sábado, 27 de agosto de 2016
Madrid a mediados de agosto (y 2)
+ Caminábamos despreocupadamente por la calle de Sagasta en Madrid y C. llamó mi atención sobre un kiosco. Era tal la cantidad de libros que allí se acumulaban que semejaba imposible acceder a su interior, pero, al fondo, una figura agazapada escudriñaba un tomo o lo que parecía un tomo. El día era luminoso y en el interior de aquel angosto local la luz era polvorienta y escasa, salvo el rayo quebrado que baja de una lámpara de aspecto inmemorial. ¿Qué historia se escondía en esa cueva de libros y oscuridad? Estudié los libros que tenía a la venta en las jambas de entrada: unas biografías que se regalaban con un periódico diez o quince años atrás, algunos descoloridos tebeos, también manuales de acupuntura, novelas del oeste, novelas románticas [en ese sentido pastoso y cursi con que se quiere denominar a las folletinescas historias de amor]. Y entre todos ellos un libro de crítica literaria y un texto de introducción a las matemáticas superiores. El revoltijo era considerable, ese torbellino de libros respondía a una desorganizada acumulación de detalles y motivos que traspasaban nuestro momento histórico para posarse en el cantil del presente y asomarse al vértigo del pasado o del futuro, lo que no deja de ser lo mismo: la nada. Ay, náufragos del mundo digital. Y, otra semana, repito: ni tengo whatsapp, ni me he tatuado, así siento una extraña solidaridad con el hombre que en el fondo del kiosco se entretiene con un libro, con todos los libros posibles.
+ Hice una foto del motivo anterior, pero no refleja la realidad del desorden [¿desorden o particular ordenación?, los puntos de vista son los que hacen que lo real varíe, así: tacho lo anterior en la libreta, pero dejo constancia de ello]. La fotografía es muy limitada, puede documentar, pero le resulta imposible capturar el alma, en contra de lo que ciertas culturas presumen. ¿Es un absoluto lo anterior? No, hay fotos que traspasan sus limitaciones, pero eso sucede cuando abandonan la literalidad del instante, cuando se sitúan en el vértice que lo posible establece con lo imposible. Aquí no se dio.
+ «Uno de mis críticos menos perspicaces observó recientemente que parecía reescribir mi propio mito central en cada libro que elaboraba. Desde luego así lo hago, y nunca leería o confiaría en un escritor que no lo hiciera también». De la introducción a El camino crítico, ensayo sobre el contexto social de la crítica literaria, de N. Frye.
+ Una palabra: preternatural: [adjetivo] que se halla fuera del ser y estado natural de algo. Copia y pega del Diccionario de la Real Academia. En un proceso de acotación de la realidad hay palabras que van mostrando las balizas que nos ayudaran a determinar esos lugares donde establecer un campamento, por unos días, por unas horas. Así avanza el viaje y después nos olvidamos de los momentos que allí estuvimos, así es el viaje. Hoy preternatural, ¿mañana? Y el adjetivo no deja de remitirse a poderes especiales, poderes en poder de los vampiros, los ángeles o los zombis. Toda insinuación es inclusiva.
+ Escucho al rapero Bishop Nehru, que nació en 1996, al tiempo comienzo la lectura de mi ración diaria de historia de los Siglos de Oro. Lo reconozco, tengo una acusada tendencia a lo paradójico. He pensado que se trata de una tendencia de mi tiempo que se refleja con perfección en la prensa diaria, en los suplementos dominicales o en la revolución de internet, también en la radio o en la tv. Lo paradójico, esa noticia que salta cuando el hombre muerde al perro o una perra amamanta gatitos. Así es como yo construyo estos mundos efímeros y marginales, en los márgenes de la rutina, la amada rutina. Cierro el ordenador y regreso a Elliott.
+ ¿1996? ¿Fue ayer, antes de ayer? Quién sabe, he dejado las estacas de los años para otra vida.
+ En Noviembre volveré a Madrid. Como si durmiese, como el lecho de un río que se contempla desde un puente.
+ Imagen: los elementos que de los edificios no se ven; como una posibilidad geométrica, un cuadro no pintado, una calderilla de las imágenes pero con la pregunta que late sin llamar la atención, pero que está ahí, sin solemnidades ni pretensiones.
sábado, 20 de agosto de 2016
Madrid a mediados de agosto (1)
+ La playa, el libro de poesía de todos los años [una antología de versos de Luis Alberto de Cuenca], el fulgor de los cuerpos jóvenes, la limpieza de las edades maduras y el lustre de los viejos que disfrutan de la energía del agua salada y el sol. Hay un rito en este acudir anualmente a la playa, en la manera de conducir hasta allí, en la música y en las conversaciones con mi padre. Ayer C. y yo regresamos de Madrid y el colofón a unos tranquilos y fructíferos días de vacación y cultura no podía ser otro que la playa y sus beneficios. Cuando llegue el invierno este recuerdo será el medicamento con la tristeza de la lluvia y el frío.
+ Tampoco la lluvia y el frío traerán tristeza.
+ Madrid tiene infinitas posibilidades. Lo hemos comprobado, una vez más.
+ El calor, en ningún momento, ha sido un problema, más bien todo lo contrario. Según la tarde declinaba, una brisa cálida y muy agradable nos vestía de sensualidad. Momentos para estudiar cómo los edificios son el decorado ajustado a la obra teatral que cada día interpretamos. El teatro y la vida, qué momentos. Caminar sin rumbo, cerveza en terrazas impares, exposiciones y tiendas ocultas, librerías o tiendas de ropa, té o quincalla. Todavía palpita el tiempo anterior en las calles que dejamos atrás, tiempos que vivimos o tiempos que nos contaron, tiempos que trenzan el relato y nos despistan, nos engañan y hacen que sonriamos: el tiempo se ha detenido.
+ El paso del tiempo es el tema, siempre es el tema. Visitamos la exposición de Hiroshi Sugimoto y encontramos allí la constatación de intuiciones por concretar, vanas nieblas en la mañana de la vida. La simulación articula el sentido de la fotos y traslada esta simulación a la totalidad de la existencia mediante los dioramas, las figuras de cera, los horizontes y los cines vacíos. El disparo en sí de la cámara es una herramienta que pone al descubierto zonas vitales que se enmascaran en artificios; una vez desdeñado, del artificio surge una verdad que ni se impone ni se puede esquivar. Es la técnica la que establece un marco idóneo para la reflexión. Como apunté, hay cuatro series: los dioramas, en donde las escenas naturales adquieren verdad mediante la composición, el blanco y negro y el gran formato; los cines, en los que la larga exposición sobre la pantalla arroja una lechosa certeza que nos aproxima a la muerte; los retratos de figuras de cera oscilan entre lo real y su transposición, una nueva realidad, tan discutible / indiscutible como aquélla de la que parte; y, por último, los horizontes marinos. Estos últimos me trasladaron a un mundo visitado y olvidado, porque recordé una travesía en barco entre islas del archipiélago canario, porque recordé los últimos días de mi madre, porque me sentí muy unido a C. La posesión de una biografía marcada por un sentido poético nos aproxima a una esencia indeleble: no es una cuestión de cantidad, ni calidad, es la manera de estar, de ver y de entender o la capacidad para disfrutar en una mañana de agosto, con la persona amada, del triunfo del arte sobre la muerte. ¿Triunfo? Ya que de esto trato, eso es lo que veo en los horizontes. Me gusta recordar que H. S. no utiliza ni cámaras digitales, ni herramientas de retoque digital; en ello veo un proyecto y una misión simbólica. Yo no tengo whatsapp, ni tatuajes, ni me he anillado, tampoco me interesa la televisión, pero, simultáneamente, no creo que estas carencias, por decirlo de alguna manera, me protejan de peligros o de situaciones incomodas, ni siquiera es una cuestión de estilo o se trate de un código de buenas prácticas, es que no tengo ninguna de estas necesidades, si necesidades son. Necesidades, pocas. Y cierro el ordenador y me dejo llevar por la imagen de una de las esposas de Enrique VIII, una estatua de cera con más vida que difuntos que caminan por la calle.
+ ¿Por qué se han quedado en el tintero las fotos de Hiroshi Sugimoto realizadas sin cámara, fotos de fenómenos eléctricos sobre la superficie de un negativo? Con todo, la foto que he elegido para ilustrar esta entrada nos remite a esa poética abstracta. Los olvidos caracterizan al olvidadizo.
+ La única compra que hice fue un libro sobre la biblioteca del Greco. Compré el libro en la librería del Museo del Prado. Casi no lo he abierto porque deseo reservarlo para el invierno, cuando el viaje sea un grano de nostalgia y el libro permita reconstruir los paseos sin demasiados propósitos por las salas. Sólo por ver pintura, sólo por estar allí.
+ Como complemento al a exposición de Hiroshi Sugimoto, visitamos el Museo Arqueológico Nacional. El recorrido museístico muestra algo sobre el hombre que resulta indiscutible: su negativa a aceptar su temporalidad y la lucha contra esta finitud. ¿Es esto lo que determina el progreso, el conocimiento, lo poético de cada acción poética?
+ Escritores que se desvanecen, al tiempo que se ven sumergidos en el polvo del tiempo. Fotos, botellas, cuadros, togas, birretes, manuscritos, fotos, retratos al óleo, plumas, medallas, diplomas, borradores, oropel y dignidades. Todo se lo come el paso del tiempo; bien, todo no, todavía subsisten jirones, pero la digestión continúa. Y la frase tópica: hasta un día el sol dejará de lucir.
+ Imagen: una foto de una foto de Hiroshi Sugimoto.
sábado, 13 de agosto de 2016
Las ninfas y los incendios
+ Hijas de los ríos y enemigas de las diosas. Ninfas que huyen entre los árboles del bosque. Son simulaciones, son ideas que surgen cuando uno conduce y establece una ruta que ha sido previamente marcada. Las ninfas parecen habitar el bosque que se extiende en los márgenes de la carretera. Ciervos, cuervos, conejos. Siempre tienen un disfraz a mano para poder camuflarse y no ser descubiertas, así son las ninfas: invisibles en su emboscarse. Música callada, latidos humanos, el tambor de la noche. La música de un profundo piano marca la conducción, son los ritmos agradables de las últimas horas de un lunes, cuando ya la noche comienza a extender su manto. Se percibe, sobre los montes, el dibujo de las constelaciones. Todo se ha detenido y las luces de los pueblos en las faldas de las montañas son una promesa de tranquilidad. Cada luz una vida, una familia, una reunión. El vino, la fruta, el sensual comienzo de una aventura, el amor y la paz. Agosto sitúa su domino en los límites del mundo. Apago la radio y disfruto del sordo sonido del motor.
+ Para un inminente viaje a Madrid he recuperado de la estantería High Fidelity. Me trae tantos y tantos recuerdos. Fue uno de los primeros libros que, con mucho esfuerzo, puede leer en inglés. Lo leí a trompicones y con constancia, como un trabajo; es cierto que lo había leído con anterioridad en español, lo que era mucho más que una ayuda, pero supuso, a pesar de la muleta, una coronación en mi biografía de lector. Dentro mi prescindible cursus honorum, el libro explica muchas cosas que me atañen y que atañen a algunos los que mantuve relaciones intensas y que hoy han desaparecido. Lo resumiría en la pedantería musical como tipología de una incapacidad para crecer, un empeño en mantenerse en una perenne excursión de fin de curso, tras el bachillerato. Ahora lo veo y sonrío, sé a qué se refiere el autor cuando muestra las listas. Top five most memorable ________, y aquí, en el hueco, pueden ir tantas y tantas cosas, o ninguna. Con lo último me quedo: la nada.
+ [Incendio 1]. Monstruosas columnas de humo se elevan sobre los montes. Son espesas y grises, si uno se fija forman imágenes que desconciertan y asustan sin necesidad de alcanzar una forma humana o animal. El fuego es un misterioso reflejo, ese punto inasible que nos resistimos a explicar por la ciencia y que preferimos ir hacia la ebullición mítica, cuando todavía no existía un método. En un momento veo, a lo lejos, el dibujo de las llamas entre los árboles. Una vez estuve en el medio de un incendio y no he podido olvidar el crepitar que no dejaba de ser una voz, una voz que susurra e hipnotiza. Pero el fuego se aproxima a las viviendas y el llanto de una chica resume la totalidad del desastre, ahí se condensa la tragedia que supone. Luego, el silencio. Conduzco y la música me ayuda a centrarme y no divagar. Todo es silencio, humo y vibración. El puente de Rande se ve oculto tras una pesada columna de humo, no cesan los incendios. ¿Qué hacer?
+ [Incendio 2]. Ha pasado un día entre este apunte y el anterior. El incendio nombrado no se ha terminado, por contra: hay dos o tres más. Al anochecer, desde la otra orilla de la ría se ve como las columnas de humo se elevan iluminadas en su base por el fuego. Hay algo bello y maléfico en su geometría y en sus colores. Es una substancia diabólica, luciferina, atravesada por el engaño y su consistencia: la destrucción. Las casas, los recuerdos que atesoran, los créditos contraídos para poder elevarlas, historias y olvidos, ese aliento fundamental de los árboles, los bosques y los animales que los habitan. Se dice que son incendios intencionados, y esto da que pensar. La estupidez y la maldad pueden ir juntas de la mano y concretarse en acciones con consecuencias funestas e irreparables. Espero que se detenga ya esta peste, pero no soy optimista. ¿Qué escribiré mañana?
+ [Incendio 3]. Vi como el fuego rodeaba las casas, a los aviones sobrevolar los tejados y descargar su carga de agua, las brigadas contra incendios. Vi a las personas desesperadas. Y el fuego ascendía en un baile infernal. Cayó la noche y volví a ver las espesas columnas con sus bases de fuego opaco. No hay nada que transmita la desazón que produce el espectáculo, un espectáculo que nos aproxima al fin, a la destrucción. Huele el aire a esa destrucción y la noche se torna inquietud y presentimiento, me gustaría tener una oración para el momento, ni siquiera sé si existe, pero sí el silencio se impone aunque no explica.
+ ¿Se han detenido los incendios? La casa huele a humo y me pican los ojos. Mis ojos son muy sensibles y se irritan rápidamente, ya sea la lejía, la cebolla o el humo. Ese dolor se une al que sentí, moralmente, cuando vi, el martes, como el fuego comenzaba a rodear las casas cerca del río. Ahora parece que todo se ha detenido y, ayer, cuando anochecía, podía ver las laderas calcinadas y la tierra humeante. Ay, las ninfas, los animales, los árboles. El bosque, como metáfora, como promesa.
+ Comencé las semana con el pensamiento extraviado en ninfas, fuentes y bosques, la semana impuso esa destrucción del incendio. Las ninfas han muerto abrasadas, pero sobre las cenizas volverán a florecer. Es una pasión que no se agota con el fuego, y esa es la victoria. Nec metu, nec spe, otra vez.
+ Imagen: el trabajo de la corrosión sobre el hierro, esa marca informalista que ofrece paisajes llenos de evocaciones: el ocre y el amarillo. Es un marco adecuado que podría tener otra lectura, la que aquí requiere se resume en una sola palabra: envejecimiento.
sábado, 6 de agosto de 2016
La señorita R&R, los sueños y el estío
+ La señorita Rock And Roll aparece en una canción de Amaral que habla de los amigos. La canción me gusta. Amaral me gusta. Me gusta la expresión en sí: la señorita Rock And Roll; hay una parte del pasado que se identifica con lo que la canción inspira. Noches oscuras en locales oscuros, oscuras bandas de rock, bebidas transparentes y venosas, drogas caras e inicuas. El mal y el bien, la belleza y lo feo, mujeres, hombres, animales de compañía y animales salvajes con nombre de reptil y aspecto angelical. Tal era el engaño de aquellas señoritas y sus novios, las guitarras afiladas y los amplificadores potentes y contumaces . Era una rebeldía de fin de semana, provinciana y barata, un carnaval adolescente ampliado hasta la nausea. Pero oigo la canción de Amaral y, sin arrepentimiento, me río con ganas. No es momento para arrepentirse. Toda la biografía se dirige a un punto que pretendemos ignorar. Son mis amigos dice Eva Amaral y la comprendo, ahora que el tiempo ha pasado y muchos de ellos se han difuminado y otros han venido. No hay casilla vacías, no hay casillas ocupadas, sólo es una sensación de niebla y transición. Esa es la diana.
+ Los libros se acumulan y el tiempo escasea. Hay dos o tres programas en marcha, que avanzan lentamente, pero con seguridad. Es como afiliarse a una dieta de poca comida y mucho ejercicio, los resultados son sólidos, pero es necesario conocer que la meta está lejana. La lectura es una virtud, y como tal costumbre reiterada y admitida se hace parte de la vida, pero es necesario estar dispuesto a abandonarla, a renunciar a sus beneficios. Quedará el recuerdo y todo será tiniebla, casi ni siquiera eso. Los libros son una invitación y su estatismo es engañoso, cambian como nosotros cambiamos y lo leído hoy se vuelve disímil, porque sabemos que no seremos los mismos mañana. Esas son las tinieblas: la inconsistencia de lo leído, el contraste con lo que entendimos y lo que entendemos.
+ La indagación sobre el barroco se transforma en una indagación sobre el estilo. ¿Somos barrocos, románticos o vanguardistas? ¿Una mezcla de todo a un tiempo? Veo las fotos que voy colgando [aquí] y me apunto a lo último; si releo no sé si sumarme a lo primero o a lo segundo. Si voy a correr, todo queda en suspenso y ésta resulta ser la mejor alternativa. El vacío; un día sin trabajo, un día sin comer.
+ No me desprendo de la imagen que Blas de Otero otorga en el último endecasílabo del soneto «Hombre»: «¡Ángel con grandes alas de cadenas!». Se posa en un sueño que no tiene lugar, pero que veo cuando corro bajo la lluvia y suena la música ensordecida por el zumbido de unos potentes amplificadores: acoples que son silbidos, silbidos que son anuncios. Llueve y corro sin pensar, salvo en la imagen del ángel que intenta elevarse, pero esas cadenas como cadenas de buques lo lastran, pienso en iglesias visitadas en la noche, sus altas y modernísimas vidrieras de 1965, su geometría que se alza limpia y extemporánea, inmensa en la noche, como su cripta, como ese retablo realizado con restos de un desguace en Bilbao. Se puede permitir un poco de espiritualidad en este momento de prisas y teléfonos supuestamente inteligentes, en el mundo del tatuaje, el anillado y el amor urgente y electrónico. El ángel no eleva el vuelo y yo pienso en aquella iglesia o basílica, en aquella tarde-noche de lluvia, en Madrid, en un bar y las gentes que lo poblaban en la sórdida noche de una Semana Santa que no terminaba de comenzar. El ángel no emprende el vuelo y tiene un extraña proximidad con lo soñado, aunque no haya sido así, ya que sólo es lectura y memoria. ¿Otra manera de vigilia, otra forma de sueño?
+ ¿Resulta conveniente relatar un sueño?, ¿no es, acaso, una falta de estilo, un recurso fácil y en desuso, casi una falta de respeto hacia nuestro interlocutor, hacia nuestros lectores? Carecen de importancia estas salvedades porque esta redacción es un impulso que proviene de una necesidad primitiva y sustancial. Me acabo de despertar y antes de entrar definitivamente en la vigilia relato mi sueño.: “C. y yo nos dirigimos en coche hacia un lugar indeterminado, nos detenemos porque la lluvia ha cubierto totalmente la carretera, no llueve agua, es una película de aceite; tras nosotros se detiene un Land Rover, alguien nos invita a entrar en una casa; entramos y allí una extensa familia nos recibe, se muestran amables aunque haya algo robótico en su comportamiento, dentro de su especial afinidad algo desafina, su elegancia natural no es tan natural, estamos con ellos y hablamos, son cariñosos y guapos, dormimos allí y finalmente, cuando voy a relatar lo que ahora relato mediante la escritura en el procesador de textos [este mismo procesador de textos], me encuentro con que el ordenador está totalmente cubierto por cera: está inservible, es la cera que ha caído de unos candelabros que componen una escena barroca.” Nada más. La importancia de lo que soñé está en las estancias, en los muebles, en un balcón que se asoma al mar. Qué estáticos son el matrimonio y sus hijas, tan guapas e interesantes, pero tan robóticas. Pero el relato del sueño no vale nada, la descripción de este sueño cargado de elementos decorativos no vale nade: piedras que se iluminaban, bañeras excavadas en la piedra donde aletean peces rojos y azules, tocadiscos y aparatos de radioafionado, muebles, alacenas, vajillas y candelabros, gatos, y el padre, que añora sus días de capitán de barco y sentado ante el mar no suspira, sino que permanece en silencio y medita, parece meditar (?). El relato es pobre y no transmite nada de esto que ahora se desvanece en los abismos de mi memoria, ese lugar desde donde emergió el sueño, este sueño tan decorativo [y robótico]. Y respondo a las primeras preguntas: es conveniente, pero nunca se conseguirá reflejar lo soñado y, en un primer momento, el soñador reconoce ese mundo que acaba de abandonar, luego ya no, luego es un mundo perdido, del que un ha sido expulsado para siempre. Los sueños terminan por resultarnos ajenos como imposible es su relato. Regreso a la cama, sin esperanza.
+ El verano se me hace largo. Y, como culminación, este año todavía no he ido a la playa. Extraño la playa y ese sosiego infantil que me aporta. El verano se me hace largo. Corro, leo, trabajo; la suma de estas partes componen una totalidad con un orden rígido e invariable, le podemos sumar el sueño, le podemos restar los desplazamientos y las interrupciones que mi dispersión en internet me alejan de mi obligación, esas obligación que me he impuesto: la lectura como una vía de conocimiento, la relectura sistemática. El verano me distrae y añoro el otoño, como una forma elegante, los paseos y los colores, el aroma de la leña que arde, el color del vino rojo oscuro, los primeros fríos, el reflejo en el río de los árboles desnudos. Se derrama la poesía en lo cotidiano, imperceptible y constante. Dejamos el sufrimiento para cuando de verdad sea sufrimiento. El verano se me hace largo y trato de disfrutar de esta demora.
+ Imagen: un archivador en una librería de Lisboa. Supongo que seguirá en el mismo lugar, y ahí ha de permanecer hasta que el mundo se extinga. Dar cuenta de su presencia es una suerte de oración, una misiva al futuro que, como siempre, terminará por ser pasado.
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