+ Un fragmento antes de volver sobre la historia de Francia, antes de dormir: “anamnèse, épigone, noème, théorétique, les termes notés sur un carnet avec leur définition pour ne pas consulter à chaque fois le dictionnaire” Annie Ernaux, Les années (2008). Son recortes de la realidad que ofrecen un punto de vista urgente y útil. Esa utilidad es difícil de percibir inmediatamente, sino que germina y termina por crecer: un día te das cuenta, mientras esperas, por ejemplo, en un aeropuerto, que la observación de las personas está condicionada por todo lo leído y, entonces, la lectura, cobra sentido. Son monedas que atesoro.
+ He recuperado tres libros y los he colocado juntos. El primero, Portugal. Um país parado no meio do caminho. 2000-2015 de Miguel Real. A continuación, La vitoire des vaincus. À propos des gilets jaunes de Edwy Plenel. Finalmente, el último libro de Giuliano da Empoli, L’heure des prédateurs [que recientemente he terminado de leer]. Los tres analizan la situación en tres momentos de los veinticinco primeros años del siglo XXI. En todo análisis siempre hay, necesariamente, un atisbo de predicción. El pronóstico del futuro aparece porque esta es una de las funciones que debe realizar cualquier ensayo, explícita o implícitamente. Creo que no importa mucho si aciertan o no estos libros, porque lo que cuenta es la posición que nos obligan a tomar, una posición ante su tesis. En los tres se percibe que hay una degradación social importante, que parte de la crisis del 2008 y se extiende hasta el presente. Creo que, y para mí es lo fundamental, a ello hay que sumar una desmemoria importante: nadie recuerda ya lo que fueron los fascismos y, lo que todavía es peor, esta desmemoria conduce a una repetición del error. De una manera general, el hombre, el individuo sin olvido no podría vivir. Sin embargo, yo creo que con las sociedades ocurre todo lo contrario: deben estar presentes sus equivocaciones y disparates para que estos no se repitan. No es posible: nadie recuerda aquello que no vivió, lo podrá construir, pero no reconstruir. Eso queda de los tres libros, en este momento. Debería dedicarle más tiempo y ver si se ha cumplido lo pronosticado, pero, ya he dicho, no es esto lo más importante, sino esa la insistente desmemoria colectiva [no en vano, los más jóvenes son el segmento del electorado que, en las encuestas de intención de voto, se inclinan decididamente por la extrema derecha].
+Un juego. En una página cualquiera [como se dice ahora: “random”] se me dice que abra el primer libro que esté próximo a mí y lo abra por la página número 157. La primera frase me definirá. Bien. Sigo las instrucciones. El libro es Contra la realidad de Agustín García Calvo. Es una colección de ensayos breves y artículos, también, breves. Lo que me define es lo siguiente: «Y, desde luego, mientras no se llegue a distinguir con la bastante claridad fases o momentos de la organización sintáctica de una frase, desde la extracción de índices y palabras (y a veces hasta “sintagmas prefabricados”) del aparato, pasando por el momento de construcción (instantánea) de la frase, hasta el lanzamiento de ese esquema la producción “linear” o “temporal”, la confusión de mecanismos muy diversos seguirá siento un gran estorbo para el descubrimiento de la “sintaxis” de una lengua y del lenguaje.» (“Presentación de la edición española de 1999 de escritos de B.L. Whorf). El corrector me ha cambiado ciertos matices ortográficos que A.G.C. suele utilizar, pero los dejo como están por no perder tiempo. En realidad, no sé si me define el texto o no, pero podría haber algo en ello de lo que me lleva a escribir, por ejemplo, aquí: demasiados meandros para expresar algo que no tiene tanto peso. La sintaxis, la dificultad del texto y su explicación, la lectura de asuntos complicado, una tendencia sedimentada a la erudición y, por ende, a la pedantería, la acumulación de libros y el sinsentido de ese atesorar [etc]. ¿Soy yo? En cierto sentido sí y eso ni me preocupa ni me tranquiliza. La recomendación no acierta.
+ Sobre el juego anterior alguien apuntó: "We were, without knowing it, in a theater."
+ Sobre el final de La hora de los depredadores: termina con la política local como termómetro de la incidencia de la digitalización, fría y deshumanizada, en la vida cotidiana. El alcalde de una zona residencial de París [Grand Paris Sud Seine-Essonne-Sénart] se da cuenta de que en un segmento de su ayuntamiento se incrementa de forma extraña el tráfico. Descubre que es debido a la recomendación que realiza la aplicación Waze para ganar unos minutos en los trayectos diarios a París desde la periferia. Los coches salen de la autopista y cruzan un barrio con las consiguientes incomodidades y el peligro para sus habitantes, y regresan a la vía de penetración en la gran ciudad. Se reúne con los responsables de la aplicación tras denunciar en la prensa la situación. No sirve de nada. El problema no se resuelve. La última frase del libro es “Le maire de Lieusaint sourit, la lutte continue.” De eso se trata: no se deben dar por perdidas las batallas, la “grande y determinada determinación” es de obligada presencia. Es lo que queda y que enlaza con un párrafo anterior: no debemos dejarnos vencer. Tampoco contra la tempestad que hoy nos azota y no ha terminado sino de comenzar.
+ A diario, varias veces en el día, veo las fotos que me ofrece Blueskay de Auschwitz Memorial. Me produce un extraño dolor. Las fotos en blanco y negro, en principio meramente documentales, adquieren una relevancia y un significado que me ayuda reconocer en el presente la crueldad y la estupidez consustanciales al ser humano, a su naturaleza necesariamente contradictoria. La guerra determina la serie histórica, su desarrollo y su magnificada presencia: no se puede apartar la mirada del dolor, aunque nos hiera y nos afecte. Pienso, al mismo tiempo, en todos los conflictos actuales y pasados y el dolor sufrido por aquellos que no sabían siquiera cuál era la raíz del mal, por muy estúpida y sin sentido en que se hubiese constituido. Me parece un ejercicio necesario que entendí cuando en Berlín, contra todo pronóstico, C. y yo nos embarcamos en un tren de cercanías hasta Sachsenhausen, el campo de concentración. En ello estoy, ello guía muchas de mis posiciones políticas: filias y fobias.
+ Por cierto, sobre las fotos en B/N en Blueskay que cité antes, no soporto que se coloreen porque pervierten esa dualidad: el documento administrativo del campo, esa obsesión por la precisión burocrática, y su calidad de testimonio del dolor, la estupidez y la maldad, la estúpida maldad. El color las rebaja y las convierte en un fetiche a mayor gloria del que colorea.
+ Recuerdo de Sachsenhausen el edificio principal, su arquitectura, la disposición de las estancias, una extraña presencia en la que se daban cita recuerdos, temores e intuiciones. Entre el cuartel y lo ferroviario, resultaba inquietante asomarse a la ventana del piso superior: desde allí, aleatoriamente, disparaban a los prisioneros. Lo tengo presente y he vuelto a sentir esa inquietud en algunas instalaciones ferroviarias. Un diseño funcional para la muerte, el dolor y la estupidez. Así, también, recuerdo fotos de los guardianes: muchos eran muy jóvenes, casi niños. Desordenadamente, ahora las dos circunstancias se agolpan: la arquitectura del edificio principal y las fotos de los guardianes que allí vi. Permanece el recuerdo, permanece ese desasosiego. También los barracones, también las alambradas, también los bosque que se perdían bajo el silencio y el desasosiego en el horizonte, pero, también, las casas del pueblo, las calles desde donde apedreaban los niños a los judíos que llevaban prisioneros, el camino hacia el infierno de Sachsenhausen. Salas de disección, crematorios, cámaras de gas, alambradas, ropa amontonada, zapatos de niño, zapatos de mujer, zapatos de hombre, el perfil de los edificios, la casa del director de campo. Cada vez que abro Blueskay - Auschwitz Memorial vuelve la imagen de Sachsenhausen, aquella mañana. Está bien, no se debe olvidar. Queda así, por hoy.
+ Imagen: foto aleatoria y/o foto random.
