sábado, 9 de abril de 2016
Skateholders
+ La palabra que encabeza la entrada no tiene traducción al español, a no ser que se acepte un circunloquio. Un skateholder es todo aquél que tiene una relación con una empresa. Es un grupo variopinto y extenso, quizá difícil de determinar con precisión. ¿A cuantas personas concierne el hacer de una empresa o negocio? Pero esto es un apunte y adonde quería ir es a ese punto que se traslada a lo personal. ¿Podemos analizar nuestro día a día en esos términos de clientes, empleados, accionistas, suministradores, etc? Desde luego que no, pues sería empobrecer lo maravilloso de la vida cotidiana, pero al mismo tiempo se puede tomar como una herramientas más. Reconocer todos aquellos que se ven implicados en nuestras acciones, bien positiva, bien negativamente, es un ejercicio que nos lleva al examen de conciencia. Pero, es esto lo que se debe evitar y quedarse sólo con la parte del examen y dejar a un lado la conciencia. Neutro y sin balance.
+ El conferenciante tiene una edad indeterminada, es extremadamente delgado y su pelo es largo y espeso, también luce una barba rala. Su atuendo se compone de un pantalón muy ajustado, unas botas de motorista, camisa negra y chaqueta muy amplia y una corbata, igualmente, negra. Sin duda, tiene estilo, un estilo muy cultivado y un mínimo atisbo de presunción: contenida porque denotaría una inelegancia no deseable. Su dominio retórico nos transmite una seguridad y una dirección que es muy correcta, muy acertada. Pero, cuanto más le oigo, en el ordenador, más me parece que hay que poner una barrera: la sospecha. ¿Por convincente está en posesión de una certeza o todo es una expansión de su aspecto tan teatral y tan cuidado, de su voz y su dicción, sus gestos y las imágenes que utiliza para su disertación? Si uno busca su curriculum en la red encuentra que posee títulos y oficios, trabajos y ocupaciones suficientes para esgrimir un argumento de autoridad irrebatible, en la medida que puede resultar irrebatible en una discusión, pero que no metermina de convencer. Una sopa de gelatina separa su voz, que se apaga en la desconexión del ordenador, de mi reflexión sobre los efectos de nuestras acciones. Mientras todo se diluye observo a algunos que escuchan su conferencia. Vendedores, sin duda. Y pienso en la metáfora del navegante y su infausta impronta en el repertorio clásico: la codicia.
+ «… a mis años las novedades importan menos que la verdad», Borges en el prólogo a su Poesía completa.
+ El conferenciante no les llama imágenes a las imágenes, las llama slides. Es una constante en su discurso: la preferencia por el anglicismo y por la palabra inglesa, pronunciada con perfección del que ha vivido años en Estados Unidos. Un rasgo que se suma y aporta credibilidad, pero que le hunde más en la sospecha. Pronto, muy pronto todo lo que termina por decir será antiguo. Lo sabe y no tiene importancia en el discurrir de su discurso.
+ Veo fotos de T. F. Marinetti y trato de enlazarlo con las predicciones del conferenciante: predicciones o análisis de realidad, de una realidad. Finalmente, me parece que el toque irónico del Futurismo aportaba la necesaria distancia que pone cada cosa en su sitio. ¿Quién será el que alce la bandera: épater le bourgeois? Los oráculos que predican la buena nueva de la conexión total 7/24/365 no. Ese es otro negociado.
+ [Un libro en la biblioteca, un proyecto espontáneo mientras espero por otro libro]. La anécdota: en la primera página hay un post-it que detalla un viaje desde Pontevedra a Bergen y de Bergen a Pontevedra, luego Celanova y un regreso a Pontevedra. Pensar en los tiempos de lectura, las interrupciones y los abandonos, camas, sillas, asientos. Trenes, aviones o barcos. El espacio siempre es el mismo: el que el libro traza. Me gusta el pos-it y ahí quedará, ¿añadiré otro? El libro en cuestión es La muerte del padre, de Karl ove Knausgård. Me ha parecido una buena señal la nota que viene con el libro, como una compañía desconocida, un amigo (o amiga) que se pierde en un virtual mar de lectores que conforman la biblioteca pública. El libro descansa sobre la impresora a la espera de comenzar con el un proyecto: que consiste en leer veinte minutos o media hora diariamente, antes de ir al trabajo. He de sustituir el tiempo que dedico a escuchar las primeras noticas de la mañana por este libro. Hacía ya tiempo que me llamaba la atención, bajé un adelanto al libro electrónico: lo leí, pero quedó ahí. Ahora se abre un mundo que intuyo y, al tiempo, desconfío de esa intuición. El libro ha de conformar su propio ámbito y a él debe circunscribirse, sin transvasar su veneno a otros compartimentos, que yo deseo estancos: la poesía hispanoamericana de vanguardia. Por el momento prefiero olvidar las referencias que tengo del autor y de la novela y no acudir a ninguna fuente que cree un contexto; bastante tengo con la presencia de la primera página de la novela, que resuena como un zumbido, que subraya la idea que me llevó hasta el proyecto espontáneo de enfrentarme con una novela, después de tanto tiempo.
+ Consejos sobre la escritura: hablo con E. y me pregunta por qué lo que escribe le parece malo y decepcionante. No es fácil hablar de eso, porque a mí me sucede lo mismo y ha sido siempre una carencia paralizante que me llevó a abandonar redacciones extensas, durante largos y dolorosos periodos me condujo a sufrir por textos que consideraba insuficientes, desestructurados y prescindibles, tras haber trabajado mucho en ellos con ilusión y disciplina. Pero, lo sé, la clave ese esa: la misma que para cualquier empresa humana: la disciplina. La voluntad. Esa lucha se mantiene, pero aprendo a vivir con esa parte de mi persona que rechaza todo atisbo de perdón y sólo desea una perfección que es imposible. Nuestras imperfecciones nos configuran más que nuestros éxitos. Y debemos perdonarnos, ser indulgentes con nosotros, con el niño que fuimos y que se esconde en estos y otros pliegues. E. vuelve a preguntar y ella sabe que yo tengo conocimiento y competencia; me escucha con atención y le digo que sólo hay una receta: escribir con disciplina. No es diferente a lo que necesita el actor, el músico o cualquiera que quiera acometer una tarea con un mínimo de seriedad. La disciplina, la voluntad y el perdón por no ser perfectos. Somos, cómo no, imperfectos y eso nos hace ser lo que somos: para bien y para mal.
+ Imagen: un ángel que custodia la entrada a una urbanización, en Madrid. Una escultura, una estela, un hito en el paseo de los desocupados paseantes sin destino. ¿Un símbolo? La elección no está condicionada.
