sábado, 26 de diciembre de 2015

Coleccionismo




+  El regalo del día consiste en el aroma que desprende el café recién hecho a las seis de la mañana de un sábado de diciembre. El café resulta una droga liviana, que aporta una alegría extraña y que se va introduciendo por capilaridad en el tracto de la lectura y la escritura. Son ritos, una conjura contra lo diario. Sin normas, pero con un pacto entre la alegría y la verdad que se transforma y se construye en cada despertar. Hay una clara influencia de lo leído en las últimas semanas, con intensidad: Sobre los ángeles. La forma establece el dominio de la totalidad. La música nos traslada a la Edad Media y no admitimos una oscuridad absoluta, eso es ignorar la sustancia de los tiempos: no hay absolutos. Todavía palpita la noche y esa música trae consigo paisajes, animales y figuras que se han visto en cuadros, que se han elevado sobre crónicas, romances y poemas. El café es una conexión exacta con algo que no queremos terminar de definir por miedo a que se rompa.

+ No hace demasiado pasamos junto a unos aerogeneradores. Su imponen figura en la cercanía explica nuestro momento y nos acerca a las fábulas del momento, que son un hervidero bajo lo cotidiano. Como los jardines botánicos arropados por acero inoxidable mate, como las estaciones de metro, como lo hipertecnológico en el centro de la naturaleza. Hemos llegado a la ciencia ficción y ya todo es ascender. Veo el aerogenerador y me sobrepasa. Son esos ejercicios de desautomatización. A su lado las ovejas pastan indiferentes, con ese aire medieval, de tabla flamenca o de pintura al huevo alemana. Retratos posibles, con estos elementos al fondo: los descomunales molinos, las ovejas, mi soledad en el campo.

+ [El que no llega]. Y pienso en Cambridge Circus, durante un día lluvioso, en octubre. Poco antes de llegar habíamos visitado Denmark Street, para ver guitarras eléctricas y acústicas y bajos eléctricos. Caminamos con indiferencia bajo la lluvia, sin dar importancia a nada de lo que nos rodeaba, con un aire cosmopolita y banal. Las salidas de los teatros y restaurantes iluminados levemente, una delicuescente cascada de faroles dorados. Llueve y Londres es un escenario en sí mismo y eso contribuye con nuestra actitud: el fingimiento. Esa sensación peliculera y fatal, un sueño atravesado por insinuaciones y paraguas sospechosos. Espías y dobles agentes, triples agentes. Creo encontrar en ese momento una razón poética: el inicio de un soneto para agentes secretos, cenas caras y escasas, copas de vino en las estaciones de tren del norte de la ciudad. Un viaje rápido a Oxford: la autopista, los campos, caballos, un viejo avión de época: los años veinte del siglo veinte. Ahora, mientras escribo, llueve intensamente y leo algo sobre Kim Philby, sobre Guy Burguess. Suenan canciones de soul, tamizadas por la intensidad del café que hierve en la cocina. Llueve y los golpes de las gotas contra el cristal son un ritmo ajustado al momento, sincopas que hablan del confort y los placeres minúsculos: la lectura, el café, la música. No mucho más: regreso a los espías y recuerdo como Londres me fascina. Tinker Tailor Soldier Spy. Alec Guinness.  Quizá por eso en uno de los estantes reposa una matriuska, de color naranja, pero nadie conoce el significado de la matriuska: ahora lo desvelo con intencionada novelería. Etc.

+ "Se puede hacer un poema épico de la lucha que sostienen los leucocitos en el ramaje aprisionado de las venas." Federico García Lorca, 1932

+ Imagen: Londres a media tarde, en el momento en que un sueño se despierta y se emprende el camino al salón de té: té tibio y tartas de chocolate. El vuelo del espía comienza, pronto el ámbito de la cama acogerá la cosecha del día.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Lámina de diamante, alma de diamante



+ La semana comienza con una supuesta localización en un ría gallega de la Segunda Soledad de Góngora. Resulta muy interesante conducir sin prisas junto a la ría de Vigo con esta idea en la cabeza. Se hace materia el poema y los tránsitos de las últimas semanas, de los últimos meses. Islas, piscatores, nudosas texturas, el verde profundísimo, los esteros. Ese color ocre, el viento suave de la tarde de los últimos días del otoño. Allá a lo lejos se detiene el tiempo, pero no es un asunto nuestro, ya. Sólo somos lectores, en contra tenemos el tiempo. Pero son las imágenes que se incrustan en el imaginario personal las que han de perdurar: desde ese cristal se ve la ría, su extensión, la geometría de bateas y el Puente de Rande, como resto de un tiempo que ya fue nuestro y poco a poco se olvida.

+ Una reflexión sobre la basura. Son objetos que un día tuvieron otra vida, pero ahora se amontonan en esquinas y rincones. Lugares a donde nadie mira. Casas abandonadas, cunetas, fosos. La vegetación silvestre engulle esos restos de todos los naufragios: hilos, envoltorios, llaves sin cerradura, cerraduras sin llave, la herrumbre y el gasto de las vidas, sin recompensa. La contemplación estremece, pero no es momento de detenerse. Caminar y olvidar. Quién tiene mala memoria alcanza un espejismo: la felicidad.

+  "… en el primer caso la serpiente es directamente el diablo, en el segundo es un simple vehículo del diablo…"

+ Contemplar las nubes, estudiarlas, tal vez, pastor de nubes. Es como una fuerza insondable, algo que crece tras las montañas, algo superior a ellas mismas y más antiguo. Ver esas gruesas nubes, inabarcables, trae consigo la insinuación de grandes cuadros, cuadros inteligentes y certeros. Algo más que un ornamento. Espero en una cuneta y las nubes se desplazan con rapidez, dibujan un atisbo de épica. La mitología y el recuento de versos y libros. Es tan sumamente literario. En campo abierto y los molinos de viento eléctricos diseminan el paisaje. No hay preguntas.

+ Las canciones de los Smiths no están anticuadas, pero no son ya de este tiempo. Hoy las cosas son bien distintas, se hace de noche y esas afiladas guitarras tienen un poder evocador, que me alejan de este momento. Y llueve, es una lluvia cadenciosa y rítmica. Cada anécdota es un triunfo sobre el pasado, se escuchan con atención, se ríen, ensayan y lo intentan otra vez. Son certezas que riman con la lluvia.

+ La muerte, en lo diario. Me lo cuentan, con pena. Se cayó y permaneció en el suelo durante más de veinticuatro horas, ensangrentada. ¿Cuántos años tenía? Sobrepasaba los noventa, pero no puedo determinar exactamente su edad. Vivía sola, en el interior de su madriguera, con poca luz y sin calefacción, casi no necesitaba comer, apenas dormía y su tiempo transcurría entre la ventana, la cama y una pocas compras que realizaba cada dos o tres días: un cartón de leche, pan y fruta: una manzana, un plátano, una naranja. Y la vida se iba en su sorda vibración: atenuada. Se cayó y permaneció más de un día tirada en el suelo, a nadie está dado reconstruir esa angustia. Cuando dos vecinos entraron en la casa tiritaba nerviosa. Sus piernas sin carne ensangrentadas hablaban sin palabras: la ves, un día fue una niña. La llevaron al hospital y allí murió, sus hijos no dijeron nada, la funeraria se encargó de todo. Como si no hubiese existido nunca. Una esbelta columna de humo asciende en el crematorio. Esos mundos que desaparecen con cada muerte, la vida común, el tránsito cotidiano. No volverá a la tienda, ni abrirá su buzón, tampoco estará para ver como comienza el año desde su ventana. Ni siquiera eso, las persianas están bajas.

+ Incansable, suena Sibelius.

+ Imagen: nubes.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Escucha




+ La sensación placentera de una tarde noche de conversaciones, cerveza y pequeños y humildes manjares detiene el tiempo. Es un instante de luz y verdad. La verdad construida y necesaria, en nuestro propio interés. Son momentos cargados de poesía y oportunidad. El viento es suave y el otoño no es otoño, sino una prolongación del verano. Las calles transmiten alegría y deseo de vivir, no es la Navidad, hay algo diferente en esa noche de sábado. La palabra vibra en el ambiente, pero se resiste a ser capturada.

+ Una burbuja de poesía barroca y música de ese momento. Un laúd que suena, una tirada de octavas reales que se leen sin prisa. Y fuera llueve, suavemente llega el sonido del golpeteo sobre una tejadillo. No se detiene el tiempo, pero la sensación es esa

+ Historia de la fotografía. Abro el libro y dejo que fluya su vida en mis manos. Así llego a esos extraños paisajes en sepia. Pyramid, se titula uno: unas rocas en el Lago Pirámide de Nevada, en 1868; montañas de Uintah, en Utah, 1869. Me quedo un largo rato estudiando las fotos. El color y la presencia que ese estatismo me otorga en la tarde del miércoles festivo. La música de Bach abre un camino que hace que la irrealidad del momento se acreciente. Una burbuja, un puente entre una sensibilidad y la mía. Aquí estoy ante el grueso tomo que se abre en las páginas 198 y 199, ese aspecto de metal gastado en el uso en el taller o en el trabajo diario que añade brillo y restos de grasas y costurones: así se me asemeja. Pero no. El referente es otro. Días luminosos en paisajes que serían una plenitud de azules y verdes intensos, pero eso no se corresponde con la representación. Dudo que en la intención del fotógrafo estuviese la idea que hoy transmiten las fotos: un paisaje desolado y profundo, en el que la ausencia de figuras y animales nos hace participar de una inquietante realidad del tiempo: todo pasa y nada permanece. Ese agrio paisaje lunar es nuestro hábitat: la recuperación de la memoria, que  se sumerge, otra vez, en la estantería. [Antes de regresar a la estantería, el tomo me regala la estampa de una japonesa que muestra sus pechos: colores desvaídos sobre el mismo sepia, la certeza de que ya no vive y en la foto es una adolescente, y no cabe otra respuesta: las fotos en su hieratismo son finitud]

+ Ejercicios diarios para no perder el punto de vista, la posición privilegiada: no olvides que eres mortal, subrayan.

+ Y escucho a Sibelius, al tiempo: hay una suerte de otoño teñido de días luminosos, nieblas en las primeras horas y estrellas en la últimas horas de la noche. Escucho a Sibelius y recuerdo su afirmación de cómo llegan las primeras nieves. Hace frío a  primera hora y la niebla asciende desde los arroyos. Es una imagen fantasmal que de alguna manera ha de pervivir durante el resto del día: los luminosos y extraños días de diciembre. Una grulla sobrevuela la ría y pienso en que alguien dijo que las Soledades de Góngora se podrían localizar en las Rías Bajas. Estudio la bajamar y trato de establecer un paralelismo. No hace falta. Parece que la ascensión de Sibelius habla de la muerte, de la proximidad de la muerte. Se dibuja el vuelo de un cuervo, un gato traspasa un muro vegetal, las ovejas pastan medievalmente. El viernes está esmaltado de fuego y alegría. Profundos acordes de piano nos recuerdan quiénes somos, tal vez.

+ Imagen. Durante un paseo por Madrid, a última hora, el estudio de tatuajes. A través de un escaparate se ve la escena y tiene algo de interior holandés, de laboriosidad burguesa anclada en inicio de la modernidad. El camino continua y el trabajo no se detiene. Los días son hermosos en su sucesión acorde con sus ritmos.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Banquetes




+ El gusto por lo paradójico se manifiesta con mucha frecuencia, más de lo deseable. Por ejemplo, en las conversaciones de sobremesa, en los previos a la comida. Hablar del perro que caza salmones, del candidato y su guitarra eléctrica, las capacidades ornamentales de aquél que ya no está, de sus hermosas y descarriadas hijas. El ejemplo, la sentencia, la conseja. Así, la conversación deriva hacia lo íntimo, donde la paradoja también tiene cabida. Ese salto entre lo que se espera y el deseo se hace carne mortal en esas apreciaciones que el vino y el licor impulsan. Observar su desarrollo, el ámbito de expresión y la consecución es un entretenimiento empalagoso. Llegado un momento, todo es sabido. Los chistes, las risas, los gestos. Se han visto en demasiadas ocasiones y no reflejan más que una arista iluminada: vidas que consisten en digestiones y trabajo, trabajo y sueño, el tránsito de los días y las noches. Émulo del tiempo, la mirada se disuelve. No volveré más, me digo y la tarde es transparente en su camino hacia la noche, hacia su oscuridad y su certeza.

+ El dialogo y el banquete van de la mano. La mesa bien puesta, los platos bien cocinados y el vino abren los sentidos e iluminan el ingenio. Pero también la maldad, la maldad que crece contra los ausentes. Al que llaman espantapájaros, el otro que es un borracho o jugador, que dilapida el pan de sus hijos, y el de las deudas y el del sexo rápido y el que vaguea y que el paga sin preguntar. Total, conforme avanza la comida se aprecia como los muros se derrumban. El que no bebe resulta inquietante, como todos los abstemios. En ausencia de alcohol, cuando los otros beben, se llega al centro de las personas, que hasta ellos desconocen: cuando la maledicencia los desnuda y les traiciona, sin percibirlo siquiera.

+ [1 Corintios 1:28, Biblia de Jerusalem]: "Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es".

+ [Las vestimentas, el vestuario del héroe]. El cambio de aspecto contiene subterráneas razones, también la persistencia en un estilo alcanzado: años atrás, quizá en la adolescencia. Qué es lo que se puede esperar, qué es lo conveniente: agitaciones sinuosas y fluidas. Detalles en el atuendo, fosilizaciones de antiguos gestos, su renovación, el rubro y la sentencia que se materializa en lo diario. Ayer parecía aniñado, en el viento que desorienta, pero una ráfaga lo transforma todo: un hombre, con su madurez y su peso, delgado y afilado, sin sonrisa ya. Vierte el tiempo su sentencia y ésta es peligro y certeza.

+ Imagen. El autobús trata de salir de Bath, con destino Londres. Desde esa altura se ven las luces de las casas: se traspasa la intimidad: el salón, la habitación, el momento de la lectura, la charla, el televisor en soledad. Un semáforo detiene el autobús y se ofrece el hervidero de un restaurante, en un primer piso, a la altura de los asientos de los pasajeros. Qué realidades engastadas en el espacio que las comprime, disímiles y simultáneas. Así es el observador y el observado.