sábado, 12 de noviembre de 2016

La carne, las crisis y los dobles




+ Acumulo libros sobre Portugal. No sé si es adecuado el verbo acumular, pero hay algo de estiva o acopio en mi manera de adquirirlos en librerías, grandes almacenes o puestos callejeros, también, cómo no, en las tiendas electrónicas. Tampoco sé si el hecho de nombrar así mis compras tiene una relación con el contenido, con los temas tratados. En fin, poco importa. Lo último que compré fue un libro de Carlos Leone, un libro hermoso en lo material: un azul perfecto que parece representar el mar donde se hunde un barco de papel, bajo el barco, que está en la parte superior de la portada, las letras amarillas proclaman el título: Crise e Crises em Portugal. En el inicio el autor se ciñe a la mitología para acotar la palabra, esto me hace retrotraerme a lecturas que se han desvanecido y con su recuerdo regresan días hermosos en Portugal. Continuaré la lectura, daré cuenta de ella [aquí] y lo dejaré en un estante, con otros libros que tratan ese mundo que tanto me subyuga: Portugal.

+ Observamos los tatuajes con perplejidad porque somos ajenos a todo lo que ellos portan y no terminamos de comprender su significado y, al tiempo, el significante nos espanta un poco, sólo un poco, ya que también hay algo de seducción en ellos, un guilty pleasure. La ambivalencia nos caracteriza en la misma medida que la paradoja o la contradicción, y en eso estamos. Total, en un restaurante nos precede un chico muy joven que se ha tatuado en negro absoluto todo su brazo izquierdo: hay un troquelado cerca de la muñeca que muestra un rostro japonés, de enfado o de ira. ¿Dies irae? Estoy cerca de él y no puedo menos que ver de cerca ese prodigio: la piel tiene una extraña calidad que va de lo escamoso a lo mortecino o embalsamado. Continuo con el retrato: unas dilataciones grandísimas amplían el perímetro de los lóbulos de sus orejas de una manera monstruosa. Hay algo que pretende luchar contra el tiempo y no lo consigue. El tiempo hará que estos distintivos signos se degraden y así se perderá una de sus funciones, ¿cuál? La respuesta llegará con la degradación. Toda transformación es artística, todo arte remite a la temporalidad y a la finitud, ninguno llega a vencerla, nunca; salvo en sentidos no literales, pero esto, a la hora de la verdad, importan poco.

+ A través de las casualidades, una vez más, llego a la pintura de Francis Bacon. Veo los cuadros y me centro en su carnalidad, no en otra cosa, ni siquiera los colores, ni siquiera las formas. Utilizo la memoria para recomponer los orígenes de todo eso: boxeadores, miembros deformes, peleas. La erupción del cuerpo sobre la llanura de lo diario, la rutina: el trabajo, el sueño, el amor, la reproducción, la amistad, el odio, la compra, la comida, el alcohol, la música y el humo del tabaco rubio. Se eleva el cuerpo y establece su fuerza, pero, también, su derrota. La carne como única verdad, su descomposición es el destino. Fuego, humo, ceniza. El amor y el olvido. La pintura no es sugerencia, sino certeza sin palabras, inexpresiva porque no hay necesidad y este es su ámbito. Un trapecio rasgado de un azul piscina, el correspondiente segmento trapezoidal para completar el rectángulo: una arenisca suave y delicada; la figura abstrae el significado y deja en suspenso la posibilidad de una lectura.  La carne siempre tiende al cadáver o a la alimentación; es lo que se lee, es lo que leo. 


+ Es lo que tiene la ausencia de conocimientos precisos: permanece el aura de la pintura, aunque hoy sea un fetiche, que en el pasado fue obra viva.
 
+ Libros para un viaje: El Topo, John le Carré; Obras, Conde de Villamediana, ed. Juan Manuel Rozas. Nada más, dos libros. Y, como siempre, sé que hay muchas probabilidades de que no abra ninguno, sin embargo he aprendido a llevar sólo ¡dos libros! Un día, quizá, llegue el momento de no llevar ninguno, pero ¿qué será de ese equipaje sin libros que no leer?

+ [Estudio de algunos retratos fotográficos]: Desde hace un tiempo observo con atención un ¿estilo? de retrato fotográfico. Se trata del que recoge a una persona célebre con su admirador. He visto fotos de pilotos de motos o coches con aficionados a estos deportes; fotógrafos con prestigio con fotógrafos de provincias, con más rutina que arte; pintores consagrados con retratistas de banqueros, abogados y empresarios; escritores y sus dobles que habitan en oscuras habitaciones entre la lectura y la prosa húmeda del invierno de sus vidas. Hay un hiato entre las expresiones: los primeros están absortos y serios, los segundos sonríen en un intento de un imposible empate. ¿A dónde quiero llegar? La fotografía se ha convertido en una baratija, pero creo que esa creencia que la cámara roba el alma tiene algo de verdad. Los primeros son absorbidos por una cámara que trasvasa un algo a los segundos; pero no es suficiente, no llega y cada uno sigue su camino sin saber que sus almas se han infiltrado la una en la otra y persiste la sensación de robo, en el inconsciente. La cámara tiene un beso mortal que se filtra desde la memoria fósil.

+ Imagen: las líneas, los reflejos, la luz. La consecución de lo abstracto no es menos que una técnica, la visión de un flâneur sin pretensiones en sus días de vacación y holganza.