supuesta V.F., que realizó Domenico Tintoretto a lo largo de diez años y me pregunto por sus razones: las del pintor y las de la modelo. Ella muestra el pecho y mira hacia la derecha, ignora al espectador, pero sus pechos son otra mirada: la textura, la perfección, la verdad de la carne. La manos indican esa verdad sin dudas ni titubeos. Las cortesanas honestas es el eufemismo para denominar a ciertas prostitutas que en Venecia se alejaban del puente Rialto, como si hubiese una elevación de categoría o jerarquía. Se dice de V.F. que era cultivada y una poetisa notable. ¿Tiene alguna importancia que el retrato capture a V.F. o una otra mujer? ¿Erotismo, exhibición, pornografía? Los términos se transforman y no delimitan el impulso que el cuadro tiene. Va más allá del cuerpo, incluso. Ese misterio que no atrapan las palabras porque está, esa totalidad, más allá de lo ‘nominal y efímero’.  Cuando llego al final de una lectura sobre el tema, aparece un género que son los retratos de venecianas. Veo en ello un tema poético para un poesía que hoy resulta un tanto envejecida, pero que en los años sesenta y setenta del siglo pasado triunfaba: esa suerte de venecianismo estetizante. En fin, cierro el ordenador a esta hora nocturna y propicia: el sueño me espera.

+ Venecia contiene un tratado de visiones, algo que surge sin necesidad de peregrinar hasta la ciudad, quizá: es un otro algo con el que se nace. Es más, a día de hoy, no resulta posible llegar hasta allí; yo al menos he renunciado a ese viaje y espero morir diciendo: «nunca fui a Venecia». Pero la poesía vibra y consigue que los ecos de la ciudad lleguen hasta mi ‘estudio’; hay ocasiones en que creo que la poesía es eso mismo: la elaboración de territorios y tiempos en el margen de lo verosímil y de lo aceptado. Elementos que resultan complejos en la explicación y, sin embargo, laten con el corazón de un pequeño animal asustado, en nuestras manos: un pájaro o un gatito. Le dejamos escapar, ¿es esto lo poético? Sin duda, pero también lo es su inversión. «Arde el mar» y los teatros nos rinden pleitesía. Yo soy Venecia, en tantas y tantas ocasiones; hoy también, esta noche también.

+ En fin, «Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos.»


+ Imagen: Madrid esconde su Venecia solitaria y personal, recóndita y engastada en el oro de su cielo. Una foto no es nada, la sensación que trae, un tesoro, ¿se puede compartir?

sábado, 19 de noviembre de 2016

Espejos




+ [Visita a la biblioteca]. Cojo tres libros: uno sobre el Conde de Villamediana, el segundo es un atlas histórico y por último una colección de ensayos de R. W. Emerson. La lectura fragmentaria es uno de mis pasatiempos favoritos. Recortes que conforma una nebulosa entorno a un tema. Más en concreto: leo el ensayo de R.W. Emerson La confianza en uno mismo y resuelve dudas planteadas en los últimos días. Tal vez se trate de aceptar el lugar en el mundo que hemos llegado a ocupar. ¿Tenemos suerte? La suerte es una palabra desterrada de un vocabulario que construimos, pero está ahí. Hay algo que se superpone: el destino. Se debe labrar la construcción de la definición, pero en ella estamos. Esa es la nebulosa en la que se integra el fragmento de R. W. Emerson.

+ Ahora, una vez más, retomamos la cita de Heráclito de Éfeso, el Oscuro. «El carácter es el destino». La alianza entre carácter y destino otorga la llave para penetrar en un misterio rector, el misterio que guía la biografía.

+ Finalmente, durante el viaje de regreso de Madrid, leí la Fábula de Faetón completa [una vez más]. Me gusta recordar cómo la noche cayó y la lectura se convirtió en materia viva. El vagón era silencio y oscuridad. Observé como la chica que iba a mi lado medía sonetos, llevaba en una gran cesta cerrada un podenco, tímido y simpático, luego  sacaba el teléfono, luego el libro electrónico, un ordenador y, más tarde, regresaba a los sonetos. Entre los coluros y el fuego, el viaje avanzaba; yo estaba refugiado en la música medieval que había bajado para la tableta, todo encajaba con perfección.

+ «Una performance es algo que sucede en un momento determinado en un lugar determinado» Esther Ferrer. Parece sencillo, pero me ha llevado más de treinta años entenderlo.

+ En algún lugar de un periódico digital me encuentro con la historia de una mujer que siente que su hermano la odia. Ella dice que nunca lo ha humillado o despreciado, que no encuentra una razón para ese odio. No se lo explica y, al tiempo, no deja de darle vueltas. La única relación que tiene con él es a través de su mujer, que es una buena persona y comprende la situación, aunque no sea capaz de atenuar la tensión. Las explicaciones que aporta una psicóloga parecen sensatas, los comentarios inciden en ello y hay una conclusión que se dirige hacia la esperanza; pero, a mí, lo que me interesa es la novela que parece encerrar. Veo la foto que encabeza la noticia y reconozco en ella un signo de nuestro tiempo: la soledad y el estrés. Es un emblema. Hay una debilidad generalizada que siempre ha estado ahí, pero ahora no hay cortapisas para mostrarla. El último consejo es que busque aquello que la hace ser ella misma, lo que le da confianza y seguridad, que sea educada con él y que no olvide que ella es sólo el 50 %  de esa relación y, por lo tanto, hay una mitad que no depende de ella. Considero que es un buen punto de partida para una narración, de ello dejo constancia: me imagino el escenario: las calles del extrarradio de Londres, el transporte público londinense, una oficina en la City o una coqueta boutique en algún barrio caro, el confort y sus ilusiones, cenas familiares en Navidad, lluvia y paraguas abiertos, el West-End o el turbión de los atascos en día de frío y oscuridad, allá por noviembre. Por ejemplo.

+ [Cesurismo]: en el libro que manejo o leo con calma durante las últimas semanas, Crise e Crises em Portugal de Carlos Leone, me encuentro con la distinción entre un saber discontinuo y un saber acumulativo, y es el primero el que configura nuestra manera de ver y entender el mundo, como herencia de la modernidad, donde se llega a una ruptura [cesura] que invalida todo lo anterior. Creo que se puede aplicar más allá de las ciencias sociales, pero no es algo que no haya existido ya en las ciencias experimentales, al menos en cuanto a trazar las grandes líneas que delimitan el camino del saber: el heliocentrismo desplaza a geocentrismo, pero también aquél se verá desplazado sin remisión. Lo que ocurre es que las ciencias sociales no son equiparables a las ciencias de la naturaleza. Sin embargo, acepto de buen grado esa sensación de discontinuidad que todo lo recubre. Quizá más que de discontinuidad podríamos hablar de fragmentos. Los programas de tv, la música, las noticias que llegan vía electrónica, publicidad, conducción en medio de la oscuridad arropados por las canciones que brotan del reproductor de Mp3, teléfonos, cámaras, desplazamientos masivos, etc. Es nuestro tiempo y su liviana inconsistencia, nunca antes vista por la humanidad. Hay un placer oscuro en recrearse en esta sensación temporal, la nota que un tatuaje aporta a una conversación, v. gr. Los viajes en tren dan mucho de sí, en ellos puedo reconstruir escenas del pasado y encontrar un sentido que sólo este presente les otorga, a sabiendas de que la interpretación está en suspenso. La discontinuidad y lo fragmentario dan el tono de nuestro entender la vida.

+ Poco me falta para terminar el libro de Carlos Leone, pero lo reservo para el fin de semana, casi por un otro placer: el gastronómico.


+ Imagen:  patio, posado y disparo [fotográfico].

sábado, 12 de noviembre de 2016

La carne, las crisis y los dobles




+ Acumulo libros sobre Portugal. No sé si es adecuado el verbo acumular, pero hay algo de estiva o acopio en mi manera de adquirirlos en librerías, grandes almacenes o puestos callejeros, también, cómo no, en las tiendas electrónicas. Tampoco sé si el hecho de nombrar así mis compras tiene una relación con el contenido, con los temas tratados. En fin, poco importa. Lo último que compré fue un libro de Carlos Leone, un libro hermoso en lo material: un azul perfecto que parece representar el mar donde se hunde un barco de papel, bajo el barco, que está en la parte superior de la portada, las letras amarillas proclaman el título: Crise e Crises em Portugal. En el inicio el autor se ciñe a la mitología para acotar la palabra, esto me hace retrotraerme a lecturas que se han desvanecido y con su recuerdo regresan días hermosos en Portugal. Continuaré la lectura, daré cuenta de ella [aquí] y lo dejaré en un estante, con otros libros que tratan ese mundo que tanto me subyuga: Portugal.

+ Observamos los tatuajes con perplejidad porque somos ajenos a todo lo que ellos portan y no terminamos de comprender su significado y, al tiempo, el significante nos espanta un poco, sólo un poco, ya que también hay algo de seducción en ellos, un guilty pleasure. La ambivalencia nos caracteriza en la misma medida que la paradoja o la contradicción, y en eso estamos. Total, en un restaurante nos precede un chico muy joven que se ha tatuado en negro absoluto todo su brazo izquierdo: hay un troquelado cerca de la muñeca que muestra un rostro japonés, de enfado o de ira. ¿Dies irae? Estoy cerca de él y no puedo menos que ver de cerca ese prodigio: la piel tiene una extraña calidad que va de lo escamoso a lo mortecino o embalsamado. Continuo con el retrato: unas dilataciones grandísimas amplían el perímetro de los lóbulos de sus orejas de una manera monstruosa. Hay algo que pretende luchar contra el tiempo y no lo consigue. El tiempo hará que estos distintivos signos se degraden y así se perderá una de sus funciones, ¿cuál? La respuesta llegará con la degradación. Toda transformación es artística, todo arte remite a la temporalidad y a la finitud, ninguno llega a vencerla, nunca; salvo en sentidos no literales, pero esto, a la hora de la verdad, importan poco.

+ A través de las casualidades, una vez más, llego a la pintura de Francis Bacon. Veo los cuadros y me centro en su carnalidad, no en otra cosa, ni siquiera los colores, ni siquiera las formas. Utilizo la memoria para recomponer los orígenes de todo eso: boxeadores, miembros deformes, peleas. La erupción del cuerpo sobre la llanura de lo diario, la rutina: el trabajo, el sueño, el amor, la reproducción, la amistad, el odio, la compra, la comida, el alcohol, la música y el humo del tabaco rubio. Se eleva el cuerpo y establece su fuerza, pero, también, su derrota. La carne como única verdad, su descomposición es el destino. Fuego, humo, ceniza. El amor y el olvido. La pintura no es sugerencia, sino certeza sin palabras, inexpresiva porque no hay necesidad y este es su ámbito. Un trapecio rasgado de un azul piscina, el correspondiente segmento trapezoidal para completar el rectángulo: una arenisca suave y delicada; la figura abstrae el significado y deja en suspenso la posibilidad de una lectura.  La carne siempre tiende al cadáver o a la alimentación; es lo que se lee, es lo que leo. 


+ Es lo que tiene la ausencia de conocimientos precisos: permanece el aura de la pintura, aunque hoy sea un fetiche, que en el pasado fue obra viva.
 
+ Libros para un viaje: El Topo, John le Carré; Obras, Conde de Villamediana, ed. Juan Manuel Rozas. Nada más, dos libros. Y, como siempre, sé que hay muchas probabilidades de que no abra ninguno, sin embargo he aprendido a llevar sólo ¡dos libros! Un día, quizá, llegue el momento de no llevar ninguno, pero ¿qué será de ese equipaje sin libros que no leer?

+ [Estudio de algunos retratos fotográficos]: Desde hace un tiempo observo con atención un ¿estilo? de retrato fotográfico. Se trata del que recoge a una persona célebre con su admirador. He visto fotos de pilotos de motos o coches con aficionados a estos deportes; fotógrafos con prestigio con fotógrafos de provincias, con más rutina que arte; pintores consagrados con retratistas de banqueros, abogados y empresarios; escritores y sus dobles que habitan en oscuras habitaciones entre la lectura y la prosa húmeda del invierno de sus vidas. Hay un hiato entre las expresiones: los primeros están absortos y serios, los segundos sonríen en un intento de un imposible empate. ¿A dónde quiero llegar? La fotografía se ha convertido en una baratija, pero creo que esa creencia que la cámara roba el alma tiene algo de verdad. Los primeros son absorbidos por una cámara que trasvasa un algo a los segundos; pero no es suficiente, no llega y cada uno sigue su camino sin saber que sus almas se han infiltrado la una en la otra y persiste la sensación de robo, en el inconsciente. La cámara tiene un beso mortal que se filtra desde la memoria fósil.

+ Imagen: las líneas, los reflejos, la luz. La consecución de lo abstracto no es menos que una técnica, la visión de un flâneur sin pretensiones en sus días de vacación y holganza.

sábado, 5 de noviembre de 2016

El interior (y 3)






+ En el fondo de mi ‘estudio’ tengo cuatro diccionarios, tres grandes diccionarios y un tercero de bolsillo [el de alemán]. [Los otros tres: el portugués, el inglés-español y el de la Real Academia, comprado en el año ochenta y cinco, tal vez en el ochenta y seis]. ¿Son cadáveres, me pregunto al verlos, allí: mustios, aburridos, solitarios, perdidos en el olvido? Muchas veces pienso en buscarles una utilidad, fuera de la ornamental, pero no encuentro nada. Me gustaría que se convirtiesen en algo lúdico y nada aparece. Cómo han sido barridas las obras de consulta, me digo mientras recuerdo las grandes enciclopedias, sus tomos, aquellos dorados, esa sensación de muro, la invitación al conocimiento y sus posibilidades. Hoy nada de eso queda y cualquier persona de menos de treinta años puede mostrar el mismo asombro delante del Espasa en más de cien tomos, sin contar con los apéndices, que ante una colección de sellos, monedas o de pipas de espuma de mar. Cosas, sin duda, del pasado. Persisto en mi idea porque tengo cariño por los diccionarios, inevitablemente su utilidad ya no es tal y son trastos de papel, objeto de colección, pero todo lo que ofrecían allí persiste. Quizá, cuando se vaya la luz, cuando se rompa el wifi, cuando el ordenador no arranque; ellos estarán ahí, sin duda. Es esa su esperanza, esa es mi esperanza, lo que nos une.

+ ¿La caracterización negativa que tiene “lujo” en el DRAE se corresponde con la realidad? ¿Para cuántos el lujo no es un accesorio sino una necesidad, una necesidad que se ilumina las razones de su persona? Caminar por esas calles orladas de tiendas imposibles, tanto en sus escaparates como en sus interiores brillantes y carísimos, es aceptar una dolorosa lección. Es en baratijas donde terminan las desigualdades. Botas, joyas, bolsos, adminículos. Son elementos hermosos, pero perversos, propicios para el gasto y símbolo de la frivolidad. A todos nos gustan esas perfecciones portátiles, elevadas a una categoría superior a su función, nos seducen como la modelo o el modelo, al tiempo que desconocemos todo sobre ellos, sobre su identidad, sobre sus aristas y sus huecos. Pero no importa. El lujo es uno de los ítems de nuestra época y para conocer ésta es necesario ver, al menos una vez, todo eso. Como el que se asoma a la boca de un volcán. Allí estaba: New Bond Street a las cuatro de la tarde.

+ Theatrum mundi: las costumbres reprobables: ay, aquél que podía levantar los tejados y ver los dramas y las comedias en cada hogar.

+ Es de noche, la noche del sábado, y me dejo llevar por un documental sobre Amy Winehouse. Siento tristeza y solidaridad y, al tiempo, me doy cuenta de que lo que a ella le sucedió a lo largo de su corta vida es muy habitual y sin embargo ella tenía la losa de la fama, la losa de su propio talento, la losa del personaje que había crecido a su alrededor y no reconocía; losas que no dejaban de acrecentar y acentuar el dolor. Es fácil juzgar. Me paro y pienso en que las adicciones tienen vías de entrada diversas y sin embargo el dolor es particularmente común a todas. El alcohol, el juego, las diversas drogas. Las adicciones son síntomas, pero el documental trata de encontrar una explicación para Amy y yo sé no la hay. No trato yo de atrapar nada, no me interesan ni las explicaciones ni las preguntas. Escuchó otra vez Rehab y la siento extrañamente cercana; sé que es su portentosa voz y la fijación del pasado que suponen sus canciones, pero esto no resta, suma.

+ Recuerdo la mañana tibia cuando fuimos a Cadem a visitar el pequeño parque que hay frente a la que fue la última casa de Amy Winehouse. Unos niños jugaban, las madres se dedicaban a observarlos sin inquietud y los barrenderos hacían su trabajo sin prisa y con esmero. Estudiamos el árbol donde se habían escrito mensajes para la joven diva difunta, tan excelsa como destructiva. Una vela ardía sin convicción, el cielo era hermoso y los rumores de las conversaciones en inglés parecían el arranque de un bello film sobre el amor y el paso del tiempo. Pero no. Nos perdimos calle abajo sin rumbo fijo y hablamos sobre Amy, sobre su tiempo y su obra, sobre su dolor y qué poco importa el dinero cuando la tristeza es una certeza incontestable, una cárcel transparente y hermética.

+ «Há problemas que não têm boa solução - alguns nem sequer solução alguma.» en Crise e Crises em Portugal, Calos Leone.

+ Imagen: tres imágenes que se solapan; sin ser importantes contienen una idea que flotó en la ciudad de Oporto: la sedimentación de una visión: yo soy el amo de mi destino: ése es el desiderátum. [Encontrar fragmentos poéticos en la bolsa de una chica nos reconcilia con nuestro tiempo; el poeta: William Ernest Henley, el poema: Invictus; la relación con Mandela ya la conocemos].