sábado, 6 de agosto de 2016

La señorita R&R, los sueños y el estío




+ La señorita Rock And Roll aparece en una canción de Amaral que habla de los amigos. La canción me gusta. Amaral me gusta. Me gusta la expresión en sí: la señorita Rock And Roll; hay una parte del pasado que se identifica con lo que la canción inspira. Noches oscuras en locales oscuros, oscuras bandas de rock, bebidas transparentes y venosas, drogas caras e inicuas. El mal y el bien, la belleza y lo feo, mujeres, hombres, animales de compañía y animales salvajes con nombre de reptil y aspecto angelical. Tal era el engaño de aquellas señoritas y sus novios, las guitarras afiladas y los amplificadores potentes y contumaces . Era una rebeldía de fin de semana, provinciana y barata, un carnaval adolescente ampliado hasta la nausea. Pero oigo la canción de Amaral y, sin arrepentimiento, me río con ganas. No es momento para arrepentirse. Toda la biografía se dirige a un punto que pretendemos ignorar. Son mis amigos dice Eva Amaral y la comprendo, ahora que el tiempo ha pasado y muchos de ellos se han difuminado y otros han venido. No hay casilla vacías, no hay casillas ocupadas, sólo es una sensación de niebla y transición. Esa es la diana.

+ Los libros se acumulan y el tiempo escasea. Hay dos o tres programas en marcha, que avanzan lentamente, pero con seguridad. Es como afiliarse a una dieta de poca comida y mucho ejercicio, los resultados son sólidos, pero es necesario conocer que la meta está lejana. La lectura es una virtud, y como tal costumbre reiterada y admitida se hace parte de la vida, pero es necesario estar dispuesto a abandonarla, a renunciar a sus beneficios. Quedará el recuerdo y todo será tiniebla, casi ni siquiera eso. Los libros son una invitación y su estatismo es engañoso, cambian como nosotros cambiamos y lo leído hoy se vuelve disímil, porque sabemos que no seremos los mismos mañana. Esas son las tinieblas: la inconsistencia de lo leído, el contraste con lo que entendimos y lo que entendemos.

+ La indagación sobre el barroco se transforma en una indagación sobre el estilo. ¿Somos barrocos, románticos o vanguardistas? ¿Una mezcla de todo a un tiempo? Veo las  fotos que voy colgando [aquí] y me apunto a lo último; si releo no sé si sumarme a lo primero o a lo segundo. Si voy a correr, todo queda en suspenso y ésta resulta ser la mejor alternativa. El vacío; un día sin trabajo, un día sin comer.

+ No me desprendo de la imagen que Blas de Otero otorga en el último endecasílabo del soneto «Hombre»: «¡Ángel con grandes alas de cadenas!». Se posa en un sueño que no tiene lugar, pero que veo cuando corro bajo la lluvia y suena la música ensordecida por el zumbido de unos potentes amplificadores: acoples que son silbidos, silbidos que son anuncios. Llueve y corro sin pensar, salvo en la imagen del ángel que intenta elevarse, pero esas cadenas como cadenas de buques lo lastran, pienso en iglesias visitadas en la noche, sus altas y modernísimas vidrieras de 1965, su geometría que se alza limpia y extemporánea, inmensa en la noche, como su cripta, como ese retablo realizado con restos de un desguace en Bilbao. Se puede permitir un poco de espiritualidad en este momento de prisas y teléfonos supuestamente inteligentes, en el mundo del tatuaje, el anillado y el amor urgente y electrónico. El ángel no eleva el vuelo y yo pienso en aquella iglesia o basílica, en aquella tarde-noche de lluvia, en Madrid, en un bar y las gentes que lo poblaban en la sórdida noche de una Semana Santa que no terminaba de comenzar. El ángel no emprende el vuelo y tiene un extraña proximidad con lo soñado, aunque no haya sido así, ya que sólo es lectura y memoria. ¿Otra manera de vigilia, otra forma de sueño?

+ ¿Resulta conveniente relatar un sueño?, ¿no es, acaso, una falta de estilo, un recurso fácil y en desuso, casi una falta de respeto hacia nuestro interlocutor, hacia nuestros lectores? Carecen de importancia estas salvedades porque esta redacción es un impulso que proviene de una necesidad primitiva y sustancial. Me acabo de despertar y antes de entrar definitivamente en la vigilia relato mi sueño.: “C. y yo nos dirigimos en coche hacia un lugar indeterminado, nos detenemos porque la lluvia ha cubierto totalmente la carretera, no llueve agua, es una película de aceite; tras nosotros se detiene un Land Rover, alguien nos invita a entrar en una casa; entramos y allí una extensa familia nos recibe, se muestran amables aunque haya algo robótico en su comportamiento, dentro de su especial afinidad algo desafina, su elegancia natural no es tan natural, estamos con ellos y hablamos, son cariñosos y guapos, dormimos allí y finalmente, cuando voy a relatar lo que ahora relato mediante la escritura en el procesador de textos [este mismo procesador de textos], me encuentro con que el ordenador está totalmente cubierto por cera: está inservible, es la cera que ha caído de unos candelabros que componen una escena barroca.” Nada más.  La importancia de lo que soñé está en las estancias, en los muebles, en un balcón que se asoma al mar. Qué estáticos son el matrimonio y sus hijas, tan guapas e interesantes, pero tan robóticas. Pero el relato del sueño no vale nada, la descripción de este sueño cargado de elementos decorativos no vale nade: piedras que se iluminaban, bañeras excavadas en la piedra donde aletean peces rojos y azules, tocadiscos y aparatos de radioafionado, muebles, alacenas, vajillas y candelabros, gatos, y el padre, que añora sus días de capitán de barco y sentado ante el mar no suspira, sino que permanece en silencio y medita, parece meditar (?). El relato es pobre y no transmite nada de esto que ahora se desvanece en los abismos de mi memoria, ese lugar desde donde emergió el sueño, este sueño tan decorativo [y robótico]. Y respondo a las primeras preguntas: es conveniente, pero nunca se conseguirá reflejar lo soñado y, en un primer momento, el soñador reconoce ese mundo que acaba de abandonar, luego ya no, luego es un mundo perdido, del que un ha sido expulsado para siempre. Los sueños terminan por resultarnos ajenos como imposible es su relato. Regreso a la cama, sin esperanza.

+ El verano se me hace largo. Y, como culminación, este año todavía no he ido a la playa. Extraño la playa y ese sosiego infantil que me aporta. El verano se me hace largo. Corro, leo, trabajo; la suma de estas partes componen una totalidad con un orden rígido e invariable, le podemos sumar el sueño, le podemos restar los desplazamientos y las interrupciones que mi dispersión en internet me alejan de mi obligación, esas obligación que me he impuesto: la lectura como una vía de conocimiento, la relectura sistemática. El verano me distrae y añoro el otoño, como una forma elegante, los paseos y los colores, el aroma de la leña que arde, el color del vino rojo oscuro, los primeros fríos, el reflejo en el río de los árboles desnudos. Se derrama la poesía en lo cotidiano, imperceptible y constante. Dejamos el sufrimiento para cuando de verdad sea sufrimiento. El verano se me hace largo y trato de disfrutar de esta demora.

+ Imagen: un archivador en una librería de Lisboa. Supongo que seguirá en el mismo lugar, y ahí ha de permanecer hasta que el mundo se extinga. Dar cuenta de su presencia es una suerte de oración, una misiva al futuro que, como siempre, terminará por ser pasado.