+ “El paratexto siempre es una función.” Tomo la idea de una lectura rápida y siento que hay algo que se me escapa. La palabra función me remite a ciertas complejidades que en este momento me resultan ajenas. No siempre fue así. Antes la lingüística resultaba mucho más próxima, hoy estoy en otra cosa. Elegir un camino no termina de cerrar totalmente otras posibilidades.
+ Me alejo de un ámbito para centrarme en otro. La obligación gana la partida. Hay una tristeza pequeña y difusa que se convierte en un polvo plateado mientras guardo los libros que deseaba leer. Un juego de espejos, porque, finalizado un plazo, volveré a ellos con fuerza, con el interés que ahora duerme, que he obligado a un sueño o que he obligado a emprender una internación que no sé cuánto durará. Volveré, cuando llegue el momento, al estudio del griego clásico, me digo y la fina tristeza plateada se ha evaporado.
+ [Una nota que paso a limpio, aquí]: “Las crisis de legitimidad se producen cuando está juego la integración / Crisis sociales -> [chalecos amarilla] / Crítica de las relaciones / El conflicto estalla en la intersección de la institución [-> sistema] y el mundo de la vida”
+ La nota anterior tiene plena actualidad. El dibujo del presente se guía por esa fricción entre “el mundo de la vida” y los sistemas de elección, la voluntad secuestrada por los populismos. Pero los rasgos de una realidad no se pueden modificar fácilmente: este es el mundo que nos ha tocado vivir. Sabido es que el consenso llega tras el conflicto. En el anuncio del conflicto estamos. Creo que de eso trata la nota que transcribí ante. Al mismo tiempo, no recuerdo de dónde salieron esas idea, pero mías no son, aunque las asuma.
+ Al aire le hago una recomendación Poesía y edición en el Siglo de Oro, de Ignacio García Aguilar. Para quien la quiera recoger, para quién quiera entender.
+ La modernidad que se refleja en la construcción de un yo lírico. ¿Tiene sentido, todavía, pensar en estas cosas mientras el mundo se derrumba? Claro que sí: tiene sentido plantearse razones poéticas y el mundo no se derrumba [el movimiento oscilatorio de la historia siempre ha estado ahí]. Todo ello se resuelve en “[u]na grande y determinada determinación”, este es el lema del emblema.
+ Leo un fragmento de una novela que ofrece la editorial a modo de invitación. La novela saldrá en breve y me apena. Me apena la canción que sugiere, me apena la estela de las drogas, me apena esa lírica de lo maldito y la ebriedad: tan antigua, tan pasada de moda. Ay, la moda. Ahí se inscribe la narración y no deja de ser un retorno de lo anterior. Ya lo he visto todo. Esa es mi edad. Ella es hermosa y da bien en la cámara, me digo, y no escribe mal [esto no es otra cosa que tiene una firme fluidez que algunos llamarían ritmo y yo lo denomino inmediatez]. No quiero pensar, me trae recuerdos desagradables, aunque no tan intensos que no me permitan distanciarme. No pienso. Salvo la pena que transmite, no veo otra cosa en este momento. Cierro la pantalla y dejo que la canción se extinga sin mucha gloria. Lo he visto todo. No más poses, por favor. Ahora suena Berlioz, L’enfance du Christ: ahora este es mi espacio, este es mi momento. Dimensión y tiempo, en equilibrio y estabilidad.
+ Imagen: la intención de borrar los grafitti de la pared convierte la pared misma en otro objeto distinto: un lienzo, tal vez, que podría estar colgado en el museo, la antológica de los años sesenta o setenta del siglo pasado. Vale.
