sábado, 29 de octubre de 2016
El interior (2)
+ No sé cómo llegué hasta allí, aunque el proceso lo conozco. No es sistemático. Enciendo el televisor, conecto el navegador [el AppleTv, v. gr.] y comienzo a ver vídeos sin más propósito que ver vídeos. No hay un criterio para las elecciones. Y así fue como llegué hasta un vídeo que se titula The Many Sad Fates of Mr. Toledano. Mr. Toledano es guapo y, al tiempo, un fotógrafo de éxito, algo que oscila entre lo que apetece en los suplementos dominicales y un cierto arte de vanguardia Siglo XXI. La muerte como tema y el maquillaje, que soporta esa idealización de las posibilidades que otorga el disfraz. Dejo que el vídeo discurra, sin importarme mucho la amplitud de los contenidos gestos y las perfectas facciones del artista. Me gusta su casa, su mujer, sus hijos, su suegra. Todo está pensado para gustar, me digo y creo que hay una totalidad que se ancla en lo dicho: el suplemento dominical: muebles, hijos, ropa, profesión, amigos, calles, la ciudad misma [Nueva York]. Toledano resume en sí lo que es ser un hombre del XXI: la superficie, lo personal y la circunstancia; por esto tiene éxito: la muerte como obsesión, nada que no haya estado antes, nada que no vaya a estar después.
+ Todo termina [ o todo comienza] cuando salto al vídeo del mimo más anciano del mundo. 85 años de un devoto de la comunicación no verbal, reza el resumen que ofrece, en inglés, el portal. Un hombre vital y viejo, que se traslada de su rostro al rostro del mimo. Es más, la transformación lo rejuvenece. Aprecio el contraste entre su figura y el teatro vacío, su espera en el andén del metro de Nueva York, el blanco y negro de la cinta y los pasajeros. He visto esa imagen de metro tantas veces; los mismos rostros, el partir de los trenes, mi sorpresa, mi continua disposición por encontrar sorpresas y alegrías. Aparece, ya en el final, con su verdadero aspecto y una chispa de felicidad surge de su sonrisa. Apago la pantalla y el navegador y encuentro que hay un regalo en lo que acabo de ver, pero prefiero no indagar y lanzarme a la carrera.
+ Cada vez me resulta más difícil mantener posturas formalistas sobre la creación. Admito la posibilidad de observar ‘la obra’ aisladamente, sin referencias, casi sin contexto; es más me parece una visión necesaria, pero, simultáneamente, no deja de ser una etapa de un viaje y no la meta o el destino. Escucho como un director de orquesta bosqueja las razones de un compositor y éstas se cimientan en sus fracasos amorosos, en sus incapacidades, en la ¿fealdad? Una fealdad que contrasta con la intensidad y belleza que atesoran sus composiciones. ¿Se puede excluir la carencia del amor correspondido no ya en el análisis de la obra, sino en el simple disfrute, en la ampliación de esa sensación de gloria y comunión? Lo dudo, aunque la sintaxis de la obra imponga su fuerza siempre aletea ese dolor, esa cala, el fruto de la ausencia de la persona amada, la que nunca estuvo.
+ Con respecto a lo anterior, creo que hay que diferencia artes y este diferenciar es establecer categorías. La presencia de ese genio personal que describe lo que no es posible describir está especialmente presente en la música y en la poesía, por este orden. Más tarde, encontraríamos, mientras descendemos, la pintura, la escultura y, tal vez, la arquitectura. ¿Las artes narrativas? Me da la impresión que se pueden colocar en los cajones superiores e inferiores.
+ Hmmm, debería repasar lo que Hegel dijo, pero hoy no hay tiempo; así queda como está lo que está.
+ Imagen: Busto de Molière, por Caffieri, Paris 1785. Se rescata del archivo la foto y la teatralidad del propio busto se ajusta al momento, al día, a la estación y a este año de 2016. Siempre me ha parecido una buena plantilla la explicación de la vida como teatro, algo tan barroco [donde estoy inmerso sin solución]. Es el busto en sí mismo, la reconstrucción del momento vivido aquella mañana en Lisboa [en el Gulbenkian] lo que se une a esa teatralidad tan ajustada. Los momentos se hacen arte cuando el arte germina: café, conversación y ausencia de obligaciones.
sábado, 22 de octubre de 2016
El interior (1)
+ Estancias delineadas con exactitud, vistas que se abren a paisajes más medievales que renacentistas, interiores y catálogos de decoración. Elementos fundamentales e imprescindibles, elementos que aportan un acento personal donde se refleja la identidad del propietario. Baldas y su multicolor realidad: los lomos de los libros como mundos posibles. Los hábitos que se retratan en los muebles: una mancha de tinta azul sobre una mesa de comedor que construye un imposible mapa, la silueta de una isla que nunca ha existido; el rastro circular de un vaso que contuvo whisky; ceniza y viento en las cortinas. Cortinas, vistas, visillos o cómodos sofás donde se dibuja la figura del padre de familia, su peso, su estructura y su longitud. La vida tiene mucho de huella y en esa huella se reconoce toda la historia personal y sus derivaciones: los hijos, los nietos. Los cuadros, retratos de personas que no se recuerdan ya sus nombres, cacharros, porcelanas, ceniceros sin uso. La estancia reclama su poder sobre los aromas y son los aromas el rastro incierto de los antiguos habitantes. Qué sorpresa, tras un largo tiempo, volver a entrar en aquella casa. Una pintura, el terciopelo de un viejo peinador, monedas fuera de curso. La nostalgia remite y el brillo de la pantalla del ordenador conmueve al que suspira por el pasado; estamos en otro siglo y las estancias necesitan un nuevo orden, una nueva geometría, un mobiliario renovado que nos reconcilie con nuestro siglo. Todo se reduce a llamar al trapero y comenzar a derribar paredes, hacer grandes y limpias estancia; como el que comienza una nueva vida desde la segunda oportunidad. Sí, sin duda, es metafórico. No hay más preguntas.
+ Hoy me contaron la historia de una peluquería embrujada. Un día cualquiera hizo allí aparición un fantasma, la sombra de un fantasma. Hubo rituales y todo se achacó a un asesinato cometido cuarenta o cincuenta años atrás. Todo superchería, todo falso. Pero el relato resultaba tener una buena presentación y dosis de humor: la peluquería, la peluquera asustadiza, el rito con cartas y velas. Nada hay de verdad, salvo lo que ocurre en aquellas cabecitas. La noche alberga miedos e inseguridades, pero esto sólo es una forma de ver, nada que se pueda reproducir, nada que se pueda observar. Nos reímos y continuamos con nuestro trabajo, los tres. Así se van las mañanas.
+ «Y la vida en incendios se evapora» [Quevedo].
+ Soñé que me moría y el morir no me causaba pesadumbre, me veía ya muerto y todo era olvido, pero desperté, me preparé y salí a correr según la costumbre y la norma que me he impuesto. Ay, no es poco morir todo día que termina, toda noche que comienza.
+ «Esse est percipi» [ser es ser percibido].
+ [Otros personajes en el paseo por donde yo corro]. Los pescadores. Son hombres que superan los cuarenta, incluso la cincuentena. Visten colores pardos, permanecen concentrados y solitarios, a veces se juntan dos y charlan, pero por breve tiempo. Están aislados de todo, son un aparte de los corredores, los piragüistas o los paseantes. Los pescadores poseen una identidad muy individual, sin nexos ni anclajes. Caminan sobre las piedras negras que el río deja al descubierto cuando la marea de la ría baja, sin prisa y con determinación. Lanzan las cañas y parece que en el extremo del hilo hay una destello azul o verde intenso, metálico; es el cebo. Los pescadores se dirían que son prejubilados o parados de larga duración, que encuentran un sentido en este entretenimiento un poco aburrido. No sé, nunca he visto que pescasen nada, quizá pescar es lo que menos importancia tiene.
+ ¿Por qué no emplear el arcaísmo “piscator”? Se documenta el arcaísmo en Góngora y en el DRAE aparece como almanaque con pronósticos meteorológicos, pero no como equivalente a pescador. Sí, es un arcaísmo. En cualquier caso, nos gusta el sustantivo gongorino por las sugerencias que eleva. La captura de palabras resulta ser un deporte con alicientes, decepciones y triunfos, se abre el libro, se llega al diccionario y, si hay suerte, en la libreta se apunta ese fragmento, la pieza que nos ha gustado. Son placeres tan baratos que terminan por ser lujosos remiendos, así: en ello insistimos. Como los pescadores.
+ Imagen: dejar un apunte sobre el objeto, un ítem en un catálogo. Aislar su función y que el hecho extraño de un ventilador con un reloj vuele para cada cual, sin incidir en lo personal, en dirigir la mirada. Una libertad que se condensa en la falta de intenciones.
sábado, 15 de octubre de 2016
Síntomatología
+ [Un paseo por las playas en inicio de octubre]. La luz del otoño, insisto, baña los paisajes con una limpieza exacta. Comemos sentados sobre los tablones de un paseo sobre la playa; nuestra comida son unos humildes bocadillos de queso y jamón, el agua, igualmente humilde y sublime, nos refresca. Veo la ría y tengo la sensación de asistir a un espectáculo impar. C. se levanta para meter sus pies en el agua, regresa y no puedo dejar de fijarme en las uñas de sus pies, delicadas y pintadas de un azul que no es humano, pues no se encuentra en la naturaleza sino que es una síntesis, una creación que la técnica permite. La poética de los colores y su actualización. Más tarde, conduzco hacia otra playa. Allí, paseamos y observar a las personas que nos encontramos en el camino resulta ser un entretenimiento, también, impar. El día termina y permanece una reconfortante sensación de haber disfrutado, quizá porque no hubo planes previos, quizá porque todo resulta propicio, quizá porque entra en ese orden de cosas que el dinero no puede comprar.
+ Llegan [¿a mis manos?] periódicos y gacetas digitalizadas, papeles muy antiguos pero que traen un viento de aire fresco de otoño. Hojas que vienen del siglo XIX, de principios del XX; hojas de revistas profesionales. Hablan de un futuro que ya fue pasado hace muchísimos años. Son una intriga estos desafíos al futuro que aquí figuran, los problemas de una profesión, los anuncios de productos que son viejísimos y en su momento eran novedades incontestables. Hay algo poético en todo ello, sin duda. Ese barniz que el tiempo otorga y nos permite ver cómo somos y hacia donde conduce todo. Las «enseñanzas de una huelga», las competencias de los «subdelegados» o el «informe del Real Consejo de Sanidad» tienen sobre sí el polvo del tiempo a pesar de estar flotando en la pantalla del ordenador. Nombres, apellidos, direcciones, precios, semestres, fechas, distribuciones o suscripciones. Todo resulta ser materia inerte, destellos que provienen del más allá y se funden en una masa infinita de olvido y espesor. Asumir esa desaparición es reflexionar sobre el día de hoy, sobre su finitud, sobre su estética fulminante y efímera. Muere el día, una vez más. [Fecha escogida al azar: 15 de Septiembre de 1922].
+ Felicitaciones navideñas, postales vacacionales, mapas turísticos, publicidad vinícola. Elementos que se agolpan en el escritorio digital, dibujos con colores optimistas, sensaciones que vienen del pasado, su aroma no se percibe pero se intuye. En la misma senda que el párrafo anterior: todo es transparente para el que quiere ver. Se agota la tensión, fluye el tiempo y toda esperanza es vana, pero el conocimiento que otorga atempera el ánimo.
+ Leo un artículo de Santiago Auserón sobre política, música y deporte en la mitad de los años ochenta. Rescato una cita «La adhesión a un icono musical o a un equipo de fútbol se alimenta de su propia gratuidad; en un caso como en otro, los aficionados conectan sin necesidad de consenso, por más que asuman símbolos colectivos y acepten reglas de juego.» En ausencia de un equipo de futbol, nos sentíamos próximos, y de una manera militante, a un grupo musical. No está desacertado el músico-filósofo, pero creo que hay algunas diferencia, sobre todo en la cuestión pre-lógica a la que alude con anterioridad a la cita. Mi ejemplo son mis preferencias, que se centran en The Smiths, a modo de ejemplo paradigmático. Unas preferencias que mantienen a pesar de haber transcurrido muchos años. La diferencia la veo porque en esto que yo escojo hay algo que es transitivamente íntimo, compartido, pero individual. Las letras contienen poesía y para mí fue una travesía el llegar a su traducción y al dotarlas de sentido partes de pasado cobraron vida y razón propia. Así, la travesía todavía dura. Sin embargo, el equipo de futbol lo veo más como un acopio de datos; hay que citar otra vez a S.A. «... todo ello vuelve a pasar por la conciencia que repite a solas lo que ha escuchado de otros o en compañía. Este hecho da lugar a una cuestión relevante: la rememoración sonora contribuye a configurar el ámbito de la conciencia individual.» Coincidimos; hay un margen para el individuo en la música [o en el arte, en general], algo que no sucede con el futbol.
+ Por cierto, el único deporte que me interesa como espectador es el tenis. ¿No tiene algo muy mío esta falta de contacto físico, la distancia necesaria entre los jugadores? ¿Me retratan estas preferencias o es una falsa impresión?
+ La flecha de oro indica amor, la flecha de plomo indica desdén. ¿Se pueden revertir? Cada vez me interesa más la codificación de la realidad mediante imágenes, me interesan las imágenes porque son una manera de ordenar la vida que reta al aburrimiento, porque son la constatación de que las posibilidades son ilimitadas. El oro y el plomo, ¿podría ser un título pertinenete, el amor y el desdén? Sin duda, la posilidad de otras realidades ofrece vidas [paralelas].
+ He puesto en el reproductor a The Romantics. Acabo de llegar de correr y mientras llovía pude admirar el elegante desplazamiento de dos piraguas sobre el río. Las palas eran alas y las coletas de las chicas que las guíaban una promesa para la eternidad. Pasaron bajo el puente y se perdieron. Queda la pintura del momento, que se desvanece, queda esa sensación tonta de perfección, y, mientras, llueve. La música que oigo, ahora, es sencilla: acordes abiertos y una secuencia trillada, pero tiene poder, ritmo y rabia. Nada que ver con el estatismo que proponía ese avanzar sin aparente esfuerzo sobre la lámina de agua. Las gotas de lluvia trazaban círculos concéntricos, pero ellas continuaban imperturbables. El día termina y la imagen permanece, así nos acoge la noche.
+ Imagen. Un muro que recorta el cielo y sobre él caen las sombras del cableado; toda tendencia a la abstraccón contiene una metamorfosis fotográfica. La pintura se atreve tras la casualidad de la mirada. Disparar fotos sin cámara: nada hay más grande.
sábado, 8 de octubre de 2016
Arte final
+ ¿Qué es más importante: el hecho o el conjunto, la época o el sistema? Son preguntas que me hago a lo largo del día, y desconozco la respuesta. Quizá atacado por una enfermedad que me enfrenta a particulares maneras de expresarme, me detengo en detalles que carecen de importancia: el mal uso de una preposición, un verbo mal conjugado, una falta de ortografía (…) Ahora bien, lo trascendental es lo que circula por debajo: la idea de fuerza. Pero, ¿y su expresión, se puede perdonar? El estilo lo es todo, mucho más, incluso.
+ Qué gran tontería hablar de hecho histórico, una porque no lo es y dos porque, de serlo, resulta irrelevante. No hay manera de sacudirse esa prosa imprecisa y dispersa que se esparce como las esporas de las setas. Es así como las ideas echan raíz y se instalan para ¿siempre? Hora de cerrar el ordenador. Es un hecho histórico, como todo lo humano, por minúsculo que sea, es histórico, político, social, económico (…), pero lo que tiene relevancia es la trayectoria que marca una tendencia, ese leer los datos para aventurar una posibilidad y el dato aislado no es más que un sinsentido, pues ha perdido aquello que le da carta de validez. Ay, cierro, ya, el ordenador.
+ Se inflama el día, arde el día.
+ El ‘arte final’ es el material preparado para enviar a la imprenta. Todo se ha cerrado y ya sólo queda por culminar el proceso de impresión, que es otro proceso distinto al creativo. Parece, en principio, que como metáfora podría dar su rendimiento, elevar comparaciones y establecer nexos con particularidades políticas, sociales y culturales, y sobre ellas: lo económico. Sin embargo, prefiero no utilizar la expresión. ¿Por qué? Intuiciones que se erigen en certezas o se desmoronan.
+ [Otra metáfora: la maqueta y su exactitud]. Primeras horas del día: como una maqueta, perfecta y fría. Los edificios, sus líneas rectas y afiladas; el tren que surca el paisaje, sobre la vía, luces, definición y parsimonia, aparente parsimonia; las farolas y el sendero que marcan. La luz otoñal posee una calidad apropiada para la fotografía [sin cámara]. El paisaje urbano estructura la idea de finitud, la única posibilidad: el presente. Y se desvanece según el sol sale. Pienso en Faetón y el carro solar. Todo intento vano está destinado a transformase en melancolía. Ese humor negro. Esta enfermedad contrasta con la calidad del aire y la definición de todo lo que veo. Comienzo a correr y el frío de la mañana me entrega una sentencia: cumpliré con la tarea diaria que yo me he impuesto. La maqueta otorga una medida, trataré de no olvidarlo.
+ [Ego]. A distancia asistió a la muestra de la cuestión ‘por qué soy artista’. La cuestión es retórica, redundante y aburrida. Muchas veces he pensado que todo lo que se ‘hace’ responde a esa pregunta, aunque se enmascare, con mayor o menor simpleza. Quién inviste al sujeto como artista sino él mismo. Luego está todo el componente sociológico que le lleva a ocupar [o no] un lugar en el conjunto social, pero ese es otro tema. Quizá lo desvele la identidad del sujeto mediante su cuestión no tenga más interés que otro cuestionamiento, pero hay algo nuclear en ello. Así se puede ver a Velázquez en su cuadro más famoso, se puede ver a Hockney en sus retratos o cuestiones de Vanguardia 2.0 que inciden en lo mismo. Finalmente, no cabe otra que comparar lo plástico con lo literario, aunque con menos insistencia: porque toda la cuestión antes tratada no deja de ser literaria: el sentido autobiográfico y la vida como ficción y la ficción como vida.
+ Corto y dejo que suene Karftwerk.
+ ¿2D ó 3D?
+ Imagen. Londres, 2014. La foto es un testimonio de una idea literaria de la ciudad. Incide en su transparencia, en lo cambiante, en una ensoñación romántica
sábado, 1 de octubre de 2016
Sinestesia
+ Leo sobre Historia, con mayúscula. Me interesa el texto histórico en sí, cómo se compone mediante el uso de datos y cómo estos apoyan una argumentación. Su planificación y construcción son los temas de esta semana; es decir, en busca de definiciones y certezas, que nunca se alcanzan. Necesito reflexionar sobre ello y modular una respuesta a la pregunta que me he formulado. Las dudas me acompañan y las utilizo para restringir la monotonía o el desamparo, la reiteración laboral. Así, conduzco y reflexiono sobre las lecturas realizadas, tomo notas y las recupero mientras camino por los ultrailuminados pasillos del supermercado, me detengo en la carrera, hago los estiramientos y, así, una cita flota entre el cansancio y la tarea recién cumplida. Sé que no voy a encontrar una respuesta que me satisfaga, pero ésta es la manera de conseguir nuevas preguntas. La clave está en plantear bien las preguntas y yo debo afinar el instrumento, me digo y regreso a casa con el cansancio honrado del trabajo o la carrera junto al río. Caras de la misma moneda, me gusta creer.
+ Bach resuena en mi lugar de trabajo. No puedo continuar leyendo, se impone la música. La soledad del violonchelo tiene algo físico que me conmueve. Habla el locutor y da paso a otra obra de Bach, pero, ahora, para un laúd. Me resulta imposible, sin saber por qué, no pensar en desplazamientos en autobús por el sur de Inglaterra. Como cuando llegamos a Bath. Y Bath era una promesa, una ambigua realidad que tiene un pié en el sueño y otro en la verdad de lo recordado. Vuelvo a ver el Crescent. Allí compré, no sin fetichismo, un hermoso tomo de Jane Austin para regalar. Qué hermosa tapa azul con motivos dorados, una azul casi transparente, como el color del cielo en algunas tardes luminosas de otoño. La música tiene esa capacidad inigualable que supera a las palabras, a las imágenes, a los sabores. En un flash pienso, otra vez, en la Historia, y tengo una intuición que se desvanece sin llegar a nacer. Me abandono a la música y pienso, con sensual insistencia, en aquél día. Bath.
+ Escucho el inicio del Concierto de Aranjuez, en una transcripción para arpa realizada por el propio Maestro Rodrigo. Y a lo que voy, un colchón de violines me indica dónde están paisajes visitados en otro tiempo. Permanecen en la memoria y esta rememoración se une al párrafo anterior. A qué se debe esta constante sinestesia, es cosa del inicio del otoño. Algo así pensé el otro día al ser sorprendido por olores que me transmitieron la imagen de personas y situaciones; cuando renové la tarjeta del aparcamiento, creí ver en ello una parte de Madrid, anclada en el pasado. ¿Será la edad? No puedo menos que sonreír y cerrar el ordenador y dejarme en estos colchones de violines que mecen el arpa, que yo casi confundo con una guitarra; pero, sí, es una arpa: avenidas en la noche, el dibujo de las farolas, algún peatón, las luces en los edificios, bares y cafeterías, parques, jardines, árboles que dibujan en la noche formas irregulares, más barrocas que clásicas, más atrevidas y eróticas que geométricas. Cierro y el arpa es otro mundo posible, eso anuncia.
+ Leo en el JotDown electrónico una entrevista a Rosa Olivares y recojo las siguientes afirmaciones: «Ahora todo el mundo se hace una paja con El Bosco, que ha estado toda la vida expuesto en el Museo del Prado pero nadie iba a verlo. Cuando se hizo la gran exposición de Velázquez, había unas colas enormes, y solo habían traído dos cuadros que no estaban en el Museo del Prado.» No puedo estar más de acuerdo. En agosto, cuando visitamos El Prado, intencionadamente evitamos la exposición de El Bosco. Yo todo eso lo vi en su momento, y lo volveré a ver: cuando toque. Cuando sea una hora temprana o al medio día, cuando no haya gente y pueda detenerme en un detalle durante unos minutos, o simplemente volar sobre los cuadros sin fijarme en nada más que en una única pincelada mientras trato de conectar ese instante del pasado con el presente. Hay que huir de la masificación, de todo aquello que, por una razón u otra, aparece en la tv. No sé si es elitismo o tontería, pero me da igual: a mí me funciona.
+ Vuelvo a lo mismo: me interesa atrapar el hilo que va desde el pasado hasta el presente y encontrar una guía común a esas expresiones personales. ¿Son las mismas? Ya no sé qué es pintar bien y si tiene o no tiene importancia el resultado final. He llegado a este punto desde el detritus, un detritus que me aporta una visión de la sociedad muy productiva: todo lo que se tira a las cunetas, que con la lluvia, el humo de los escapes de los coches y la tierra, toda esa totalidad adquiere una nueva vida, una naturaleza entre lo orgánico y lo plástico sin dejar de mostrar un fragmente de la biografía de los que poseyeron el objeto, una parte de un algo, una basura que tiras desde el coche. Hmm: cajetillas de tabaco, libretas, bolígrafos, preservativos usados / sin usar, juguetes, cajas de tampones o cajas de dildos, herramientas inservibles, bolsas, bolsas de colores, glaucas, bolsa grandes o pequeñas que se descuartizan al contacto con la desbrozadora y vuelan como una nieve espuria. Pero yo sigo en lo mío: encontrar ese hilo que une lo que veo y disfruto con lo que otros vieron y disfrutaron en un pasado remoto.
+ El agua del río alcaza un nivel muy alto. No deja de ser algo extraño, sutil y, en cierta medida, poético. Se trata del reflejo de las márgenes, el reflejo de los puentes y el reflejo de esa avanzar de los paseantes, corredores y ciclistas. No me detengo demasiado y creo que es mejor disfrutar sin pensar, sin analíticas dispersas. La suspensión del juico, ἐποχή, es la clave de los beneficios de ir a correr. Como un emblema, una vez más, utilizo ἐποχή. No creo que sea un uso adecuado, pero soy un firme creyente (?) en las inversiones. Suspendemos el juicio, son las siete y media de la mañana y nos encaminamos al trabajo.
+ Imagen (-es): son imágenes complementarias: la arquitectura como pretensión, el círculo como verdad; se solapan y ofrecen, mediante el encabalgamiento, un sentido nuevo.
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