sábado, 26 de julio de 2014

París


+ Algunas canciones de Pete Doherty en la memoria, mientras la marea baja. Bañistas, canoas, la niebla. Entrevistas, declaraciones, ruedas de prensa. El tacto del alcohol, el perfume del hachís, tal vez. Todo se condensa en la mirada que traspasa el paisaje, que lo transforma y le da sentido. Hoy.  El artista aparece llegado de otro siglo y se hace presente, es la encarnación del dios del momento, del gesto y del instante. Es un poeta maldito y vocacional. El desorden y la heroína son una punzada de poesía y soledad, la muerte en vida y su soslayar el tumulto, la pasión por lo diario, el trabajo y las obligaciones. Ayer, en la playa, bajo el sol: un poema de Miguel Ángel Velasco: el ala muerta, los huesos que compusieron su articulación, el arpa sorda sobre la arena [sobre la arena, tal vez], qué son sus huesecillos: un arpa hiriente y muda. Conciertos completos de P.D.: Manchester. The Trench, Le Blouson Noire, Les Jeans, Le Cigarette. El rock más literario: el hiriente filo de una deserción, el robo, la traición a las propias reglas. Les gusta el arte, no les gustan los artistas: su textura es veneno y perdición. Un obstaculo. Las guitarras, el atuendo, el rock es teatralización y vida sublimada: un rito, un exorcismo, una misa pagana. Es la posición sin posición. No hay impostura. Hoy no hay impostura.

+ Calles de Paris. Transitar una vez más la ciudad sin un destino claro. Las estaciones de metro. Por ejemplo: Sevres-Babylone. Nadie habla por teléfono, el aire es ligero y está perfumado de suaves drogas, inaprensibles, benévolas, ficticias. Sin consecuencias. El segmento superior del vagón tiene clavada una pegatina: un rostro en su delineada silueta: es una mujer, su pelo tiene la misma forma que un ala de cuervo. Queso, vino y tabaco turco. Los ásperos senderos de los jardines, columpios y estetas de última hora, la noche ha terminado y el amanecer es oro y Calvados. El día, la primera hora de la mañana. Le vi pasar y le reconocí sin dificultad. Alto, el cuero de su chaqueta, el sombrero tan ancho, anillos y tatuajes. No me vio, no me reconocería. Yo soy transparente, humo, tierra de mil desiertos, niebla de informes y detalles de dossiers que nadie va a leer. Suenan teléfonos en los despachos, nadie responde, tampoco yo respondo. Suspensión de juicio.

+ Tal vez Rimbaud. Son los hermosos tomos que permanecen apilados en una repisa en la habitación de la música los que le dan sentido a esta hora. Las guitarras son barcos durmientes, o mujeres atrapadas en su madera y en el acero o en el nailon de sus cuerdas. Paris se desvanece según el día se hace patente. Quién fue aquél que despreció su pasado de romanticismo y heroína, de libertino y lector marginal, que ahora recibe en un bufete en el centro de la negra provincia: maderas rebarnizadas, secretarias y un polvoriento olor a orines y al vino de los muertos. Apoyado en la barra del bar explica la diferencia entre la adicción y la dependencia. Nadie le escucha.

+ El rescate de la guitarra, una guitarra española llamada: [Brigitte].

sábado, 19 de julio de 2014

Intervalos


+ Las caravanas, el camping, el verano. Sin saber por qué, llega un hilo de literatura, la sugestión que produce pensar en territorios inestables, la posibilidad de una historia que se bifurca o se contrae [levemente, alguien apostilla], que se extienda más allá del ámbito de la narración y abarca la visión de lo total. Tal vez: Buenos días tristeza. El verano entonces era eterno. El verano de la infancia. El verano es un territorio libre que se desvanece. El verano contiene un canto de libertad sin espera, que se traiciona a sí mismo en otoño: el regreso a las tareas. La indolencia prueba sus trucos de adivinación y ocultamiento, la precisión de sus diagnósticos. Pero no, sobre todo reina el silencio y la suspensión del juicio. En esta hora hay un posibilidad, acotada en el presente. Un zumbido de motor, insectos que se transparentan contra las cortinas, el sabor de los licores helados. Se recorta el recuerdo y salvamos lo deseable. Playas, piscinas, pasillos infinitos en hoteles infinitos. Colores planos, líneas austeras, texturas frías. El contexto y sus jerarquías.

+ Todo se detiene y con ello la sugerencia: sólo es una fracción del día: la cinta para correr, música en el reproductor de Mp3 [modo aleatorio] y la pantalla que hay enfrente de la propia cinta. Un programa de televisión: Casas de verano. Se trata de transformar una suerte de cabañas o casas prefabricadas en hogares ideales. El resultado es plano y reiterativo. No lo comprendo bien. Antes de la operación hay vida, luego un decorado de gran almacén:  blancos y azules náuticos, cojines y lámparas a juego, un timón aquí, una linterna marítima allá. Antes, sobre las paredes se acumulaban, en un desorden sin estudio ni composición, recuerdos y baratijas, cuadros y adminículos, bajo un sofá los juguetes de los niños, escondites, laberintos, trampantojos. No sé, escojo la vida y su reflejo en el arte narrativo al orden frío y estático de la decoradora. Supongo que pasados dos o tres años, la cabaña adquirirá la pátina en la que se traduce el paso del tiempo, las edades, las alegría y las decepciones. Supongo y  es mucho suponer. Continuo con mi ejercicio, arropado por la música. Me detengo y comienzo a no pensar, a evitar la visión de la pantalla, de los torrentes de representación y docilidad. El cero es el objetivo.

+ Dudad, dudad de las narraciones sobre vuestra biografía, también del comienzo de vuestro relato. Sois todo lo que otros fueron, también lo que no llegaron a ser.

 
+ Instrumental topográfico. Encuentro el manual de un teodolito entre papeles y recibos. Es cierto, puedo establecer fechas y espacios: lo recuperé del cubo de la basura, en un oficina en la que trabaje hace no mucho tiempo. Su formato me llamó la atención, mientras yacía en el fondo negro del cubo. Ahora lo veo y me resulta interesante en un sentido descriptivo. Esto me indica un cierta dirección estética que establece dimensiones, una capacidad para descubrir ese algo permanente que ciertas cosas albergan en su composición, en su formato o en la estructuración de su contenido. Sin más: el manual es hermoso y la palabra manual se ajusta perfectamente a su naturaleza. El artificio, ese acento artístico  que, sin intención, ha cristalizado. La función rebasa su carencia de aura, pero ésta se establece cuando se ve recuperada del cubo de la basura. La ignorancia se convierte en un aliado. Pero el manual no es ni siquiera un libro, es un folleto, unas instrucciones básicas: tapas de cartulina verde tal que una tela especial, un verde entre lo militar y lo ducal, una tela veneciana, un vínculo entre el sentimiento y la certeza, el papel es un papel para resistir lo climatológico. La plasticidad inherente de lo exacto, sin ornamentos. Su tipografía es austera y contundente. Fotos de precisión extremada, en las que la disposición no admite la ambigüedad. Hay en el tacto del papel una transmisión limpia del contenido. Todo en su justo punto, los pesos compensados, la articulación y el equilibrio. Está en ella contenido otro tiempo, un tiempo de geometría y campo, de libretas donde apuntar medidas angulares y esbozar croquis. La geometría: triángulos, vértices, alturas, depresiones, vaguadas, crestas. La línea recta, la curva de nivel, la segmentación de la geología. Parcelas, linderos, caminos, el conocimiento que habrá de ser recuperado en el gabinete. Cotas y grados, orientaciones y brújulas. Hay una totalidad hermosa en el enunciado: trabajo de campo y gabinete. Es un buen momento para pensar, una vez más, en las reglas que determinan el ensamblaje de las partes.

sábado, 12 de julio de 2014

Sinestesia


+ Durante los últimos días he estado leyendo La lluvia amarilla, de Julio Llamazares. Irremediablemente han resurgido escenas y paisajes,un tiempo cercano pero con sedimentaciones y antecedentes anteriores a mi nacimiento, al de mis padres, quizá. Paseos, demoras, absortas horas en la lejanía de la montaña. Fue el verano pasado, visitamos pueblos abandonados, pueblos fantasmas, pueblos derribados por el viento y la lluvia, el abandono y la fina y afilada sensación de haber presenciado esto mismo: en otras circunstancias, con otros motivos. Agitados bajo sus restos, crece la maleza, se robustecen pequeños árboles, aletean los cuervos, reptiles ansiosos que traspasan lo que una vez fueron muros. La lectura, como es sabido, tiene un extraño poder evocador. Pienso, mientes leo, en la tierra de mi padre, en las cosas que a él le he oído contar sobre su infancia, cuando en el pueblo había más de trescientos vecinos y hoy apenas quedan tres viejos. La melancolía y el desamparo de la agricultura. Las autovías conducen a metrópolis incesantes, sus aristas se hacen materia en los comedores sociales, la pobreza en la ciudad es más pobreza. Es la sugerencia que se articula en mi biografía, deudora de la de mis padres. Hay conexiones subterráneas que establecen vínculos con realidades insospechadas, juicios motivados por una palabra dicha bajo un castaño en un día de agosto, cuando todavía había rebaños y pastores, cuando las fiestas eran celebración y no silencio y ausencias, cuando los niños jugaban y las mujeres reían y los viejos distribuían el tiempo destilado. Pasear por esas ruinas es pasear por la historia cuarteada de muchos de los que nadie recordará su nombre, sus fantasmas habitan en aquello que construyeron y hoy sólo es viento y humo, madera quemada, húmeda, podrida, entre la piedra y la pizarra. El paisaje permanece impasible, moralmente neutro, aquí reside una respuesta, una de tantas.

+ Son los poemas que transmiten un impulso, un bello cuerpo de látigos y descargas. Allí están. El latido auténtico. ¿Son necesidades, necesitamos las descargas de irrealidad que contrastan con el momento y su plana superficie? Luis Alberto de Cuenca: " (…) los nombres propios que me amaron/ ya no están en este mundo". La decisión de citar se instala en lo reiterativo del día a día, la ruptura del hábito simula libertad: sólo es un instante. El pequeño tomo de Marco Aurelio, Las meditaciones, se abren cada mañana, se cierran cada anochecer. La última hora del día es un rumor de olas y una pequeña cabaña. Hormigón, cristal y viento.

+ Hay un número 7 que tiene bigote, no éste que arroja el ordenador, sino el que yo escribo. Lo veo y es un siete con bigote, indudablemente. Repito el giro de la mano y vuelve a salir de su escondite. ¿Asombrarse con lo mínimo, la propia caligrafía, ese milagro de esfuerzos y desvelos de aquellos maestros, de mi madre en la cocina? En el siete tengo a mi madre, aquí y ahora. Ella también le ponía bigote al siete.

+ Hace tres días un camión perdió parte de su carga. Vísceras de pescado se esparcieron por la carretera. Insoportable olor, particular visión de su textura: gris, acuosa, tibia. ¿A dónde se dirigía con ese cargamento el camión? Inversiones, mercados y mercaderes. Todo se unía en una danza estúpida, bajo el limpio cielo de julio y el vuelo de los cuervos para los que se aproximaba un festín. Los pájaros no son meros resortes, pero se amejan mucho [su vuelo circular, terco y determinado]. No era tiempo de pensar, era tiempo de trabajo, el trabajo físico y duradero. Auténticamente humano.

sábado, 5 de julio de 2014

Velocidad


+ This charming man. The Smiths. Es un estallido que se expande, certeza en sus evocaciones, exacta en su melancolía, La letra, la música. Flota el deseo y la ambición. Un bucle que me remite a la adolescencia, que se eleva hoy en la oficina mientras alguien teclea en su ordenador. Sus escenarios son cambiantes, y sigue allí. Paisajes, nocturnos de alcohol y coches, humo y bailes a los que no fuimos invitados. El estilo y la imitación. Tan lejano como entrañable, cómo se transforma la persona: ¿has traicionado a aquel adolescente que fuiste?, cuántas veces me he hecho esta pregunta y mi respuesta, secuencias transversales, es un arrogante no. A veces utilizo esta herramienta de medida y los resultados son terroríficos. El tiempo es erosión y olvido, tenerlo presente es un moneda reluciente, oro y vino, amor y fe, escuelas y maestros, ya no están y yo les recuerdo mientras en aquella oficina suena la canción, ¿fuera de su contexto? el contexto se transforma y se impone. El contexto no es uno, ni es estable. Vuelvo a leer la letra, escucho la canción y decido que más que un himno es una compañía necesaria. Viajes coche que no cesan. El día termina, y los cuervos vuelan sobre su territorio, grazna y saltan, aquel hombre encantador y su coche encantador transitan por todas las carreteras que se nos ofrecen.

+ Metonimia. La necesidad de nombrar, el hecho cierto de las palabras y sus consecuencias. Laberintos, jardines geométricos, planos, archivos, calles y desvíos, atajos y escaleras, descensos y orden, simetría, pliegues. Fría piedra nocturna. El amor y el deseo. La tensión en las primeras horas de la mañana. No son todavía las seis de la mañana y arranco el coche. La música no es un sustituto, en sí misma ofrece las pistas necesarias para comenzar el día adecuadamente. Una abstracción contundente y la estructura del poema sinfónico establecen las bases que han de sostener el edificio: lo cotidiano como única respuesta al desasosiego y a la certeza de la muerte. Cada momento tiende a convertirse en un compartimento estanco, ahí reside la solución. Es ahí donde la eternidad transita, donde muestra la vía. Nombres en el olvido, una canción que un día evocó el amor y la distancia. La noche ya no es el final del día, ni un paréntesis en la rotación terrestre. La noche cercena el pulso de las negras aves que anuncian otro final.
 

[DRAE: metonimia f. Ret. Tropo que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa, el autor por sus obras, el signo por la cosa significada, etc.; p. ej., las canas por la vejez; leer a Virgilio, por leer las obras de Virgilio; el laurel por la gloria, etc.]

+ "Todo es extraño en Praga o, si usted prefiere, nada es extraño. Cualquier cosa puede ocurrir. En Londres, en algún atardecer, he sentido lo mismo". Borges El informe de Brodie, Guayaquil. Yo también percibí esa inquietante sensación, tenue y vibrante, como el vuelo de una avispa, el viento entre las hojas, un bosque remoto, el silencio en las clínicas, el rumor de los aparatos eléctricos en la soledad de las salas de espera, la pálida iluminación de los tubos fluorescentes. Una vez más. Lentamente cae la noche y siento el tránsito de los vampiros sobre las copas de los árboles; vidrieras, ladrillos rojos, luces amarillas, mujeres que observan la calle desde sus ventanas, coches negros que cruzan velozmente la calle. Una vez más. He visto a los vampiros traicionados por miradas adolescentes, he visto el vapor de su aliento cristalizado en las calles menos transitadas, callejones donde el miedo es más teatro que acción. Hoy se confunden con la tramoya del escenario urbano. Lo celebramos una vez más.