+ Las barreras de la intimidad. Llegan en los periódicos del día artículos sobre como la barrera que protege la intimidad se está derrumbando. Literariamente, se podría apostillar. Se postulan libros que ni son novela, ni son memoria, gruesos tomos que ofrecen detalles que no tratan de aportar nada más allá de su existencia. La literatura es eso: letra muerta que revive en la mirada del lector. Una estética de lo recibido lo dejó al descubierto y ahora, en pleno estallido de lo electrónico, todo se ha convertido en una posibilidad de realidad. La intimidad es una posesión nuclear, las capas exteriores pueden desecharse. La narración se establece en una suerte de no-esctructura [que es, sin duda, otra manera de ordenar]. Todos tenemos historias ejemplares en nuestro ámbito: familiar, laboral, sentimental. Esas historias contienen ejemplos y moralejas, pero sin estructura no son nada. Humo. La forma es la que le da a la obra de arte su estatuto, no lo excepcional, ni lo paradójico, ni lo fantástico. Así, cuando se oye: mi vida da para una novela, sabemos que eso no es cierto, porque lo importante es su textura y su armazón, la efectividad de la prosa, el engarce de las secuencias o la hilazón de las oraciones. Sentencias del amanecer, después de una larga noche de lectura y café. Lejos se oyen los silbidos del tren o el claxon de un coche sin destino, los noctámbulos se entretienen y la lectura es un pájaro que agoniza en una cuneta. La intimidad está más próxima a esta hora, a este momento posterior a lectura que a una exposición de las grandezas y las miserias del entorno.
+ Una habitación propia, Virginia Woolf. Esa necesidad de una habitación propia y de una renta, modesta pero suficiente para permitirnos algunas frivolidades: la escritura. La independencia y el aislamiento. El invierno llegará a las calles de Londres, todo habrá sido viento, un recuerdo, un sueño transido de verdad. La lectura de la semana pasada ha germinado. Se conecta con lo íntimo y con lo plural, con la invitación al viaje y la espera por éste. Libros que llegan y libros que se van. Bath, como punta de la posibilidad literaria, Londres como la evidencia que ofrece el ensayo de V.W. Para releer.
+ Mercadillo. Paseo por un mercadillo y descubro una vida oculta, un latido acompasado, pleno de verdad. No se trata de lo obvio. Está relacionado con el día, con la estación, la luz de final del verano. La disposición de los puestos en la plaza, el grito de una vendedora, el paseo de los ancianos, la alegría de las jóvenes, los colores y la aleatoria razón del intercambio: el trueque sustituido por la moneda, pero el trueque bajo los billetes y la calderilla. Allí está el trueque. Algo permanece. Lonas extendidas en el suelo donde se juntan zapatos y zapatillas, camiseta de rock duro, gabardinas y mallas, azules y verdes, azul eléctrico, una churrería y una camión jamones y barras de lomo embuchado. La actividad desvela historias no escritas. El día es cálido, hay una suavidad en el aire que parece extenderse a los rostros, a las manos, a la textura de las telas: las expuestas para la venta y a las que se lucen. El negro del paño, el denin roto, las blusas y su vapor de tormenta próxima. Algunos hombres fuman en la terraza de un bar y beben sangría, sobre la mesa de acero hay aceitunas y golosinas. Se ríen y aprueban con su cabeza. Dientes de oro, anillos de oro, cadenas de oro. Fuman con glotonería, intensamente. Su risa es sonora como el ronroneo del tráfico: sorda y contundente. Como subrayaba en Virginia Wolf hay algo que hace que el movimiento humano se asimila a la idea de una fábrica.
+ [1] Camina a saltos, como un pájaro. Botines de tacón, pantalón perfectamente planchado y una camisa color hueso translucida como un folio o una fina lámina de madera. Es muy bajo. Fuma un cigarrillo negro y mira a un lado y a otro con marcial desinterés. Una digna calva, cierta aristocracia de barrio en sus pasos y en sus miradas. En el atuendo se refleja lo meticuloso y lo electivo. Camina por el mercadillo y saluda a unos y a otros. Un gitano lo llama por su nombre, el asiente con un gesto, como un saludo entre iguales poco antes entrar en batalla. Se pierde en el corazón del mercadillo.
+ [2] Camina con decisión. Parece joven, aunque no se podría determinar la edad. Su piel es extremadamente oscura y mate, los músculos se dibujan con perfección. El pelo muy corto. Lleva bermudas y una camiseta. Es imposible no reparar en la camiseta: bandas horizontales marrón oscuro y marrón claro. Tanto en la espalda como en el frente, ha recortado tres círculos en cada banda: seis en total. Hay una clara relación entre la inspiración y el hecho en sí, en la conjunción de los elementos del atuendo y el resultado final. Cada prenda asilada no es mucho más que un durmiente, en conjunto y en combinación reviven y crean un personaje. No importa la calidad de los elementos, su armonía, cuenta el personaje.
+ [3] Camina sin prisa, pero con determinación. Delgada. Una vez más, la suma de los elementos es superior a la totalidad. Por separado, las prendas carecen de interés. La elección es adecuada al momento. Chaqueta de punto azul cielo, camiseta blanca, minifalda rosa y calcetines blancos, unas zapatillas en el mismo azul que la chaqueta. En la falda hay bordado un número: 1980. Podría ser su fecha de nacimiento. Un collar de cuentas de cristal, el pelo lacio, un rubio imposible. Los hombres se vuelven. Ella parece saberlo, pero no le da importancia. Se esparcen las esporas de su carnalidad. Así, pasa a formar parte de una reparto de personajes, ese es su papel: sin texto, sin luces, sin más teatro que el ámbito de la calle, los establecimientos comerciales y los escenarios de las plazas. La equiparación entre la vida cotidiana y lo escénico no es importante, es imprescindible. Ella le da un acento a la mañana de erótica y fiesta, absoluta juventud. Una templado alejamiento que la hace dueña de las miradas, que las considera calderilla necesaria. Los hombres que beben sangría en la terraza sonríen, pero ella es ajena mientras se adentra en el pasillo que se forma entre los puestos. Tiene algo de pez volador, que salta entre las olas y se zambulle en lo interior, en lo profundo, en lo dado.
+ Cualquiera de los tres apuntes podría se el punto de partida de un relato o de una colección de moda. Son intercambiales en su contemplación. Este supuesto se puede rebatir sin dificultad, pero eso es una derivación no deseada. No se trata de eso. Importa la calidad de la mañana y su estructura oculta, la grandeza de lo cotidiano, de la vida corriente.
+ [Ilustración: en Brick Lane. Un mercadillo, un maniquí, la mañana y la erótica de los paseos sin destino]
+ Una habitación propia, Virginia Woolf. Esa necesidad de una habitación propia y de una renta, modesta pero suficiente para permitirnos algunas frivolidades: la escritura. La independencia y el aislamiento. El invierno llegará a las calles de Londres, todo habrá sido viento, un recuerdo, un sueño transido de verdad. La lectura de la semana pasada ha germinado. Se conecta con lo íntimo y con lo plural, con la invitación al viaje y la espera por éste. Libros que llegan y libros que se van. Bath, como punta de la posibilidad literaria, Londres como la evidencia que ofrece el ensayo de V.W. Para releer.
+ Mercadillo. Paseo por un mercadillo y descubro una vida oculta, un latido acompasado, pleno de verdad. No se trata de lo obvio. Está relacionado con el día, con la estación, la luz de final del verano. La disposición de los puestos en la plaza, el grito de una vendedora, el paseo de los ancianos, la alegría de las jóvenes, los colores y la aleatoria razón del intercambio: el trueque sustituido por la moneda, pero el trueque bajo los billetes y la calderilla. Allí está el trueque. Algo permanece. Lonas extendidas en el suelo donde se juntan zapatos y zapatillas, camiseta de rock duro, gabardinas y mallas, azules y verdes, azul eléctrico, una churrería y una camión jamones y barras de lomo embuchado. La actividad desvela historias no escritas. El día es cálido, hay una suavidad en el aire que parece extenderse a los rostros, a las manos, a la textura de las telas: las expuestas para la venta y a las que se lucen. El negro del paño, el denin roto, las blusas y su vapor de tormenta próxima. Algunos hombres fuman en la terraza de un bar y beben sangría, sobre la mesa de acero hay aceitunas y golosinas. Se ríen y aprueban con su cabeza. Dientes de oro, anillos de oro, cadenas de oro. Fuman con glotonería, intensamente. Su risa es sonora como el ronroneo del tráfico: sorda y contundente. Como subrayaba en Virginia Wolf hay algo que hace que el movimiento humano se asimila a la idea de una fábrica.
+ [1] Camina a saltos, como un pájaro. Botines de tacón, pantalón perfectamente planchado y una camisa color hueso translucida como un folio o una fina lámina de madera. Es muy bajo. Fuma un cigarrillo negro y mira a un lado y a otro con marcial desinterés. Una digna calva, cierta aristocracia de barrio en sus pasos y en sus miradas. En el atuendo se refleja lo meticuloso y lo electivo. Camina por el mercadillo y saluda a unos y a otros. Un gitano lo llama por su nombre, el asiente con un gesto, como un saludo entre iguales poco antes entrar en batalla. Se pierde en el corazón del mercadillo.
+ [2] Camina con decisión. Parece joven, aunque no se podría determinar la edad. Su piel es extremadamente oscura y mate, los músculos se dibujan con perfección. El pelo muy corto. Lleva bermudas y una camiseta. Es imposible no reparar en la camiseta: bandas horizontales marrón oscuro y marrón claro. Tanto en la espalda como en el frente, ha recortado tres círculos en cada banda: seis en total. Hay una clara relación entre la inspiración y el hecho en sí, en la conjunción de los elementos del atuendo y el resultado final. Cada prenda asilada no es mucho más que un durmiente, en conjunto y en combinación reviven y crean un personaje. No importa la calidad de los elementos, su armonía, cuenta el personaje.
+ [3] Camina sin prisa, pero con determinación. Delgada. Una vez más, la suma de los elementos es superior a la totalidad. Por separado, las prendas carecen de interés. La elección es adecuada al momento. Chaqueta de punto azul cielo, camiseta blanca, minifalda rosa y calcetines blancos, unas zapatillas en el mismo azul que la chaqueta. En la falda hay bordado un número: 1980. Podría ser su fecha de nacimiento. Un collar de cuentas de cristal, el pelo lacio, un rubio imposible. Los hombres se vuelven. Ella parece saberlo, pero no le da importancia. Se esparcen las esporas de su carnalidad. Así, pasa a formar parte de una reparto de personajes, ese es su papel: sin texto, sin luces, sin más teatro que el ámbito de la calle, los establecimientos comerciales y los escenarios de las plazas. La equiparación entre la vida cotidiana y lo escénico no es importante, es imprescindible. Ella le da un acento a la mañana de erótica y fiesta, absoluta juventud. Una templado alejamiento que la hace dueña de las miradas, que las considera calderilla necesaria. Los hombres que beben sangría en la terraza sonríen, pero ella es ajena mientras se adentra en el pasillo que se forma entre los puestos. Tiene algo de pez volador, que salta entre las olas y se zambulle en lo interior, en lo profundo, en lo dado.
+ Cualquiera de los tres apuntes podría se el punto de partida de un relato o de una colección de moda. Son intercambiales en su contemplación. Este supuesto se puede rebatir sin dificultad, pero eso es una derivación no deseada. No se trata de eso. Importa la calidad de la mañana y su estructura oculta, la grandeza de lo cotidiano, de la vida corriente.
+ [Ilustración: en Brick Lane. Un mercadillo, un maniquí, la mañana y la erótica de los paseos sin destino]