sábado, 16 de abril de 2016
Idea de Portugal
+ Ideas sobre Portugal. De una manera casual llego a una declaraciones de Miguel Esteves Cardoso. El escritor, periodista, profesor (…) afirma que hay una confusión muy extendida que consiste en creer que la vida es lo que bien sale en el periódico o en la televisión, y no es así. Parece obvio, pero en muchas ocasiones lo obvio está emboscado en el ritmo de la rutina. La vida cotidiana es magnífica, inabarcable y misteriosa, llena de más laberintos que cualquier saga trenzada a lo largo de miles y miles de páginas. La familia, los amigos, los compañeros de trabajo. Cómo se establece el relato de los días y las noches, el suceder de las preocupaciones y su solución. Hay un camino en las profundidades de ese océano que es la vida y los medios de comunicación no son ni siquiera una etapa; decía MEC que esa vida es la vida de las redacciones periodísticas, su espacio o ni siquiera eso: un vago reflejo de lo que allí sucede. Paro el vídeo y me dedico a escuchar durante un momento la música de Handel, una flauta aletea en la soledad de la habitación donde mis libros conforman una ensanchada parte de mi mundo, pero eso: sólo un fragmento de lo ilimitado. Ya no pienso; respiro y busco reminiscencias en el café recién hecho.
+ De una cosa a otra. Tomo el catálogo de la exposición en la BNE sobre Pessoa en España. Manejo el libro y no lo abro. Me gusta el color azul que adorna la portada, las letras blancas que se recortan en ella, el retrato de línea clara de Almada Negreiros. El objeto es hermoso y sencillo. Me hubiera gustado ver la exposición, pero nunca tuve noticia de ella y de haber tenido noticia es muy probable que no pudiera haber asistido. El pequeño y manejable tomo me da una idea que se ve construida por el conocimiento de las salas y por una noción de vitrina y disposición. ¿Es suficiente? No lo sé, pero al menos sí que aporta un rédito de lirismo. La posición más avanzada en esta tarde, que se dignifica con esa tan buscada aristocracia lectora.
+ La ciudad como motor, motivo lírico y literario. Paseos, bares, peatones y automóviles muy rápidos en avenidas extremadamente iluminadas. Pero Lisboa era otra cosa bien distinta, no tan hermética, no tan moderna. Ese aroma atlántico traía restos de un naufragio inmemorial y nocturno. El río y las calles, las casas que ascienden por la colinas y esas palabras tamizadas de silencio. Librerías que se resisten a se capturadas por el vendaval de la historia y la electrónica: todavía hay gente que se resiste a leer en dispositivos y sólo admite el libro como médium. Hay mucha superstición en ello, pero es que la literatura es una suma de supersticiones y certezas sin base, o con una base arenosa y cambiante. Esa es su riqueza y su esclavitud. Ahora, mientras escribo y suena algo de música barroca, con el café frío en la taza, siento esa nostalgia de días que trajeron el color de verano y la brisa del Atlántico, una ciudad como un barco a a la deriva, azotada por vientos y galernas eternas, que se desviste en el verano y se transforma en una niebla impenetrable, como telas que vuelan sin continuidad ni destino. El motor se detiene y sólo queda la música.
+ Imagen: algunos jóvenes bailan en un extraño local ubicado en el centro de Lisboa. El tiempo se deposita sobre la foto sin voluntad alguna, ver la foto es pensar en aquella noche. ¿Qué permanece, qué se desvanece?
