sábado, 5 de noviembre de 2016
El interior (y 3)
+ En el fondo de mi ‘estudio’ tengo cuatro diccionarios, tres grandes diccionarios y un tercero de bolsillo [el de alemán]. [Los otros tres: el portugués, el inglés-español y el de la Real Academia, comprado en el año ochenta y cinco, tal vez en el ochenta y seis]. ¿Son cadáveres, me pregunto al verlos, allí: mustios, aburridos, solitarios, perdidos en el olvido? Muchas veces pienso en buscarles una utilidad, fuera de la ornamental, pero no encuentro nada. Me gustaría que se convirtiesen en algo lúdico y nada aparece. Cómo han sido barridas las obras de consulta, me digo mientras recuerdo las grandes enciclopedias, sus tomos, aquellos dorados, esa sensación de muro, la invitación al conocimiento y sus posibilidades. Hoy nada de eso queda y cualquier persona de menos de treinta años puede mostrar el mismo asombro delante del Espasa en más de cien tomos, sin contar con los apéndices, que ante una colección de sellos, monedas o de pipas de espuma de mar. Cosas, sin duda, del pasado. Persisto en mi idea porque tengo cariño por los diccionarios, inevitablemente su utilidad ya no es tal y son trastos de papel, objeto de colección, pero todo lo que ofrecían allí persiste. Quizá, cuando se vaya la luz, cuando se rompa el wifi, cuando el ordenador no arranque; ellos estarán ahí, sin duda. Es esa su esperanza, esa es mi esperanza, lo que nos une.
+ ¿La caracterización negativa que tiene “lujo” en el DRAE se corresponde con la realidad? ¿Para cuántos el lujo no es un accesorio sino una necesidad, una necesidad que se ilumina las razones de su persona? Caminar por esas calles orladas de tiendas imposibles, tanto en sus escaparates como en sus interiores brillantes y carísimos, es aceptar una dolorosa lección. Es en baratijas donde terminan las desigualdades. Botas, joyas, bolsos, adminículos. Son elementos hermosos, pero perversos, propicios para el gasto y símbolo de la frivolidad. A todos nos gustan esas perfecciones portátiles, elevadas a una categoría superior a su función, nos seducen como la modelo o el modelo, al tiempo que desconocemos todo sobre ellos, sobre su identidad, sobre sus aristas y sus huecos. Pero no importa. El lujo es uno de los ítems de nuestra época y para conocer ésta es necesario ver, al menos una vez, todo eso. Como el que se asoma a la boca de un volcán. Allí estaba: New Bond Street a las cuatro de la tarde.
+ Theatrum mundi: las costumbres reprobables: ay, aquél que podía levantar los tejados y ver los dramas y las comedias en cada hogar.
+ Es de noche, la noche del sábado, y me dejo llevar por un documental sobre Amy Winehouse. Siento tristeza y solidaridad y, al tiempo, me doy cuenta de que lo que a ella le sucedió a lo largo de su corta vida es muy habitual y sin embargo ella tenía la losa de la fama, la losa de su propio talento, la losa del personaje que había crecido a su alrededor y no reconocía; losas que no dejaban de acrecentar y acentuar el dolor. Es fácil juzgar. Me paro y pienso en que las adicciones tienen vías de entrada diversas y sin embargo el dolor es particularmente común a todas. El alcohol, el juego, las diversas drogas. Las adicciones son síntomas, pero el documental trata de encontrar una explicación para Amy y yo sé no la hay. No trato yo de atrapar nada, no me interesan ni las explicaciones ni las preguntas. Escuchó otra vez Rehab y la siento extrañamente cercana; sé que es su portentosa voz y la fijación del pasado que suponen sus canciones, pero esto no resta, suma.
+ Recuerdo la mañana tibia cuando fuimos a Cadem a visitar el pequeño parque que hay frente a la que fue la última casa de Amy Winehouse. Unos niños jugaban, las madres se dedicaban a observarlos sin inquietud y los barrenderos hacían su trabajo sin prisa y con esmero. Estudiamos el árbol donde se habían escrito mensajes para la joven diva difunta, tan excelsa como destructiva. Una vela ardía sin convicción, el cielo era hermoso y los rumores de las conversaciones en inglés parecían el arranque de un bello film sobre el amor y el paso del tiempo. Pero no. Nos perdimos calle abajo sin rumbo fijo y hablamos sobre Amy, sobre su tiempo y su obra, sobre su dolor y qué poco importa el dinero cuando la tristeza es una certeza incontestable, una cárcel transparente y hermética.
+ «Há problemas que não têm boa solução - alguns nem sequer solução alguma.» en Crise e Crises em Portugal, Calos Leone.
+ Imagen: tres imágenes que se solapan; sin ser importantes contienen una idea que flotó en la ciudad de Oporto: la sedimentación de una visión: yo soy el amo de mi destino: ése es el desiderátum. [Encontrar fragmentos poéticos en la bolsa de una chica nos reconcilia con nuestro tiempo; el poeta: William Ernest Henley, el poema: Invictus; la relación con Mandela ya la conocemos].