sábado, 22 de octubre de 2016

El interior (1)




+ Estancias delineadas con exactitud, vistas que se abren a paisajes más medievales que renacentistas, interiores y catálogos de decoración. Elementos fundamentales e imprescindibles, elementos que aportan un acento personal donde se refleja la identidad del propietario. Baldas y su multicolor realidad: los lomos de los libros como mundos posibles. Los hábitos que se retratan en los muebles: una mancha de tinta azul sobre una mesa de comedor que construye un imposible mapa, la silueta de una isla que nunca ha existido; el rastro circular de un vaso que contuvo whisky; ceniza y viento en las cortinas. Cortinas, vistas, visillos o cómodos sofás donde se  dibuja la figura del padre de familia, su peso, su estructura y su longitud. La vida tiene mucho de huella y en esa huella se reconoce toda la historia personal y sus derivaciones: los hijos, los nietos. Los cuadros, retratos de personas que no se recuerdan ya sus nombres, cacharros, porcelanas, ceniceros sin uso. La estancia reclama su poder sobre los aromas y son los aromas el rastro incierto de los antiguos habitantes. Qué sorpresa, tras un largo tiempo, volver a entrar en aquella casa. Una pintura, el terciopelo de un viejo peinador, monedas fuera de curso. La nostalgia remite y el brillo de la pantalla del ordenador conmueve al que suspira por el pasado; estamos en otro siglo y las estancias necesitan un nuevo orden, una nueva geometría, un mobiliario renovado que nos reconcilie con nuestro siglo. Todo se reduce a llamar al trapero y comenzar a derribar paredes, hacer grandes y limpias estancia; como el que comienza una nueva vida desde la segunda oportunidad. Sí, sin duda, es metafórico. No hay más preguntas.

+ Hoy me contaron la historia de una peluquería embrujada. Un día cualquiera hizo allí aparición un fantasma, la sombra de un fantasma. Hubo rituales y todo se achacó a un asesinato cometido cuarenta o cincuenta años atrás. Todo superchería, todo falso. Pero el relato resultaba tener una buena presentación y dosis de humor: la peluquería, la peluquera asustadiza, el rito con cartas y velas. Nada hay de verdad, salvo lo que ocurre en aquellas cabecitas. La noche alberga miedos e inseguridades, pero esto sólo es una forma de ver, nada que se pueda reproducir, nada que se pueda observar. Nos reímos y continuamos con nuestro trabajo, los tres. Así se van las mañanas.

+ «Y la vida en incendios se evapora» [Quevedo].

+ Soñé que me moría y el morir no me causaba pesadumbre, me veía ya muerto y todo era olvido, pero desperté, me preparé y salí a correr según la costumbre y la norma que me he impuesto. Ay, no es poco morir todo día que termina, toda noche que comienza.

+ «Esse est percipi» [ser es ser percibido].

+ [Otros personajes en el paseo por donde yo corro]. Los pescadores. Son hombres que superan los cuarenta, incluso la cincuentena. Visten colores pardos, permanecen concentrados y solitarios, a veces se juntan dos y charlan, pero por breve tiempo. Están aislados de todo, son un aparte de los corredores, los piragüistas o los paseantes. Los pescadores poseen una identidad muy individual, sin nexos ni anclajes. Caminan sobre las piedras negras que el río deja al descubierto cuando la marea de la ría baja, sin prisa y con determinación. Lanzan las cañas y parece que en el extremo del hilo hay una destello azul o verde intenso, metálico; es el cebo. Los pescadores se dirían que son prejubilados o parados de larga duración, que encuentran un sentido en este entretenimiento un poco aburrido. No sé, nunca he visto que pescasen nada, quizá pescar es lo que menos importancia tiene.

+ ¿Por qué no emplear el arcaísmo “piscator”? Se documenta el arcaísmo en Góngora y en el DRAE aparece como almanaque con pronósticos meteorológicos, pero no como equivalente a pescador. Sí, es un arcaísmo. En cualquier caso, nos gusta el sustantivo gongorino por las sugerencias que eleva. La captura de palabras resulta ser un deporte con alicientes, decepciones y triunfos, se abre el libro, se llega al diccionario y, si hay suerte, en la libreta se apunta ese fragmento, la pieza que nos ha gustado. Son placeres tan baratos que terminan por ser lujosos remiendos, así: en ello insistimos. Como los pescadores.

+ Imagen: dejar un apunte sobre el objeto, un ítem en un catálogo. Aislar su función y que el hecho extraño de un ventilador con un reloj vuele para cada cual, sin incidir en lo personal, en dirigir la mirada. Una libertad que se condensa en la falta de intenciones.