sábado, 25 de junio de 2016

Various



+ El Conde de Villamediana comienza a cobrar cuerpo, su cuerpo de letra y su espacio de papel o pantalla. Debo encontrar un tema en su biografía que establezca una conexión con su poética, con su Faetón, con sus fábulas mitológicas. La intuición muestra una dirección: el carácter es el destino. Hay rasgos que inducen a buscar este paralelismo entre Faetón y la vida del Conde, pero semeja una explicación simple en exceso. ¿Es esto un impedimento? De ninguna manera, sin embargo he aprendido a establecer diques de contención a una suerte de corriente de pensamiento, ese yo interno parlanchín al que hay que acallar con frecuencia: en el estudio, en la reflexión y en la fiesta? En fin, a otra cosa. La caída de Faetón tiene un punto de unión con la vida del Conde: la deslavazada biografía y la caída del hijo de Apolo, su mala cabeza y su ambición sin cimientos. Por eso es necesario investigar la biografía, con lo complejo que esto me resulta, y, quizá, más que complejo yo diría paralizante. Escribir resuelve carencias al ponerlas al descubierto. Mi manera de escribir es muy dubitativa, a veces soy incapaz de opinar por miedo al error. He pensado en ello y creo saber dónde reside esta incapacidad. El Conde me guía en esta investigación sobre su vida y sobre mi incapacidad. Unir ambos temas es importante. Finalmente, después de espigar y centrarse en la cara oculta de la Luna permanecerá oculta, pero la motivación biográfica del poeta resplandecerá [mi propósito].

+ [Un poco más] Para comenzar he cogido en la biblioteca un libro de Néstor Luján, al que no sé si calificar de viejo libro o libro viejo. Decidnos, ¿quién mató al Conde? He leído el prólogo y contiene en sí una novela. Así soy yo, tendente a la novelaría y a la fabulación. Habla de cómo se gestó el libro. Habla de sus rutinas como escritor. Habla de cómo empleó una vacaciones en un tal Hotel Boix de Martinet de Cerdenya, cerca del río Segre. Utilizo en el buscador la opción de búsqueda de imágenes y me encuentro con una colección de paisajes de montaña, tan queridos por mí. Hoteles con tejados aptos para soportar la nieve, montañas en diente de sierra, coníferas, estrechas carreteras, ríos caudalosos y estrechos, lagos de montaña, pueblos encaramados en cumbres, nieve y niebla. Bien, pero el autor dice que comenzó a escribir en verano, “viendo como cómo los pescadores se afanan con la esquiva y la jaspeada trucha del Segre”. Y, añade, en lugar de entregarse, según su costumbre, a la lectura se sumergió en la redacción del libro que manejo. La redacción ocupó los días que van del 16 de agosto al 22 de septiembre de 1986. Todos estos datos me parecen suficientes para trenzar un guión cinematográfico donde se diesen en dos planos la estancia vacacional de Néstor Luján y la vida azarosa del Conde. Sin paralelismo, pleno de yuxtaposiciones. Ay, cómo me gustaría tener no ya el talento sino la capacidad de establecer tal guión. Etc.

+ Vi el libro cuando lo subieron del depósito y estaban sin cortar lo pliegos, es decir: un libro intonso. Debí esperar, porque sin rasgar las hojas no se permite el préstamo. El libro tiene más de cuarenta y cinco años y nunca se había solicitado. Soy el primero que leerá este ejemplar. Pienso en la palabra intonso y veo que es una realidad extremadamente lejana. Salvo en las librerías de viejo, resulta imposible encontrar un libro en estas condiciones. Ay, esos tomos de la editorial Gredos. No puede menos que sentir una punzada de sentimentalismo al tenerlo entre las manos, para equilibrar la afección sentimental cogí un libro de ensayos de Zadie Smith [que terminé por abandonar sin ningún tipo de arrepentimiento]. La visita a la biblioteca se debía a un libro sobre el Conde de Villamediana, donde se sopesa su homosexualidad, que se nombra mediante: el proceso nefando. Nefando lo subraya el corrector como subraya intonso y es, a la vez, otra palabra que ya nadie utiliza. Nefando viene a ser algo de lo que no se puede hablar sin repugnancia u horror. Uff, qué fatigas produce el paso del tiempo, cómo se refleja éste en las palabras, palabras que representan modos y edades, palabras que pierden su transparencia y se tornan en extrañas maneras de nombrar realidades que, en ocasiones, ya no existen, aunque para nosotros todavía sigan vivas. Nos morimos un poco en la muerte de las palabras. En fin, abro el libro y me enfrento a ese viaje que todo libro supone. Cuando me enfrento a su prosa, cuando estudio muy por encima la portada: sin ilustración ni fotografías, unas sobrias letras azules, rojas y unos finos filetes con esos mismos colores, me veo lanzado hacia el pasado. Se trata de un estudio de Luis Rosales sobre el Conde, su vida y sobre la misteriosa muerte que sufrió en las inmediaciones de la Plaza Mayor, en Madrid. Qué mundo tan lejano, me digo: tanto el del Conde como el de Luis Rosales, y no puedo menos que preguntarme el porqué de este interés por la figura del aristócrata calavera, qué razones me conducen a este autor . Llego a la conclusión de que es posible que no exista mucha distancia entre estas razones y las que nos llevaron a amigos o a la persona amada. La casualidad, ¿la casualidad para quién la trabaja? La cuestión que me ocupa ocurrió de la siguiente manera: primero debí escoger un tema para relacionar Siglo de Oro con la mitología o con la Biblia. Primeramente me incliné por Las Soledades de Góngora, pero quien me dirigía me dijo que era un tema demasiado trillado, que era preferible que indagase en autores de la escuela gongorina. Después de sopesar unas cuantas posibilidades me incliné por el Conde, más en concreto por su Faetón; como una suerte de fábula moral donde se recogerían causas y efectos de su vida: la hybris, la soberbia y la temeridad. En eso estoy: la hybris, la soberbia y la temeridad; cómo desarmarlo, cómo recomponerlo. Esa es la tarea.

+ Lectura de los sonetos del Conde comienza a mediados de junio, 2016.

+ En el día del Brexit recuerdo una visita a una vivienda en el Crescent de Bath. Nunca he sido particularmente entusiasta de las visitas turísticas. Tienen algo entre previsible, ornamental y falto de gusto. En este caso había notables diferencias. Hacía años que pensaba yo en Bath, debido a un curso de urbanismo que asistí allá en los inicios del milenio. Una de las tareas que se nos imponía el profesor consistía en dibujar plantas de ciudades, primero a lápiz que luego se pasaban a tinta y después se coloreaban. Un ejercicio agradable y tranquilizador. Cuando por primera vez oí hablar de la secuencia de Bath no dejé de preguntarme por las sensaciones que podría despertar el paseo por la ciudad balneario. Muchas veces pensé en ello y así nos plantamos allí, un día nublado y con no muchos turistas. No fuimos a los baños romanos, pero nos resultó imposible no entrar en aquella vivienda-museo que representaba el modo de vida de la Inglaterra georgiana. Me gustó que todos los que atendían a los visitantes eran ancianos, muy pulcros y amables, con un inglés relativamente accesible sin perder su color local [mmm qué expresión: color locas, qué descriptiva y certera]. Estaba prohibido hacer fotos en toda la casa, algo que se agradece, salvo con una excepción: desde un salón se podía fotografiar el Crescent, a través de la ventana. Así lo hice. Me pareció que era un gesto que encerraba una magia muy útilo para conjurar las heridas que el paso del tiempo produce. La invitación de aquella mujer rubia y alta me abría las puertas a un mundo finitio pero presente y auténtico. Hoy lo recuerdo, cuando el Reino Unido ha abandonado la Unión Europea y pienso que hay razones que florecen más allá del pesado e implacable tránsito de la Historia.


+ Imagen: cúpula de la Biblioteca Central de la Uned, en Madrid. Cuando entré allí era consciente de que tomaría una foto y esa foto habría de servir para el blog. La constación es ésta, no oculto que me produce una cierta satisfacción pensar en el camino recorrido: disparar, guardar, recuperar y publicar. Se puede decir que, casi, es un proceso orgánico. Allí, en esta biblioteca, permanecí durante dos horas consultando libros, tomando notas y observando a los otros lectores. Ver y ser visto. La foto, en su abstracción, contiene el momendo, ya que mediante ella soy capaz de recuperar sensaciones e intuiciones. Vale.

sábado, 18 de junio de 2016

Viajes cotidianos, variaciones, personas especiales




+ Los desplazamientos cotidianos tienen su protocolo y, cómo no, sus excepciones. Caras de la misma moneda que componen el mosaico de la vida común, ordinaria.

+ “… la esperanza de convertirse en personas especiales”.  Extraigo la cita de las páginas de cultura de El Mundo. La cita pertenece a un artículo de Luis Alemany sobre la última novela de VIrginie Despentes. La novela se centra en un personaje que ha envejecido y le que queda lejos aquella vida luminosa de los años noventa. Pronto tendrá cincuenta años. La cita que he copiado nos remite a aquellos jóvenes que escuchaban Radio 3 y, al mismo tiempo, se entregaban al ruidismo de Sonic Youth. Lo recuerdo perfectamente, yo era uno de ellos. El color perfecto de la cerveza, la voluta exacta del humo del Chester, discos, guitarras, salones desordenados y torres de libros de filosofía, crítica literaria, historia del arte, y novelas, muchas novelas, exposiciones de arte contemporáneo, liturgias y ebriedades variadas y exquisitas, y, sobre todo ello, gobernando el ambiente, un excelente acopio de pedantería. Vidas que se remiten a aquel momento, que hoy resulta lejano y antiguado. Sí, es cierto, todo envejece muy rápido y lo que ayer estaba dentro de un catálogo de buenas maneras y elegantes tics encaminados a eso: “convertirse en personas especiales” y, añado a renglón seguido, ser amados, hoy se ve como viejas veleidades perdidas en el fondo de los baúles, veleidades apolilladas y prescindibles. Ay, la soledad, la tristeza y el deseo. Atisbos de extravagancia, cinismo y culturalismo de ocasión: suplementos culturales, revistas de moda y mucho acopio de pop y cine, que eran emblemas de las carencias afectivas, las inseguridades y el reflejo de un mundo plano y provinciano. Todo, como acabo de escribir, se puede traducir en pedantería, sin duda, pero hay, también, verdad y una pérdida que habla de lo literario, de lo que fuimos y no volveremos a ser, que condiciona todo el tiempo que nos queda por vivir. Sin duda, hijos de Nirvana y la vida ejemplar de Kurt Cobain. Un camino de santidad, con su Fender y sus épicas depresiones. Allá queda, siempre, en alguna medida, y algo permanece: somos lo que fuimos.

+ Después de lo anterior: simultáneamente, estoy leyendo un grueso tomo sobre los entramados, políticos, financieros y periodísticos de la década de los noventa. Me detengo y me doy cuenta de que han pasado veinte años. No que es ignorase esta cuenta, sino que no la asumía como propia, de alguna manera me parecía que esos tiempos tenían una presencia que, valga la redundancia, era un presente continuo. Y no. Todo eso es material para el historiador, como lo anterior es material para el novelista. Finalmente, asisto al sedimento del tiempo que se fosiliza en la escritura, paso previo a la lectura, única actualización posible del pasado. El futuro no nos gusta. Somos lo que fuimos.

+ Una vez más, regreso a Heráclito, el oscuro. El carácter es el destino. La nobleza o la mentira, la pedantería o la humildad, el vicio o la virtud. Tantas y tantas posibilidades, tantas y tantas mezclas. La suplantación es otro rasgo del carácter.

+ He vuelto a las lecturas políticas. Se resuelve en un interés por lo diario que está contagiado por la actualidad periodística. Reconozco que el interés por el economista se ha desplazado hacia el politólogo, una la palabra que hasta hace bien poco resultaba extraña. Es, en ocasiones, necesario dejarse llevar por la corriente, flotar sin preocupaciones y disfrutar del baño. Pero, no hay más remedio, en un momento dado se debe volver a la obligación, pisar la orilla, secarse, vestirse y conducir hasta el hogar, con la idea del descanso con vistas al trabajo del día siguiente. Allá queda ese mecerse sin preocupación sobre la superficie del mar, dejarse llevar por las lecturas de la actualidad. Las opiniones, los comentarios, los argumentos. Pasará esta moda y estos libros que consulto hoy ocuparan el lugar que ahora ocupan otros libros que tuvieron su momento, su fama, su gloria. ¿Y la filología? No es, precisamente, un saber de masas. Demasiado abstracto y prescindible, podría decirse y se dice. ¿A quién le interesan hoy las humanidades, es esta etapa posthumanista? Yo, sin embargo, me entrego con gusto a la elaboración de un algo sobre el Conde de Villamediana. Un tema muy importante y nuclear en mi travesía de indagación y aprendizaje. No creo en la sentencia que dice que las tareas inútiles producen melancolía. Las etiquetas útil o inútil quedan fuera de esta órbita, por decisión propia y mayestática.


+ Imagen: botellas que permanecen alineadas, ¿alguien las ha colocado así por alguna razón, hay una intención artística? Bien, también el arte se hace al ver, y no necesariamente recluido en la veneración museística. Disparar es seleccionar, seleccionar es crear.Disparo, una y otra vez; una vez están las fotos en el ordenador, una vez más, selecciono.

sábado, 11 de junio de 2016

El tiempo presente





+ [Semi-política]. Palabras capturadas en el discurrir de una reunión: protocolos, tareas, significados, protección, orientación, herramientas básicas, plataforma, siglas, solicitudes, activación, informes, acceso, etc. No sé si acumular palabras de esta caótica manera da una idea de lo que tras ellas se esconde. La nada, el discurso vacío, la gratuidad. En un momento quien dirigía la reunión dijo que su plan de oferta de empleo no estaba siendo visitado por el número de personas deseado. Dijo, entonces, que, en realidad, a la gente no le interesa trabajar. Protesté, visiblemente molesto. Rectificó y añadió que tal vez se trataba de una falta de coordinación entre la oferta y la demanda. Luego la observé, presté atención a su jovialidad y a su optimismo. Una mujer habló y dijo que el programa de empleo era muy bueno, que a los amigos de su hijo los tenía al tanto de todo lo que salía en la plataforma, salvo a su hijo, que está licenciado en clásicas: “no se qué voy a hacer con él”, dijo con una sonrisa muy triste. Un hombre me miró y negó con la cabeza, yo hice otro tanto de lo mismo. ¿Dónde estaba la lírica? Vi la libreta de notas donde previamente había escrito todas las palabras antes mencionadas y me dije que había perdido la tarde en una reunión inútil, que no volvería. Conducía de regreso a casa, junto al río, con la música de Elvis Presley bien alta y en la ciudad se apuntaba un hermoso atardecer, sobre los puentes, sobre los edificios. No era una cuestión de ignorancia, sino de falta de empatía. Días más tarde salieron las cifras de empleo en los últimos meses y, sin saber mucho, no pude menos que pensar que eran trucos estadísticos, artimañas del marketing político, que ocultaban una dura realidad: el paro, los bajos salarios y la inseguridad. Mientras la mujer, aquella mujer pensaba que el que no trabaja es porque no quiere, ella con su hermoso y bien estructurado plan de búsqueda de empleo. Y así, un lunes, día de San Fernando.

+ La vida de Pete Townsend contada por el mismo. No he ido, por el momento, más allá de sus primeros años. El fresco de la vida en el suburbio londinense es muy evocador. Pienso en esas casas entrevistas, entrevistas desde el tren y desde el autobús, en las páginas que se han leído sobre los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. La misma ciudad y sus laberintos componen una imagen sugerente y sin perfiles claros, una idea que se eleva en cada mirada y muta sin interrupción. Londres es un modelo para comprender, válido para definir el mundo en su totalidad o para olvidarlo para siempre. Acabo de dejar la autobiografía del guitarrista de los Who y regreso al libro de Zadie Smith. ¿Otro Londres? Lo importante reside en el reconocimiento de la variedad de razas y modos de vida, que en lugar de ser una anomalía es la explicación propicia de la ciudad. Pasear por las calles que se alejan de lo turístico ilumina una idea solida: esta variedad no es un episodio, es una una característica fundamental del final del siglo XX y algo nuclear en el inicio del XXI. Continuamos con la investigación, por eso un libro de ejercicios de gramática inglesa sobre la impresora, a la espera, ¿esta tarde de sábado?

+ Una distinción encontrada un miércoles del 2016: los superiores son autoridad, los iguales tienen autoridad. Las pequeñas astillas de los campos semánticos tienen la llave a otros mundos. Esta es una: ser/tener. ¿Rendimiento? No es momento para la contabilidad.

+ [Lo banal de la modernidad (recogido en una reseña literaria que pretendía ser irónica y terminó por ser analítica sin llegar a encontrar una salida adecuada)]. Sumar mejor que restar, se enciende el motor y el viaje comienza: salir del garaje, desplazarse por la calle de todos los días bajo la lluvia, una glorieta, otra glorieta, sobrepasamos la estación de tren, la de autobuses y descendemos por la calle nueva camino de la carretera nacional, pero nos desviamos hacia la autopista. Suena muy dulce Radio Clásica, parece Bach, pero no podría asegurarlo; qué descubrimiento la música clásica, ya no me interesa otra cosa. Los coches son furiosos artefactos lanzados hacia el futuro, tan hermosos como cargados de peligro: derrapes, caídas indeseadas por taludes, colisiones frontales (…). Al volante es necesario concentrarse y estar muy atento. Me canso de la música clásica y paso al reproductor de Mp3: un suave y antiguo Reggae compone una muelle alegoría sobre lo que permanece: nada permanece, todo es cambio, mutación. Pienso en Brixton y es sólo eso, un recuerdo. Pienso en tautologías, comida coreana, guitarras barrocas y puestos de yuca, mango o aguacates gigantes. No es momento para despistarse, llueve y la conducción es algo serio. El puente tiene algo de animal antediluviano, de batea eléctrica, bestia hermosa y lejana, su esqueleto es virtud y elegancia desnuda. Como todas las estructuras promete más de lo que aporta, pero ahí está indiferente, pues la sugerencia no entra en sus funciones. Niebla espesa, un túnel, otro túnel y las luces antiniebla. La música, el amor, los coches. ¿Ataraxia? Conducir no es una virtud, de la misma manera que no se puede decir de nadie que abre muy bien las puertas [¿o sí?]. Lo paradójico es el emblema, la banalidad la leyenda.

+ “Pero en la mano tenía una llave fría y, alrededor, unas vidas más extrañas que cualquier ficción, más curiosas que la ficción, más crueles que la ficción y con unas consecuencias que la ficción nunca puede tener”. (Zadie Smith, Dientes blancos). La ficción aporta una capacidad de análisis de la que carecen otras modalidades de expresión escrita. La ficción propone un mundo sin interpretaciones, el lector establece los planos de realidad y los modifica en el proceso de actualización que su labor desarrolla. Determinar el sentido y la verdad del texto ilumina lo narrado, lo acota mediante el contexto del propio lector. Pero la vida misma supera esta capacidad. Porque la ficción no deja de ser un pálido reflejo de la vida. Basta salir a la calle con los ojos limpios y con un punto de desautomatización para comprobar qué extraño es todo, qué complejo, qué inabarcable. El vértigo del vidente. Los niños que juegan, las mujeres que hablan, el guardia que sigue con la mirada a una adolescente; los luminosos de los comercios, los supermercados, los coches, las motos; farolas, papeleras, adoquines, verjas. Toda esa totalidad no se revela contra el que mira sino que lo invita a dejarse llevar por su fluida apariencia: sin pedir nada a cambio. Somos actores y espectadores, simultáneamente. La vida cotidiana encierra en sí más misterios que cualquier novela de misterio que duerma en la balda de nuestra escueta biblioteca. Ver y ser visto, hablar y ser motivo de comentario, la glosa y la discusión, el avanzar hacia la interpretación imposible. No hay un sentido, ya que los sentidos son innumerables y cambiantes, cada sentido se ve reemplazado y asume su derrota, pero no se rinde, sufre una metamorfosis: lenta, humilde y definitiva. Etc.

+ Tres imágenes que se tomaron durante una tarde lluviosa de mayo. No hay más intención que saber que la lluvia estaba allí y conformaba un contexto y un escenario. La lluvia tiene hermosos reflejos, aquí hay dos reflejos y un árbol urbano y triste, que habla mucho de los que bajo su vertical caminan. Yo, uno más.

sábado, 4 de junio de 2016

Ut pintura poiesis



+ [Indagación]. La realidad es más un proceso que un objeto terminado, basta observar cómo las construcciones se cargan de significados al tiempo que el avanzar de la degradación se hace con ellas, contra el que la conservación lucha sin termino. Esa tensión entre ruina y conservación es un ejemplo de vida, de la vida en sí: no hay otra cosa. Hay en ello una tarea estéril, ya que, como dice el tópico, llegará un día que hasta el sol deje de iluminar.

+ Llego a una antología poética y encuentro una cita de Rimbaud que afirma que hay que ser absolutamente modernos. Yo moderno lo puedo conmutar y, así, hallar un haz de significados nuevos. La obligación de ser modernos ya caducó. La modernidad murió hace años y  todavía no se han percatado. La modernidad es un baúl cerrado, que al abrirlo expide olor a naftalina y el polvo de los trajes de los muertos. Hoy el brillo de las pantallas ha ahogado todas las vanguardias. Ya no hay nada más allá y poco a poco se muere esa rebeldía, el estallido de una forma que se resiste a ser capturada. La estructura de los días no deja demasiado espacio a la poesía, sólo hay una contabilidad exacta de lo útil, necesario y lucrativo, pero ante la muerte el beneficio no es tal, sólo arrepentimiento de las horas perdidas [lo digo como si mi costumbre fuese morir todas las semanas: y así es].

+ Suena Oasis, el grupo musical inglés. “How many special people change / How many lives are living strange”. Uno se para y observa a los que caminan a su lado y entiende que todas las vidas son extrañas, pero cuando penetra en ellas no encuentra menos sorpresa y paradoja. Todo está por descubrir y la capacidad de sorpresa anuncia una nueva vida entre los mortales. Como un largo poema que da detalle de lo efímero, la temporalidad asoma en cada rostro. Estudio en la proximidad la piel de una chica de 16 años y es un misterio esa perfección, que el tiempo se encargará de destronar. Así las montañas envejecen y se puede pronosticar que el sol un día se apagará. Mientras escucho Champagne Supernova. Cogeremos el coche para cruzar la provincia, otra vez, camino de Orense, en la ladera de una montaña, al abrigo de un bosque, con enfatizadas notas de aguardiente y pólvora. Ya es hora de marchar, cierro.

+ [Lectura]. En la biblioteca me han hecho caso y han comprado el libro de Lucía Berlin Manual para mujeres de la limpieza. Fui a buscarlo y comencé a leerlo el último día de vacaciones, en pijama, un miércoles. Quizá lo que nos termina por seducir de un libro es el hallazgo de una voz próxima, con la que conversar. Hay intuiciones que se concretan en lecturas y éste es el caso, tras ello: la conversación con un interlocutor que nunca responderá. Casi como un arte o un arte menor y sin esfuerzos, ni reconicimientos. Todo bien. Primero leí el relato que le da título al volumen, después uno sobre urgencias hospitalarias y ahora estoy con otro que reconstruye una reunión familiar y otros avatares que prefiero no desvelar. La persistencia de un tono desbaratado, que camina hacia una tristeza con chispazos de un humor ácido y exacto,  consigue que me identifique con la narradora. Siento cercanía y ternura por la mujer que cuenta, por esa dirección confesional y biográfica, musical y sincopada. La viñeta, el fragmento, el cuadro. Todo la suma de posibilidades que da lo no terminado, ese ámbito de la narración corta donde no hay un final explícito y esa apertura es una clave que desvela todo un mundo, el mundo pop donde habitamos. El pop es el rococó del presente. Y hay mucho pop en toda la narración. Somos parte de ese pop y por eso nos llega el libro. Lo asumo.

+ Momentos después de terminar de escribir el párrafo anterior, me dejo llevar por lo que encuentro sobre Lucía Berlin en la red. Fotos, notas y artículos. Veo y su foto y leo alguna que otra cosa para llegar a la conclusión de que la vida del artista, de la escritora en este caso, tiene muchos puntos de unión con las vidas de los santos. Sobre todas estas coincidencias sobresale una: la ejemplaridad. Su ejemplo nos llena de esperanza y convicción, llega de otro mundo, aquél mundo que le permitió ser y estar, pero que se ha desvanecido. En él triunfaba, en el gobernaba. ¿Seguro? Deslumbrados por el poder de la palabra impresa nos olvidamos que la correspondencia entre arte y vida no es necesariamente simétrica. Finalmente, el artista transforma la vida y ese transformar es lo artístico, no la vida en sí. Veo, otra vez, la foto de LB y entiendo algo en su belleza, en los penetrantes ojos azules, en el estilo con el que fuma, en la senda que entendemos de alcohol y dolor. Cierro las páginas y regreso a los relatos, si es posible, con una intención de velar todo lo visto sobre ella, todo lo leído sobre ella. Pienso en el carisma, en lo carismático que algunas personas tienen, ese magnetismo, abandono el libro y salgo a la calle. Mañana regreso al trabajo y, aunque no resulta doloroso, sí es un hiato. Contención, calma y sobriedad.

+ Otro libro, que no guarda ninguna relación con el anterior. Leo la solapa y me encuentro con la última frase del paratexto: “Algunos de estos libros han sido traducidos a varias lenguas”. Una vez vi al autor del libro. Era un hombre célebre, vi como un conocido se abrazaba él y él estaba perplejo. Era, pues, un hombre acostumbrado a abrazarse a otros hombres, que quizá ni siquiera conociese o que los conociese vagamente. Un gran bigote, encorvado y una prosa imposible, impenetrable, excesivamente abstracta, a pesar de decir que era del gusto platónico de hablar con palabras de uso común. Supongo que ya nadie le recuerda. Dejo el libro en su lugar y sé que dentro de un tiempo lo volveré a abrir y sentiré esa melancólica sensación: las obras, poco a poco, se hunden en una densa masa oscura, el olvido. Dudo mucho que alguien lea ya estos libros, con él éxito que tuvieron en su momento. Ahora es hora de dormir y, poco antes de caer en el sueño, me digo ¿quién lee ahora esos libros, en español, y en esas "varias lenguas". Ay, el sueño es la imagen de la muerte.

+ Salí a la calle e hice dos compras. Un boleto de lotería y los sonetos completos de Shakespeare. Los sonetos se unen a un ejemplar del Quijote que me compre a principios de año, ambos por un euro. ¿Es así cómo se conmemoran los centenarios? Prefiero el premio de la lotería a los quinientos años de gloria (sic). Etc.


+ Imagen. El camino que conduce al bosque: ese disparo fortuito que contiene un misterio que me resulta imposible aclarar. No deseo resolver ningún acertijo, no quiero encontrar claves, no me gustaría establecer un catálogo de signos. Pero ahí está el misterio, el sentido incompleto que un disparo regala, sin intención.