sábado, 1 de octubre de 2016

Sinestesia






+ Leo sobre Historia, con mayúscula. Me interesa el texto histórico en sí, cómo se compone mediante el uso de datos y cómo estos apoyan una argumentación. Su planificación y construcción son los temas de esta semana; es decir, en busca de definiciones y certezas, que nunca se alcanzan. Necesito reflexionar sobre ello y modular una respuesta a la pregunta que me he formulado. Las dudas me acompañan y las utilizo para restringir la monotonía o el desamparo, la reiteración laboral. Así, conduzco y reflexiono sobre las lecturas realizadas, tomo notas y las recupero mientras camino por los ultrailuminados pasillos del supermercado, me detengo en la carrera, hago los estiramientos y, así, una cita flota entre el cansancio y la tarea recién cumplida. Sé que no voy a encontrar una respuesta que me satisfaga, pero ésta es la manera de conseguir nuevas preguntas. La clave está en plantear bien las preguntas y yo debo afinar el instrumento, me digo y regreso a casa con el cansancio honrado del trabajo o la carrera junto al río. Caras de la misma moneda, me gusta creer.

+ Bach resuena en mi lugar de trabajo. No puedo continuar leyendo, se impone la música. La soledad del violonchelo tiene algo físico que me conmueve. Habla el locutor y da paso a otra obra de Bach, pero, ahora, para un laúd. Me resulta imposible, sin saber por qué, no pensar en desplazamientos en autobús por el sur de Inglaterra. Como cuando llegamos a Bath. Y Bath era una promesa, una ambigua realidad que tiene un pié en el sueño y otro en la verdad de lo recordado. Vuelvo a ver el Crescent. Allí compré, no sin fetichismo, un hermoso tomo de Jane Austin para regalar. Qué hermosa tapa azul con motivos dorados, una azul casi transparente, como el color del cielo en algunas tardes luminosas de otoño. La música tiene esa capacidad inigualable que supera a las palabras, a las imágenes, a los sabores. En un flash pienso, otra vez, en la Historia, y tengo una intuición que se desvanece sin llegar a nacer. Me abandono a la música y pienso, con sensual insistencia, en aquél día. Bath.

+ Escucho el inicio del Concierto de Aranjuez, en una transcripción para arpa realizada por el propio Maestro Rodrigo. Y a lo que voy, un colchón de violines me indica dónde están paisajes visitados en otro tiempo. Permanecen en la memoria y esta rememoración se une al párrafo anterior. A qué se debe esta constante sinestesia, es cosa del inicio del otoño. Algo así pensé el otro día al ser sorprendido por olores que me transmitieron la imagen de personas y situaciones; cuando renové la tarjeta del aparcamiento, creí ver en ello una parte de Madrid, anclada en el pasado. ¿Será la edad? No puedo menos que sonreír y cerrar el ordenador y dejarme en estos colchones de violines que mecen el arpa, que yo casi confundo con una guitarra; pero, sí, es una arpa: avenidas en la noche, el dibujo de las farolas, algún peatón, las luces en los edificios, bares y cafeterías, parques, jardines, árboles que dibujan en la noche formas irregulares, más barrocas que clásicas, más atrevidas y eróticas que geométricas. Cierro y el arpa es otro mundo posible, eso anuncia.

+ Leo en el JotDown electrónico una entrevista a Rosa Olivares y recojo las siguientes afirmaciones: «Ahora todo el mundo se hace una paja con El Bosco, que ha estado toda la vida expuesto en el Museo del Prado pero nadie iba a verlo. Cuando se hizo la gran exposición de Velázquez, había unas colas enormes, y solo habían traído dos cuadros que no estaban en el Museo del Prado.» No puedo estar más de acuerdo. En agosto, cuando visitamos El Prado, intencionadamente evitamos la exposición de El Bosco. Yo todo eso lo vi en su momento, y lo volveré a ver: cuando toque. Cuando sea una hora temprana o al medio día, cuando no haya gente y pueda detenerme en un detalle durante unos minutos, o simplemente volar sobre los cuadros sin fijarme en nada más que  en una única pincelada mientras trato de conectar ese instante del pasado con el presente. Hay que huir de la masificación, de todo aquello que, por una razón u otra, aparece en la tv. No sé si es elitismo o tontería, pero me da igual: a mí me funciona.

+ Vuelvo a lo mismo: me interesa atrapar el hilo que va desde el pasado hasta el presente y encontrar una guía común a esas expresiones personales. ¿Son las mismas? Ya no sé qué es pintar bien y si tiene o no tiene importancia el resultado final. He llegado a este punto desde el detritus, un detritus que me aporta una visión de la sociedad muy productiva: todo lo que se tira a las cunetas, que con la lluvia, el humo de los escapes de los coches y la tierra, toda esa totalidad adquiere una nueva vida, una naturaleza entre lo orgánico y lo plástico sin dejar de mostrar un fragmente de la biografía de los que poseyeron el objeto, una parte de un algo, una basura que tiras desde el coche. Hmm: cajetillas de tabaco, libretas, bolígrafos, preservativos usados / sin usar, juguetes, cajas de tampones o cajas de dildos, herramientas inservibles, bolsas, bolsas de colores, glaucas, bolsa grandes o pequeñas que se descuartizan al contacto con la desbrozadora y vuelan como una nieve espuria. Pero yo sigo en lo mío: encontrar ese hilo que une lo que veo y disfruto con lo que otros vieron y disfrutaron en un pasado remoto.

+ El agua del río alcaza un nivel muy alto. No deja de ser algo extraño, sutil y, en cierta medida, poético. Se trata del reflejo de las márgenes, el reflejo de los puentes y el reflejo de esa avanzar de los paseantes, corredores y ciclistas. No me detengo demasiado y creo que es mejor disfrutar sin pensar, sin analíticas dispersas. La suspensión del juico, ἐποχή, es la clave de los beneficios de ir a correr. Como un emblema, una vez más, utilizo ἐποχή. No creo que sea un uso adecuado, pero soy un firme creyente (?) en las inversiones. Suspendemos el juicio, son las siete y media de la mañana y nos encaminamos al trabajo.


+ Imagen (-es): son imágenes complementarias: la arquitectura como pretensión, el círculo como verdad; se solapan y ofrecen, mediante el encabalgamiento, un sentido nuevo.