sábado, 23 de abril de 2016
Mentalidad literaria
+ Recuerdo haber leído biografías de músicos de jazz que murieron jóvenes. Vidas ejemplares, en definitiva. Eran los años de mi adolescencia, que se caracterizaban por una constante sensación de deslumbramiento. La religión se veía sustituida por otra religión, una religión de novelas, jazz y pintura. Estaba la otra cara de la misma moneda, que se oponía, pero que formaba parte de la unidad: un incierto mundo de rock, tabaco y cervezas. Todo giraba en torno a una mentalidad literaria, que se conserva. Una manera de ver y de elaborar los relatos del día a día. Como el hilo que estructura un sueño agradable que se recuerda con precisión y agrado. Ha sido esta mentalidad la que ha guiado mis intuiciones respecto a las situaciones y a las personas que las ordenan, como si fuese necesaria una coherencia formal en las acciones y sus motivaciones. Las explicaciones a mi alcance son las explicaciones que podría utilizar en un comentario de texto sobre un fragmento de una novela; nunca se debe olvidar que éste está inscrito en una totalidad que le aporta sentido y verdad. Así, la veo tomar decisiones y creo que son inmotivadas y tratar de ver cuál es la razón de sus arbitrariedades me lleva a presentir algún tipo de fallo en la construcción de su yo. ¿Un yo débil e inseguro, resguardado en el poder recién adquirido? En el ejercicio natatorio hay que saber que la línea de flotación es fundamental para adquirir velocidad, cuanto más fuera esté uno del agua, más rápido avanza. Reflexiono sobre esta observación y sobre lo gratuito de decisiones que he visto en las últimas semanas y no tengo otra opción que buscar un sentido en la comparación o en la metáfora del nadador que conoce su arte: deslizarse sin ofrecer resistencia a la corriente, tratar de obtener la mínima superficie de rozamiento, adaptarse al medio extraño que es el agua; finalmente: si algo hay parecido a volar, esto es la natación.
+ Continúo con mi plan de lectura. Me levanto a la misma hora, hago mis tareas y, en lugar de escuchar la radio y ojear las noticias, tal como hacia antes de emprender este humilde proyecto, leo algunas páginas, no muchas, de la novela de Karl Ove Knausgård: La muerte del padre. Escribo, luego, alguna nota en una libreta de publicidad de un laboratorio farmacéutico con un pilot de tinta verde; por la tarde, bien las paso a limpio, bien las deshecho. La presencia de la lectura es una extraña sensación que no desaparece durante un buen rato. Cuando comencé me pareció que esa ebriedad ligera y limpia sería algo momentáneo, que en la segunda o tercera jornada ya no se aparecería, y me equivoqué. Al contrario, se mantiene constante: ni aumenta ni decrece. Su estabilidad se debe, así lo creo, a un equilibrio entre el cuerpo y el espíritu. Cuando salgo de casa hacia el garaje noto esa pulsión en mi sistema circulatorio: puedo sentir como la sangre fluye y esto me produce algo entre la satisfacción y un bienestar dulce y reposado. Creo que a la lectura se suma a la regularidad del correr y el ejercicio con pesas de las últimas semanas. Bien. Conduzco bajo el efecto aleatorio de la lectura y el ejercicio y hay algo que es muy similar al cine que se ve subrayado por la música del Mp3: encuentro que los escenarios de mi desplazamiento son adecuadas localizaciones para posibles secuencias de películas que nunca se rodarán Pero el aleteo de la novela continua ahí, como una palpitación, giro el botón y subo la música; queda poco para llegar al centro de trabajo. Ahí sigue; me despido de la música y de la marea literaria, hasta la salida. ¿Cuál será el próximo libro, ya que no sería extraño que la anécdota se transforme en costumbre?
+ La magia de un billete de metro que se usa como marca páginas. Su cara blanca y escrita, su cara rosada y atravesada por la marrón cinta magnética. Guarda la memoria de los viajes por el subsuelo de la ciudad, atesora las conversaciones que se dieron mientras los dos íbamos de aquí para allá, la esperanza, la alegría y la nostalgia cuando, finalmente, nos permite el humilde billete llegar a aeropuerto. Ahora ya es su otra vida: el marca páginas en la Poesía completa de Borges.
+ Por error escribo en el buscador versos de quinceañeras. No lo corrijo y veo lo que me ofrece. Pero en lugar de buscar textos, busco las imágenes. Qué se puede aprender de esta hallazgo o, digo ahora, hay algo que aprender. Desde luego, siempre hay una enseñanza, pero la labor del que lee, escucha o ve es estructurar y articular esa conseja que flota, que quiere se materia y no fantasma. Y el consejo moral es lo primero, pero compite con el sentimiento tierno y sincero del amor, la ternura y la fidelidad, el colorido rosa, la letra cursiva, el color del mar y el verde esmeralda. Como manos blancas y afiladas que se lanzan sobre un teclado de piano. La adolescencia es siempre cultural.
+ Imagen: edificio en Madrid; su recorte es constructivista y el perfil habla de todos los que han vivido ahí, los que han muerto, los que vendrán. Pero su palabra es silencio y nos lleva al mismo lugar: la repetición. Así es lo orgánico.
