sábado, 13 de agosto de 2016

Las ninfas y los incendios




+ Hijas de los ríos y enemigas de las diosas. Ninfas que huyen entre los árboles del bosque. Son simulaciones, son ideas que surgen cuando uno conduce y establece una ruta que ha sido previamente marcada. Las ninfas parecen habitar el bosque que se extiende en los márgenes de la carretera. Ciervos, cuervos, conejos. Siempre tienen un disfraz a mano para poder camuflarse y no ser descubiertas, así son las ninfas: invisibles en su emboscarse. Música callada, latidos humanos, el tambor de la noche. La música de un profundo piano marca la conducción, son los ritmos agradables de las últimas horas de un lunes, cuando ya la noche comienza a extender su manto. Se percibe, sobre los montes, el dibujo de las constelaciones. Todo se ha detenido y las luces de los pueblos en las faldas de las montañas son una promesa de tranquilidad. Cada luz una vida, una familia, una reunión. El vino, la fruta, el sensual comienzo de una aventura, el amor y la paz. Agosto sitúa su domino en los límites del mundo. Apago la radio y disfruto del sordo sonido del motor.

+ Para un inminente viaje a Madrid he recuperado de la estantería High Fidelity. Me trae tantos y tantos recuerdos. Fue uno de los primeros libros que, con mucho esfuerzo, puede leer en inglés. Lo leí a trompicones y con constancia, como un trabajo; es cierto que lo había leído con anterioridad en español, lo que era mucho más que una ayuda, pero supuso, a pesar de la muleta, una coronación en mi biografía de lector. Dentro mi prescindible cursus honorum, el libro explica muchas cosas que me atañen y que atañen a algunos los que mantuve relaciones intensas y que hoy han desaparecido. Lo resumiría en la pedantería musical como tipología de una incapacidad para crecer, un empeño en mantenerse en una perenne excursión de fin de curso, tras el bachillerato. Ahora lo veo y sonrío, sé a qué se refiere el autor cuando muestra las listas. Top five most memorable ________, y aquí, en el hueco, pueden ir tantas y tantas cosas, o ninguna. Con lo último me quedo: la nada.

+ [Incendio 1]. Monstruosas columnas de humo se elevan sobre los montes. Son espesas y grises, si uno se fija forman imágenes que desconciertan y asustan sin necesidad de alcanzar una forma humana o animal. El fuego es un misterioso reflejo, ese punto inasible que nos resistimos a explicar por la ciencia y que preferimos ir hacia la ebullición mítica, cuando todavía no existía un método. En un momento veo, a lo lejos, el dibujo de las llamas entre los árboles. Una vez estuve en el medio de un incendio y no he podido olvidar el crepitar que no dejaba de ser una voz, una voz que susurra e hipnotiza. Pero el fuego se aproxima a las viviendas y el llanto de una chica resume la totalidad del desastre, ahí se condensa la tragedia que supone. Luego, el silencio. Conduzco y la música me ayuda a centrarme y no divagar. Todo es silencio, humo y vibración. El puente de Rande se ve oculto tras una pesada columna de humo, no cesan los incendios. ¿Qué hacer?

+ [Incendio 2]. Ha pasado un día entre este apunte y el anterior. El incendio nombrado no se ha terminado, por contra: hay dos o tres más. Al anochecer, desde la otra orilla de la ría se ve como las columnas de humo se elevan iluminadas en su base por el fuego. Hay algo bello y maléfico en su geometría y en sus colores. Es una substancia diabólica, luciferina, atravesada por el engaño y su consistencia: la destrucción. Las casas, los recuerdos que atesoran, los créditos contraídos para poder elevarlas, historias y olvidos, ese aliento fundamental de los árboles, los bosques y los animales que los habitan. Se dice que son incendios intencionados, y esto da que pensar. La estupidez y la maldad pueden ir juntas de la mano y concretarse en acciones con consecuencias funestas e irreparables. Espero que se detenga ya esta peste, pero no soy optimista. ¿Qué escribiré mañana?

+ [Incendio 3]. Vi como el fuego rodeaba las casas, a los aviones sobrevolar los tejados y descargar su carga de agua, las brigadas contra incendios. Vi a las personas desesperadas. Y el fuego ascendía en un baile infernal. Cayó la noche y volví a ver las espesas columnas con sus bases de fuego opaco. No hay nada que transmita la desazón que produce el espectáculo, un espectáculo que nos aproxima al fin, a la destrucción. Huele el aire a esa destrucción y la noche se torna inquietud y presentimiento, me gustaría tener una oración para el momento, ni siquiera sé si existe, pero sí el silencio se impone aunque no explica.

+ ¿Se han detenido los incendios? La casa huele a humo y me pican los ojos. Mis ojos son muy sensibles y se irritan rápidamente, ya sea la lejía, la cebolla o el humo. Ese dolor se une al que sentí, moralmente, cuando vi, el martes, como el fuego comenzaba a rodear las casas cerca del río. Ahora parece que todo se ha detenido y, ayer, cuando anochecía, podía ver las laderas calcinadas y la tierra humeante. Ay, las ninfas, los animales, los árboles. El bosque, como metáfora, como promesa.

+ Comencé las semana con el pensamiento extraviado en ninfas, fuentes y bosques, la semana impuso esa destrucción del incendio. Las ninfas han muerto abrasadas, pero sobre las cenizas volverán a florecer. Es una pasión que no se agota con el fuego, y esa es la victoria. Nec metu, nec spe, otra vez. 


+ Imagen: el trabajo de la corrosión sobre el hierro, esa marca informalista que ofrece paisajes llenos de evocaciones: el ocre y el amarillo. Es un marco adecuado que podría tener otra lectura, la que aquí requiere se resume en una sola palabra: envejecimiento.