sábado, 26 de julio de 2025

20,5 x 23,9 cm

 


+ Hoy he vuelto a recordar aquel pequeño cuadro de Vermeer, La encajera. Lo vimos en Le Louvre. En el último viaje a Paris. El viaje relámpago. Lo buscamos en aquella última planta, que permanecía casi desierta, tras haber habitado por un instante en los apelotonamientos ante las más célebres obras del museo. Estábamos ante el cuadro casi solos, algunas personas que detenían un momento, pero, casi pasaban de largo. 20,5x23,9 cm. Un cuadro, en comparación con las grandes dimensiones de los encargos de Napoleón, resulta insignificante. Su importancia se medía en magnitudes bien distintas. Allí, de alguna manera, en una parte al menos, dormía mi infancia: contenida en el recuerdo de aquellos monográficos que compraba cada semana mi padre: unos cuadernillos de un tamaño algo superior al folio, con una breve introducción y un conjunto de pinturas más que significativas; llevaba la colección el sonoro y certero título de Maestros de la pintura. Había la posibilidad de encuadernarlos, pero esto nunca sucedió. Durante años me acompañaron, pero un día, alguien, en una mudanza, se deshizo de los cuadernillos. Como la ceniza que vuela entre el viento y el suelo. Eso regresó, allí, en París, en Le Louvre: la idea de mi padre sobre la cultura, inoculada en mi imaginario y sin olvido posible. Eso vi en el cuadro de Vermeer. Luego, caminamos por aquellos eternos corredores, y llegamos a Georges de La Tour, donde sí, allí sí, allí estuvimos durante un buen rato C. y yo, totalmente solos. Extraña soledad, extraño diálogo con aquellas figuras: El tahúr del as de diamantes (1635). Llegan, ahora, hasta este presente las pavesas del incendio que fue París aquellos dos días y medio. Vale.


+ Con L. y A. ayer mientras tomábamos cerveza fría y comíamos patatas fritas en una terraza. No hacía calor. Narramos fragmentos del viaje a París, de la estancia en sí y del desplazamiento. Fue agradable. Breve y fluida reunión. C. y yo regresamos tarde a casa, muy tarde para nuestros hábitos. Estaba cansado, muy cansado y el sueño resultó pesado e intermitente. A la mañana, antes de la bicicleta estática, el remo y las pesas, di un paseo por el prado. Fueron algo más de dos kilómetros. Mientras caminaba escuché un fragmento extenso de un podcast y otro podcast completo, el primero de la radio pública francesa y el segundo de El Diario. El primero sobre los ajustes presupuestarios que, tras el verano, el primer ministro tratará de aprobar en la Asamblea, el segundo sobre la organización de las cacerías humanas en Torre Pacheco: ese odio, esa estupidez, esa maldad. ¿Qué pensar?, se advierte en el aire un clima de conflicto, un enfrentamiento creciente que se reparte entre la maldad y su combustible.  


+ Hay una obligación de saber en qué mundo se vive y esta obligación conlleva otra obligación: afinar lo máximo posible el instrumento para poder, así, situarse en el centro de la realidad: dada y construida. 


+ Domingo, compra: La multitud en la historia. Los disturbios populares en Francia e Inglaterra, 1730-1848, de Georges Rudé. En la línea de lo expresado en la sentencia anterior.


+ Cuando leo algo negativo sobre la French Theory siento un rechazo contra el que debo luchar, pues, no por necesidad, tiene que estar errada la posición, aunque en una gran parte de las ocasiones sea así. Es una interesada confusión entre artefacto y el significado del artefacto en su sincronía o en su diacronía, imposible la primera, imprescindible la segunda. O hay una confusión entre lo que se pretende y lo que se desea leer, líneas de lectura sobrepasadas ya. Hay, por otra parte, una tendencia a desordenar la obra de ciertos autores y situarlos donde no deben estar. Un beneficio propio, de estilo tal vez, para agradar a los lectores que no llegan a comprender el arco que se dibuja desde el inicio de la escritura hasta su culminación o el intento de culminación. En el caso de Foucault cuanto se prueba a rebatir su obra y se invoca la ausencia de un sistema, la falta de conclusiones o el fárrago que suponen sus textos, creo que en lugar de desmontarlo, se están cimentando las virtudes de tantos y tantos libros suyos, fruto de un esfuerzo titánico. Se enfrentan a la literatura y a la historia con herramientas que no corresponden a estos dos ámbitos. El fin de semana dedicado a la filosofía no es suficiente, se debe profundizar hasta agotar las fuerzas, pero ya no hay tiempo. Leer, Leer. Leer. Mientras Foucault da frutos, el que opina en el aire se desvanece y, pronto, nadie recordará su nombre, ni sus pedantes flechas de desamor y pereza.


+ Imagen: ruinas que, en forma de archivo digital-fotográfico, que rescato del pasado. Tal vez: 2012.

sábado, 19 de julio de 2025

No es posible que el mal ni el bien sean durables

 


+ La inspiración poética es, para algunas escuelas, locura. Algo de esto hay, pero también muchas otras cosas contribuyen a una explicación para el inaprensible fenómeno de la escritura y del estar plenamente humano. Para la escritura resulta preciso cierto arrebatamiento que se provoca con trabajo y la consecución de un estado, previa, digamos, una visión. La expresión de un tiempo personal y de un tiempo total, absoluto, tal vez. Recuerdo poemas que me han transmitido ideas de paisajes, de su contemplación y de una conexión con lo propio y lo que no admite transferencias. Ciudades, campos, montañas, la idea del amor y la idea de la finitud, la lealtad, la traición, el trabajo honrado, el robo, el maleficio o la presencia desgarradora del deterioro de la edad. Pero, siempre, creo yo, persiste ese talento de locura y enlace con realidades que van más allá de los sentidos, sin que estos se desvanezcan. Se comparte lo propio con los extraños, leemos a los muertos, sus ideas nos fecundan, las reelaboramos y podremos recobrar patrias que no van más allá de la persona, que se alejan de las colectividades ignotas. La palabra estro recoge esta unión entre inspiración, talento y locura, pero también se refiere a una mosca vellosa que ataca al ganado y al período de celo o “ardor sexual” de los animales. Las tres ramas de la palabra invitan a esbozar una posibilidad de poema, una alianza entre la locura, el daño y la enfermedad, la impronta de la sexualidad que despierta con los celos y su culminación: la reproducción. Ahí queda la posibilidad, que no se habrá de culminar.


+ El racismo está en auge, sin duda. Pero no creo que sea algo que surge súbitamente, sino que permanecía larvado. Despierta mediante esta ola de estupidez. La estupidez es un mal grande y peligroso. Oímos a personas que esconden sus intereses al tiempo que disparan su flechas de podredumbre. No puede traer nada bueno esta marea. Terminará por perjudicarnos a todos. 


+ “Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que no debes congojarte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas.” Una cita de El Quijote. Resalto en la cita la frase “no es posible que el mal ni el bien sean durable”. Quizá sea una guía para estos días, que se pude hacer una de las múltiples traducciones que admite en este sentido: tras el temporal, llega la calma, pero, también, la calma que precede al temporal. No me cabe otra que la serenidad, a nadie le cabe otra que alcanzar una cierta o incierta ataraxia, compleja, difícil y, que con esfuerzo, nos ha de aliviar un poco, solo un poco.


+ La frase, aunque no resulte compleja, habla de un movimiento pendular con una traslación a la realidad difícil de cuantificar. Ni el bien ni el mal duran porque el uno sucede al otro e inversamente. La cuestión sería determinar los tiempos, pero eso no es posible. Para ello tenemos el ejemplo de los errores de los economistas y politólogos, por decir dos ámbitos de saber en los que el acierto, que es igual a la predicción, resultan especialmente complejos e inalcanzables y, al tiempo, piedras de toque para enjuiciar la realidad y sus derivas. “No es posible que el mal ni el bien sean durables” resuena en esta tarde de julio, cuando la temperatura ha descendido, y concluyó que es muy cierta y debemos estar preparados para cuando lo que nos pueda herir llegue, que llegará y no será tan terrible como nos han querido hacer ver. El miedo paralizante es una herramienta del mal, a ello me opongo.


+ Mientras, leo sobre los sucesos de Rostock, me da la impresión de que el mal se camufla y lo vemos cuando se asoma, pero no cuando, emboscado, se desliza por el subsuelo. Ahora está en Torre Pacheco, dónde será la próxima aparición, con qué intensidad. Las señales parecen claras. La deshumanización del otro, en cualquiera de sus vertientes, inicia lo que no se sabrá como detener. El genocidio nazi no comenzó en las cámaras de gas, sino cuando los políticos dividieron las sociedad entre nosotros y ellos. Esto lo he leído en una suerte de meme que se colgó en una entrada de Auschwitz Memorial en la que se pude ver a una niña sonriendo con placidez: Evika Herzl, que nació el 14 de julio de 1938 y la asesinaron en la cámara de gas en 1944. Tenía seis años y era judía. Poco se puede decir. Queda la idea: nosotros contra ellos. Nada más.


+ “[C]omo suele decirse: los datos jamás hicieron cambiar de opinión a nadie cuyas creencias, para empezar, no se basaban en los datos” Jesús Zamora Bonilla, en un paréntesis que aparece en un artículo sobre el filósofo (?) Byung-Chul Han.


+ Imagen: la ventana que se abre sobre el paisaje urbano y, tal vez sí, tal vez no, nos gustaría, en este momento, tener una apreciación sobre el hombre que mira, pero eso es imposible: su intimidad es intransferible. Así está bien.

sábado, 12 de julio de 2025

Random

 


+ Un fragmento antes de volver sobre la historia de Francia, antes de dormir: “anamnèse, épigone, noème, théorétique, les termes notés sur un carnet avec leur définition pour ne pas consulter à chaque fois le dictionnaire”  Annie Ernaux, Les années (2008). Son recortes de la realidad que ofrecen un punto de vista urgente y útil. Esa utilidad es difícil de percibir inmediatamente, sino que germina y termina por crecer: un día te das cuenta, mientras esperas, por ejemplo, en un aeropuerto, que la observación de las personas está condicionada por todo lo leído y, entonces, la lectura, cobra sentido. Son monedas que atesoro.


+ He recuperado tres libros y los he colocado juntos. El primero, Portugal. Um país parado no meio do caminho. 2000-2015 de Miguel Real. A continuación, La vitoire des vaincus. À propos des gilets jaunes de Edwy Plenel. Finalmente, el último libro de Giuliano da Empoli, L’heure des prédateurs [que recientemente he terminado de leer]. Los tres analizan la situación en tres momentos de los veinticinco primeros años del siglo XXI. En todo análisis siempre hay, necesariamente, un atisbo de predicción. El pronóstico del futuro aparece porque esta es una de las funciones que debe realizar cualquier ensayo, explícita o implícitamente. Creo que no importa mucho si aciertan o no estos libros, porque lo que cuenta es la posición que nos obligan a tomar, una posición ante su tesis. En los tres se percibe que hay una degradación social importante, que parte de la crisis del 2008 y se extiende hasta el presente. Creo que, y para mí es lo fundamental, a ello hay que sumar una desmemoria importante: nadie recuerda ya lo que fueron los fascismos y, lo que todavía es peor, esta desmemoria conduce a una repetición del error. De una manera general, el hombre, el individuo sin olvido no podría vivir. Sin embargo, yo creo que con las sociedades ocurre todo lo contrario: deben estar presentes sus equivocaciones y disparates para que estos no se repitan. No es posible: nadie recuerda aquello que no vivió, lo podrá construir, pero no reconstruir. Eso queda de los tres libros, en este momento. Debería dedicarle más tiempo y ver si se ha cumplido lo pronosticado, pero, ya he dicho, no es esto lo más importante, sino esa la insistente desmemoria colectiva [no en vano, los más jóvenes son el segmento del electorado que, en las encuestas de intención de voto, se inclinan decididamente por la extrema derecha].


+Un juego. En una página cualquiera [como se dice ahora: “random”] se me dice que abra el primer libro que esté próximo a mí y lo abra por la página número 157. La primera frase me definirá. Bien. Sigo las instrucciones. El libro es Contra la realidad de Agustín García Calvo. Es una colección de ensayos breves y artículos, también, breves. Lo que me define es lo siguiente: «Y, desde luego, mientras no se llegue a distinguir con la bastante claridad fases o momentos de la organización sintáctica de una frase, desde la extracción de índices y palabras (y a veces hasta “sintagmas prefabricados”) del aparato, pasando por el momento de construcción (instantánea) de la frase, hasta el lanzamiento de ese esquema la producción “linear” o “temporal”, la confusión de mecanismos muy diversos seguirá siento un gran estorbo para el descubrimiento de la “sintaxis” de una lengua y del lenguaje.» (“Presentación de la edición española de 1999 de escritos de B.L. Whorf). El corrector me ha cambiado ciertos matices ortográficos que A.G.C. suele utilizar, pero los dejo como están por no perder tiempo. En realidad, no sé si me define el texto o no, pero podría haber algo en ello de lo que me lleva a escribir, por ejemplo, aquí: demasiados meandros para expresar algo que no tiene tanto peso. La sintaxis, la dificultad del texto y su explicación, la lectura de asuntos complicado, una tendencia sedimentada a la erudición y, por ende, a la pedantería, la acumulación de libros y el sinsentido de ese atesorar [etc]. ¿Soy yo? En cierto sentido sí y eso ni me preocupa ni me tranquiliza. La recomendación no acierta.


+ Sobre el juego anterior alguien apuntó: "We were, without knowing it, in a theater."


+ Sobre el final de La hora de los depredadores: termina con la política local como termómetro de la incidencia de la digitalización, fría y deshumanizada, en la vida cotidiana. El alcalde de una zona residencial de París [Grand Paris Sud Seine-Essonne-Sénart] se da cuenta de que en un segmento de su ayuntamiento se incrementa de forma extraña el tráfico. Descubre que es debido a la recomendación que realiza la aplicación Waze para ganar unos minutos en los trayectos diarios a París desde la periferia. Los coches salen de la autopista y cruzan un barrio con las consiguientes incomodidades y el peligro para sus habitantes, y regresan a la vía de penetración en la gran ciudad. Se reúne con los responsables de la aplicación tras denunciar en la prensa la situación. No sirve de nada. El problema no se resuelve. La última frase del libro es “Le maire de Lieusaint sourit, la lutte continue.” De eso se trata: no se deben dar por perdidas las batallas, la “grande y determinada determinación” es de obligada presencia. Es lo que queda y que enlaza con un párrafo anterior: no debemos dejarnos vencer. Tampoco contra la tempestad que hoy nos azota y no ha terminado sino de comenzar.


+ A diario, varias veces en el día, veo las fotos que me ofrece Blueskay de Auschwitz Memorial. Me produce un extraño dolor. Las fotos en blanco y negro, en principio meramente documentales, adquieren una relevancia y un significado que me ayuda reconocer en el presente la crueldad y la estupidez consustanciales al ser humano, a su naturaleza necesariamente contradictoria. La guerra determina la serie histórica, su desarrollo y su magnificada presencia: no se puede apartar la mirada del dolor, aunque nos hiera y nos afecte. Pienso, al mismo tiempo, en todos los conflictos actuales y pasados y el dolor sufrido por aquellos que no sabían siquiera cuál era la raíz del mal, por muy estúpida y sin sentido en que se hubiese constituido. Me parece un ejercicio necesario que entendí cuando en Berlín, contra todo pronóstico, C. y yo nos embarcamos en un tren de cercanías hasta Sachsenhausen, el campo de concentración. En ello estoy, ello guía muchas de mis posiciones políticas: filias y fobias. 


+ Por cierto, sobre las fotos en B/N en Blueskay que cité antes, no soporto que se coloreen porque pervierten esa dualidad: el documento administrativo del campo, esa obsesión por la precisión burocrática, y su calidad de testimonio del dolor, la estupidez y la maldad, la estúpida maldad. El color las rebaja y las convierte en un fetiche a mayor gloria del que colorea. 


+ Recuerdo de Sachsenhausen el edificio principal, su arquitectura, la disposición de las estancias, una extraña presencia en la que se daban cita recuerdos, temores e intuiciones. Entre el cuartel y lo ferroviario, resultaba inquietante asomarse a la ventana del piso superior: desde allí, aleatoriamente, disparaban a los prisioneros. Lo tengo presente y he vuelto a sentir esa inquietud en algunas instalaciones ferroviarias. Un diseño funcional para la muerte, el dolor y la estupidez. Así, también, recuerdo fotos de los guardianes: muchos eran muy jóvenes, casi niños. Desordenadamente, ahora las dos circunstancias se agolpan: la arquitectura del edificio principal y las fotos de los guardianes que allí vi. Permanece el recuerdo, permanece ese desasosiego. También los barracones, también las alambradas, también los bosque que se perdían bajo el silencio y el desasosiego en el horizonte, pero, también, las casas del pueblo, las calles desde donde apedreaban los niños a los judíos que llevaban prisioneros, el camino hacia el infierno de Sachsenhausen. Salas de disección, crematorios, cámaras de gas, alambradas, ropa amontonada, zapatos de niño, zapatos de mujer, zapatos de hombre, el perfil de los edificios, la casa del director de campo. Cada vez que abro Blueskay - Auschwitz Memorial vuelve la imagen de Sachsenhausen, aquella mañana. Está bien, no se debe olvidar. Queda así, por hoy.


+ Imagen: foto aleatoria y/o foto random.

sábado, 5 de julio de 2025

Lo permanente y lo fugaz

 






+ Tarde de sábado. Calor. Releo unas notas que tomé con la intención de identificar tendencias. Notas del día a día e impresiones sobre lo que me antojaba no tanto relevante sino se me aparecía como marcas indiciarias de lo que podría venir. Notas que luego pasaba a limpio en el ordenador. Los apuntes más antiguos tienen diez años, los más recientes dos o tres meses. Veo que no estaba yo errado y que lo apuntado no era tan perceptible en aquel momento cuando lo escribí. ¿Un cierto poder de adivinación o capacidad para leer aquello que, latente, tomaba cuerpo paulatinamente?Ahora es distinto, muchas de aquellas posibilidades se han concretado y no son, ya, intuiciones. Calor. Por la mañana escuché un podcast donde intervenía Giuliano da Empoli. Fue algo deliberado. La radio pública francesa me ofreció varias entrevistas con el autor y seleccioné dos de un nutrido repertorio. Al mismo tiempo, llevo días, desde que regresamos de París, leyendo L'heure des prédateurs. Compré el libro en el el kiosco aeropuerto de Beauvais. Reservé la lectura para más tarde porque necesito cierta calma y la ayuda del diccionario que me ofrece el teléfono [en el avión, obviamente, no hay cobertura y sin conexión el diccionario no funciona]. Aterrizamos en el aeropuerto de Oporto y debí conducir en la espesura de la noche: ciudades que quedan atrás rápidamente, naves industriales que a luz de los focos semejan algo bien distinto, la estela roja de los pilotos de los automóviles que, por un momento, parecía infinita. Pensaba en el libro de Guiliano da Empoli porque recordaba otro libro suyo, Los ingenieros del caos. Había encontrado una llave para abrir la puerta que conduce a un espacio de la realidad que tiene relevancia y que yo no había contemplado hasta el momento. Es importante dudar, pero para la duda hay que construir algunas certezas, siempre prestas a ser revisadas. G. da E. contribuye a esta elaboración. Dormí profundamente durante la noche del sábado al domingo tras el viaje de regreso. No recuerdo lo soñado, pero sí permanece la sensación de descanso reparador tras el viaje de regreso: París, Beauvais, Oporto, Pontevedra. El cansancio que me producen las esperas y la conducción nocturna se diluyó, un cansancio. Ya en casa, a última hora del del domingo, acudí al libro comprado en Beauvais. En el libro hay algo que habla del momento actual de la política o de la historia, no sé, pero también que nos remite a la condición humana. Ese algo estaba ya en el libro antes mencionado, Los ingenieros del caos. Ese algo conecta el pasado con el presente mediante la guía de César Borgia. Claro y certero. Los nuevo Césares aparecen por la oportunidad que les da este momento histórico a sus personas y personalidades, que se desenvuelven con habilidad en el marco del desarrollo tecnológico y la consiguiente revolución técnica y social. La unión entre el curso de los acontecimientos y las personalidades de los ciber-Césares es un hecho que no se puede soslayar. Actúan así porque son así y porque la realidad, mediatizada por los teléfonos y sus extensiones, se configura en función de sus deseos. En otro momento de la historia no tendrían la relevancia que tienen hoy [no recuerdo quién decía que Maradona en la antigua Roma no había pasado de ser un volatinero]. No se trata ya de las argucias de la retórica del poder, de pesos y contrapesos, sino de la manipulación de las más burdas realidades dadas y creadas. Sus cualidades y una cierta falta de empatía adquieren relevancia conforme a una configuración de época. En definitiva, hay una regresión. Se deshilacha la urdimbre, se desvanecen certezas y la estupidez manda porque conviene que mande. Los teléfonos lo han cambiado todo y, me pregunto, si estamos ante un movimiento pendular que va del conflicto al acuerdo y un regreso al conflicto del que devendrá otro acuerdo y así hasta el final de la historia (?). ¿Estamos en el momento inicial del conflicto, vendrá a continuación una regulación de la realidad en la red, necesaria y perentoria? Quedam en el aire las preguntas y no veo yo que tengan respuesta inminente.


+ Mientras, en Venecia se ha casado el propietario de Amazon y la boda ha sido polémica debido a la ocupación del espacio público y las incomodidades que le ocasiona este evento a los habitantes de la ciudad de los canales. El derroche es importante. ¿Por qué Venecia? La ostentación es una marca del carácter y refleja carencias. Esto último explica el porqué de Venecia. La conquista consiste en transformar la ciudad en escenario y limitar el acceso a un espacio es más que poseerlo, un espacio que ya en sí no es ciudad sino parque temático. Cierro para mí el parque temático. Para mí y para los que yo he elegido. Poco más. La poética queda al margen, porque se impone una sentida cursilería que habla del amor, el romanticismo (en minúscula) y la eternidad. Pero somos mortales, absolutamente todos somos mortales.


+ En las profundidades del invierno viajaré a Venecia. Arropado por la lluvia y el desprecio de las masas. Lo sé. Viajaré en algún libro, en algún recuerdo de una ciudad nunca visitada. 


+ Se alejan los días de Paris y el recuerdo se ha modelado con la lectura. ¿Cuándo volveremos? ¿Volveremos?, quizá la pregunta debería ser: ¿nos hemos ido alguna vez de París? Me interesa la Revolución Francesa, Napoleón, me interesa la historia de Francia, me interesa la ida y la venida de la escritura, el lugar en donde estoy. Rimbaud o Baudelaire, Foucault o Houellebecq, libros diseminados por los estantes, agrupados en una balda, diccionarios y planos de Paris, una anticuada guía de viaje de Francia, las guías en inglés de Normandía y Burdeos, mapas de carretera, etc. Me interesa la vida del Marqués de La Fayette, la de su esposa y su amor por la escritura, me interesan los sansculottes, su deriva y su desaparición, la Comuna de París y la relaciones que puedo establecer con los chalecos amarillos. Escucho la radio en línea francesa. Me interesa el presente y el pasado. Me interesa Francia como me interesa Portugal, puntos de observación desde donde entender España. Hoy es Francia, por ende, París, pero mañana será otra cosa. La imposible labor de entenderme a mí mismo, entender el tiempo que me ha tocado vivir. Es esto lo que queda de París, lo que pervive. David Hockney, que era el motivo principal del viaje relámpago, colabora en ello. Colabora en lo permanente y en lo fugaz, dos orillas de la misma dimensión.


+ [Nota final] Houellebecq pronostica que el Cristiano pronto se extinguirá en beneficio del Islam. Añade que puede existir gente woke, pero que él nunca ha conocido a nadie que responda a esta definición. Culmina afirmando que “[e]l hecho de que la gente que me rodeaba tuviera una percepción errónea de las cosas fue un importante motor de mi escritura”, en referencia a El traje del emperador de H.C. Andersen. Dice, finalmente, que no hay que temer al futuro, haya o no haya soldados-robot. Bien. Me gustaría que publicase otra novela, pero ni por asomo se atisba en el panorama. 

 

+ Imagen: tres momentos de la mañana.