sábado, 15 de octubre de 2016

Síntomatología




+ [Un paseo por las playas en inicio de octubre]. La luz del otoño, insisto, baña los paisajes con una limpieza exacta. Comemos sentados sobre los tablones de un paseo sobre la playa; nuestra comida son unos humildes bocadillos de queso y jamón, el agua, igualmente humilde y sublime, nos refresca. Veo la ría y tengo la sensación de asistir a un espectáculo impar. C. se levanta para meter sus pies en el agua, regresa y no puedo dejar de fijarme en las uñas de sus pies, delicadas y pintadas de un azul que no es humano, pues no se encuentra en la naturaleza sino que es una síntesis, una creación que la técnica permite. La poética de los colores y su actualización. Más tarde, conduzco hacia otra playa. Allí, paseamos y observar a las personas que nos encontramos en el camino resulta ser un entretenimiento, también, impar. El día termina y permanece una reconfortante sensación de haber disfrutado, quizá porque no hubo planes previos, quizá porque todo resulta propicio, quizá porque entra en ese orden de cosas que el dinero no puede comprar.

+ Llegan [¿a mis manos?] periódicos y gacetas digitalizadas, papeles muy antiguos pero que traen un viento de aire fresco de otoño. Hojas que vienen del siglo XIX, de principios del XX; hojas de revistas profesionales. Hablan de un futuro que ya fue pasado hace muchísimos años. Son una intriga estos desafíos al futuro que aquí figuran, los problemas de una profesión, los anuncios de productos que son viejísimos y en su momento eran novedades incontestables. Hay algo poético en todo ello, sin duda. Ese barniz que el tiempo otorga y nos permite ver cómo somos y hacia donde conduce todo. Las «enseñanzas de una huelga», las competencias de los «subdelegados» o el «informe del Real Consejo de Sanidad» tienen sobre sí el polvo del tiempo a pesar de estar flotando en la pantalla del ordenador. Nombres, apellidos, direcciones, precios, semestres, fechas, distribuciones o suscripciones. Todo resulta ser materia inerte, destellos que provienen del más allá y se funden en una masa infinita de olvido y espesor. Asumir esa desaparición es reflexionar sobre el día de hoy, sobre su finitud, sobre su estética fulminante y efímera. Muere el día, una vez más. [Fecha escogida al azar: 15 de Septiembre de 1922].

+ Felicitaciones navideñas, postales vacacionales, mapas turísticos, publicidad vinícola. Elementos que se agolpan en el escritorio digital, dibujos con colores optimistas, sensaciones que vienen del pasado, su aroma no se percibe pero se intuye. En la misma senda que el párrafo anterior: todo es transparente para el que quiere ver. Se agota la tensión, fluye el tiempo y toda esperanza es vana, pero el conocimiento que otorga atempera el ánimo.

+ Leo un artículo de Santiago Auserón sobre política, música y deporte en la mitad de los años ochenta. Rescato una cita «La adhesión a un icono musical o a un equipo de fútbol se alimenta de su propia gratuidad; en un caso como en otro, los aficionados conectan sin necesidad de consenso, por más que asuman símbolos colectivos y acepten reglas de juego.» En ausencia de un equipo de futbol, nos sentíamos próximos, y de una manera militante, a un grupo musical. No está desacertado el músico-filósofo, pero creo que hay algunas diferencia, sobre todo en la cuestión pre-lógica a la que alude con anterioridad a la cita. Mi ejemplo son mis preferencias, que se centran en The Smiths, a modo de ejemplo paradigmático. Unas preferencias que mantienen a pesar de haber transcurrido muchos años. La diferencia la veo porque en esto que yo escojo hay algo que es transitivamente íntimo, compartido, pero individual. Las letras contienen poesía y para mí fue una travesía el llegar a su traducción y al dotarlas de sentido partes de pasado cobraron vida y razón propia. Así, la travesía todavía dura. Sin embargo, el equipo de futbol lo veo más como un acopio de datos; hay que citar otra vez a S.A. «... todo ello vuelve a pasar por la conciencia que repite a solas lo que ha escuchado de otros o en compañía. Este hecho da lugar a una cuestión relevante: la rememoración sonora contribuye a configurar el ámbito de la conciencia individual.» Coincidimos; hay un margen para el individuo en la música [o en el arte, en general], algo que no sucede con el futbol.

+ Por cierto, el único deporte que me interesa como espectador es el tenis. ¿No tiene algo muy mío esta falta de contacto físico, la distancia necesaria entre los jugadores? ¿Me retratan estas preferencias o es una falsa impresión?

+ La flecha de oro indica amor, la flecha de plomo indica desdén. ¿Se pueden revertir? Cada vez me interesa más la codificación de la realidad mediante imágenes, me interesan las imágenes porque son una manera de ordenar la vida que reta al aburrimiento, porque son la constatación de que las posibilidades son ilimitadas. El oro y el plomo, ¿podría ser un título pertinenete, el amor y el desdén? Sin duda, la posilidad de otras realidades ofrece vidas [paralelas].

+ He puesto en el reproductor a The Romantics. Acabo de llegar de correr y mientras llovía pude admirar el elegante desplazamiento de dos piraguas sobre el río. Las palas eran alas y las coletas de las chicas que las guíaban una promesa para la eternidad. Pasaron bajo el puente y se perdieron. Queda la pintura del momento, que se desvanece, queda esa sensación tonta de perfección, y, mientras, llueve. La música que oigo, ahora, es sencilla: acordes abiertos y una secuencia trillada, pero tiene poder, ritmo y rabia. Nada que ver con el estatismo que proponía ese avanzar sin aparente esfuerzo sobre la lámina de agua. Las gotas de lluvia trazaban círculos concéntricos, pero ellas continuaban imperturbables. El día termina y la imagen permanece, así nos acoge la noche.


+ Imagen. Un muro que recorta el cielo y sobre él caen las sombras del cableado; toda tendencia a la abstraccón contiene una metamorfosis fotográfica. La pintura se atreve tras la casualidad de la mirada. Disparar fotos sin cámara: nada hay más grande.